Hoy se cumple el primer año de estos tránsitos. El 29 de diciembre publiqué “Del cero al uno”. Para mí ha sido una experiencia fantástica. Desde la perspectiva de hoy lamento no haberlo puesto en marcha antes. La verdad es que he experimentado una libertad de decir gratificante. En el curso de mi vida me he encontrado con múltiples burocracias, élites, poderes, grupos de presión, jerarquías y otras especies tóxicas que se han presentado coercitivamente, adoptando distintas formas, pero poniendo límites a lo que podía decir.
Ronald Barthes, definió al fascismo de su época como un sistema que más que impedir se funda en la obligación de decir. En el presente los poderes retoman este precepto. Por eso me he tomado la libertad de no decir las palabras inexcusables, las definiciones obligatorias, las versiones modernizadas de los gritos de rigor, los tópicos oficiales, las necedades inevitables, así como otras retóricas vaciadas de cualquier significado o las mentiras necesarias para los poderes. También me he librado de someterme a la forma más importante mediante la que opera el poder del presente, que es la imposición del pensamiento positivo.
En Tránsitos Intrusos pretendo contar “lo mío” en el contexto social en el que se produce, con la finalidad de vincular ambas cosas. Así reivindico mi pertenencia a esta sociedad. Porque en este tiempo lo que se ha deteriorado intensamente es la pertenencia. Los poderes favorecen la erosión de las pertenencias. De este modo se desvanece el sentido de lo común. Si se debilita lo común, tal y como está ocurriendo, los perjudicados son los estratos más débiles. Una sociedad así no es aceptable.
Soy profesor de sociología en una universidad. Esta institución programa los contenidos, los enfoques, las formas de trabajo y las actividades. Por esta razón, como no renuncio a dar mi versión de la realidad en mis clases, pienso que muchos alumnos, distanciados de las mismas, tienen que aceptarlas. En este sentido son mis prisioneros. Esto imprime una insoportable naturaleza de obligatoriedad a las actividades y las relaciones. Por eso vivo tan positivamente la experiencia del blog. Quien quiere se conecta y lo lee o no, según su interés. No puedo saber quien lo lee. No hay obligatoriedad alguna. Esto le confiere una naturaleza maravillosa para mi subjetividad.
El blog ha producido setenta y cinco entradas; trescientos once comentarios; tiene sesenta seguidores; casi cien personas suscritas por correo electrónico, más otras tantas suscritas por lectores; ha recibido más de treinta y cinco mil visitas. Para una persona relativamente aislada como su autor, esto representa mucho, aún a pesar de mi aversión a contar. Ahora me siento más cerca del uno que del cero que cuando comencé. El blog ha recibido una crítica a su orientación, la del “amante imaginario”, que suscitó una conversación en la que entraron distintas personas. Muchas gracias a todas las personas que habéis estado ahí detrás.
Lo mejor de esta experiencia es que ha propiciado el reencuentro con algunas personas amigas en épocas pasadas. También ha permitido conectar con nuevas personas. En particular, ha permitido colaborar con proyectos nuevos tan vivos y estimulantes como la revista Números Rojos, que publicó un texto mío en su número de julio, “Regreso al futuro”. También Poli-Tic.net, que ha publicado recientemente el post de “La gran rotación”. La revista Actualización en Medicina de Familia ha publicado como editorial “Los visitantes”. Del mismo modo, el blog ha suscitado comentarios positivos, en particular de los blogs sanitarios críticos. Algunos incluyen enlaces a este. También mis agradecimientos a las distintas personas que me han ayudado o hecho sugerencias.
Soy consciente de que Tránsitos Intrusos es una molécula en el imponente ciberespacio. Pero mi lema, que enuncié en la primera entrada, es combatir la idea del poder de que, bien no soy nadie, o, soy un mero dígito definido por la relación con colectivos macroscópicos, como la población, el censo electoral u otros de este rango. Por el contrario, soy uno, que es una cosa muy diferente.
No puedo olvidarme de mi perra Totas, que me acompaña cuando escribo entre mis pies y me recuerda imperativamente mis obligaciones de nuestros paseos comunes. La recogimos hace cinco años, abandonada y maltratada en la calle. Carmen tuvo una relación insólita con ella en su final. La perra todavía la espera y le guarda la ausencia. Es muy inteligente y conoce muy bien mis estados de ánimo. Fijaros en su mirada. Esta es
domingo, 29 de diciembre de 2013
miércoles, 25 de diciembre de 2013
MI MADRE
En estos días se acrecienta el recuerdo de mi madre, así como el de Carmen y otras personas desaparecidas de mi vida en los últimos años. Con mi madre siempre tuve una relación especial. De niño compartimos un amor mutuo muy intenso, que ambos tratábamos de disimular ante los demás familiares, con escaso éxito. Pero después se produjo un importante desencuentro entre lo que pensábamos y en nuestra forma de vivir. Este se incrementó a lo largo de la vida. Ella sufría por mí y yo por ella. Con todos estos elementos se tejía una relación muy peculiar.
Mamá era una mujer de su época y de su tierra. Nacida en una familia de clase media valenciana muy conservadora, su vida se encontró severamente limitada por ser mujer. La España católica y tradicional le puso unos límites que no fue capaz de transcender. Su juventud hasta el matrimonio bajo el control riguroso del grupo familiar. En estos años fue preparada para el matrimonio limitando su educación. Tenía una gran vocación musical y una voz de tiple muy notable. Estudió música y actuó en público varias veces, pero la retiraron de ese mundo de artistas sospechosos de veleidades. La guerra civil fue un acontecimiento que alteró el mercado matrimonial prolongando su soltería.
En los años cuarenta, su matrimonio con un hombre triunfador en los negocios y en la vida, le proporcionó una posición social considerable. Después los años felices de la crianza de sus tres hijos. Pero, tan sólo doce años después de su exitoso matrimonio, mi padre, se derrumba en los negocios y enferma. Nos desplazamos a Bilbao, donde vivimos sus últimos años arropados por su familia, en los que se gasta toda la fortuna que había acumulado en los negocios. Su muerte, dieciséis años después del matrimonio, tiene una consecuencia terrible sobre ella. La gran señora de los primeros años, experimenta una caída hacia el vacío social, en un momento en el que, la mayoría de las personas de la época, caracterizadas por sus carencias materiales, inician un camino inverso.
Tras la muerte de mi padre, regresamos a Madrid, a casa de su madre. Entonces se suscita la principal encrucijada de su vida. Ella era muy valiosa, inteligente y con iniciativa. Además, era muy buena cocinera. Entonces pide ayuda para poner un restaurante en Madrid a sus acomodados hermanos. Pero estos se la niegan. La derivan al cuidado de su anciana madre, a cambio de una limosna que pasa cada uno de ellos para nuestra manutención. También le hacen saber que sus hijos no tienen porqué ser universitarios y que lo más razonable es que se pongan a trabajar de inmediato.
La dureza de este golpe anuncia el cambio de su vida. Lo peor no había sido la ruina de mi padre, sino la mala saña de sus propios hermanos, negándole su oportunidad y utilizándola para cuidar a la madre, mi abuela, que era una persona que, utilizando una frase de mi padre, “era más mala que mandada hacer de encargo”. Era una persona, ruin, cruel y vengativa, que hacía siempre visible el catálogo de sus malos sentimientos. Castigó a mamá dura y permanentemente en pequeños actos cotidianos cargados de crueldad. Siempre le hacía saber su desgracia frente al éxito de los demás. Ella había devenido de señora en criada.
Pero se sobrepuso y decidió que estudiáramos los tres. Fueron años tristes, en el convivencial Madrid de los años sesenta, en donde nuestro porte de señores ocultaba nuestra parca vida, financiada por las limosnas familiares. El cuerpo le pasó factura a mamá, primero con una enfermedad digestiva que la llevó al quirófano. Más adelante castigó su corazón. Éramos una familia que se encontraba viajando en una dirección opuesta a la mayoría. La experiencia de aparentar lo que no éramos fue una marca que se fijó sobre todos nosotros.
Ahora voy a contar un acontecimiento de gran impacto en mi persona. Cuando murió mi abuela, mis tíos, todos ocupantes de posiciones sociales muy sólidas, uno de ellos era el segundo arquitecto de España en sus ingresos en aquél momento, decidieron vender el piso en el que vivíamos, para repartirse las ganancias. Mamá se quedó en la calle, con una infrapensión y sin el paraguas de la de mi abuela fallecida. Para entonces, mi hermano había concluido sus estudios y había sacado una oposición. Yo era una persona totalmente dedicada a la oposición al franquismo. Mi hermana se acababa de casar.
Mamá fue golpeada terriblemente por los suyos por segunda vez. Tuvo que irse a vivir con mi hermana. Su marido era técnico de Agromán y fue enviado a América. Ella se tuvo que marchar con ellos, teniendo que asumir el papel de suegra indolora e inodora, que aportaba en la crianza de sus nietos y en la producción de los servicios del hogar. Para completar su papel tenía que situarse en segundo plano, para no estorbar. Así pasó muchos años en Santo Domingo, el Salvador, Panamá y Miami. Sin una vida autónoma, sin amistades, enclaustrada en la casa, como en los años de su juventud o los de matrimonio.
Las muertes civiles de mi madre, a manos de los suyos, sobre todo las dos que he narrado, las del trabajo y el piso, han constituido un trauma fundamental para mí. He roto totalmente con toda mi familia, de modo irreversible. También he aprendido con mucho dolor las extrañas violencias internas de los clanes familiares, la ausencia de valores convivenciales del bienestar español y las miserias de las sociedades desarrolladas, en donde el éxito material es el verdadero y único valor real.
