lunes, 25 de noviembre de 2013
LAS SOLEDADES DE ANTONIA. UN DRAMA EN DOS ACTOS. 2
ACTO SEGUNDO. EN LA ESPAÑA POSTFRANQUISTA.
En 1977 Antonia tiene 52 años. Su vida se encuentra absorbida por su trabajo y el cuidado de su familia, formada principalmente por sus nietos. Desde los altavoces y las pantallas que la rodean se celebra el cambio político y se construye una narrativa triunfal. Las imágenes y sonidos que las articulan suenan en su exterior, como inevitable ruido de fondo, pero su vida, sigue siendo sustancialmente la misma.
La sociedad que la ha condenado sigue ahí presente. Las instituciones permanecen incólumes. La iglesia, las organizaciones estatales que la definen según su “estado civil”, su familia, hermanos, cuñados y allegados continúan guardando las distancias, y, en cada encuentro, el “pecado original” se encuentra presente, reeditándose mediante los silencios densos. También los vecinos y las compañeras de trabajo, ante los que se mantiene su secreto en el exterior de las conversaciones intrascendentes de la cotidianeidad.
Ella misma ha interiorizado su culpa, careciendo de cualquier resentimiento hacia la sociedad y las instituciones que la han violentado y han protegido a su agresor. Ella proyecta la responsabilidad en el padre fugitivo, pero no lo exterioriza hasta que, años después, se manifiesta la violencia de género, que aparece en el mundo difuso de las pantallas, pero que es el único que vive como espectadora. La comparecencia de las imágenes de las víctimas, expertos y autoridades, que repudian a los maltratadores. Entonces ella hace una asociación con su caso y se explaya narrando las vicisitudes de su drama a los más allegados.
En los años siguientes termina de pagar su casa, se jubila, pasando a percibir una pensión. Sus nietos terminan sus estudios, se emplean, se emancipan y le convierten en bisabuela. Su hija se encuentra ausente de su existencia. Así se produce un vaciamiento de su vida. Esta se ha llenado con el trabajo y las obligaciones familiares. Ahora se queda sola, con mucho tiempo disponible. De este modo se configura su versión dura del “nicho vacío”. Las ausencias se hacen patentes, pero sus posibilidades de cambiar de vida son escasas. Carece de amistades, todas sus relaciones han estado minimizadas por sus limitaciones. Carece de fuerzas y energía para seguir y salir al espacio público para vivir. Su hogar va a ser el refugio desde donde tenga lugar su declive físico.
Los primeros signos de enfermedades comparecen de forma súbita. La artrosis es la primera. Después aparecen otras acompañantes que la convierten en una consumidora compulsiva de fármacos. Sus capacidades físicas van menguando progresivamente. Pero, lo peor de su creciente mala salud son los dolores, que le van a acompañar hasta formar parte de su cotidianeidad. Los problemas de salud van añadiéndose, ratificando el concepto de sinergia. Los dolores permanentes en las piernas, que van reduciendo su movilidad; los problemas respiratorios, con sus toses y crisis intermitentes; el aparato digestivo, tan dañado por su mala alimentación y por su medicación tan agresiva; su mala circulación, que se refuerza por su inmovilidad. Pero lo peor son los dolores de cabeza, así como los derivados del deterioro de su dentadura. Además, los problemas cotidianos a los que no son receptivos los médicos, como la excesiva sudoración en los tórridos veranos y otros similares.
La convergencia entre estos problemas va deteriorando su vida. Pero lo peor para ella es el distanciamiento de sus nietos. Estos dedican su vida a trabajar intensamente para cumplir el imperativo de la carrera profesional; también para responder a las obligaciones del consumo inmaterial, en particular, los viajes y las vacaciones. Así se consuma un distanciamiento afectivo con consecuencias fatales para la abuela. Para ella se debilita la única relación a la que puede asirse. Se desvanece el único afecto que ha experimentado.
El abismo entre los dos mundos conforma el distanciamiento. Los nietos son recursos humanos en crecimiento sin fin; seres móviles que transitan por el espacio; consumidores sofisticados que muestran su sabiduría en la cadena interminables de las compras; miembros activos de la sociedad digital, siempre en la última versión; buscadores de relaciones, emociones, experiencias nuevas; sometidos a tiempos rápidos y a un estado de movilización vital permanente.
