Desde siempre los señores han sido señores-señores. Su origen social les imprimía una imagen y una forma de estar que no se podía disimular. Mi padre, un hombre ultraconservador, me decía cuando era niño, que en las buenas familias, los listos se dedicaban a las empresas y los menos dotados de inteligencia al estado, calificándolos de “abogadillos”. Así escuché la primera versión de la puerta giratoria, que en este formato franquista adquiría una naturaleza familiar. El estado y el mercado unidos por la familia. Muy coherente.
Pero, desde la transición política hasta aquí, han aparecido otros tipos de señores, que me gusta denominar como los señores-compañeros, que son diferentes a los convencionales, puesto que, aunque desempeñan altas responsabilidades en las instituciones del estado, tanto su origen social, como su base electoral, formada por gentes trabajadoras, además de su originaria ideología de izquierdas, en las versiones castizas antifranquistas, hacen más difícil interpretar su papel y su forma de estar presentes y de relacionarse con los demás.
Los señores-compañeros llevan ya casi cuarenta años ocupando distintas esferas institucionales, cuestión que irrita a los señores-señores. Entre ambos existe un conflicto sórdido, en el que no aparece como discurso lo que realmente piensan los desplazados por los nuevos intrusos. De este modo se conforma una nueva versión de la célebre teoría de Pareto sobre la circulación de las élites. El precepto central de la misma es la cohesión y estructuración de estas para preservar el poder. La definición de Pareto de los seres humanos como “animales confabulantes que se engañan a sí mismos”, se confirma en el presente español alcanzando todo su esplendor.
Los señores-señores son algo parecido a una casta. Se reproducen siguiendo las pautas de la genética. Tienen los mismos rasgos y las mismas trayectorias. En Andalucía tratan de disimular sus rasgos más acentuados, pero es una cuestión imposible. A pesar de que imitan a los señores-compañeros en el arte de disfrazarse cuando van a reuniones con un público amplio, cuando se visten de señores, tanto los trajes como las camisas, las corbatas y los zapatos delatan el origen en el mundo de la sastrería a medida. Esta es la frontera simbólica entre las dos élites en puja. No es casualidad que Camps se encuentre involucrado en un escándalo de trajes frente a un sastre justiciero. Juan Manuel Moreno, el último presidente del PP andaluz, es un estereotipo perfecto del señor-señor, que me hace preguntarme si es real o se trata de una copia fabricada por una prodigiosa impresora de la que me han llegado noticias. Cuando lo veo me digo a mí mismo “la genética es la genética”.
Los señores-compañeros tienen su origen en la transición. Las gentes que en esos años conformaban los movimientos de oposición al franquismo se reconvirtieron súbitamente en partidos políticos que demandaron cuadros para desempeñar la dirección de las instituciones democráticas recién estrenadas. Así se conformó el colectivo de señores-compañeros, que en 1982 alcanza su dominio del estado. La característica fundamental de estos es su permanencia en el tiempo. Algunos están muy cerca de alcanzar los míticos cuarenta años de Franco.
Los señores-compañeros son seleccionados mediante la designación de un aparato centralizado que funda su eficacia en la obediencia, que se complementa con un público que se congrega en las sedes, en los actos partidarios, principalmente en las campañas electorales, y en los congresos. Su competencia es saber compatibilizar ambos mundos. En ese medio es donde se producen los intercambios, las palabras, los gestos, los atuendos y las semiologías de los señores-compañeros.
Pero un elemento fundamental de este grupo radica en su continuidad en el tiempo. Muchos de ellos desempeñan distintas responsabilidades en distintos lugares del estado, pero el grupo más selecto es aquél que se ubica bien en el período posterior al desempeño de cargos representativos de primera fila. Aquí es donde se conforma la verdadera élite. Esta se encuentra formada por quienes ocupan cargos relevantes en el final de la carrera. Estos cargos pueden ser bien en empresas privadas, como en el caso de Felipe González, Solbes y otros, o en empresas públicas, que conforman una reserva especial para la élite partidaria que abandona la primera línea.
Así, las grandes empresas públicas sirven como lugar de compensación a los señores-compañeros. En la ciudad que habito las Cajas de Ahorro, los puertos, las grandes empresas del turismo, como la Alhambra, Cetursa de Sierra Nevada o el Palacio de Congresos, o el parque tecnológico del Campus de la Salud, el Parque de las Ciencias, así como las televisiones públicas y otros. Las noches electorales los júbilos o las tristezas remiten al control de ese recurso partidario con el que se compensa a los esforzados cabezas.
En los últimos treinta años, se ha intensificado el poder de las empresas y su influencia sobre el estado emprendedor. Las simbiosis entre los mismos son múltiples y el ejercicio del gobierno se relaciona con la gestión de estas relaciones. La puerta giratoria adopta múltiples formas, algunas de ellas insospechadas. Para las distintas clases de señores que habitan en las cúspides del estado, una cuestión fundamental es la elusión del control democrático. Así, las recompensas de las empresas importantes y de la “reserva estatal”, se recombinan para ofrecer privilegios a los cargos representativos salientes. Un buen ejercicio es indagar acerca de la trayectoria de los exministros de Aznar y de Zapatero. Es muy elocuente.
En los años noventa fui nombrado miembro del Consejo Asesor de Salud de la Comunidad de Andalucía. Al llegar a Granada había impartido clases de sociología a distintos profesionales y gestores que después se ubicaron en los altos niveles de la administración sanitaria. Uno de ellos, era el consejero de salud en este tiempo. Después de varios meses de presencia en este consejo, que la verdad es que estaba caracterizado por la indeterminación, el consejero cesó, e, inmediatamente, en la siguiente semana, firmó un contrato muy importante como investigador con una de las principales empresas farmacéuticas globales. Los que le conocíamos teníamos la certeza de que su perfil no era, en ningún caso, el de investigador.
Este acontecimiento me escandalizó por su desmesura. Ni siquiera esperó un tiempo prudencial. Pero lo peor es el silencio sepulcral que reina en los mundos políticos, profesionales y de la administración. Nadie dijo una sola palabra al respecto. No volví a ir, ni responder a las llamadas. Suelo decir en las clases que en el tiempo presente lo más importante no es la cabeza sino los pies. Para alejarse de las situaciones insólitas como la estoy contando. Este fue el punto inicial de mi giro crítico.
Los señores-compañeros han creado una red de puestos para recompensarse en la etapa posterior al ejercicio de sus cargos. Lo público y lo privado se entremezclan formando configuraciones por las que transita el núcleo de la élite selecta que ha desempeñado responsabilidades representativas. En este sentido, esta élite conforma una verdadera aristocracia, en la que toda la vida de servicio partidario termina mediante el incremento de recompensas. Las ingenuas discusiones en torno a los salarios públicos, no tienen en cuenta esta dimensión de futuro.
Así, las distintas clases de señores se igualan en un sistema de relaciones en el que se alternan tiempos de competencia y tiempos de reparto. En el reciente escándalo de los ERES en Andalucía, la aparente sorpresa de la concurrencia entre el ugetista Juan Lanzas, el conseguidor, con los eternos Ruiz Mateos, es más que significativa, ilustrando la genética del capitalismo español, que se reproduce con independencia de los contextos políticos. Los señores múltiples aparecen revueltos en la explotación del suelo, las burbujas inmobiliarias, la intervención de los tesoros europeos y las inversiones aparentemente improductivas.
La vieja teoría de mi padre de la puerta giratoria, articulada por la familia, se ha reinventado en los años de democracia por las distintas élites en litigio. Pero sigue existiendo un núcleo de invarianzas. El caso, por poner el ejemplo de, el del presidente de Andalucía durante muchos años, Manuel Chaves, cuya vida se ha localizado en el estado, pero cuyos hijos han sido absorbidos por las empresas privadas importantes, conforma un modelo más complejo que el de tontos y listos formulado por mi padre. Aquí ¿quiénes son los listos y los tontos? Parece que el progreso también ha llegado a esta esfera reduciendo la intensidad de los tontos.
La hegemonía de las empresas en todas las esferas se hace patente en los guiones. Esta es una aplicación del concepto emergente de carrera profesional siempre creciente. Propongo que se celebre en 2017 el cuarenta aniversario del ascenso al poder de la entonces oposición democrática. Generación que ha prestado servicios, primero a las instituciones, y después a las empresas y a la reserva pública de empresas. El único riesgo radica en que afloren los sentimientos de revancha de los señores-señores, estimulados por la inmanente presencia de los señores-compañeros. Tengo que releer urgentemente a un autor de culto como Michels. Su ley de hierro de las oligarquías tiene que ser revisada.
lunes, 31 de marzo de 2014
viernes, 28 de marzo de 2014
UN DÍA LIBRE DE TRATAMIENTO
Esta es la segunda primavera que paso sin Carmen. En estos días los recuerdos de los últimos años de su enfermedad se reavivan. Esta es la época en la que estaba atenta a sus plantas y bonsáis. Disfrutaba mucho contemplando su renacimiento y trabajando sobre ellas. Cuando salgo de casa no puedo evitar mirar los restos de sus plantas. No lo he tocado y casi todo está en mal estado o muerto. Sólo queda un mandarino italiano que le compré después de su primera operación que está esplendoroso. Me ha dado tres mandarinas fantásticas. También el olivo y sus aloeveras, que disimulan el estado de ruina de las demás. Podía calificar mi casa con el título de una de las películas de Wajda que tanto me aportaron “Paisaje después de la batalla”.