Todos estos acontecimientos marcaron a mamá. Aprendió a ser insignificante; a ser invisible; a hacer un arte del callar; a practicar el precepto cristiano de poner la otra mejilla cuando recibía un golpe; a no aspirar a nada; a vivir en la espera de que a sus hijos y nietos les fuese bien. Había interiorizado su posición inferior. Alguna vez, cuando era invitada a pasar algunos días a Valencia, en una reunión de antiguas amigas de juventud, todas en buenas posiciones económicas, mi tío le decía delante de ellas “tómate otro blanco y negro que pago yo, no te preocupes”. Era capaz de aguantar cualquier humillación. Recuerdo que, cuando venía a vernos a Granada, cuando íbamos a comer por ahí, miraba la carta y pedía lo más barato. Su aspecto de gran señora se contraponía con su forma de estar en el mundo, tan coherente con sus terribles derrotas en la vida.
Alguna vez le sugerí que no debía renunciar al amor, debido a su belleza y cualidades personales, pero había asumido su condición de viuda, suegra, empleada doméstica y la dependencia del clan familiar. Los años felices de su matrimonio habían cerrado su vida. Los dos golpes recibidos de los suyos habían terminado con ella. Siempre me pareció una crueldad absurda y detestable. Mi madre era una fanática conservadora que pagó por ello un precio muy alto.
Para ella fue un golpe terrible mi militancia comunista. Más que por ella misma, por los efectos que tenía sobre sus hermanos-dueños. La primera vez que la policía vino a buscarme a casa les invitó a un café. Cuando me metieron en el coche me pegaron repetidamente diciendo “tu madre es una señora y tu un hijo de puta”. Pero más adelante, en mis sucesivas detenciones y estancias en la cárcel, fue variando su posición. Tuvo que ayudarme superando su imaginario de señora. Iba dos veces a la semana a visitarme y me llevaba sus ricas delicias culinarias entre las que destacaban sus croquetas sublimes. Jamás falló.
En diciembre de 1970 fui detenido en el comienzo de un estado de excepción. Estuve 28 días en la dirección general de seguridad en Sol. Ella no entendía porqué le impedían pasarme ropa y comida. Eran los días de Navidad. Insistió hasta llegar a entrevistarse con Saturnino Yagüe, el jefe de lo que entonces se denominaba Brigada Político-Social. Después fui ingresado en la cárcel. En el mes de mayo se casaba mi hermana. Su marido era sobrino de un banquero célebre en este tiempo.
Sin consultarme se fue a hablar con Yagüe. Llegó a un acuerdo con él, consistente en dejarme salir para ir a la boda. Después debía marcharme a una ciudad fuera de Madrid, bajo la supervisión de un familiar. Todo terminó en una tragedia, pues al ser excarcelado el día anterior a la boda, me negué a vestirme del modo requerido. Me presenté con un jersey y un pantalón de pana. Para ella fue un drama terrible pues tuvo que vivir compartiendo conmigo la violencia superlativa con que me trataron. El desprecio y el odio fueron todavía más intensos que los que tuve que sufrir de los policías en tantas ocasiones.
Con la llegada de la democracia se acrecentó mi disidencia con el partido que terminó en mi salida en 1978. Ella lo entendió como mi retorno a la España conservadora victoriosa. Lejos de ser así nuestras discusiones se hicieron muy vehementes. Después de 1982 me insistía en que aprovechara mi curriculum de oposición para acceder a un cargo. Decía que yo era un idealista y un memo. Recuerdo, en alguna de sus visitas a Santander, que la llevamos a ver la película Missing, de Costa-Gavras. Terminamos en una encendida discusión, pues no hacía ningún reproche a Pinochet. Nunca varió su posición ultraconservadora.
Con Carmen tuvo una relación especial. Ella hubiera preferido otras novias de mis tiempos jóvenes, con mejores posiciones sociales. Carmen era tan cariñosa con ella… pero siempre la denominó “hippie” y tuvo reservas afectivas, derivadas de su neutralización emocional en una vida en la que se han sucedido tantas dependencias. El día de nuestra boda lloró muchísimo. Fue en Santander en 1978, por lo civil y yo sin corbata. Nuestra boda fue tan hostil en el exterior, el juez y la familia, pero tan entrañable y tierna en el interior, a la altura de la gran humanidad de Carmen. Pero ella no nos perdonó, en su fuero interno, nuestro matrimonio civil, que consideraba un acto de ruptura.
La señal que anunció su final fue, cuando comenzó una demencia, primero leve, pero que se incrementó, de modo que su presencia en la cocina entrañaba algún riesgo. Cuando fue desplazada de las tareas domésticas, se comportó como las grandes amas de casa de esa época, que no aceptaban la jubilación. Su disgusto fue monumental. Le parecía intolerable la situación de ser beneficiaria sin contrapartida.
Su muerte fue una prolongación de la tragicomedia de su vida. Allí se congregaron todos los que se habían aprovechado de su situación de debilidad para realizar jugadas en beneficio propio en el tablero familiar. En coherencia con lo que había sido mi relación con ella no me presenté. Me he despedido sólo de ella. También la evoco en muchas ocasiones, como esta misma. Recuerdo los momentos fantásticos con ella y, alguna vez, no puedo evitar llorar su drama.
Meses después me enteré de que me había desheredado de los pocos bienes que poseía, que era una cuenta bancaria a interés fijo, que testamentó a favor de mis hermanos. De este modo, en mi vida se acumulan varias decisiones de desheredarme. Esta es de las cosas que puedo presumir. Pero a Carmen le dolió mucho en esta ocasión porque se había volcado afectivamente con ella y no comprendía bien que mamá no era un ser libre y soberano. Era un emblema de las mujeres sometidas a sangre y fuego por los dispositivos patriarcales de su época. Mamá era una víctima de una guerra oculta contra las mujeres, que a día de hoy continúa, siendo dirigida contra las más débiles.
Mamá era una mujer de su época y de su tierra. Nacida en una familia de clase media valenciana muy conservadora, su vida se encontró severamente limitada por ser mujer. La España católica y tradicional le puso unos límites que no fue capaz de transcender. Su juventud hasta el matrimonio bajo el control riguroso del grupo familiar. En estos años fue preparada para el matrimonio limitando su educación. Tenía una gran vocación musical y una voz de tiple muy notable. Estudió música y actuó en público varias veces, pero la retiraron de ese mundo de artistas sospechosos de veleidades. La guerra civil fue un acontecimiento que alteró el mercado matrimonial prolongando su soltería.
En los años cuarenta, su matrimonio con un hombre triunfador en los negocios y en la vida, le proporcionó una posición social considerable. Después los años felices de la crianza de sus tres hijos. Pero, tan sólo doce años después de su exitoso matrimonio, mi padre, se derrumba en los negocios y enferma. Nos desplazamos a Bilbao, donde vivimos sus últimos años arropados por su familia, en los que se gasta toda la fortuna que había acumulado en los negocios. Su muerte, dieciséis años después del matrimonio, tiene una consecuencia terrible sobre ella. La gran señora de los primeros años, experimenta una caída hacia el vacío social, en un momento en el que, la mayoría de las personas de la época, caracterizadas por sus carencias materiales, inician un camino inverso.
Tras la muerte de mi padre, regresamos a Madrid, a casa de su madre. Entonces se suscita la principal encrucijada de su vida. Ella era muy valiosa, inteligente y con iniciativa. Además, era muy buena cocinera. Entonces pide ayuda para poner un restaurante en Madrid a sus acomodados hermanos. Pero estos se la niegan. La derivan al cuidado de su anciana madre, a cambio de una limosna que pasa cada uno de ellos para nuestra manutención. También le hacen saber que sus hijos no tienen porqué ser universitarios y que lo más razonable es que se pongan a trabajar de inmediato.
La dureza de este golpe anuncia el cambio de su vida. Lo peor no había sido la ruina de mi padre, sino la mala saña de sus propios hermanos, negándole su oportunidad y utilizándola para cuidar a la madre, mi abuela, que era una persona que, utilizando una frase de mi padre, “era más mala que mandada hacer de encargo”. Era una persona, ruin, cruel y vengativa, que hacía siempre visible el catálogo de sus malos sentimientos. Castigó a mamá dura y permanentemente en pequeños actos cotidianos cargados de crueldad. Siempre le hacía saber su desgracia frente al éxito de los demás. Ella había devenido de señora en criada.
Pero se sobrepuso y decidió que estudiáramos los tres. Fueron años tristes, en el convivencial Madrid de los años sesenta, en donde nuestro porte de señores ocultaba nuestra parca vida, financiada por las limosnas familiares. El cuerpo le pasó factura a mamá, primero con una enfermedad digestiva que la llevó al quirófano. Más adelante castigó su corazón. Éramos una familia que se encontraba viajando en una dirección opuesta a la mayoría. La experiencia de aparentar lo que no éramos fue una marca que se fijó sobre todos nosotros.
Ahora voy a contar un acontecimiento de gran impacto en mi persona. Cuando murió mi abuela, mis tíos, todos ocupantes de posiciones sociales muy sólidas, uno de ellos era el segundo arquitecto de España en sus ingresos en aquél momento, decidieron vender el piso en el que vivíamos, para repartirse las ganancias. Mamá se quedó en la calle, con una infrapensión y sin el paraguas de la de mi abuela fallecida. Para entonces, mi hermano había concluido sus estudios y había sacado una oposición. Yo era una persona totalmente dedicada a la oposición al franquismo. Mi hermana se acababa de casar.
