Las marchas por la dignidad se han hecho presentes en las calles de Madrid este fin de semana. Las imágenes son elocuentes. Expresan la realidad de la sociedad resultante de la descomposición productiva por el final de la expansión de la construcción y el cese de múltiples actividades agrarias e industriales. La reforma laboral representa el catalizador de los procesos de conversión de los trabajadores en perceptores de ayudas en espera de una recuperación mitológica que les restituya su condición de empleados. En las calles comparece el rostro terrible de la reestructuración global, intensificada en los últimos años del gobierno de Zapatero, que abre el camino a la maquinaria implacable del gobierno Rajoy.
La humanidad que aparece en las marchas es aquella que sufre los efectos recombinados de la expulsión del mercado laboral, el drástico recorte de las ayudas y las prestaciones, la reconversión silenciosa de la sanidad, la minimización de los servicios sociales, la neutralización de las ayudas a la dependencia, el recorte de los salarios y las pensiones, el endurecimiento de los contratos y la intensificación de la precariedad, así como la reconfiguración de la educación. En esta situación de convergencia de los retrocesos, se expanden los trabajos situados en los márgenes de las regulaciones. Los abusos sobre el conglomerado de personas desempleadas, precarizadas o jóvenes en espera de su primer contrato, adquieren todo su esplendor.
La subsociedad resultante de esta reestructuración se puede definir, principalmente, como un conjunto de sectores sociales homologados por sus desamparos. Estos son el resultado de la suma de distintos factores que incrementan su vulnerabilidad. Este proceso representa un salto hacia una sociedad severamente dual, en donde la condición de ciudadano completo se encuentra restringida para una parte de la población. Por esta razón, la forma más precisa de designar a estos colectivos es el de la degradación. Su inclusión social es degradada en una ceremonia avalada por las instituciones predominantes.
El primer desamparo de este conglomerado social de los expulsados del mercado de trabajo, radica en la definición de su situación por parte de las instituciones políticas y mediáticas. En los discursos que estas producen, los reconocen como un conjunto de personas concentradas en espera de que, la eventual acumulación de decimales en las cifras que expresan el crecimiento del PIB, haga posible su contratación. De este modo, conforman una masa que es tratada para ser reconvertida en empleados eventuales que rotan por el mercado de trabajo. La cadena temporal que comienza por el desempleo/formación, se resuelve en un contrato precario, tras el que se retorna al origen del desempleo/formación. Se genera así un equivalente modernizado a los campos de concentración. Los internos siempre en espera del eterno retorno de un contrato. Así se construye un orden político desigual, en la que una parte de la población es tan dependiente, que carece de la posibilidad de ejercer la ciudadanía completa.
El segundo desamparo se ubica en las instituciones políticas. Este puede ser definido como una desincronización de las escalas. Las políticas estatales, determinan una marginación que se produce en una escala de rango superior, en tanto que son despojados de sus derechos fundamentales. Así son degradados política y socialmente de facto. Pero la magnitud de esta degradación, no se corresponde con las respuestas que suscita. Las decisiones de las políticas del gobierno, tienen consecuencias irreversibles para los degradados. Pero la vida institucional no registra tensiones proporcionales a la magnitud de estos cambios. En tanto que una parte de la población es desposeída de sus recursos elementales, la vida parlamentaria continúa con sus rutinas y sus invarianzas, en espera de la siguiente confrontación electoral. La definición compartida en el mundo de las instituciones es que se trata de una crisis, y, por consiguiente, esta tiene un final, tras el cual se presupone un ciclo de prosperidad. Los degradados son el precio de tal crisis. De esta manera nadie los representa ni los defiende con una intensidad proporcional a la regresión de su retroceso social. Así acumulan la condición de degradados y subrepresentados.
El tercer desamparo es el sindical. La dinámica de las relaciones laborales determina la ausencia de representación de los sectores expulsados del mercado laboral, de los precarizados y de los recién incorporados. Las primeras manifestaciones masivas de protesta contra la oleada de recortes del gobierno Rajoy, se han desactivado gradualmente. Las movilizaciones se han fragmentado y sectorializado. No se plantea la convergencia de las mismas en la perspectiva de la articulación de un conflicto global. De este modo, de nuevo se produce el desencuentro de las escalas. La escala máxima de las políticas del gobierno se impone a la escala mínima de las movilizaciones sectoriales y localizadas.