Sus dos últimas primaveras las pasó convaleciente de las intervenciones quirúrgicas combinadas con quimioterapias destructivas. En estos tiempos discutía mucho con ella, porque pretendía cumplir estrictamente el tratamiento, con las severas restricciones en la alimentación y la vida. El primer año hubo empate, en tanto que había esperanzas de futuro que justificaban los sacrificios. Llegamos a un acuerdo para inventar “un día libre de tratamiento”, en el que íbamos a comer por ahí las delicias que tanto le gustaban. Después de ese día, cumplía el tratamiento, pero reinventado por nosotros, en el que se aliviaban las penurias. Sólo el tiempo de la quimio, le dejaba el cuerpo tan mal, que apenas quería comer.
Pero el segundo año, el contraste de mi visión, con la certeza de su sentencia y de su tiempo escaso, con la suya, que se aferraba a cualquier prescripción en espera del milagro, hizo que mi comportamiento fuera mucho más directivo. La verdad es que su médico me ayudó. Todos los días le traía una cerveza que le servía con una exquisitez sólida. Cuando lo planteó en la consulta le dijo que sí podía hacerlo, que una cerveza al día no tenía importancia.
Cuando llegamos a casa después de su segunda intervención, cinco meses antes de su muerte, se encontraba muy asustada. Quería seguir estrictamente el tratamiento. Me volqué especialmente con ella en este tiempo. Le traía todos los días exquisiteces y cociné lo que le gustaba, a pesar de que no soy buen cocinero. Con setas y gambas le preparaba platos con fideos de arroz. Le condimentaba laboriosamente varios tipos de arroz. En los últimos años, los viernes le compraba, en la sección de platos preparados del Corte Inglés, un arroz con sepia y verduras realmente bueno. También las rabas de su tierra, los chipirones en su tinta, los buñuelos de bacalao y espinacas, las berenjenas en distintas versiones, las menestras de verduras sublimes, las alcachofas y tantas cosas que le gustaban. Verla devorar estos manjares con las cervecitas alemanas y holandesas que le gustaban, era una delicia.
El primer día que, junto con un arroz tres delicias, le serví un vaso con cerveza, la rechazó enérgicamente apelando a su hígado. Le convencí de que tomara un sorbo. En los siguientes días el tratamiento se desintegró y tomaba una cerveza con la comida. Entonces le pude persuadir para que por la noche tomara un gin tonic que tanto le gustaba. Aprendí a discriminar entre las distintas tónicas y formas de servirlo. Disfrutaba mucho esa copa. Toda la tarde esperaba ese momento. Mis apresuradas idas y venidas a la facultad, desde las que buscaba un manjar nuevo o una copa nueva que pudiera sorprenderla, tenían como recompensa sus risas de niña cuando aparecía ante ella la sorpresa. Al igual que con sus plantas me siento huérfano cuando ahora regreso de la facultad con las manos vacías, pasando por los lugares en los que podía aparecer algo estimulante para Carmen.
Cuando en la primera consulta de revisión, confesó sus pecados al cirujano, este se comportó muy bien. Carmen le dijo “he tomado cerveza todos los días”. El médico le respondió en un tono serio y muy simpático “pero al menos la habrás tomado fría”. Eso justificó mis rutas de búsqueda de gratificaciones que mejorasen su vida amenazada. Recuerdo una tienda de alimentación tradicional granaína muy prestigiosa, las fruterías del centro que ofrecen unos higos que para ella eran el paraíso, las carnes en salsa de varios restaurantes y una tienda de comida preparada, regentada por una genovesa, que cocina todos los días platos italianos sublimes, en los que dominan las verduras, y reinan las berenjenas y los tomates.
El día que la ingresé en muy mal estado, convencidos de que se trataba de una intoxicación producida por la quimioterapia, sin saber que era la expansión final de su cáncer, después de estar cuatro horas en un pasillo donde le hacían sucesivas analíticas, llegó a la sala de observación de urgencias. Les hizo saber que tenía hambre y le dijeron que sí podía comer algo. Con su carita de colegiala transgresora me pidió que le llevara un bocadillo. Salí corriendo y le compré en un bar un bocadillo de lomo con tomate y queso. Le insistí que fuera jugoso. Cuando se lo di me preguntó si era de roquefort, que tanto le gustaba. Fue la última comida que le llevé. Seis días después murió allí en el hospital.
Entiendo que los tratamientos son imprescindibles pero no comparto su lógica biológica absoluta, que se sobrepone a cualquier situación particular. En el caso de Carmen creo que lo correcto era suavizarlo y proporcionarle satisfacciones. Cuando un enfermo se encuentra desplazándose por un circuito de especialistas médicos, en el que en cada parada se le prescribe un tratamiento, nadie tiene la competencia para integrarlos. Esto es imposible. Se hacen patentes las contradicciones entre prescripciones, las zonas susceptibles de interpretación, las fronteras entre sus preceptos, el antagonismo entre estas y actos de la vida. Así se configura el espacio en el que el paciente es un lector selectivo que recrea el tratamiento.
En la primera intervención de Carmen nos prescribieron que no podía comer nada sólido durante seis días, sólo zumos y otros líquidos. Tras consultar con otros médicos, algunos nos dijeron que esto era una barbaridad y reducían el período líquido a tres días. Las incongruencias entre las fuentes propician la autonomía de las lecturas de los tratamientos por parte de los pacientes. Un día contaré aquí mis atormentados intentos en el principio de mi enfermedad, de informarme acerca de la alimentación adecuada para el colesterol. Es increíble la diversidad de enfoques. Por eso ese post, que ya tengo en borrador, se denomina “el colesterol mágico”.
Pero donde el vacío generado por la ausencia de raíces en la vida del tratamiento es cuando no existe horizonte de recuperación, como en el caso que estoy contando. Aquí la institución-medicina adquiere su peor rostro. En una situación en la que el pronóstico es negativo, es preciso mejorar la calidad de la vida. En una situación de una enfermedad grave lo más importante es que el tratamiento pueda dialogar con las especificidades del paciente y su vida, así como que exista un interlocutor entre el dispositivo de especialistas y el paciente. Si no es así se puede afirmar que el paciente se encuentra en una cadena de montaje de una fábrica de asistencia médica, donde predominan las automatizaciones.
Por eso tuvimos que reinventar el tratamiento de Carmen. He contado las transgresiones, pero junto a estas hicimos cálculos para eludir algunos de sus platos favoritos. Renunciamos a las manitas de cerdo, a las croquetas y otros de sus placeres preferidos. Así ajustamos el tratamiento a sus condiciones y a nuestras valoraciones. Lo hicimos en ausencia de interlocutor médico. Porque la vida se encuentra deslocalizada de las consultas y "la cabecera" se encuentra vacía. Cuando nos acostábamos por las noches, bromeaba abrazado con ella diciéndole que los dos éramos carne de protocolo. Ella, siempre tan tierna y cariñosa, reía cuando le decía que le habían instalado un chip para saber lo que comía y bebía, y que en la siguiente consulta iba a ser interrogada por la autoridad. Nos dormíamos sabiendo que, a pesar de la dolorosa situación, algo agradable iba a acontecer mañana, y también pasado mañana.
Sus dos últimas primaveras las pasó convaleciente de las intervenciones quirúrgicas combinadas con quimioterapias destructivas. En estos tiempos discutía mucho con ella, porque pretendía cumplir estrictamente el tratamiento, con las severas restricciones en la alimentación y la vida. El primer año hubo empate, en tanto que había esperanzas de futuro que justificaban los sacrificios. Llegamos a un acuerdo para inventar “un día libre de tratamiento”, en el que íbamos a comer por ahí las delicias que tanto le gustaban. Después de ese día, cumplía el tratamiento, pero reinventado por nosotros, en el que se aliviaban las penurias. Sólo el tiempo de la quimio, le dejaba el cuerpo tan mal, que apenas quería comer.
Pero el segundo año, el contraste de mi visión, con la certeza de su sentencia y de su tiempo escaso, con la suya, que se aferraba a cualquier prescripción en espera del milagro, hizo que mi comportamiento fuera mucho más directivo. La verdad es que su médico me ayudó. Todos los días le traía una cerveza que le servía con una exquisitez sólida. Cuando lo planteó en la consulta le dijo que sí podía hacerlo, que una cerveza al día no tenía importancia.
Cuando llegamos a casa después de su segunda intervención, cinco meses antes de su muerte, se encontraba muy asustada. Quería seguir estrictamente el tratamiento. Me volqué especialmente con ella en este tiempo. Le traía todos los días exquisiteces y cociné lo que le gustaba, a pesar de que no soy buen cocinero. Con setas y gambas le preparaba platos con fideos de arroz. Le condimentaba laboriosamente varios tipos de arroz. En los últimos años, los viernes le compraba, en la sección de platos preparados del Corte Inglés, un arroz con sepia y verduras realmente bueno. También las rabas de su tierra, los chipirones en su tinta, los buñuelos de bacalao y espinacas, las berenjenas en distintas versiones, las menestras de verduras sublimes, las alcachofas y tantas cosas que le gustaban. Verla devorar estos manjares con las cervecitas alemanas y holandesas que le gustaban, era una delicia.