Mamá fue golpeada terriblemente por los suyos por segunda vez. Tuvo que irse a vivir con mi hermana. Su marido era técnico de Agromán y fue enviado a América. Ella se tuvo que marchar con ellos, teniendo que asumir el papel de suegra indolora e inodora, que aportaba en la crianza de sus nietos y en la producción de los servicios del hogar. Para completar su papel tenía que situarse en segundo plano, para no estorbar. Así pasó muchos años en Santo Domingo, el Salvador, Panamá y Miami. Sin una vida autónoma, sin amistades, enclaustrada en la casa, como en los años de su juventud o los de matrimonio.
Las muertes civiles de mi madre, a manos de los suyos, sobre todo las dos que he narrado, las del trabajo y el piso, han constituido un trauma fundamental para mí. He roto totalmente con toda mi familia, de modo irreversible. También he aprendido con mucho dolor las extrañas violencias internas de los clanes familiares, la ausencia de valores convivenciales del bienestar español y las miserias de las sociedades desarrolladas, en donde el éxito material es el verdadero y único valor real.
Todos estos acontecimientos marcaron a mamá. Aprendió a ser insignificante; a ser invisible; a hacer un arte del callar; a practicar el precepto cristiano de poner la otra mejilla cuando recibía un golpe; a no aspirar a nada; a vivir en la espera de que a sus hijos y nietos les fuese bien. Había interiorizado su posición inferior. Alguna vez, cuando era invitada a pasar algunos días a Valencia, en una reunión de antiguas amigas de juventud, todas en buenas posiciones económicas, mi tío le decía delante de ellas “tómate otro blanco y negro que pago yo, no te preocupes”. Era capaz de aguantar cualquier humillación. Recuerdo que, cuando venía a vernos a Granada, cuando íbamos a comer por ahí, miraba la carta y pedía lo más barato. Su aspecto de gran señora se contraponía con su forma de estar en el mundo, tan coherente con sus terribles derrotas en la vida.
Alguna vez le sugerí que no debía renunciar al amor, debido a su belleza y cualidades personales, pero había asumido su condición de viuda, suegra, empleada doméstica y la dependencia del clan familiar. Los años felices de su matrimonio habían cerrado su vida. Los dos golpes recibidos de los suyos habían terminado con ella. Siempre me pareció una crueldad absurda y detestable. Mi madre era una fanática conservadora que pagó por ello un precio muy alto.
Para ella fue un golpe terrible mi militancia comunista. Más que por ella misma, por los efectos que tenía sobre sus hermanos-dueños. La primera vez que la policía vino a buscarme a casa les invitó a un café. Cuando me metieron en el coche me pegaron repetidamente diciendo “tu madre es una señora y tu un hijo de puta”. Pero más adelante, en mis sucesivas detenciones y estancias en la cárcel, fue variando su posición. Tuvo que ayudarme superando su imaginario de señora. Iba dos veces a la semana a visitarme y me llevaba sus ricas delicias culinarias entre las que destacaban sus croquetas sublimes. Jamás falló.
En diciembre de 1970 fui detenido en el comienzo de un estado de excepción. Estuve 28 días en la dirección general de seguridad en Sol. Ella no entendía porqué le impedían pasarme ropa y comida. Eran los días de Navidad. Insistió hasta llegar a entrevistarse con Saturnino Yagüe, el jefe de lo que entonces se denominaba Brigada Político-Social. Después fui ingresado en la cárcel. En el mes de mayo se casaba mi hermana. Su marido era sobrino de un banquero célebre en este tiempo.
Sin consultarme se fue a hablar con Yagüe. Llegó a un acuerdo con él, consistente en dejarme salir para ir a la boda. Después debía marcharme a una ciudad fuera de Madrid, bajo la supervisión de un familiar. Todo terminó en una tragedia, pues al ser excarcelado el día anterior a la boda, me negué a vestirme del modo requerido. Me presenté con un jersey y un pantalón de pana. Para ella fue un drama terrible pues tuvo que vivir compartiendo conmigo la violencia superlativa con que me trataron. El desprecio y el odio fueron todavía más intensos que los que tuve que sufrir de los policías en tantas ocasiones.
Con la llegada de la democracia se acrecentó mi disidencia con el partido que terminó en mi salida en 1978. Ella lo entendió como mi retorno a la España conservadora victoriosa. Lejos de ser así nuestras discusiones se hicieron muy vehementes. Después de 1982 me insistía en que aprovechara mi curriculum de oposición para acceder a un cargo. Decía que yo era un idealista y un memo. Recuerdo, en alguna de sus visitas a Santander, que la llevamos a ver la película Missing, de Costa-Gavras. Terminamos en una encendida discusión, pues no hacía ningún reproche a Pinochet. Nunca varió su posición ultraconservadora.
Con Carmen tuvo una relación especial. Ella hubiera preferido otras novias de mis tiempos jóvenes, con mejores posiciones sociales. Carmen era tan cariñosa con ella… pero siempre la denominó “hippie” y tuvo reservas afectivas, derivadas de su neutralización emocional en una vida en la que se han sucedido tantas dependencias. El día de nuestra boda lloró muchísimo. Fue en Santander en 1978, por lo civil y yo sin corbata. Nuestra boda fue tan hostil en el exterior, el juez y la familia, pero tan entrañable y tierna en el interior, a la altura de la gran humanidad de Carmen. Pero ella no nos perdonó, en su fuero interno, nuestro matrimonio civil, que consideraba un acto de ruptura.
La señal que anunció su final fue, cuando comenzó una demencia, primero leve, pero que se incrementó, de modo que su presencia en la cocina entrañaba algún riesgo. Cuando fue desplazada de las tareas domésticas, se comportó como las grandes amas de casa de esa época, que no aceptaban la jubilación. Su disgusto fue monumental. Le parecía intolerable la situación de ser beneficiaria sin contrapartida.
Su muerte fue una prolongación de la tragicomedia de su vida. Allí se congregaron todos los que se habían aprovechado de su situación de debilidad para realizar jugadas en beneficio propio en el tablero familiar. En coherencia con lo que había sido mi relación con ella no me presenté. Me he despedido sólo de ella. También la evoco en muchas ocasiones, como esta misma. Recuerdo los momentos fantásticos con ella y, alguna vez, no puedo evitar llorar su drama.
Meses después me enteré de que me había desheredado de los pocos bienes que poseía, que era una cuenta bancaria a interés fijo, que testamentó a favor de mis hermanos. De este modo, en mi vida se acumulan varias decisiones de desheredarme. Esta es de las cosas que puedo presumir. Pero a Carmen le dolió mucho en esta ocasión porque se había volcado afectivamente con ella y no comprendía bien que mamá no era un ser libre y soberano. Era un emblema de las mujeres sometidas a sangre y fuego por los dispositivos patriarcales de su época. Mamá era una víctima de una guerra oculta contra las mujeres, que a día de hoy continúa, siendo dirigida contra las más débiles.
sábado, 21 de diciembre de 2013
LOS ARTICULADORES DE LOS EJES TRANSVERSALES
Aparecieron en los felices años ochenta, junto con la explosión de la tecnología, el consumo y el hedonismo. El crecimiento del estado, mediante la proliferación de las autonomías, propició las condiciones de su expansión. La multiplicación de los saberes y de las profesiones les proporcionó la cobertura para su arraigo. Se trata de grupos de expertos especiales, que, cuando te cuentan su denominación, producen un efecto de admiración o sorpresa, que se puede intensificar o disipar cuando, tras preguntar insistentemente acerca de su función o contenido, no entiendes nada y terminas por desistir.
Por eso los llamo articuladores de los ejes transversales, porque me parece una denominación elegante, que estimula la imaginación, produciendo un sentimiento de admiración que puede contener algún rasgo de envidia. Porque no son ingenieros, arquitectos, médicos, enfermeras, profesores u otras profesiones sin misterio alguno. Es otra cosa que incita a lo desconocido o inaccesible, o a lo proveniente del más allá moderno, que en las coordenadas de este tiempo es Estados Unidos.
En esos años se multiplicaron en todos los servicios públicos, así como en las instituciones y organizaciones. Recuerdo que, cuando llegué en 1988 a Granada, me encontré con lo que se denominaba como “los servicios centrales”. Era una realidad misteriosa, a la que se aludía con respeto y reverencia por parte de muchos profesionales, al entenderlos como portadores de la última verdad técnica, procedentes de un mundo lejano y mítico formado por entidades supremas, como la OMS y otras del mismo rango.
Cuando los conocí por primera vez en Sevilla, me produjeron una impresión estimulante. Grandes edificios albergaban a centenares de profesionales investidos de una autoridad sacerdotal, que nutrían a los que, sin misterio alguno, producían actos profesionales en las consultas o en las clases. Los edificios son el símbolo de lo que son sus moradores. Los largos pasillos, los despachos múltiples, los individuales, las mesas llenas de papeles venidos de las providenciales organizaciones globales, los teléfonos y los primeros ordenadores.
La emoción de saber que allí se encontraban las unidades especiales de los servicios centrales. Porque en mis clases de la escuela andaluza de salud pública, la mayoría de los que se hacían presentes eran profesionales sin misterio alguno. Tenía la fantasía de que en los sótanos se encontrarían lo que en esos años eran denominados como “los fontaneros”. Pero mi desilusión era considerable cuando en cualquier conversación mi interlocutor se remitía a los escalones jerárquicos superiores, pronunciando con admiración el nombre de pila del consejero o cargos allegados, como en las burocracias tradicionales, tan bien conocidas.
Mi primera experiencia con este mundo fue cuando comencé a trabajar en el tema de la participación en salud. Fui remitido a consultar al departamento de participación en salud. Así conocí al grupo de técnicos que trabajaban en este tema, algunos de ellos muy valiosos. Se encontraban siempre en la elaboración de borradores para ser revisados por la autoridad correspondiente. Todavía, a día de hoy, no existen los consejos de salud. Esto excita mi fantasía y en mi intimidad les denominaba como “productores de flujos de documentos espectrales”.
