En una entrada anterior aludía a la presencia de las grandes fuerzas de la época en la consulta. Quiero desarrollar esta idea especificando quién se hace presente, cómo se hace presente y qué consecuencias resultan de este hecho. La época actual es un tiempo instituyente, en el sentido de que los cambios que se producen tienen la pretensión de modificar lo instituido y generar otro orden social. Esta espiral de cambios instituyentes reconfigura las instituciones y las organizaciones vigentes, en este sentido las destituye. El sistema sanitario público se encuentra en un proceso de destitución desde el informe Abril hasta el día de hoy.
La transformación en la que se inscribe la destitución de los sistemas públicos sanitarios se inscribe en un proceso global cuya finalidad es la consecución de una sociedad neoliberal avanzada. Pero las fuerzas que implementan estos cambios, que se corresponden con los grupos de interés financieros e industriales fuertes, actúan mediante lo que se puede denominar como “complejo instituyente”. Este es un dispositivo que integra al entramado de organizaciones que producen las tecnologías, las empresas globales y sus redes regionales, los grupos de comunicación, las galaxias de internet y los mundos sociales del consumo.
El complejo instituyente se encuentra dotado de un conjunto de coherencias internas, así como de una programación unitaria. Pero los articuladores del mismo son, principalmente, la institución-gestión, el conjunto de nuevos expertos que dominan el conocimiento y los mass media, que elaboran la comunicación. Todos ellos generan un flujo permanente de novedades que modifican los entornos de las organizaciones. La gestión es la institución que pilota el proceso de la adaptación de estas, tanto a los cambios como a las necesidades del proyecto global en movimiento. Se configura así la gestión como una institución transversal que gestiona la destitución de las resistencias al cambio que se ubican en las organizaciones y los profesionales.
El concepto de destitución, que me parece tan elocuente para explicar el presente, lo formula un historiador argentino, cuya obra trasciende cualquier disciplina y es clarificadora y sugerente. Es Ignacio Lewkowicz, fallecido prematuramente, y que en un libro muy sólido, “Pensar sin Estado. La subjetividad en la era de la fluidez”, en Paidós, formula una conceptualización muy original acerca de las grandes mutaciones contemporáneas.
Lewkowicz califica el cambio global histórico que acaece en el presente como el tránsito entre un orden social en el que el estado desempeña un papel fundamental, tanto como metainstitución que ampara a todas las instituciones y les garantiza un suelo sólido, como un articulador simbólico que genera ciudadanía mediante la producción de la subjetividad. El nuevo escenario posestatal resultante de este cambio se puede definir como el dominio del mercado, que se sobrepone al estado y genera un orden social fluido y contingente. Define este como “la ruptura permanente con el punto de partida y la instauración de un proceso que carece de cualquier horizonte estructural”.
Este cambio se puede sintetizar en la destitución del estado por parte del mercado. Esto quiere decir que el estado sigue funcionando, pero desposeído de sus atributos convencionales y en nuevo entorno global en el que la inteligencia rectora corresponde a las corporaciones empresariales, que le asignan un papel relegado. Lewcowicz analiza las consecuencias de la destitución desde la perspectiva de las instituciones, ahora desamparadas, ubicadas en un suelo blando, así como de las subjetividades referenciadas en el consumo y las comunicaciones de masa.
La destitución del estado se extiende a todos sus sistemas de producción de servicios, y también al sistema sanitario. Este, al ser un espacio en el que las profesiones tienen una autonomía considerable, es asaltado en varias fases por el complejo instituyente para destituirlo. Pero la destitución, que forma parte de un conjunto de estrategias simultáneas e integradas, es una operación que presenta varias formas y complejidades.
La cuestión fundamental radica en que el complejo instituyente redefine el concepto de salud, y, por ende, el de la asistencia sanitaria. La prioridad de la nueva economía es el crecimiento y este resulta, entre otros factores, de la interacción entre las esferas sectoriales. Así se configura una nueva globalidad. De este modo, se resignifican todos los sectores reduciendo su autonomía. Estos son entendidos mediante sus vínculos y sus aportaciones a la nueva economía. Todo adquiere el valor intercambiable de producción y consumo. La gestión es la institución transversal, que desde el interior de las organizaciones empuja a favor de la gran homologación que disuelva los factores específicos. En el campo de la salud este proceso implica una reprofesionalización de los médicos de gran envergadura.
La redefinición del concepto de salud como bien de consumo, generando así un mercado con un extraordinario poder de crecimiento, que se configura como el símbolo del consumo inmaterial, en el sentido de que siempre es posible ampliar sus límites, modifica radicalmente el sistema de sentidos que han sustentado la asistencia médica. Ahora se la entiende en función de su capacidad de estimular y desarrollar un mercado sin techo, que representa el mito neoliberal del crecimiento sin fin. Por el contrario, las sociedades del presente tienden a ser severamente duales, de modo que numerosos sectores con escasa capacidad de compra tienen unas condiciones de vida que determinan su peor nivel de salud.
Las reformas sanitarias presentes se orientan inequívocamente a reforzar el mercado salud, penalizando así a los sectores en desventaja social. Pero este no es un hecho general lejano a la consulta, que es mero objeto de discusión por expertos. No, esta orientación llega a la consulta mediante un conjunto de medidas organizativas coherentes con la opción de la reconversión en el mercado de los prósperos. Todas las políticas sanitarias se orientan a la priorización de la elección, la satisfacción y otros factores que la reconfiguran como un área de consumo inmaterial.