El primer día que, junto con un arroz tres delicias, le serví un vaso con cerveza, la rechazó enérgicamente apelando a su hígado. Le convencí de que tomara un sorbo. En los siguientes días el tratamiento se desintegró y tomaba una cerveza con la comida. Entonces le pude persuadir para que por la noche tomara un gin tonic que tanto le gustaba. Aprendí a discriminar entre las distintas tónicas y formas de servirlo. Disfrutaba mucho esa copa. Toda la tarde esperaba ese momento. Mis apresuradas idas y venidas a la facultad, desde las que buscaba un manjar nuevo o una copa nueva que pudiera sorprenderla, tenían como recompensa sus risas de niña cuando aparecía ante ella la sorpresa. Al igual que con sus plantas me siento huérfano cuando ahora regreso de la facultad con las manos vacías, pasando por los lugares en los que podía aparecer algo estimulante para Carmen.
Cuando en la primera consulta de revisión, confesó sus pecados al cirujano, este se comportó muy bien. Carmen le dijo “he tomado cerveza todos los días”. El médico le respondió en un tono serio y muy simpático “pero al menos la habrás tomado fría”. Eso justificó mis rutas de búsqueda de gratificaciones que mejorasen su vida amenazada. Recuerdo una tienda de alimentación tradicional granaína muy prestigiosa, las fruterías del centro que ofrecen unos higos que para ella eran el paraíso, las carnes en salsa de varios restaurantes y una tienda de comida preparada, regentada por una genovesa, que cocina todos los días platos italianos sublimes, en los que dominan las verduras, y reinan las berenjenas y los tomates.
El día que la ingresé en muy mal estado, convencidos de que se trataba de una intoxicación producida por la quimioterapia, sin saber que era la expansión final de su cáncer, después de estar cuatro horas en un pasillo donde le hacían sucesivas analíticas, llegó a la sala de observación de urgencias. Les hizo saber que tenía hambre y le dijeron que sí podía comer algo. Con su carita de colegiala transgresora me pidió que le llevara un bocadillo. Salí corriendo y le compré en un bar un bocadillo de lomo con tomate y queso. Le insistí que fuera jugoso. Cuando se lo di me preguntó si era de roquefort, que tanto le gustaba. Fue la última comida que le llevé. Seis días después murió allí en el hospital.
Entiendo que los tratamientos son imprescindibles pero no comparto su lógica biológica absoluta, que se sobrepone a cualquier situación particular. En el caso de Carmen creo que lo correcto era suavizarlo y proporcionarle satisfacciones. Cuando un enfermo se encuentra desplazándose por un circuito de especialistas médicos, en el que en cada parada se le prescribe un tratamiento, nadie tiene la competencia para integrarlos. Esto es imposible. Se hacen patentes las contradicciones entre prescripciones, las zonas susceptibles de interpretación, las fronteras entre sus preceptos, el antagonismo entre estas y actos de la vida. Así se configura el espacio en el que el paciente es un lector selectivo que recrea el tratamiento.
En la primera intervención de Carmen nos prescribieron que no podía comer nada sólido durante seis días, sólo zumos y otros líquidos. Tras consultar con otros médicos, algunos nos dijeron que esto era una barbaridad y reducían el período líquido a tres días. Las incongruencias entre las fuentes propician la autonomía de las lecturas de los tratamientos por parte de los pacientes. Un día contaré aquí mis atormentados intentos en el principio de mi enfermedad, de informarme acerca de la alimentación adecuada para el colesterol. Es increíble la diversidad de enfoques. Por eso ese post, que ya tengo en borrador, se denomina “el colesterol mágico”.
Pero donde el vacío generado por la ausencia de raíces en la vida del tratamiento es cuando no existe horizonte de recuperación, como en el caso que estoy contando. Aquí la institución-medicina adquiere su peor rostro. En una situación en la que el pronóstico es negativo, es preciso mejorar la calidad de la vida. En una situación de una enfermedad grave lo más importante es que el tratamiento pueda dialogar con las especificidades del paciente y su vida, así como que exista un interlocutor entre el dispositivo de especialistas y el paciente. Si no es así se puede afirmar que el paciente se encuentra en una cadena de montaje de una fábrica de asistencia médica, donde predominan las automatizaciones.
Por eso tuvimos que reinventar el tratamiento de Carmen. He contado las transgresiones, pero junto a estas hicimos cálculos para eludir algunos de sus platos favoritos. Renunciamos a las manitas de cerdo, a las croquetas y otros de sus placeres preferidos. Así ajustamos el tratamiento a sus condiciones y a nuestras valoraciones. Lo hicimos en ausencia de interlocutor médico. Porque la vida se encuentra deslocalizada de las consultas y "la cabecera" se encuentra vacía. Cuando nos acostábamos por las noches, bromeaba abrazado con ella diciéndole que los dos éramos carne de protocolo. Ella, siempre tan tierna y cariñosa, reía cuando le decía que le habían instalado un chip para saber lo que comía y bebía, y que en la siguiente consulta iba a ser interrogada por la autoridad. Nos dormíamos sabiendo que, a pesar de la dolorosa situación, algo agradable iba a acontecer mañana, y también pasado mañana.
martes, 25 de marzo de 2014
COSTA-GAVRAS EN COLÓN
Las ironías de la historia determinaron la concurrencia de la muerte de Adolfo Suárez, símbolo fundante de la democracia española, con la escenificación de un poder degradado que recurre a la manipulación en grado extremo. En la plaza de Colón se hizo patente el espectro de las mejores películas Costa-Gavras que desvelan los abusos del poder. Secciones especiales que ejecutan estrategias subterráneas, escenificaciones de mentiras, construcción de una narrativa que oculta algunas realidades fundamentales, selección arbitraria de los hechos, mediatización manipulada del acontecimiento, proyección de la responsabilidad a un chivo expiatorio. Parece que estamos viendo Z en la Grecia de los coroneles o Desaparecido, en una nueva versión, en la que el embajador norteamericano ha sido reemplazado por Cristina Cifuentes.
Me pregunto hasta donde puede llegar el gobierno actual, pero parece evidenciarse que su objetivo es la aniquilación del movimiento de la dignidad, y que ese fin justifica todos los medios imaginables.
Recomiendo la visión de los dos videos que presento. Son tan elocuentes que no necesitan comentario alguno. Me impresiona la violencia y el miedo ejercidos sobre los músicos. Es inevitable hacer analogías con otras épocas históricas. No puedo evitar preguntarme ¿hay alguna oposición o institución democrática por ahí? ¿y Europa?
Un beso al coro y orquesta de la dignidad, a Solfónica.
Me pregunto hasta donde puede llegar el gobierno actual, pero parece evidenciarse que su objetivo es la aniquilación del movimiento de la dignidad, y que ese fin justifica todos los medios imaginables.
Recomiendo la visión de los dos videos que presento. Son tan elocuentes que no necesitan comentario alguno. Me impresiona la violencia y el miedo ejercidos sobre los músicos. Es inevitable hacer analogías con otras épocas históricas. No puedo evitar preguntarme ¿hay alguna oposición o institución democrática por ahí? ¿y Europa?
Un beso al coro y orquesta de la dignidad, a Solfónica.
domingo, 23 de marzo de 2014
LAS DIGNIDADES DE LOS DEGRADADOS
Las marchas por la dignidad se han hecho presentes en las calles de Madrid este fin de semana. Las imágenes son elocuentes. Expresan la realidad de la sociedad resultante de la descomposición productiva por el final de la expansión de la construcción y el cese de múltiples actividades agrarias e industriales. La reforma laboral representa el catalizador de los procesos de conversión de los trabajadores en perceptores de ayudas en espera de una recuperación mitológica que les restituya su condición de empleados. En las calles comparece el rostro terrible de la reestructuración global, intensificada en los últimos años del gobierno de Zapatero, que abre el camino a la maquinaria implacable del gobierno Rajoy.
La humanidad que aparece en las marchas es aquella que sufre los efectos recombinados de la expulsión del mercado laboral, el drástico recorte de las ayudas y las prestaciones, la reconversión silenciosa de la sanidad, la minimización de los servicios sociales, la neutralización de las ayudas a la dependencia, el recorte de los salarios y las pensiones, el endurecimiento de los contratos y la intensificación de la precariedad, así como la reconfiguración de la educación. En esta situación de convergencia de los retrocesos, se expanden los trabajos situados en los márgenes de las regulaciones. Los abusos sobre el conglomerado de personas desempleadas, precarizadas o jóvenes en espera de su primer contrato, adquieren todo su esplendor.
La subsociedad resultante de esta reestructuración se puede definir, principalmente, como un conjunto de sectores sociales homologados por sus desamparos. Estos son el resultado de la suma de distintos factores que incrementan su vulnerabilidad. Este proceso representa un salto hacia una sociedad severamente dual, en donde la condición de ciudadano completo se encuentra restringida para una parte de la población. Por esta razón, la forma más precisa de designar a estos colectivos es el de la degradación. Su inclusión social es degradada en una ceremonia avalada por las instituciones predominantes.
El primer desamparo de este conglomerado social de los expulsados del mercado de trabajo, radica en la definición de su situación por parte de las instituciones políticas y mediáticas. En los discursos que estas producen, los reconocen como un conjunto de personas concentradas en espera de que, la eventual acumulación de decimales en las cifras que expresan el crecimiento del PIB, haga posible su contratación. De este modo, conforman una masa que es tratada para ser reconvertida en empleados eventuales que rotan por el mercado de trabajo. La cadena temporal que comienza por el desempleo/formación, se resuelve en un contrato precario, tras el que se retorna al origen del desempleo/formación. Se genera así un equivalente modernizado a los campos de concentración. Los internos siempre en espera del eterno retorno de un contrato. Así se construye un orden político desigual, en la que una parte de la población es tan dependiente, que carece de la posibilidad de ejercer la ciudadanía completa.