Pero mi imaginación se disparó cuando, hacia finales de los años noventa, estaba impartiendo una clase en el máster de salud pública. El tema era la participación. Cuando aludí a la inexistencia de los consejos de salud en Andalucía, un médico, en un tono de confidencia dijo: sí existe el consejo de Andalucía y yo formo parte de él representando a la ugt. Cuando nos explicó las reuniones, lo interpreté desde mis coordenadas como una historia de fantasmas y secretos, tan vinculados a los poderes en este tiempo. Lo que más curiosidad suscitó es donde se reunían. La hipótesis de que hubiera sido en un sótano me estimulaba, pero no me lo aclaró. De ahí mi decepción, al compararlo con las ficciones cinematográficas de James Bond, en las que las reuniones tienen lugar en escenarios fantásticos.
El comienzo de la expansión de los expertos articuladores comienza por el encuentro entre los juristas y los políticos, que conforman lo que me gusta denominar “la matriz jurídico-política”. Estos crean organigramas y nomenclaturas. Sobre esta producción se elaboran distintas líneas jerárquicas que se hacen realidad mediante la multiplicación prodigiosa de organismos. Sobre sus intersecciones se crean los territorios que acogen a los articuladores de los ejes transversales, que se extienden como los fuegos artificiales, en tanto que se expanden en todas las direcciones, para, después de su difuminación, volver a reaparecer con otras formas. La diferencia con estos es que, en este caso, nunca se llega la traca final.
Al igual que con la energía, no se destruyen sino que se transforman. Soy capaz de identificar varios ciclos de expertos en mi vida profesional. Son portadores de saberes de moda, liturgias de última generación, puestas en escena de sofisticación acumulada y lenguajes técnicos dotados de su capacidad de epatar aún más que los que les anteceden. En el caso de estos expertos misteriosos sí se puede hablar en rigor de progreso.
En estos años me ayudó leer a Minzberg. Su conceptualización acerca de las organizaciones introducía una distinción entre tecnoestructura y staff, que por estas tierras alimentó las interpretaciones y, hasta las especulaciones acerca de la naturaleza de las galaxias en las que nacían, crecían y terminaban mutando a los articuladores de ejes transversales. Su concepto de staff, aplicado al estado, me dio que pensar, pero en el caso de la tecnoestructura, comenzó a provocarme un incipiente, perosostenido insomnio.
Cuando llegué a la Universidad me encontré con la misma realidad. La ausencia de misterio de la docencia e investigación se contraponía a la expansión de múltiples organismos, muchos de ellos con funciones de staff, pero emancipados progresivamente de las unidades a las que tendrían que prestar apoyo. Entender el organigrama siempre fue difícil, pero aún más lo era comprender su distribución en múltiples edificios, algunos de ellos investidos de una misteriosa elegancia, correspondiente con el nombre del organismo.
Los articuladores de los ejes transversales, conforman estructuras sensibles a las transformaciones que se producen en el entorno global. En los ochenta fueron el staff de apoyo a los habitantes de la matriz jurídico-política, preocupada por el suelo, tanto el físico como el de las organizaciones que controlaban. En ambos casos sus transacciones aumentaban el valor constantemente, y, además, era el lugar en donde ubicar a sus huestes, en la eterna lucha de posiciones entre los partidos, que entienden la administración como un campo de trincheras, en el que ocupar y mantener posiciones es esencial.
En los años noventa comienza el giro neoliberal, que transforma los staff acumulados en la trama de agencias imprescindibles para el ejercicio neoliberal de gobierno, que descansa sobre la constitución de dispositivos externos que mediante la evaluación, disminuyen el poder de las corporaciones profesionales en todos los campos. Aquellos que conocimos como órganos asesores, nacidos para apoyar el cambio, devienen en los servidores del proyecto vigente, que descansa sobre el misterio de calidad y la apoteosis de la evaluación.
La calidad es el último fantasma que recorre el mundo, el señor que sirve al poder vigente, desahuciando a los profesionales privándolos de su sentido común convencional. Es el espectro misterioso que puebla los edificios de las organizaciones públicas, que son los únicos no afectados por los recortes. Esta es la realidad, en nombre de la que las agencias de evaluación, jerarquizan a las personas, grupos y organizaciones antaño homologadas por la universalidad del estado de bienestar. Es el dios en nombre del cual pueden construirse purgatorios e infiernos para muchos de sus temerosos súbditos.
Así, las nuevas agencias que albergan a los nuevos articuladores de los ejes transversales, sustituyen a las antiguas iglesias, burocracias y tecnocracias, instaurando un nuevo reino de Dios en el estado. Las opacas agencias generan el orden de la diferencia según los criterios establecidos por las mismas. La eficiencia, convertida en un precepto sagrado, en nombre del que se excluye, se desplaza, se sanciona y se mata profesionalmente, deja fuera de su control a las agencias y a los edificios.
Así, la galaxia de la calidad y la evaluación, donde anidan los expertos que constituyen el sínodo del nuevo estado emprendedor, al igual que los edificios públicos convertidos en templos, no son afectados por las restricciones que llegan a todos los servicios sin piedad alguna. Este es un misterio que se incuba en los sótanos del poder global. Porque en tanto que crece la apelación a la calidad, se disminuyen los recursos, convirtiendo el ejercicio profesional en un milagro. En este orden de maravillas y misterios se funda el poder del estado resultante de la siempre penúltima modernización, y se inscriben los articuladores de ejes transversales, que nos tienen bien sujetos a los profesionales. Atados y bien atados, que dijo alguien hace ya algún tiempo.
Por eso los llamo articuladores de los ejes transversales, porque me parece una denominación elegante, que estimula la imaginación, produciendo un sentimiento de admiración que puede contener algún rasgo de envidia. Porque no son ingenieros, arquitectos, médicos, enfermeras, profesores u otras profesiones sin misterio alguno. Es otra cosa que incita a lo desconocido o inaccesible, o a lo proveniente del más allá moderno, que en las coordenadas de este tiempo es Estados Unidos.
En esos años se multiplicaron en todos los servicios públicos, así como en las instituciones y organizaciones. Recuerdo que, cuando llegué en 1988 a Granada, me encontré con lo que se denominaba como “los servicios centrales”. Era una realidad misteriosa, a la que se aludía con respeto y reverencia por parte de muchos profesionales, al entenderlos como portadores de la última verdad técnica, procedentes de un mundo lejano y mítico formado por entidades supremas, como la OMS y otras del mismo rango.
Cuando los conocí por primera vez en Sevilla, me produjeron una impresión estimulante. Grandes edificios albergaban a centenares de profesionales investidos de una autoridad sacerdotal, que nutrían a los que, sin misterio alguno, producían actos profesionales en las consultas o en las clases. Los edificios son el símbolo de lo que son sus moradores. Los largos pasillos, los despachos múltiples, los individuales, las mesas llenas de papeles venidos de las providenciales organizaciones globales, los teléfonos y los primeros ordenadores.
La emoción de saber que allí se encontraban las unidades especiales de los servicios centrales. Porque en mis clases de la escuela andaluza de salud pública, la mayoría de los que se hacían presentes eran profesionales sin misterio alguno. Tenía la fantasía de que en los sótanos se encontrarían lo que en esos años eran denominados como “los fontaneros”. Pero mi desilusión era considerable cuando en cualquier conversación mi interlocutor se remitía a los escalones jerárquicos superiores, pronunciando con admiración el nombre de pila del consejero o cargos allegados, como en las burocracias tradicionales, tan bien conocidas.
Mi primera experiencia con este mundo fue cuando comencé a trabajar en el tema de la participación en salud. Fui remitido a consultar al departamento de participación en salud. Así conocí al grupo de técnicos que trabajaban en este tema, algunos de ellos muy valiosos. Se encontraban siempre en la elaboración de borradores para ser revisados por la autoridad correspondiente. Todavía, a día de hoy, no existen los consejos de salud. Esto excita mi fantasía y en mi intimidad les denominaba como “productores de flujos de documentos espectrales”.
Pero mi imaginación se disparó cuando, hacia finales de los años noventa, estaba impartiendo una clase en el máster de salud pública. El tema era la participación. Cuando aludí a la inexistencia de los consejos de salud en Andalucía, un médico, en un tono de confidencia dijo: sí existe el consejo de Andalucía y yo formo parte de él representando a la ugt. Cuando nos explicó las reuniones, lo interpreté desde mis coordenadas como una historia de fantasmas y secretos, tan vinculados a los poderes en este tiempo. Lo que más curiosidad suscitó es donde se reunían. La hipótesis de que hubiera sido en un sótano me estimulaba, pero no me lo aclaró. De ahí mi decepción, al compararlo con las ficciones cinematográficas de James Bond, en las que las reuniones tienen lugar en escenarios fantásticos.
El comienzo de la expansión de los expertos articuladores comienza por el encuentro entre los juristas y los políticos, que conforman lo que me gusta denominar “la matriz jurídico-política”. Estos crean organigramas y nomenclaturas. Sobre esta producción se elaboran distintas líneas jerárquicas que se hacen realidad mediante la multiplicación prodigiosa de organismos. Sobre sus intersecciones se crean los territorios que acogen a los articuladores de los ejes transversales, que se extienden como los fuegos artificiales, en tanto que se expanden en todas las direcciones, para, después de su difuminación, volver a reaparecer con otras formas. La diferencia con estos es que, en este caso, nunca se llega la traca final.