En la consulta se hace presente la destitución. Esta es un fenómeno lleno de sutilezas. Por un lado, las significaciones procedentes del complejo instituyente, que se magnifican en los medios de comunicación y son amplificadas por distintos nuevos expertos que enuncian preceptos cohesionados con los intereses del complejo médico-industrial, en el que los médicos cada vez tienen un papel secundario. Por otro lado, las políticas sanitarias, ciegas y sordas a los problemas específicos de los sectores en desventaja.
Pero lo más singular de la destitución es que no es una prohibición, se trata más bien de una conminación a la rendición honrosa. Su naturaleza es blanda y su rostro amable. Descansa sobre el aislamiento del profesional. Durante muchos años he impartido clases a profesionales sobre los cambios en el entorno. Al comienzo les decía “Todo lo que voy a contar no es abstracto. A vosotros estos cambios se os hacen presentes en forma de indicios, y estos irán a más porque no son eventos aislados sino la manifestación de cambios generales”.
La destitución es un cerco, un asedio de intensidad variable, pero permanente a los resistentes. Supone la presión sobre el imaginario profesional convencional, mediante la imposición significaciones complejo instituyente y el ejercicio de la destitución. Las comunicaciones de masa, las políticas de la organización, los congresos y reuniones profesionales, los discursos de las autoridades, en todas las partes comparecen las verdades de las fuerzas instituyentes. También en el encuentro con el paciente, en donde se hacen visibles los indicios y las señales del cambio.
El supuesto sobre el que se funda la destitución es que el sentimiento de aislamiento de los profesionales determina su renuncia a las significaciones profesionales convencionales, así como la colaboración con las fuerzas instituyentes. El riesgo de sentirse apartado es un sentimiento muy poderoso, así como el de ser presentado como anticuado. Porque las fuerzas instituyentes y la institución gestión se presentan como el paradigma del progreso y entienden las resistencias como una nostalgia de un pasado atrasado. En los últimos años este cambio está produciendo entre muchos sectores profesionales, zonas de crisis cultural y anomia muy importantes, que erosionan la asistencia sanitaria.
Soy un profesor destituido y en alguna ocasión bromeo y les digo a los alumnos que vean las televisiones, en donde los presentadores y los chicos y chicas del tiempo, cuentan frente a grandes pantallas las noticias, que comparecen en imágenes y letreros desproporcionados con respecto a sus cuerpos. Presiento que ese es el futuro no lejano para los profes. Para los médicos, cada vez que me asomo a la explosión de la gastronomía y a los cocineros-héroes que pueblan la tele y que se presentan con uniformes sofisticados y llenos de colores, pienso que tampoco se librarán de eso. La decadencia de los blancos y los verdes cede el camino a uniformes vistosos. Chicote es un precursor del futuro. Cualquier sector de consumo que haga aportaciones sustanciales a la economía, se encuentra inevitablemente casado con las semiologías del consumo. No puedo dejar de sonreír cuando os imagino a algunos de los conocidos con atuendos prodigiosos posmodernos.
Los médicos se encuentran atrapados en el dilema de la resignificación de su trabajo por el complejo instituyente del crecimiento. Mientras crecen los problemas de salud y se refuerzan sus vínculos con lo social, son forzados a colaborar con un dispositivo industrial cuyo objetivo es producir valor económico mediante el incremento de los consumos de los sectores de mayor renta.
Hace unos días acudí a la presentación en Granada de la red ciudadana partidoX. Escuché la intervención de un médico joven, Javier Padilla, que forma parte de la red de blogs médicos críticos que visito con frecuencia. Al salir, pensé que probablemente nos encontramos en el comienzo de un proceso que va a terminar con la destitución de los que hoy nos destituyen, recuperando la asistencia sanitaria las dimensiones de un bien común para toda la humanidad. Me siento orgulloso de ser destituido. Por eso he creado este blog.
Lúcido análisis.
ResponderEliminarDesde mi visión cotidiana, subjetiva, percibo muchas coincidencias con lo queleo en tu blog:
1º el deseo de la industria farmacéutica de que el paciente se relacione directamente con ella, sin intermediarios médicos. Las tics facilitan aplicaciones para ello.Solo falta que el ministerio de cauce.
2º la pérdida de autonomía del médico, el control absoluto del tiempo y la actividad (o casi: siempre queda algo para la venganza)
3º La pérdida de prestigio social del médico familia
4º La ocupación de nichos de problemas de salud (especialmente en salud mental o social)por nuevas profesiones con titulaciones dudosas o con ninguna titulación académica
5º La obsesión por lo cuantitativo en lo asistencial en detrimento de lo cualitativo
6º La sobrecarga laboral en pos de la rentabilidad, que te hace desear trabajar menos
7 La desautorización del médico ante el paciente y ante los gestores
8 La injerencia de la gestión en la relación médico paciente
9 La búsqueda de rentabilidad en la salud. ¡¡¡El sueño es investigar para generar patentes!!!
10. El objetivo de ayudar a conseguir mas felicidad. No esta en la agenda. La felicidad se parecerá, en el futuro - si esto no cambia-, a vender los éxitos científicos a los pudientes, y vender comprimidos de cianuro a los inconformistas.Los demás tendrán que joderse, como toda la vida.