El segundo desamparo se ubica en las instituciones políticas. Este puede ser definido como una desincronización de las escalas. Las políticas estatales, determinan una marginación que se produce en una escala de rango superior, en tanto que son despojados de sus derechos fundamentales. Así son degradados política y socialmente de facto. Pero la magnitud de esta degradación, no se corresponde con las respuestas que suscita. Las decisiones de las políticas del gobierno, tienen consecuencias irreversibles para los degradados. Pero la vida institucional no registra tensiones proporcionales a la magnitud de estos cambios. En tanto que una parte de la población es desposeída de sus recursos elementales, la vida parlamentaria continúa con sus rutinas y sus invarianzas, en espera de la siguiente confrontación electoral. La definición compartida en el mundo de las instituciones es que se trata de una crisis, y, por consiguiente, esta tiene un final, tras el cual se presupone un ciclo de prosperidad. Los degradados son el precio de tal crisis. De esta manera nadie los representa ni los defiende con una intensidad proporcional a la regresión de su retroceso social. Así acumulan la condición de degradados y subrepresentados.
El tercer desamparo es el sindical. La dinámica de las relaciones laborales determina la ausencia de representación de los sectores expulsados del mercado laboral, de los precarizados y de los recién incorporados. Las primeras manifestaciones masivas de protesta contra la oleada de recortes del gobierno Rajoy, se han desactivado gradualmente. Las movilizaciones se han fragmentado y sectorializado. No se plantea la convergencia de las mismas en la perspectiva de la articulación de un conflicto global. De este modo, de nuevo se produce el desencuentro de las escalas. La escala máxima de las políticas del gobierno se impone a la escala mínima de las movilizaciones sectoriales y localizadas.
La ausencia de oposición política y sindical que se corresponda a la magnitud del conflicto derivado de esta dura reestructuración, determina la aparición de múltiples plataformas, mareas, iniciativas, movimientos de autodefensa y otras formas de acción colectiva. El movimiento de defensa de los deshauciados, la marea blanca de Madrid y otros movimientos, hacen patentes los vacíos de las respuestas de las oposiciones políticas y sindicales. Todos ellos están bien representados en las marchas de la dignidad de este fin de semana.
Pero el desamparo mayor de los degradados es el que se produce por la concurrencia entre el debilitamiento del conflicto en las instituciones y las movilizaciones, y su traslación al espacio mediático. Las televisiones escenifican los efectos de la reestructuración, sometiéndolo a un tratamiento en formato mediático y bajo el control de los nuevos expertos. Así, una legión de predicadores que proponen soluciones sencillas, héroes de quita y pon que encarnan la defensa de los degradados, expertos economistas que protagonizan duelos en sus pizarras, políticos populistas que responsabilizan a los partidos contrarios, intelectuales y artistas frikis, así como otras especies audiovisuales, ocupan las pantallas para estimular los sentimientos que animan a los degradados, reconvertidos ahora en audiencia.
Pero la representación televisiva de la degradación de los desempleados, precarizados y los que se encuentran en espera, no puede sustituir a la realidad de las instituciones y las acciones de los sectores sociales involucrados en el conflicto. Los formatos mediáticos estimulan los sentimientos de esperanza de los degradados, así como de los temores de aquellos que perciben el riesgo de serlo. En la realidad mediática, los guiones ejecutados constituyen un mundo de buenos y malos, de premios y castigos, cuyos códigos son ficticios. En este mundo los que representan las caricaturas de las posiciones son los más solicitados por las audiencias.
La ficción mediática se refuerza en internet. Numerosas personas degradadas se sienten satisfechas como consumidoras de vídeos de Youtube, en la que sus héroes castigan a los malvados. Los subtítulos de los vídeos son antológicos “fulano de tal pone en su sitio a mengano”. Pero ese castigo es ficticio. En la realidad externa al flujo mediático, prevalecen los corruptos de todas las facciones, se intensifican las políticas que sancionan a los degradados, se debilitan las oposiciones y los que no se han opuesto con energía a la reestructuración se preparan para el carnaval de la próxima campaña electoral.
Por eso, las marchas de la dignidad, que están constituidas por los cuerpos de los degradados, son más que sus imágenes. Expresan la voluntad de recuperar su condición de ciudadanos completos, y eso empieza por no aceptar ser humillados y defender su dignidad. Me parece terrible la movilización de mil setecientos policías, precisamente para representar un espectáculo de violencias que sustituya a la realidad de la manifestación, que fue un lugar de encuentro y suscitó muchos episodios de solidaridad con los degradados. En el interior de la masa de cuerpos estaba presente la dignidad, que siempre puede crecer en una situación de adversidad.
La humanidad que aparece en las marchas es aquella que sufre los efectos recombinados de la expulsión del mercado laboral, el drástico recorte de las ayudas y las prestaciones, la reconversión silenciosa de la sanidad, la minimización de los servicios sociales, la neutralización de las ayudas a la dependencia, el recorte de los salarios y las pensiones, el endurecimiento de los contratos y la intensificación de la precariedad, así como la reconfiguración de la educación. En esta situación de convergencia de los retrocesos, se expanden los trabajos situados en los márgenes de las regulaciones. Los abusos sobre el conglomerado de personas desempleadas, precarizadas o jóvenes en espera de su primer contrato, adquieren todo su esplendor.
La subsociedad resultante de esta reestructuración se puede definir, principalmente, como un conjunto de sectores sociales homologados por sus desamparos. Estos son el resultado de la suma de distintos factores que incrementan su vulnerabilidad. Este proceso representa un salto hacia una sociedad severamente dual, en donde la condición de ciudadano completo se encuentra restringida para una parte de la población. Por esta razón, la forma más precisa de designar a estos colectivos es el de la degradación. Su inclusión social es degradada en una ceremonia avalada por las instituciones predominantes.
El primer desamparo de este conglomerado social de los expulsados del mercado de trabajo, radica en la definición de su situación por parte de las instituciones políticas y mediáticas. En los discursos que estas producen, los reconocen como un conjunto de personas concentradas en espera de que, la eventual acumulación de decimales en las cifras que expresan el crecimiento del PIB, haga posible su contratación. De este modo, conforman una masa que es tratada para ser reconvertida en empleados eventuales que rotan por el mercado de trabajo. La cadena temporal que comienza por el desempleo/formación, se resuelve en un contrato precario, tras el que se retorna al origen del desempleo/formación. Se genera así un equivalente modernizado a los campos de concentración. Los internos siempre en espera del eterno retorno de un contrato. Así se construye un orden político desigual, en la que una parte de la población es tan dependiente, que carece de la posibilidad de ejercer la ciudadanía completa.
El segundo desamparo se ubica en las instituciones políticas. Este puede ser definido como una desincronización de las escalas. Las políticas estatales, determinan una marginación que se produce en una escala de rango superior, en tanto que son despojados de sus derechos fundamentales. Así son degradados política y socialmente de facto. Pero la magnitud de esta degradación, no se corresponde con las respuestas que suscita. Las decisiones de las políticas del gobierno, tienen consecuencias irreversibles para los degradados. Pero la vida institucional no registra tensiones proporcionales a la magnitud de estos cambios. En tanto que una parte de la población es desposeída de sus recursos elementales, la vida parlamentaria continúa con sus rutinas y sus invarianzas, en espera de la siguiente confrontación electoral. La definición compartida en el mundo de las instituciones es que se trata de una crisis, y, por consiguiente, esta tiene un final, tras el cual se presupone un ciclo de prosperidad. Los degradados son el precio de tal crisis. De esta manera nadie los representa ni los defiende con una intensidad proporcional a la regresión de su retroceso social. Así acumulan la condición de degradados y subrepresentados.
El tercer desamparo es el sindical. La dinámica de las relaciones laborales determina la ausencia de representación de los sectores expulsados del mercado laboral, de los precarizados y de los recién incorporados. Las primeras manifestaciones masivas de protesta contra la oleada de recortes del gobierno Rajoy, se han desactivado gradualmente. Las movilizaciones se han fragmentado y sectorializado. No se plantea la convergencia de las mismas en la perspectiva de la articulación de un conflicto global. De este modo, de nuevo se produce el desencuentro de las escalas. La escala máxima de las políticas del gobierno se impone a la escala mínima de las movilizaciones sectoriales y localizadas.
La ausencia de oposición política y sindical que se corresponda a la magnitud del conflicto derivado de esta dura reestructuración, determina la aparición de múltiples plataformas, mareas, iniciativas, movimientos de autodefensa y otras formas de acción colectiva. El movimiento de defensa de los deshauciados, la marea blanca de Madrid y otros movimientos, hacen patentes los vacíos de las respuestas de las oposiciones políticas y sindicales. Todos ellos están bien representados en las marchas de la dignidad de este fin de semana.
Pero el desamparo mayor de los degradados es el que se produce por la concurrencia entre el debilitamiento del conflicto en las instituciones y las movilizaciones, y su traslación al espacio mediático. Las televisiones escenifican los efectos de la reestructuración, sometiéndolo a un tratamiento en formato mediático y bajo el control de los nuevos expertos. Así, una legión de predicadores que proponen soluciones sencillas, héroes de quita y pon que encarnan la defensa de los degradados, expertos economistas que protagonizan duelos en sus pizarras, políticos populistas que responsabilizan a los partidos contrarios, intelectuales y artistas frikis, así como otras especies audiovisuales, ocupan las pantallas para estimular los sentimientos que animan a los degradados, reconvertidos ahora en audiencia.