Al igual que con la energía, no se destruyen sino que se transforman. Soy capaz de identificar varios ciclos de expertos en mi vida profesional. Son portadores de saberes de moda, liturgias de última generación, puestas en escena de sofisticación acumulada y lenguajes técnicos dotados de su capacidad de epatar aún más que los que les anteceden. En el caso de estos expertos misteriosos sí se puede hablar en rigor de progreso.
En estos años me ayudó leer a Minzberg. Su conceptualización acerca de las organizaciones introducía una distinción entre tecnoestructura y staff, que por estas tierras alimentó las interpretaciones y, hasta las especulaciones acerca de la naturaleza de las galaxias en las que nacían, crecían y terminaban mutando a los articuladores de ejes transversales. Su concepto de staff, aplicado al estado, me dio que pensar, pero en el caso de la tecnoestructura, comenzó a provocarme un incipiente, perosostenido insomnio.
Cuando llegué a la Universidad me encontré con la misma realidad. La ausencia de misterio de la docencia e investigación se contraponía a la expansión de múltiples organismos, muchos de ellos con funciones de staff, pero emancipados progresivamente de las unidades a las que tendrían que prestar apoyo. Entender el organigrama siempre fue difícil, pero aún más lo era comprender su distribución en múltiples edificios, algunos de ellos investidos de una misteriosa elegancia, correspondiente con el nombre del organismo.
Los articuladores de los ejes transversales, conforman estructuras sensibles a las transformaciones que se producen en el entorno global. En los ochenta fueron el staff de apoyo a los habitantes de la matriz jurídico-política, preocupada por el suelo, tanto el físico como el de las organizaciones que controlaban. En ambos casos sus transacciones aumentaban el valor constantemente, y, además, era el lugar en donde ubicar a sus huestes, en la eterna lucha de posiciones entre los partidos, que entienden la administración como un campo de trincheras, en el que ocupar y mantener posiciones es esencial.
En los años noventa comienza el giro neoliberal, que transforma los staff acumulados en la trama de agencias imprescindibles para el ejercicio neoliberal de gobierno, que descansa sobre la constitución de dispositivos externos que mediante la evaluación, disminuyen el poder de las corporaciones profesionales en todos los campos. Aquellos que conocimos como órganos asesores, nacidos para apoyar el cambio, devienen en los servidores del proyecto vigente, que descansa sobre el misterio de calidad y la apoteosis de la evaluación.
La calidad es el último fantasma que recorre el mundo, el señor que sirve al poder vigente, desahuciando a los profesionales privándolos de su sentido común convencional. Es el espectro misterioso que puebla los edificios de las organizaciones públicas, que son los únicos no afectados por los recortes. Esta es la realidad, en nombre de la que las agencias de evaluación, jerarquizan a las personas, grupos y organizaciones antaño homologadas por la universalidad del estado de bienestar. Es el dios en nombre del cual pueden construirse purgatorios e infiernos para muchos de sus temerosos súbditos.
Así, las nuevas agencias que albergan a los nuevos articuladores de los ejes transversales, sustituyen a las antiguas iglesias, burocracias y tecnocracias, instaurando un nuevo reino de Dios en el estado. Las opacas agencias generan el orden de la diferencia según los criterios establecidos por las mismas. La eficiencia, convertida en un precepto sagrado, en nombre del que se excluye, se desplaza, se sanciona y se mata profesionalmente, deja fuera de su control a las agencias y a los edificios.
Así, la galaxia de la calidad y la evaluación, donde anidan los expertos que constituyen el sínodo del nuevo estado emprendedor, al igual que los edificios públicos convertidos en templos, no son afectados por las restricciones que llegan a todos los servicios sin piedad alguna. Este es un misterio que se incuba en los sótanos del poder global. Porque en tanto que crece la apelación a la calidad, se disminuyen los recursos, convirtiendo el ejercicio profesional en un milagro. En este orden de maravillas y misterios se funda el poder del estado resultante de la siempre penúltima modernización, y se inscriben los articuladores de ejes transversales, que nos tienen bien sujetos a los profesionales. Atados y bien atados, que dijo alguien hace ya algún tiempo.
sábado, 14 de diciembre de 2013
lunes, 9 de diciembre de 2013
LA CONGELACIÓN DE MANDELA EN EL ORDEN MEDIÁTICO
En los últimos cincuenta años el sistema mediático se ha expansionado exponencialmente sobre la producción de imágenes y sonidos, transformándose en una de las estructuras más relevantes en el nuevo orden global. Los grupos de comunicación transnacionales constituyen una parte esencial del nuevo poder, desempeñando un papel fundamental en su proyecto y en su estrategia. Los media no reproducen la realidad, sino que, cumpliendo la profecía de Mcluhan, crean una segunda realidad. Esta es otro mundo distinto del real, desplazando así a otras las estructuras más importantes de la modernidad.
La muerte de Mandela hace comparecer impetuosamente este sistema de significación que multiplica las imágenes, los comentarios, los fragmentos de discursos, las emociones y las puestas en escena. Sobre ese torrente explosivo de elementos, se constituye una narrativa difusa, que reemplaza el análisis histórico riguroso, sustituyéndolo por una burbuja de emociones en cuyo interior todo es posible. Este es el fundamento de esta factoría de la realidad que se sobrepone a la historia.
La construcción mediática de la muerte de Mandela hace posible el milagro de la concurrencia, en la orgía de los elogios, de los que propiciaron el apartheid y sus cómplices necesarios, con sus víctimas o quienes las defendieron en ese tiempo. Pero, el apartheid no es la única forma de discriminación, sino que su desaparición se compatibiliza con el incremento de otras formas de explotación, discriminación y marginación de gran intensidad, que pueblan el presente y penalizan particularmente al continente africano.
En el orden mediático se hace posible el milagro de la unanimidad de todos en la exaltación al héroe Mandela, incluidos quienes a día de hoy, rodean Europa de vallas, dotadas de cuchillas / concertinas y otras formas de crueldad física, que remiten inequívocamente al pasado colonial. Entre los mismos cabe destacar la brutalidad despiadada del ministro del interior español Fernández Díaz, quien tiene el mérito de desvelar el imaginario neocolonial, al minimizar los efectos de las cuchillas / concertinas, comparándolas con campos minados, electrificados o protegidos por perros de presa. Su intervención se produce en unos tonos propios de un sargento de un ejército colonial de otra época.
De este modo, Mandela es convertido en un icono heroico, definido en la realidad mediática evanescente. En tanto que se narran sus epopeyas con final feliz, su continente se desangra mediante la proliferación de conflictos, hambrunas y guerras terribles, que remiten, tanto a la debilidad de las estructuras legadas por la colonización, como a la lógica del orden global imperante, en el que las corporaciones globales tienen licencia para saquear los recursos y las poblaciones del continente africano sin contrapartida alguna.
Pero cualquier reflexión acerca de la significación histórica de la obra de Mandela se encuentra en el exterior de la realidad mediática. En la multiplicación prodigiosa de los fragmentos que la conforman, no parece posible suscitar ninguna reflexión con cierta densidad acerca del presente africano. En los próximos días los acontecimientos serán reconvertidos en cataratas de sentimientos, y, en ausencia de una reflexión acerca de su significación histórica, será reconfigurada para su integración en la narrativa del progreso global, articulado por las corporaciones globales, en donde se disipan las poblaciones para brillar las cifras de los rendimientos o las productividades, y en donde el esplendor de los objetos salidos del formidable sistema tecnológico oculta los dramas múltiples de las poblaciones subalternas en dicho orden.
En la burbuja emocional generada en tal sistema comunicativo, está excluida la reflexión. Un futbolista español, en Twitter, lamentó la muerte de Mandela, al que definió como “el actor de la película Invictus, que conduce a Sudáfrica a la victoria en el rugby”. Esta frase define con precisión la naturaleza del flujo mediático, cargado de emociones y y vibraciones, pero dotado de baja definición racional. Así, Mandela es reconstituido como un material que conforma una actualidad preparada para vibrar hoy y disiparse sin dejar rastro mañana.
Una antigua alumna me remite una información antológica. Se trata de un hotel, precisamente en Sudáfrica, que ofrece nada menos que una experiencia de pobreza para ricos europeos, ávidos en la vivencia de eventos que incrementen su riqueza de experiencias subjetivas. Naturalmente, en tal hotel los factores sensoriales que acompañan a tal experiencia de privación, tales como el hambre, el rigor de las temperaturas o la inseguridad, se encuentran excluidos de la misma. Se trata de obtener unas imágenes para intercambiar con sus iguales en posiciones sociales, en la búsqueda de la vida plena. Así reproducen la misma metáfora de la realidad mediática, que se funda en la simulación que desplaza lo real. Recomiendo vivamente visitar este enlace.
No dudo que en el sistema de comunicaciones que está produciendo la muerte de Mandela, comparezcan reflexiones, valoraciones y controversias acerca de su significación y del valor de su aportación desde el mundo actual. Pero estas se difuminan en las energías emocionales que se derivan del gran acontecimiento mediático. Me imagino lo qué hubiera pensado Mandela de los ataques a poblaciones civiles con aviones no tripulados, así como de otras hazañas bélicas que amueblan el presente.
Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Creo que se puede discutir mucho esta afirmación. Pero quiero concluir con una imagen que he presentado varias veces en mis clases de sociología. Es una mirada de una mujer africana, inmediatamente después de su viaje al paraíso europeo. Cubierta con una manta proporcionada por tan solidarios receptores, su mirada tiene la virtud de condensar todos los miedos de las poblaciones africanas,
En la segunda foto, se muestra en una playa de las islas Canarias la dualidad del mundo presente. En tanto que una pareja europea disfruta del milagro de la puesta del sol, en el mar y viento, viviendo un episodio amoroso en un tiempo de vacaciones, un africano se encuentra en espera de ser conducido por los servicios funerarios después de su viaje fatal. Dos mundos, dos, pero sólo un relato, incubado en las factorías mediáticas de producción de la realidad. En las mismas, se produce la transfiguración de Mandela para ser producido como un producto congelado, un alivio para las conciencias. También para reforzar el optimismo, reafirmando que el mundo va bien, y que eso significa que África va bien, también. Mi pregunta al sistema mediático es la siguiente ¿sería necesario hoy para África otro héroe de la estatura de Mandela?