La ausencia de oposición política y sindical que se corresponda a la magnitud del conflicto derivado de esta dura reestructuración, determina la aparición de múltiples plataformas, mareas, iniciativas, movimientos de autodefensa y otras formas de acción colectiva. El movimiento de defensa de los deshauciados, la marea blanca de Madrid y otros movimientos, hacen patentes los vacíos de las respuestas de las oposiciones políticas y sindicales. Todos ellos están bien representados en las marchas de la dignidad de este fin de semana.
Pero el desamparo mayor de los degradados es el que se produce por la concurrencia entre el debilitamiento del conflicto en las instituciones y las movilizaciones, y su traslación al espacio mediático. Las televisiones escenifican los efectos de la reestructuración, sometiéndolo a un tratamiento en formato mediático y bajo el control de los nuevos expertos. Así, una legión de predicadores que proponen soluciones sencillas, héroes de quita y pon que encarnan la defensa de los degradados, expertos economistas que protagonizan duelos en sus pizarras, políticos populistas que responsabilizan a los partidos contrarios, intelectuales y artistas frikis, así como otras especies audiovisuales, ocupan las pantallas para estimular los sentimientos que animan a los degradados, reconvertidos ahora en audiencia.
Pero la representación televisiva de la degradación de los desempleados, precarizados y los que se encuentran en espera, no puede sustituir a la realidad de las instituciones y las acciones de los sectores sociales involucrados en el conflicto. Los formatos mediáticos estimulan los sentimientos de esperanza de los degradados, así como de los temores de aquellos que perciben el riesgo de serlo. En la realidad mediática, los guiones ejecutados constituyen un mundo de buenos y malos, de premios y castigos, cuyos códigos son ficticios. En este mundo los que representan las caricaturas de las posiciones son los más solicitados por las audiencias.
La ficción mediática se refuerza en internet. Numerosas personas degradadas se sienten satisfechas como consumidoras de vídeos de Youtube, en la que sus héroes castigan a los malvados. Los subtítulos de los vídeos son antológicos “fulano de tal pone en su sitio a mengano”. Pero ese castigo es ficticio. En la realidad externa al flujo mediático, prevalecen los corruptos de todas las facciones, se intensifican las políticas que sancionan a los degradados, se debilitan las oposiciones y los que no se han opuesto con energía a la reestructuración se preparan para el carnaval de la próxima campaña electoral.
Por eso, las marchas de la dignidad, que están constituidas por los cuerpos de los degradados, son más que sus imágenes. Expresan la voluntad de recuperar su condición de ciudadanos completos, y eso empieza por no aceptar ser humillados y defender su dignidad. Me parece terrible la movilización de mil setecientos policías, precisamente para representar un espectáculo de violencias que sustituya a la realidad de la manifestación, que fue un lugar de encuentro y suscitó muchos episodios de solidaridad con los degradados. En el interior de la masa de cuerpos estaba presente la dignidad, que siempre puede crecer en una situación de adversidad.
http://www.publico.es/publico-tv/program/59/video/181357/la-tuerka-sabado-22-de-marzo
ResponderEliminarEste programa se sale de las cadenas convencionales.
Hartos de injusticia...
ResponderEliminar1.700 soldados del poder, contra la dignidad de los devaluados... Jodidos, pero contentos con la lucha, el cuidado,...
Testimonios de gente común...
Manuel Cañada; "Frente a la humillación (métete a puta, que os jodan, ciudadnía silenciosa,...) dignidad"
Otro medio a escuchar:
http://www.cadenaser.com/sociedad/audios/carne-cruda-21-2014-22m-marchas-dignidad/csrcsrpor/20140321csrcsrsoc_16/Aes/
Ana Mª
Juan,
ResponderEliminar¿qué haces durante los días de huelga, hoy, mañana?
Juan Ma, un profe con muchas dudas al respecto, haré huelga activa pero estoy harto de estar tan achuchado,
saludos.
Juan Ma: acabo de llegar de la facultad. He ido a clase a las cuatro y sólo estaban algunos estudiantes europeos. Mi posición en síntesis es: La huelga siempre ha sido una decisión de un grupo, así se reforzaba y reconstituia.
ResponderEliminarEn la postmodernidad presente, se genera un proceso de descomposición social muy importante. Así, se siguen convocatorias de huelga sin tomar decisiones. Son huelgas fantasmáticas que acentúan la dispersión y favorecen al poder vigente.
Si mis alumnos decidiesen una huelga, o los profes lo decidimos colectivamente sería fantástico. Pero esto es catastrófico, en el sentido de que vacía la universidad y la prepara para ser modelada por los reformistas que hoy encarna Wert.
Saludos cordiales