Pero la representación televisiva de la degradación de los desempleados, precarizados y los que se encuentran en espera, no puede sustituir a la realidad de las instituciones y las acciones de los sectores sociales involucrados en el conflicto. Los formatos mediáticos estimulan los sentimientos de esperanza de los degradados, así como de los temores de aquellos que perciben el riesgo de serlo. En la realidad mediática, los guiones ejecutados constituyen un mundo de buenos y malos, de premios y castigos, cuyos códigos son ficticios. En este mundo los que representan las caricaturas de las posiciones son los más solicitados por las audiencias.
La ficción mediática se refuerza en internet. Numerosas personas degradadas se sienten satisfechas como consumidoras de vídeos de Youtube, en la que sus héroes castigan a los malvados. Los subtítulos de los vídeos son antológicos “fulano de tal pone en su sitio a mengano”. Pero ese castigo es ficticio. En la realidad externa al flujo mediático, prevalecen los corruptos de todas las facciones, se intensifican las políticas que sancionan a los degradados, se debilitan las oposiciones y los que no se han opuesto con energía a la reestructuración se preparan para el carnaval de la próxima campaña electoral.
Por eso, las marchas de la dignidad, que están constituidas por los cuerpos de los degradados, son más que sus imágenes. Expresan la voluntad de recuperar su condición de ciudadanos completos, y eso empieza por no aceptar ser humillados y defender su dignidad. Me parece terrible la movilización de mil setecientos policías, precisamente para representar un espectáculo de violencias que sustituya a la realidad de la manifestación, que fue un lugar de encuentro y suscitó muchos episodios de solidaridad con los degradados. En el interior de la masa de cuerpos estaba presente la dignidad, que siempre puede crecer en una situación de adversidad.
sábado, 15 de marzo de 2014
LOS PACIENTES Y LAS ARTES DE HACER
Los pacientes han sido entendidos como portadores de enfermedades. La medicina ha desarrollado una actividad muy intensa para comprenderlas, que ha tenido como contrapartida el desinterés por el enfermo. Desde los años ochenta la asistencia sanitaria es reabsorbida por el desarrollo de una nueva y poderosa sociedad de producción-consumo. El huracán consumerista sobre los sistemas sanitarios determina la reconversión de los pacientes, ahora entendidos como clientes-consumidores. La satisfacción adquiere una centralidad incuestionable, como expresión de los intereses de los recién llegados clientes-compradores a tan renovado mercado.
Desde la perspectiva de los dos sistemas de significación presentes, el biomédico convencional y el consumerista, el paciente es un ser mecánico, cuyo comportamiento resulta de determinaciones biológicas o estructurales. La literatura médica, con raras excepciones, ilustra la ausencia de reflexividad acerca del paciente. Me inquieta repasar artículos acerca de los enfermos diabéticos, reducidos a conjuntos de variables que se significan mediante métodos estadísticos. La vida se sitúa en el exterior del mundo constituido por tal comunidad científico-profesional, ahora fusionada con la comercial. De ese modo, los enfermos son desposeídos de sus capacidades para vivir su propia vida, siendo inscritos en guiones en los que ejecutan las prescripciones determinadas por los profesionales.
En este blog he tratado de recuperar el espesor vital de los enfermos en mis derivas diabéticas y otros textos. En mis clases de sociología de la salud, repaso un conjunto de perspectivas teóricas, desde las que los pacientes son rehabilitados como seres que hacen cálculos, configuran prácticas y son portadores de saberes profanos que utilizan en su vida cotidiana. Así, los enfermos son seres individuales y sociales capaces de encarnar las representaciones sociales, los hábitus o las posiciones subalternas en sistemas de relaciones sociales definidos por la existencia de autoridad. En las conceptualizaciones de Jodelet, Moscovici, Bourdieu, Foucault y otros autores, se pueden comprender a los pacientes como seres vivos, más allá de la patología y del target group o segmento comercial.
Hoy voy a introducir una perspectiva teórica muy importante. Quien haya seguido este blog reconocerá la gran influencia en mi propia mirada. Se trata de distintos autores que reformulan el papel de las personas que ocupan posiciones subordinadas en sistemas de autoridad. En mi opinión, las corrientes más importantes son las teorías de la resistencia en sociología de la educación, los paradigmas de la recepción en la comunicación, algunas sociologías de la vida cotidiana, y, sobre todo, un autor al que considero monumental: Michael de Certeau.
Michael de Certeau es un historiador francés, pero su obra trasciende cualquier disciplina. Su libro “La invención de lo cotidiano”, que consta de dos volúmenes, el primero “artes de hacer”. El segundo “Habitar. Cocinar”, es una obra fundamental para comprender cómo las personas se desempeñan en lo cotidiano y en las esferas especializadas, en donde se encuentran sometidas a relaciones de autoridad. Los denominados como “personas comunes”, aparecen muy lejos de ser pasivos. Por el contrario tienen la capacidad de inventar un repertorio de prácticas que modifica cualquier orden establecido.
En “La invención de lo cotidiano” se muestra a una esplendorosa persona común, que cuando “sale” de su ámbito cotidiano para viajar a los confines de una esfera especializada en la que su papel se encuentra rigurosamente determinado, no desempeña mecánicamente el papel que tiene asignado, sino que desarrolla un repertorio de prácticas, que con frecuencia reconfiguran el orden establecido. La persona ordinaria es un “hacedor de prácticas”, un avezado sujeto con capacidad de desarrollar “las artes de hacer”. Así, las personas comunes desarrollan distintas tácticas, operaciones minúsculas, detalles imperceptibles, maniobras chapuceras. Del conjunto de estas tácticas resulta la erosión del sistema de autoridad.
En los órdenes institucionales del presente, se incrementan las regulaciones así como la consistencia de los discursos institucionales. Frente a ellos, las personas comunes desarrollan sus prácticas sin discurso. Porque su fuerza radica en que, precisamente, no producen ningún discurso. Pero detentan el poder de la lectura de estos y de la autoría de los usos y aplicaciones de lo establecido. Esto les proporciona la posibilidad de tergiversar los sentidos institucionales y constituir un margen en el que se pueda interpretar silenciosamente.
De esta forma, las personas ordinarias modifican efectivamente los órdenes institucionales y tienen la capacidad de desviar los órdenes estatales, mercantiles o institucionales. Siendo invisibles e imperceptibles pueden recrear esos órdenes regulados haciéndolos más habitables y compatibles con las significaciones que imperan en la vida cotidiana, que son, principalmente, lo ordinario, lo minúsculo y lo cotidiano. La presencia inevitable de la vida cotidiana en cualquier orden institucional, altera el funcionamiento de estos, debido a las resistencias mudas, pero efectivas, de lo que ha sido denominado como “las redes de la antidisciplina”. Su presencia es universal en las empresas, los centros educativos y las organizaciones.
En el sistema sanitario, los pacientes se inscriben en un orden institucional regulado que les asigna un estatuto subordinado y con un alto grado de dependencia. Pero, aún a pesar de que tienen que aceptar que la solución a su problema se encuentra dentro de los límites del sistema, sus sentidos cotidianos y sus prácticas profanas representan una forma latente de disputar y negociar el sentido. Así ejercen presiones silenciosas, pero perceptibles para los profesionales, testigos de sus numerosas formas de resistencia pasiva a la racionalización de la vida que implican los distintos tratamientos.
En las consultas, definidas por una relación tan asimétrica, las artes de hacer pueden llegar a alcanzar todo su esplendor. Los pacientes, en una situación de inferioridad frente al profesional, desarrollan tácticas de resistencia, maniobras para la suavización del tratamiento, operaciones microscópicas en la comunicación y otras astucias múltiples que refuercen su posición. Muchos tratan de hacerse invisibles e imperceptibles. Detrás de la hipersumisión se encuentran creatividades dispersas asombrosas, que preservan las gratificaciones de la vida amenazadas en esa relación. Pero los pacientes experimentan su “libertad en la sumisión” en las lecturas de los tratamientos. Saben que son los protagonistas de la recepción y de la construcción de los usos de las prescripciones.
No se puede sobreestimar la capacidad de los pacientes para revertir las relaciones de las consultas, pero sus logros son manifiestos. La erosión de las regulaciones y los discursos profesionales son patentes. Actúan como las fuerzas que cercan los imperios, que son debilitados desde dentro. La resistencia se apodera de las salas espera para presentarse subrepticiamente en el interior de las consultas. En los hospitales, donde los pacientes se encuentran reforzados por los acompañantes, el proceso es más manifiesto. Los médicos y las enfermeras son extraños al orden recreado por los presentes en el acompañamiento de los enfermos.
En cualquier caso, como soy un profesor, experimento la actuación de las redes de la antidisciplina en el aula y en la consulta. En la primera son manifiestamente más sólidas. Tienen la capacidad de crear todo un mundo cotidiano del que el profesor queda excluido. En otra ocasión volveré a este tema. Soy consciente de que desvelar esta dimensión de la realidad resulta inquietante para muchos profesionales. Admitir que existe un sistema externo en el que no estás incluido, y que la relación con el paciente es más compleja de lo que parece, y, por consiguiente, que tus actuaciones tienen límites, es más que problemático. Más en este tiempo en el que imperan las ideologías profesionales intensas refundidas con las comerciales.