La muerte de Mandela hace comparecer impetuosamente este sistema de significación que multiplica las imágenes, los comentarios, los fragmentos de discursos, las emociones y las puestas en escena. Sobre ese torrente explosivo de elementos, se constituye una narrativa difusa, que reemplaza el análisis histórico riguroso, sustituyéndolo por una burbuja de emociones en cuyo interior todo es posible. Este es el fundamento de esta factoría de la realidad que se sobrepone a la historia.
La construcción mediática de la muerte de Mandela hace posible el milagro de la concurrencia, en la orgía de los elogios, de los que propiciaron el apartheid y sus cómplices necesarios, con sus víctimas o quienes las defendieron en ese tiempo. Pero, el apartheid no es la única forma de discriminación, sino que su desaparición se compatibiliza con el incremento de otras formas de explotación, discriminación y marginación de gran intensidad, que pueblan el presente y penalizan particularmente al continente africano.
En el orden mediático se hace posible el milagro de la unanimidad de todos en la exaltación al héroe Mandela, incluidos quienes a día de hoy, rodean Europa de vallas, dotadas de cuchillas / concertinas y otras formas de crueldad física, que remiten inequívocamente al pasado colonial. Entre los mismos cabe destacar la brutalidad despiadada del ministro del interior español Fernández Díaz, quien tiene el mérito de desvelar el imaginario neocolonial, al minimizar los efectos de las cuchillas / concertinas, comparándolas con campos minados, electrificados o protegidos por perros de presa. Su intervención se produce en unos tonos propios de un sargento de un ejército colonial de otra época.
De este modo, Mandela es convertido en un icono heroico, definido en la realidad mediática evanescente. En tanto que se narran sus epopeyas con final feliz, su continente se desangra mediante la proliferación de conflictos, hambrunas y guerras terribles, que remiten, tanto a la debilidad de las estructuras legadas por la colonización, como a la lógica del orden global imperante, en el que las corporaciones globales tienen licencia para saquear los recursos y las poblaciones del continente africano sin contrapartida alguna.
Pero cualquier reflexión acerca de la significación histórica de la obra de Mandela se encuentra en el exterior de la realidad mediática. En la multiplicación prodigiosa de los fragmentos que la conforman, no parece posible suscitar ninguna reflexión con cierta densidad acerca del presente africano. En los próximos días los acontecimientos serán reconvertidos en cataratas de sentimientos, y, en ausencia de una reflexión acerca de su significación histórica, será reconfigurada para su integración en la narrativa del progreso global, articulado por las corporaciones globales, en donde se disipan las poblaciones para brillar las cifras de los rendimientos o las productividades, y en donde el esplendor de los objetos salidos del formidable sistema tecnológico oculta los dramas múltiples de las poblaciones subalternas en dicho orden.
En la burbuja emocional generada en tal sistema comunicativo, está excluida la reflexión. Un futbolista español, en Twitter, lamentó la muerte de Mandela, al que definió como “el actor de la película Invictus, que conduce a Sudáfrica a la victoria en el rugby”. Esta frase define con precisión la naturaleza del flujo mediático, cargado de emociones y y vibraciones, pero dotado de baja definición racional. Así, Mandela es reconstituido como un material que conforma una actualidad preparada para vibrar hoy y disiparse sin dejar rastro mañana.
Una antigua alumna me remite una información antológica. Se trata de un hotel, precisamente en Sudáfrica, que ofrece nada menos que una experiencia de pobreza para ricos europeos, ávidos en la vivencia de eventos que incrementen su riqueza de experiencias subjetivas. Naturalmente, en tal hotel los factores sensoriales que acompañan a tal experiencia de privación, tales como el hambre, el rigor de las temperaturas o la inseguridad, se encuentran excluidos de la misma. Se trata de obtener unas imágenes para intercambiar con sus iguales en posiciones sociales, en la búsqueda de la vida plena. Así reproducen la misma metáfora de la realidad mediática, que se funda en la simulación que desplaza lo real. Recomiendo vivamente visitar este enlace.
No dudo que en el sistema de comunicaciones que está produciendo la muerte de Mandela, comparezcan reflexiones, valoraciones y controversias acerca de su significación y del valor de su aportación desde el mundo actual. Pero estas se difuminan en las energías emocionales que se derivan del gran acontecimiento mediático. Me imagino lo qué hubiera pensado Mandela de los ataques a poblaciones civiles con aviones no tripulados, así como de otras hazañas bélicas que amueblan el presente.
Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Creo que se puede discutir mucho esta afirmación. Pero quiero concluir con una imagen que he presentado varias veces en mis clases de sociología. Es una mirada de una mujer africana, inmediatamente después de su viaje al paraíso europeo. Cubierta con una manta proporcionada por tan solidarios receptores, su mirada tiene la virtud de condensar todos los miedos de las poblaciones africanas,
En la segunda foto, se muestra en una playa de las islas Canarias la dualidad del mundo presente. En tanto que una pareja europea disfruta del milagro de la puesta del sol, en el mar y viento, viviendo un episodio amoroso en un tiempo de vacaciones, un africano se encuentra en espera de ser conducido por los servicios funerarios después de su viaje fatal. Dos mundos, dos, pero sólo un relato, incubado en las factorías mediáticas de producción de la realidad. En las mismas, se produce la transfiguración de Mandela para ser producido como un producto congelado, un alivio para las conciencias. También para reforzar el optimismo, reafirmando que el mundo va bien, y que eso significa que África va bien, también. Mi pregunta al sistema mediático es la siguiente ¿sería necesario hoy para África otro héroe de la estatura de Mandela?
miércoles, 4 de diciembre de 2013
LOS VISITANTES
DERIVAS DIABÉTICAS
LOS VISITANTES
Los enfermos visitamos a los médicos en las consultas. En este sentido somos los visitantes. Acudimos a las mismas para solicitar ayuda profesional para afrontar nuestros problemas de salud. Soy un enfermo diabético, y, como tal, una parte inevitable de mi vida es ser visitante de las consultas. Pero, después de la visita vuelvo a mi vida. En el momento en el que soy visitante en la consulta, me encuentro bajo la autoridad del profesional, que supervisa mi estado, toma decisiones y propone acciones. Pero, cuando regreso a mi vida, recupero la soberanía. Ya no soy visitante sino que la gobierno o desgobierno yo mismo.
Muchos de los factores que intervienen en el estado de la enfermedad, se relacionan con mi vida. Mis comportamientos y mis decisiones influyen decisivamente en el mismo. En la relación de consulta no es posible hablar de mi vida como totalidad. Esta es aludida en algunas ocasiones. Pero lo que predomina, cuando soy visitante, son las cuestiones relacionadas con el estado de la enfermedad. Por eso, el médico, que desempeña un papel tan importante en la lectura y valoración de los resultados en el curso de la enfermedad, es un visitante en mi vida. Sólo se asoma a ella a través de algunos fragmentos que aparecen en la conversación dirigida a resolver problemas específicos vinculados al tratamiento.
La diferenciación entre la enfermedad y la vida, determina que los pacientes seamos visitantes en las consultas, pero autores de nuestras vidas. Los médicos, que son los protagonistas en las consultas, pueden ser, en el mejor de los casos, visitantes en nuestras vidas. Estas tienen lugar en el exterior de las consultas y son difíciles de comprender desde la perspectiva de la misma. Sólo son aludidas en algunas de sus dimensiones, pero permanecen mudas en lo fundamental. Lo que se entiende en la asistencia sanitaria como “estilos de vida”, es un conjunto de prescripciones diseminadas como un menú, que son desbordadas por la multiplicidad de circunstancias y situaciones que se producen en la vida individual de cada paciente.
Los médicos nos tratan según nuestro diagnóstico. Pero la verdad es que el diagnóstico no nos homologa a todos los que lo compartimos. No somos una gama de automóviles que tienen las mismas características técnicas para los mecánicos. Por el contrario, los enfermos no somos fabricados en serie, sino que cada uno es una recombinación de factores individuales y atributos de los mundos que vivimos como seres sociales. Dentro de la etiqueta diagnóstica, coexistimos muchas personas completamente distintas, que viven mundos muy diferenciados y dotados de gran heterogeneidad. No tengo claro que tengamos que ser tratados del mismo modo, al estilo de algunas prácticas clínicas focalizadas sólo en el diagnóstico.
Además de nuestra enfermedad, en nuestros historiales médicos, somos identificados por distintas variables de situación, que nos diferencian. Nuestro sexo, edad, situación familiar, educativa, profesional o económica. Muchos profesionales sobrevaloran esas variables y hacen paquetes con nosotros. Tampoco esto es muy realista, porque, sin negar que en esas variables condicionan e influyen, lo que verdaderamente nos diferencia es nuestra vida, que siempre es rigurosamente individual, conformando nuestra subjetividad.
Decía Ortega y Gasset que “el hombre es el yo y su circunstancia”. Justamente esto es. La circunstancia en la que se desarrolla tu vida de enfermo, es un conjunto muy complejo, que no se puede reducir a una relación entre varias variables. Es algo más que eso. El yo es una relación dinámica entre el cuerpo, la mente y el entorno social. Pero las relaciones entre estos componentes tampoco se pueden reducir a un modelo sencillo y homologable para todos.