Termino haciendo una reflexión. Cuando leí por primera vez a de Certeau me suscitó un gran impacto y muchas dudas. Con el tiempo he llegado a comprender la importancia de esta visión. Si la tuviera que sintetizar, diría que los sistemas humanos son vivibles gracias a la acción de los hacedores de prácticas que los hacen soportables. Esa recombinación de lo cotidiano y lo institucional alivia los efectos vividos de las instituciones. De aquí se deriva una afirmación inquietante: en general, las redes de la antidisciplina representan un freno al cambio en las organizaciones, en tanto que disminuyen la intensidad de las posibles réplicas y debilitan a las fuerzas que persiguen el cambio.
Lo más necio de este tiempo es contemplar cómo la propaganda estatal-comercial insiste en el precepto de que "el protagonista es el paciente". No les quepa ninguna duda de que eso es así.
Desde la perspectiva de los dos sistemas de significación presentes, el biomédico convencional y el consumerista, el paciente es un ser mecánico, cuyo comportamiento resulta de determinaciones biológicas o estructurales. La literatura médica, con raras excepciones, ilustra la ausencia de reflexividad acerca del paciente. Me inquieta repasar artículos acerca de los enfermos diabéticos, reducidos a conjuntos de variables que se significan mediante métodos estadísticos. La vida se sitúa en el exterior del mundo constituido por tal comunidad científico-profesional, ahora fusionada con la comercial. De ese modo, los enfermos son desposeídos de sus capacidades para vivir su propia vida, siendo inscritos en guiones en los que ejecutan las prescripciones determinadas por los profesionales.
En este blog he tratado de recuperar el espesor vital de los enfermos en mis derivas diabéticas y otros textos. En mis clases de sociología de la salud, repaso un conjunto de perspectivas teóricas, desde las que los pacientes son rehabilitados como seres que hacen cálculos, configuran prácticas y son portadores de saberes profanos que utilizan en su vida cotidiana. Así, los enfermos son seres individuales y sociales capaces de encarnar las representaciones sociales, los hábitus o las posiciones subalternas en sistemas de relaciones sociales definidos por la existencia de autoridad. En las conceptualizaciones de Jodelet, Moscovici, Bourdieu, Foucault y otros autores, se pueden comprender a los pacientes como seres vivos, más allá de la patología y del target group o segmento comercial.
Hoy voy a introducir una perspectiva teórica muy importante. Quien haya seguido este blog reconocerá la gran influencia en mi propia mirada. Se trata de distintos autores que reformulan el papel de las personas que ocupan posiciones subordinadas en sistemas de autoridad. En mi opinión, las corrientes más importantes son las teorías de la resistencia en sociología de la educación, los paradigmas de la recepción en la comunicación, algunas sociologías de la vida cotidiana, y, sobre todo, un autor al que considero monumental: Michael de Certeau.
Michael de Certeau es un historiador francés, pero su obra trasciende cualquier disciplina. Su libro “La invención de lo cotidiano”, que consta de dos volúmenes, el primero “artes de hacer”. El segundo “Habitar. Cocinar”, es una obra fundamental para comprender cómo las personas se desempeñan en lo cotidiano y en las esferas especializadas, en donde se encuentran sometidas a relaciones de autoridad. Los denominados como “personas comunes”, aparecen muy lejos de ser pasivos. Por el contrario tienen la capacidad de inventar un repertorio de prácticas que modifica cualquier orden establecido.
En “La invención de lo cotidiano” se muestra a una esplendorosa persona común, que cuando “sale” de su ámbito cotidiano para viajar a los confines de una esfera especializada en la que su papel se encuentra rigurosamente determinado, no desempeña mecánicamente el papel que tiene asignado, sino que desarrolla un repertorio de prácticas, que con frecuencia reconfiguran el orden establecido. La persona ordinaria es un “hacedor de prácticas”, un avezado sujeto con capacidad de desarrollar “las artes de hacer”. Así, las personas comunes desarrollan distintas tácticas, operaciones minúsculas, detalles imperceptibles, maniobras chapuceras. Del conjunto de estas tácticas resulta la erosión del sistema de autoridad.
En los órdenes institucionales del presente, se incrementan las regulaciones así como la consistencia de los discursos institucionales. Frente a ellos, las personas comunes desarrollan sus prácticas sin discurso. Porque su fuerza radica en que, precisamente, no producen ningún discurso. Pero detentan el poder de la lectura de estos y de la autoría de los usos y aplicaciones de lo establecido. Esto les proporciona la posibilidad de tergiversar los sentidos institucionales y constituir un margen en el que se pueda interpretar silenciosamente.
De esta forma, las personas ordinarias modifican efectivamente los órdenes institucionales y tienen la capacidad de desviar los órdenes estatales, mercantiles o institucionales. Siendo invisibles e imperceptibles pueden recrear esos órdenes regulados haciéndolos más habitables y compatibles con las significaciones que imperan en la vida cotidiana, que son, principalmente, lo ordinario, lo minúsculo y lo cotidiano. La presencia inevitable de la vida cotidiana en cualquier orden institucional, altera el funcionamiento de estos, debido a las resistencias mudas, pero efectivas, de lo que ha sido denominado como “las redes de la antidisciplina”. Su presencia es universal en las empresas, los centros educativos y las organizaciones.
En el sistema sanitario, los pacientes se inscriben en un orden institucional regulado que les asigna un estatuto subordinado y con un alto grado de dependencia. Pero, aún a pesar de que tienen que aceptar que la solución a su problema se encuentra dentro de los límites del sistema, sus sentidos cotidianos y sus prácticas profanas representan una forma latente de disputar y negociar el sentido. Así ejercen presiones silenciosas, pero perceptibles para los profesionales, testigos de sus numerosas formas de resistencia pasiva a la racionalización de la vida que implican los distintos tratamientos.
En las consultas, definidas por una relación tan asimétrica, las artes de hacer pueden llegar a alcanzar todo su esplendor. Los pacientes, en una situación de inferioridad frente al profesional, desarrollan tácticas de resistencia, maniobras para la suavización del tratamiento, operaciones microscópicas en la comunicación y otras astucias múltiples que refuercen su posición. Muchos tratan de hacerse invisibles e imperceptibles. Detrás de la hipersumisión se encuentran creatividades dispersas asombrosas, que preservan las gratificaciones de la vida amenazadas en esa relación. Pero los pacientes experimentan su “libertad en la sumisión” en las lecturas de los tratamientos. Saben que son los protagonistas de la recepción y de la construcción de los usos de las prescripciones.
No se puede sobreestimar la capacidad de los pacientes para revertir las relaciones de las consultas, pero sus logros son manifiestos. La erosión de las regulaciones y los discursos profesionales son patentes. Actúan como las fuerzas que cercan los imperios, que son debilitados desde dentro. La resistencia se apodera de las salas espera para presentarse subrepticiamente en el interior de las consultas. En los hospitales, donde los pacientes se encuentran reforzados por los acompañantes, el proceso es más manifiesto. Los médicos y las enfermeras son extraños al orden recreado por los presentes en el acompañamiento de los enfermos.
En cualquier caso, como soy un profesor, experimento la actuación de las redes de la antidisciplina en el aula y en la consulta. En la primera son manifiestamente más sólidas. Tienen la capacidad de crear todo un mundo cotidiano del que el profesor queda excluido. En otra ocasión volveré a este tema. Soy consciente de que desvelar esta dimensión de la realidad resulta inquietante para muchos profesionales. Admitir que existe un sistema externo en el que no estás incluido, y que la relación con el paciente es más compleja de lo que parece, y, por consiguiente, que tus actuaciones tienen límites, es más que problemático. Más en este tiempo en el que imperan las ideologías profesionales intensas refundidas con las comerciales.
Termino haciendo una reflexión. Cuando leí por primera vez a de Certeau me suscitó un gran impacto y muchas dudas. Con el tiempo he llegado a comprender la importancia de esta visión. Si la tuviera que sintetizar, diría que los sistemas humanos son vivibles gracias a la acción de los hacedores de prácticas que los hacen soportables. Esa recombinación de lo cotidiano y lo institucional alivia los efectos vividos de las instituciones. De aquí se deriva una afirmación inquietante: en general, las redes de la antidisciplina representan un freno al cambio en las organizaciones, en tanto que disminuyen la intensidad de las posibles réplicas y debilitan a las fuerzas que persiguen el cambio.
Lo más necio de este tiempo es contemplar cómo la propaganda estatal-comercial insiste en el precepto de que "el protagonista es el paciente". No les quepa ninguna duda de que eso es así.
miércoles, 12 de marzo de 2014
LOS SECRETAS
Después de una pausa debida a varios días de gripe reanudo mi presencia en Tránsitos Intrusos. Han sido días de escalofríos y sudores; de tormentas en el interior de mi sistema respiratorio, que viajan desde la garganta hasta los bronquios; de un catálogo de toses mutantes que se reemplazan; de fármacos diferentes, que me dejan en un estado de suspensión de mi cabeza; de temor por los efectos con mi diabetes, lo cual ha intensificado la vigilancia sobre mí mismo, incrementando los pinchazos, tan cotidianos, pero diferentes en este estado de desactivación; también de sensaciones corporales extrañas que delatan procesos que tienen lugar en mi interior.