Lo característico de la vida individual es que supone el encuentro del yo con su mundo específico. Cada persona se encuentra frente a situaciones y sucesos únicos, que se repiten o renuevan. Además, la vida sólo existe a través de la subjetividad, a través de la que se seleccionan e interpretan las experiencias y se pone a prueba los preceptos de cada uno. Mi vida es lo vivido en mi persona desde mi perspectiva. Por eso mi vida me diferencia de los demás. En ella soy insustituible, no es posible delegarla ni que nadie la ocupe.
Una de las dimensiones relevantes de la vida es el futuro. Desde el pasado y el presente cada uno se hace una composición acerca de su futuro. En el caso de los enfermos diabéticos, el futuro se conforma como un horizonte sobre el que se ciernen amenazas. Así se configura un sufrimiento inespecífico y permanente asociado a la enfermedad. Esta situación da lugar a un proceso de pensamientos y sentimientos, no totalmente racionalizados, que se desarrollan en el interior de la persona y que no siempre son fácilmente comunicables. El paciente necesita tener una visión de su futuro, que pueda reducir las amenazas y aspirar a conservar el control. Este es el factor que configura la soledad del enfermo crónico.
El dilema de la vida de un enfermo diabético es resolver la tensión entre el presente y el futuro. Las restricciones en la vida diaria que implica la enfermedad, tienen que ser compensadas mediante gratificaciones. Estas significan transgresiones al tratamiento. Esta ecuación entre las restricciones, así como los sufrimientos que conllevan, y las gratificaciones, tan difícil de resolver en lo cotidiano, se plantea permanentemente. Es preciso administrarla en todos los tiempos. Así se configura el dilema del tiempo, que para nosotros significa decir siempre, sin esperanza fundada de reversión a la situación anterior a la enfermedad. Aquí radica el meollo de la vida de un enfermo diabético.
Por eso, cuando nos hacemos presentes en las consultas como visitantes, lo más importante es que nos entiendan. Que asuman que tenemos una vida, una temporalidad y que estas se encuentran regidas por la ecuación enunciada, que hace todo difícil. Entonces, que un médico te trate bien es que comprenda tu singularidad, tu condición y la complejidad de tu vida. Si se suscitan problemas de naturaleza clínica, el médico tiene que hacer énfasis en los riesgos y proponer alternativas. Pero, en la decisiva cuestión de la vida del paciente, su posición es sólo una perspectiva, que no puede reemplazar a la del paciente cuando atraviese el dintel de la consulta y vuelva a su vida.
Por eso, en las consultas, los médicos sólo pueden ser visitantes de las vidas de los pacientes. Tomarse distancias y asumir sus limitaciones, como corresponde a un visitante. De ahí, que lo más importante en la consulta sea mejorar la relación entre las partes. Esta es la cuestión fundamental. Una buena relación se asienta en la preeminencia de la comprensión del enfermo y su circunstancia. Así se puede tender un puente entre el tratamiento y la vida. Con esta premisa, la buena comunicación puede reforzar la confianza mutua, que es un requisito esencial de la buena asistencia.
Pero hay problemas que no se pueden combatir sólo con tecnología. Así, en el caso de los numerosos enfermos que dejan vacía la dirección de su vida, la actuación del profesional es limitada. También en el caso de los pacientes que carecen de recursos personales psicosociales mínimos. En estos casos me temo que el médico, más que posible visitante de sus vidas, deviene en un mero testigo.
domingo, 1 de diciembre de 2013
A LOS RECIÉN LLEGADOS: TOCAD LO QUE NO SABÉIS
A los recién llegados al presente, que son agrupados bajo la etiqueta de “jóvenes”, cuyo acceso a la sociedad se encuentra bloqueado para la inmensa mayoría, pero que, a pesar de eso, son halagados y designados como la generación más preparada de la historia. A este colectivo, que es almacenado en los contenedores académicos, en las empresas en situación de “prácticas”, así como en otras formas de espera lenta, que se alivia mediante su circulación intensiva por el espacio-mundo. A este conjunto de cuerpos que son utilizados como soporte de las escenografías que empaquetan la realidad producida por las maquinarias mediáticas del poder vigente.
Los becarios; los estudiantes dilatados, siempre en los penúltimos ciclos de sus largas trayectorias; los contratados de múltiples formas en las que se minimiza el salario y se endurecen las condiciones; los denostados “ni-ni”; los que laboran en las economías informales o ilegales; los trabajadores cognitivos expropiados de sus aportaciones; los que son inscritos en las múltiples formas bajo la denominación de “formación para el empleo”; los aspirantes a adquirir la condición de “emprendedores”; los que existen acumulando méritos en una larga circulación social; los precarizados de múltiples modos. Estos constituyen la mayor parte del contingente generacional. Frente a ellos, los que son cooptados por las organizaciones adultas, bien por las educativas, las empresas, las políticas o las organizaciones estatales. También aquellos privilegiados que consiguen constituir empresas sostenidas en sectores productivos nuevos u otras formas de integración.
Los recién llegados se encuentran con un mundo terminado, que se puede mirar pero no cambiar. Este se encuentra transformándose según el guión neoliberal, que es intocable. Así, ante ese mundo hermético, sólo tienen la oportunidad de acomodarse aceptando sus códigos y desempeñando los papeles asignados. Las múltiples instituciones y organizaciones que conforman el sistema tienen sus guiones escritos y cerrados. Sólo queda la opción de comportarse según los requerimientos del mismo, aceptando su papel de relegación en la producción y el protagonismo en los consumos. El estado de precariedad y el estatuto de la espera definen a este colectivo almacenado y tutelado.
Pero, al mismo tiempo, los recién llegados aterrizan en un mundo escindido: las viejas instituciones en las que son acomodados nos les ofrecen nada verosímil. De ahí resulta su desafección. Pero, sin embargo, existe la posibilidad de apropiarse de tiempos y espacios desde donde vivir la cotidianeidad separada de las instituciones que los subordinan. De ahí resulta la multiplicación de espacios y tiempos liberados de la lógica de las organizaciones formales. Los desplazados a la larga espera, terminan por reapropiarse de los huecos que quedan entre el conjunto instituido..
La verdad es que el sistema no les ofrece la posibilidad de decir ni hacer nada nuevo, ni imaginar ni pensar otra cosa que no se integre en el guión establecido. Se encuentran condenados a repetir los preceptos de los saberes imperantes o a reproducir sus liturgias y sus repertorios institucionales. Sólo queda la posibilidad de instaurar un mundo imaginario en sus espacios de fugas, en los que son tratados con permisividad, en tanto que protagonistas de consumos.
Así prestan sus cuerpos para el gran espectáculo del consumo. La institución central de la publicidad, se reapropia de las imágenes y de los signos que representan algunos de los elementos de la praxis de vivir, que inventan en el exterior de los recintos de las instituciones contenedoras. En la educación, en la familia, en la empresa o en la política, se apela a su protagonismo, según una nueva forma de conducción inédita. Pero aquellos que, tras su largo viaje juvenil, llegan a las organizaciones adultas, descubren que no pueden modificar nada sustancial. Las instituciones gerontocráticas necesitan las imágenes de jóvenes para reproducirse e instaurar su propia simulación.
Miles Davis es uno de los músicos de culto para mí. Su creatividad se extiende a todas sus actuaciones. En cada sesión es posible que aparezcan matices nuevos e inesperados. Se trata de un modelo de creatividad permanente, determinado por su propio concepto de la música. No es un ejecutor de partituras ni se comporta mecánicamente en sus actuaciones. Cada momento es abierto, original, haciendo posible la creación. Les decía a los músicos que le acompañaban “no toquéis lo que sabéis, tocad lo que no sabéis”. Representa la tensión de la creatividad permanente.
Por eso, Miles Davis representa una referencia para los recién llegados. Estos se encuentran frente a los discursos, los saberes, las organizaciones, los universos simbólicos, propios de un ciclo que concluye, reconfigurándose según el proyecto neoliberal. Este supone una regresión con respecto a la sociedad antecedente. Este proyecto es opaco, pero intensifica los efectos negativos sobre el colectivo de los recién arribados, condenados a la larga espera, a la competividad extrema en el proceso de acumulación de méritos, o, incluso, a que los grupos que desembarcan en las instituciones del sistema, tengan que negarse mediante la adaptación a los procesos cerrados de reproducción de las organizaciones.
La única posibilidad es que se produzca una ruptura que puede inaugurar un nuevo ciclo en donde los recién advenidos puedan desempeñar un papel de coautores del futuro. Sólo en otro escenario diferente del actual puede experimentarse la creación de otro social. Por eso es importante no repetir los viejos guiones y crear. Tocar lo que no sabes, cuestionar, tener la energía de imaginar y pensar. De lo contrario, la máquina de producir objetos, servicios, imágenes y realidades artificiales devora cualquier iniciativa reconfigurándola para integrarla en su orden.
Porque los recién llegados resultan patéticos desempeñando los guiones que les asigna el sistema, pero también aquellos que reproducen los papeles y repertorios de acción de las viejas utopías industriales, que se encuentran en estado de agotamiento, en un contexto extraño a sus supuestos. Los jóvenes alineados detrás de los líderes en las comparecencias mediáticas; aquellos que presentan los media en sus espectacularizaciones comerciales; los constituidos como masa de fans del deporte; los comparecientes en todas las organizaciones regidas por la animación.