En los peores días, la persona que me cuidaba me traía algunas noticias del mundo exterior. Una de ellas era la activación, por parte del ayuntamiento, del control sobre los perros que se encuentran sueltos, multando a los propietarios. La forma de sorprenderlos es mediante la presencia inesperada de “los secretas”, que, sin uniforme que los delate, pueden aproximarse al infractor sin ser percibidos.
En una plaza próxima a mi casa, un grupo entrañable de amas de casa de varias edades, algunos varones desplazados del trabajo por la crisis de la construcción y algún joven en espera pausada, se congregan con sus perros, tanto por la mañana como por la tarde. En tanto que los animales juegan alegremente entre ellos, los dueños conversan animadamente sobre sus historias cotidianas y sobre sus mascotas. Es un grupo en el que impera la convivencialidad y la cordialidad, así como un devenir temporal lento. Nadie tiene mucha prisa y todos gozan del espectáculo de sus perros y sus historias. Se trata de un trozo de vida cotidiana definido por la ausencia de una finalidad. El asunto radica en hablar, estar, ver, reír, compartir un estado de ánimo e intercambiar en un clima amistoso, en el que cada uno siempre es bienvenido.
Para las autoridades y su brazo ejecutor, los secretas, el grupo forma un trozo de vida extraño, que es preciso eliminar, en tanto que incumple una ordenanza municipal. Es necesario convertir las calles y los espacios urbanos en lugares de paso para las funciones comerciales y productivas. Estos son los sentidos de la modernización urbana de la ciudad-escaparate, que expulsa de la calle a los grupos marginales a las actividades productivas: los jóvenes, los mayores, las amas de casa, los desempleados y otros sectores circulantes. La calle no puede ser un espacio de anclaje, sino un lugar donde las personas fluyan entre lugares definidos por las actividades mercantiles.
Los secretas, más allá de su proliferación en las películas de mi infancia, aparecen en los viajes en tren de aquellos tiempos, en los que comparecían en los departamentos requiriendo la documentación a los viajeros. En mi juventud, los secretas se hicieron omnipresentes y poblaron algunos años de mi vida. En los últimos años comparecen con una frecuencia cada vez más intensa. Siempre persiguen infracciones de orden menor, en tanto que se evidencian múltiples, incesantes y monumentales delitos de los poderosos. Estos no son secretos, sino que, por el contrario, son públicos y se encuentran a la vista de todos. Me pregunto si los secretas incomodan u hostigan a Blesa y la saga de poderosos económicos y políticos, que habitan en las moradas electrónicas mediante la hipervisivilidad.
Por eso quiero contar un dulce sueño de estos días de sudores y pesadillas gripales. Pude ver la ciudad que habito, en la que todo parecía encontrarse igual, pero donde se había producido una portentosa mutación de los secretas. Ahora no eran gentes que comparecían súbitamente para perseguir a infractores menores, sino que su misión había cambiado. Se presentaban amablemente para obsequiar a las gentes con inesperados actos amistosos, donde imperaba la afectividad y el reconocimiento.
Pude ver a unos secretas que se presentaban sorprendentemente en el domicilio de una anciana, a la que tras unas palabras cálidas de presentación, se descubrían como fisioterapeutas, obsequiándola con un masaje fantástico, que concluía con un plato de fresas con nata y unos besos de despedida.
También vi a unos secretas que interceptaban a un camión nocturno de la basura y ofrecían a los empleados un delicioso mosto y unas palabras amables, en una breve, pero intensa pausa.
Alguien me contó que unos secretas habían aparecido en un domicilio de un ama de casa, presentándose como peluqueros, arreglando el pelo y el cutis de la señora de modo que sorprendiese a su marido en su retorno al hogar. Dicen que se presentaron en un piso de inmigrantes africanos portando varias tartas, que regalaron a los sorprendidos moradores tras una conversación distendida. También escuché a alguien que unos secretas habían comparecido en la oficina de empleo y se habían descubierto como músicos haciendo un concierto fantástico que terminó en un aperitivo con las mejores tapas imaginadas.
Un sentimiento se extendió por la ciudad acerca de la proliferación de secretas. Se hablaba de médicos que visitaban enfermos especiales; de enfermeras que portaban viandas y sonrisas en sus visitas; de extraños secretas que en realidad eran actores de teatro, o poetas que obsequiaban a la gente sencilla con sus exquisitas producciones. También de fotógrafos, de artistas, payasos, músicos de todas las clases imaginables, que se hacían presentes como secretas para las personas en riesgo de deshaucio y otras situaciones difíciles.
Un rumor afirmaba que, cuando alguien entraba en una fotocopiadora para reproducir su curriculum, un secreta terminaba obsequiándole con unas palabras amables y un beso. Alguien se sentía inquieto porque la ciudad se pudiera convertir en una cadena de múltiples secretas ayudando a distintas personas. Pero entre los desempleados, trabajadores precarios, ancianos, enfermos, inmigrantes, jóvenes sorprendidos y otras poblaciones se producía un sentimiento insólito de fantasía. Todos se miraban en los espacios públicos en espera de cualquiera pudiera revelarse como un secreta con la misión de ayudar.
He vuelto a mi mundo y a las calles de la ciudad que habito, en el que los secretas son una amenaza proporcional al grado de poder económico, político y social que detente cada persona.
En los peores días, la persona que me cuidaba me traía algunas noticias del mundo exterior. Una de ellas era la activación, por parte del ayuntamiento, del control sobre los perros que se encuentran sueltos, multando a los propietarios. La forma de sorprenderlos es mediante la presencia inesperada de “los secretas”, que, sin uniforme que los delate, pueden aproximarse al infractor sin ser percibidos.
En una plaza próxima a mi casa, un grupo entrañable de amas de casa de varias edades, algunos varones desplazados del trabajo por la crisis de la construcción y algún joven en espera pausada, se congregan con sus perros, tanto por la mañana como por la tarde. En tanto que los animales juegan alegremente entre ellos, los dueños conversan animadamente sobre sus historias cotidianas y sobre sus mascotas. Es un grupo en el que impera la convivencialidad y la cordialidad, así como un devenir temporal lento. Nadie tiene mucha prisa y todos gozan del espectáculo de sus perros y sus historias. Se trata de un trozo de vida cotidiana definido por la ausencia de una finalidad. El asunto radica en hablar, estar, ver, reír, compartir un estado de ánimo e intercambiar en un clima amistoso, en el que cada uno siempre es bienvenido.
Para las autoridades y su brazo ejecutor, los secretas, el grupo forma un trozo de vida extraño, que es preciso eliminar, en tanto que incumple una ordenanza municipal. Es necesario convertir las calles y los espacios urbanos en lugares de paso para las funciones comerciales y productivas. Estos son los sentidos de la modernización urbana de la ciudad-escaparate, que expulsa de la calle a los grupos marginales a las actividades productivas: los jóvenes, los mayores, las amas de casa, los desempleados y otros sectores circulantes. La calle no puede ser un espacio de anclaje, sino un lugar donde las personas fluyan entre lugares definidos por las actividades mercantiles.
Los secretas, más allá de su proliferación en las películas de mi infancia, aparecen en los viajes en tren de aquellos tiempos, en los que comparecían en los departamentos requiriendo la documentación a los viajeros. En mi juventud, los secretas se hicieron omnipresentes y poblaron algunos años de mi vida. En los últimos años comparecen con una frecuencia cada vez más intensa. Siempre persiguen infracciones de orden menor, en tanto que se evidencian múltiples, incesantes y monumentales delitos de los poderosos. Estos no son secretos, sino que, por el contrario, son públicos y se encuentran a la vista de todos. Me pregunto si los secretas incomodan u hostigan a Blesa y la saga de poderosos económicos y políticos, que habitan en las moradas electrónicas mediante la hipervisivilidad.
Por eso quiero contar un dulce sueño de estos días de sudores y pesadillas gripales. Pude ver la ciudad que habito, en la que todo parecía encontrarse igual, pero donde se había producido una portentosa mutación de los secretas. Ahora no eran gentes que comparecían súbitamente para perseguir a infractores menores, sino que su misión había cambiado. Se presentaban amablemente para obsequiar a las gentes con inesperados actos amistosos, donde imperaba la afectividad y el reconocimiento.
Pude ver a unos secretas que se presentaban sorprendentemente en el domicilio de una anciana, a la que tras unas palabras cálidas de presentación, se descubrían como fisioterapeutas, obsequiándola con un masaje fantástico, que concluía con un plato de fresas con nata y unos besos de despedida.
También vi a unos secretas que interceptaban a un camión nocturno de la basura y ofrecían a los empleados un delicioso mosto y unas palabras amables, en una breve, pero intensa pausa.
Alguien me contó que unos secretas habían aparecido en un domicilio de un ama de casa, presentándose como peluqueros, arreglando el pelo y el cutis de la señora de modo que sorprendiese a su marido en su retorno al hogar. Dicen que se presentaron en un piso de inmigrantes africanos portando varias tartas, que regalaron a los sorprendidos moradores tras una conversación distendida. También escuché a alguien que unos secretas habían comparecido en la oficina de empleo y se habían descubierto como músicos haciendo un concierto fantástico que terminó en un aperitivo con las mejores tapas imaginadas.
Un sentimiento se extendió por la ciudad acerca de la proliferación de secretas. Se hablaba de médicos que visitaban enfermos especiales; de enfermeras que portaban viandas y sonrisas en sus visitas; de extraños secretas que en realidad eran actores de teatro, o poetas que obsequiaban a la gente sencilla con sus exquisitas producciones. También de fotógrafos, de artistas, payasos, músicos de todas las clases imaginables, que se hacían presentes como secretas para las personas en riesgo de deshaucio y otras situaciones difíciles.