Sólo queda un camino, que es inventar un nuevo futuro rompiendo con el presente desesperanzado. Es lo que siempre ha ocurrido cuando un ciclo histórico se cierra y adviene uno nuevo. Algunos estamos aguardando. La dinámica del sistema actual es la aceleración hacia un gran accidente, o la reedición de una nueva versión de regresiones múltiples. Sólo fuera de los guiones establecidos por el neoliberalismo o su decrépita oposición, tan desgastada como él mismo, es posible romper y abrir un camino esperanzador.
Existen las condiciones para la emergencia de algún acontecimiento que propicie una nueva definición, instaurando así una ruptura y abriendo un camino al futuro. Así se podría inventar en lo político y lo social, imaginar otro horizonte, pensar, proponer, ensayar, decir y hacer otras cosas. En espera de este acontecimiento, es preciso seguir el ejemplo de Miles Davis y trascender la naturaleza de ejecutores de guiones caducados, que constriñen las potencialidades personales de los recién llegados. Existe cierto margen para crear, para inventar, para modificar los preceptos y las reglas constrictivas de las instituciones del crecimiento sin fin, en su estadio gerontocrático.
Ya se pueden atisbar múltiples indicios de la erosión de lo instituido y la emergencia deslavazada de algunos elementos que no se pueden inscribir en el orden vigente del tránsito hacia el neoliberalismo avanzado. En los movimientos sociales con capacidad de enunciar; en lo que fue el 15m; en los paradigmas postcoloniales que llegan de detrás de los mares; en los profesionales que hacen nuevas definiciones de la salud, la educación o los servicios sociales; en la creación del arte y la cultura; en los microcontextos nacientes en los que los sentidos, las prácticas y las relaciones que los conforman, se alejan del modelo del mercado. En todos estos ámbitos se producen las experiencias que propician un nuevo tipo de personas, que me gusta designar como autores, contrapuestos a los seres mecánicos generados por las dinámicas de las instituciones caducadas. La expansión de los grupos de autores crea las condiciones para un acontecimiento de ruptura que tenga efectos sobre la mayoría mecanizada.
Es preciso comenzar a tocar lo que no sabemos para convertirnos en autores capaces de pilotar nuestra propia vida y poder realizar aportaciones a lo social y lo convivencial. La propuesta de Miles Davis trasladada a la vida y a lo social.
Los becarios; los estudiantes dilatados, siempre en los penúltimos ciclos de sus largas trayectorias; los contratados de múltiples formas en las que se minimiza el salario y se endurecen las condiciones; los denostados “ni-ni”; los que laboran en las economías informales o ilegales; los trabajadores cognitivos expropiados de sus aportaciones; los que son inscritos en las múltiples formas bajo la denominación de “formación para el empleo”; los aspirantes a adquirir la condición de “emprendedores”; los que existen acumulando méritos en una larga circulación social; los precarizados de múltiples modos. Estos constituyen la mayor parte del contingente generacional. Frente a ellos, los que son cooptados por las organizaciones adultas, bien por las educativas, las empresas, las políticas o las organizaciones estatales. También aquellos privilegiados que consiguen constituir empresas sostenidas en sectores productivos nuevos u otras formas de integración.
Los recién llegados se encuentran con un mundo terminado, que se puede mirar pero no cambiar. Este se encuentra transformándose según el guión neoliberal, que es intocable. Así, ante ese mundo hermético, sólo tienen la oportunidad de acomodarse aceptando sus códigos y desempeñando los papeles asignados. Las múltiples instituciones y organizaciones que conforman el sistema tienen sus guiones escritos y cerrados. Sólo queda la opción de comportarse según los requerimientos del mismo, aceptando su papel de relegación en la producción y el protagonismo en los consumos. El estado de precariedad y el estatuto de la espera definen a este colectivo almacenado y tutelado.
Pero, al mismo tiempo, los recién llegados aterrizan en un mundo escindido: las viejas instituciones en las que son acomodados nos les ofrecen nada verosímil. De ahí resulta su desafección. Pero, sin embargo, existe la posibilidad de apropiarse de tiempos y espacios desde donde vivir la cotidianeidad separada de las instituciones que los subordinan. De ahí resulta la multiplicación de espacios y tiempos liberados de la lógica de las organizaciones formales. Los desplazados a la larga espera, terminan por reapropiarse de los huecos que quedan entre el conjunto instituido..
La verdad es que el sistema no les ofrece la posibilidad de decir ni hacer nada nuevo, ni imaginar ni pensar otra cosa que no se integre en el guión establecido. Se encuentran condenados a repetir los preceptos de los saberes imperantes o a reproducir sus liturgias y sus repertorios institucionales. Sólo queda la posibilidad de instaurar un mundo imaginario en sus espacios de fugas, en los que son tratados con permisividad, en tanto que protagonistas de consumos.
Así prestan sus cuerpos para el gran espectáculo del consumo. La institución central de la publicidad, se reapropia de las imágenes y de los signos que representan algunos de los elementos de la praxis de vivir, que inventan en el exterior de los recintos de las instituciones contenedoras. En la educación, en la familia, en la empresa o en la política, se apela a su protagonismo, según una nueva forma de conducción inédita. Pero aquellos que, tras su largo viaje juvenil, llegan a las organizaciones adultas, descubren que no pueden modificar nada sustancial. Las instituciones gerontocráticas necesitan las imágenes de jóvenes para reproducirse e instaurar su propia simulación.
Miles Davis es uno de los músicos de culto para mí. Su creatividad se extiende a todas sus actuaciones. En cada sesión es posible que aparezcan matices nuevos e inesperados. Se trata de un modelo de creatividad permanente, determinado por su propio concepto de la música. No es un ejecutor de partituras ni se comporta mecánicamente en sus actuaciones. Cada momento es abierto, original, haciendo posible la creación. Les decía a los músicos que le acompañaban “no toquéis lo que sabéis, tocad lo que no sabéis”. Representa la tensión de la creatividad permanente.
Por eso, Miles Davis representa una referencia para los recién llegados. Estos se encuentran frente a los discursos, los saberes, las organizaciones, los universos simbólicos, propios de un ciclo que concluye, reconfigurándose según el proyecto neoliberal. Este supone una regresión con respecto a la sociedad antecedente. Este proyecto es opaco, pero intensifica los efectos negativos sobre el colectivo de los recién arribados, condenados a la larga espera, a la competividad extrema en el proceso de acumulación de méritos, o, incluso, a que los grupos que desembarcan en las instituciones del sistema, tengan que negarse mediante la adaptación a los procesos cerrados de reproducción de las organizaciones.
La única posibilidad es que se produzca una ruptura que puede inaugurar un nuevo ciclo en donde los recién advenidos puedan desempeñar un papel de coautores del futuro. Sólo en otro escenario diferente del actual puede experimentarse la creación de otro social. Por eso es importante no repetir los viejos guiones y crear. Tocar lo que no sabes, cuestionar, tener la energía de imaginar y pensar. De lo contrario, la máquina de producir objetos, servicios, imágenes y realidades artificiales devora cualquier iniciativa reconfigurándola para integrarla en su orden.
Porque los recién llegados resultan patéticos desempeñando los guiones que les asigna el sistema, pero también aquellos que reproducen los papeles y repertorios de acción de las viejas utopías industriales, que se encuentran en estado de agotamiento, en un contexto extraño a sus supuestos. Los jóvenes alineados detrás de los líderes en las comparecencias mediáticas; aquellos que presentan los media en sus espectacularizaciones comerciales; los constituidos como masa de fans del deporte; los comparecientes en todas las organizaciones regidas por la animación.
Sólo queda un camino, que es inventar un nuevo futuro rompiendo con el presente desesperanzado. Es lo que siempre ha ocurrido cuando un ciclo histórico se cierra y adviene uno nuevo. Algunos estamos aguardando. La dinámica del sistema actual es la aceleración hacia un gran accidente, o la reedición de una nueva versión de regresiones múltiples. Sólo fuera de los guiones establecidos por el neoliberalismo o su decrépita oposición, tan desgastada como él mismo, es posible romper y abrir un camino esperanzador.
Existen las condiciones para la emergencia de algún acontecimiento que propicie una nueva definición, instaurando así una ruptura y abriendo un camino al futuro. Así se podría inventar en lo político y lo social, imaginar otro horizonte, pensar, proponer, ensayar, decir y hacer otras cosas. En espera de este acontecimiento, es preciso seguir el ejemplo de Miles Davis y trascender la naturaleza de ejecutores de guiones caducados, que constriñen las potencialidades personales de los recién llegados. Existe cierto margen para crear, para inventar, para modificar los preceptos y las reglas constrictivas de las instituciones del crecimiento sin fin, en su estadio gerontocrático.
Ya se pueden atisbar múltiples indicios de la erosión de lo instituido y la emergencia deslavazada de algunos elementos que no se pueden inscribir en el orden vigente del tránsito hacia el neoliberalismo avanzado. En los movimientos sociales con capacidad de enunciar; en lo que fue el 15m; en los paradigmas postcoloniales que llegan de detrás de los mares; en los profesionales que hacen nuevas definiciones de la salud, la educación o los servicios sociales; en la creación del arte y la cultura; en los microcontextos nacientes en los que los sentidos, las prácticas y las relaciones que los conforman, se alejan del modelo del mercado. En todos estos ámbitos se producen las experiencias que propician un nuevo tipo de personas, que me gusta designar como autores, contrapuestos a los seres mecánicos generados por las dinámicas de las instituciones caducadas. La expansión de los grupos de autores crea las condiciones para un acontecimiento de ruptura que tenga efectos sobre la mayoría mecanizada.
Es preciso comenzar a tocar lo que no sabemos para convertirnos en autores capaces de pilotar nuestra propia vida y poder realizar aportaciones a lo social y lo convivencial. La propuesta de Miles Davis trasladada a la vida y a lo social.