Un rumor afirmaba que, cuando alguien entraba en una fotocopiadora para reproducir su curriculum, un secreta terminaba obsequiándole con unas palabras amables y un beso. Alguien se sentía inquieto porque la ciudad se pudiera convertir en una cadena de múltiples secretas ayudando a distintas personas. Pero entre los desempleados, trabajadores precarios, ancianos, enfermos, inmigrantes, jóvenes sorprendidos y otras poblaciones se producía un sentimiento insólito de fantasía. Todos se miraban en los espacios públicos en espera de cualquiera pudiera revelarse como un secreta con la misión de ayudar.
He vuelto a mi mundo y a las calles de la ciudad que habito, en el que los secretas son una amenaza proporcional al grado de poder económico, político y social que detente cada persona.
lunes, 3 de marzo de 2014
EL TRÁNSITO DE LAS SEDUCCIONES: DE LOS HIPOTECADOS A LOS EMPRENDEDORES
“Yo observo la historia de los tesoros que ustedes encontraron. ¡Veo la continuación! Mi sabiduría es tan despreciada como el caos. ¿Qué es mi nada, frente al estupor que les espera a ustedes?”
Arthur Rimbaud
Sufrieron los efectos de una confrontación explosiva, casi inevitable en una estructura social e institucional tan arcaica. Atravesaron los largos años de postguerra, en los que fueron víctimas de la pobreza, la inmovilidad, la ignorancia, el autoritarismo y el miedo, derivados del gobierno de unas élites e instituciones extraviadas en el tiempo histórico y que aquí habían encontrado su arraigo. Fue un tiempo de expectativas cero, en el que sólo se podía aspirar a sobrevivir en la convergencia de las penurias y a soñar con un futuro mejor.
Algunos salieron a Europa, en donde experimentaron las ventajas del capitalismo fordista. En el principio de los años sesenta, muchos fueron beneficiarios del crecimiento económico y de la primera versión de la sociedad de consumo de masas. La nueva norma de consumo hizo posible la acumulación personal: la casa-escaparate, en donde los electrodomésticos crecían y en la que fue coronada la televisión en la sala de estar; el automóvil; el fin de semana; las vacaciones y los viajes; la compra en expansión, desde los ultramarinos regidos por la escasez a los vistosos supermercados que anuncian el advenimiento de los centros comerciales, donde los productos se ofrecen en una ceremonia de ostentación, en la que se pueden experimentar trayectorias múltiples.
El factor singular de la España de los sesenta y setenta es el contraste intenso entre la pobreza severa y la inmovilidad social inmediatamente anterior, con la extensión de la nueva norma de consumo, que es vivida como un salto prodigioso. Pero, en tanto que el crecimiento español de esos años determina la transferencia de importantes contingentes de la población rural a las ciudades, el incremento de los salarios para los obreros industriales y la formación de una nueva clase media integrada por burócratas, técnicos y profesionales, tanto el régimen autoritario, como el Estado y las grandes organizaciones permanecen inmóviles.
Esta situación genera un imaginario optimista, en el que lo político se encuentra subordinado como un elemento poco relevante. Se vive una situación en la que se hace posible, para distintos contingentes de personas, el progreso en el bienestar económico, en las credenciales educativas logradas, en la asistencia sanitaria y las ayudas del estado. Este es el primer salto que queda grabado en la conciencia colectiva. De ahí resulta una expansión de expectativas, así como la generalización de la creencia en el mérito individual, la igualdad de oportunidades y la movilidad social.
El advenimiento de la democracia y sus primeros años confirma el imaginario positivo de la versión española del progreso, entendido en los términos del incremento de los consumos públicos y privados. Pero, en los años siguientes, tanto las crisis económicas como la dinámica del nuevo estado, tienen como consecuencia la cristalización de un distanciamiento respecto a la política, que adquiere una considerable intensidad. La ausencia de respuesta a la corrupción, al autoritarismo en el ejercicio del poder y la congelación del cambio en algunos de los grandes aparatos del estado de bienestar, son más que elocuentes.
La integración en Europa reporta la multiplicación de las ayudas, que se producen en forma de “ciclogénesis explosiva”. Así, se produce la convergencia de progresiones geométricas de los recursos materiales para las infraestructuras, para la educación y la sanidad pública. La construcción de edificios sin fin, emplea a una gran cantidad de personas, nutriendo al consumo y la economía. Pero esta expansión oculta el comienzo de la decadencia de las actividades económicas productivas, sin las que los monumentales incrementos de recursos de la economía son como gigantes con los pies de barro.
En la década de los ochenta, los recién advenidos a la opulencia multiplican sus consumos. En la sociedad española resplandece una institución fundamental que lo propicia: el crédito. Los Bancos y las cajas de ahorro, en las que se encuentran incrustadas las nuevas élites políticas, hacen factible un huracán de euforia consumista. El nuevo estado descubre que el lugar más cercano a los potencialmente propietarios-hipotecados es el suelo. Las autoridades de todos los niveles generan una escalada de inversiones inédita. La ausencia de élites que reflexionen acerca de este crecimiento efímero es patente. La universidad guarda silencio, administrando su patrimonio inmobiliario, resultante de la multiplicación de los edificios y campus. Los antaño intelectuales, se encuentran polarizados en torno al próspero mercado cultural que distribuye premios y sanciones. Los medios y periodistas más reflexivos en los años de la transición, se adaptan a las líneas establecidas por las reestructuraciones en el ecosistema informativo, que favorecen a los grandes grupos, nucleados en torno a las opciones de poder político y económico.
En este ambiente, en el que la euforia y la ausencia de reflexión se recombinan ocultando el vacío del proyecto, se procede a la seducción a gran escala de los denominados ciudadanos, recientemente advenidos al bienestar material, ahora entendidos como potenciales compradores de casas e hipotecas. Ellos son la verdadera materia prima sobre la que se representa la versión española del fin de la historia. Las instituciones de la seducción, entran en escena para acompañar a las del crédito. La seducción se fundamenta en el halago a estos extraños compradores, que en su memoria conservan las imágenes de sus penurias pasadas.
Enric González, en un reportaje publicado en el diario El País en 1989, disecciona con precisión esa época. Tomando como ejemplo un anuncio del Renault 21, que apela a la ausencia de la modestia, construye un texto inteligente que sintetiza el espíritu del tiempo. Su título “No seas modesto, te lo mereces”. Comienza citando una frase de Galbraith inquietante. Dice que una de las características de la sociedad moderna es el rechazo por parte de las clases subordinadas de los límites establecidos a su renta y consumo. Para tan espeso conjunto de instituciones, la decisión de seducirlos es coherente con su proyecto tan pragmático, centrado en la obtención de beneficios inmediatos en el tráfico del suelo y liberados de cualquier duda o precepto ético con respecto a los seducidos.
La denominada crisis, significa el derrumbe de este proyecto, que no tiene otro fundamento que el beneficio inmediato para los traficantes del suelo y las instituciones que los acompañan. Los seducidos quedan en una situación de ruina y desamparo. Los sectores más débiles son expuestos a las miradas por los medios, presentados como irresponsables por el complejo institucional seductor. Así se justifican los recortes en su educación, sanidad o servicios sociales en una ceremonia de degradación social.
El devenir histórico de los seducidos, que recorren una trayectoria definida por su circularidad, con el inevitable retorno a su punto de partida, constituye una representación de las invarianzas en los procesos de transformación social en la España contemporánea. Lo que es invariable son las élites, con su menguada capacidad de impulsar proyectos empresariales sólidos. Ni antes de la llegada de la democracia, ni después. El rostro de los Ruiz Mateos y tantos otros, representativos del capitalismo español, que tras sus sucesivos disfraces muestra su realidad.
Después de la gran seducción hipotecaria, el escándalo monumental de las preferentes o el asalto a el nuevo maná europeo de subvenciones a la formación para el empleo. Mientras se suceden los escándalos otras dos invarianzas se hacen patentes: la indiferencia generalizada y la ausencia de control por parte de la justicia. En los mítines de la fundación de la democracia algunos oradores desvelaban el sentido de la misma, afirmando que no habría impunidad para los poderosos.
En los sucesivos tiempos históricos acaecidos en los últimos cincuenta años, el elemento persistente, que dota de coherencia al conjunto, es el primitivismo de las élites, que fundan sus proyectos en exprimir a los sectores más débiles. Lo nuevo es que se han ampliado las élites expropiadoras. Desde el campo de la izquierda comparecen en el escenario nuevos actores políticos y sindicales, reinterpretando la vieja partitura de negocio, mediante el sumatorio del silencio sepulcral, el encubrimiento de los protagonistas de los escándalos, y la brutalidad y fuerza en la respuesta, que es lo que asegura la impunidad.
Así es como los campesinos y obreros industriales de los sesenta, devenidos en propietarios y detentadores de un aceptable estatuto en el consumo, han terminado por concentrarse en las colas colectivas para conseguir un empleo provisional, que siempre necesita de formación renovada. Ese es el negocio ahora y la seducción específica consiguiente. De la seducción hipotecaria a la seducción de los emprendedores. Los halagos se reconfiguran para allanar el camino al nuevo grupo-blanco del negocio. También de la caza.