La abuela, anclada en el pasado, inmóvil, ajena al mundo digital, retrasada en sus consumos y tradicional en sus compras, con una vida que ha minimizado sus experiencias personales, sin amistades de interés que trasciendan lo cotidiano y con una penosa vida afectiva y sexual, se encuentra inevitablemente menospreciada por los seres criados en las modernizaciones. La relación se encuentra regida por la obligación, reducida a mínimos, y por un intercambio afectivo decreciente. Durante muchos años, las visitas para estar con los biznietos se reducen a las fiestas de navidades, cumpleaños, tradiciones familiares y llegada de vacaciones. En los primeros años concurrían en alguna jornada familiar de playa que concluye cuando progresa su envejecimiento.
Se encuentra rodeada de seres que viven según otro mundo social regido por otra temporalidad. Todos los actos de los vástagos son rápidos y dirigidos a un objetivo. Así, las visitas, tan poco frecuentes de sus biznietos, transcurren demasiado rápidas a sus ojos. Entre visita y visita se siente sola en la fortaleza doméstica, en donde experimenta su declive. Cada vez le cuesta más trabajo salir a las compras y los médicos. En esas ocasiones aprovecha para desayunar en una churrería cercana. En sus largas horas de espera a la siguiente visita maldice a su agresor y recrea la historia mil veces en voz alta. Así expulsa sus demonios personales.
Pero para ella, el progreso triunfal que se celebra desde las pantallas y la abundancia de los consumos de sus nietos, se contrapone con la aparición de nuevos expertos que se ciernen amenazadoramente sobre su pensión. Sus experiencias con los profesionales son muy negativas. Su médico de cabecera, que nunca ha estado en su casa, le desprecia manifiestamente cuando pide explicaciones sobre sus problemas. Los incentivos por los que se rige concitan su atención en otros pacientes. Además, se encuentra fatalmente con dentistas, podólogos, nutricionistas y alguna de las versiones de la psicología. En la soledad de su hogar, en la televisión es capturada por la venta a distancia, siendo timada de una forma despiadada. La expansión de expertos depredadores de personas con facultades y relaciones minimizadas constituye el reverso de la épica modernización. Las necesidades de los ancianos son despiezadas para constituir mercados profesionales de segundo orden.
Convertida en televidente forzosa, devora las fabulaciones televisivas en sus largas horas de soledad. La multiplicación de expertos milagrosos y telepredicadores médicos termina por afectarla. Ella es adicta a las galletas y otros dulces que consume compulsivamente frente a la pantalla. Con ochenta y cuatro años fue capturada por un experto que le convenció de los peligros asociados al sobrepeso y las ventajas de una dieta. Entonces decidió dejar las galletas y las cosas que le gustan. Su frustración fue terrible, cuando meses después no adelgazaba. Le quitaron lo único que le ayudaba a tener una pequeña gratificación en su vida diaria. Terrible..
Su dependencia va incrementándose. Lo descubre cuando nadie le acompaña al dentista y a otros expertos / depredadores. En los últimos tiempos ha tenido cuatro hospitalizaciones. Cuando se encuentra ingresada se encuentra atendida por sus nietos y por el dispositivo hospitalario. Así recupera un protagonismo que le remite a su edad de oro, cuando era necesaria en el grupo familiar. Cuando le dan el alta protesta porque sabe que regresa a su estado de abandono y soledad.
Pero lo peor para Antonia es constatar que no es querida ni reconocida por los suyos. Tras la muerte de su hija le invade una sensación de culpa. Se percibe como un ser extraño, no comprendida por las personas próximas. Aspira a revertir la situación y volver a los afectos de los años de la crianza. Pero no aparecen signos que permitan anunciar esta situación, y, por el contrario, el desafecto se solidifica. Su herida sangra y su carácter se envenena. Así se produce el incremento del distanciamiento.
El estado de bienestar se hace presente en su vida mediante la ayuda a domicilio. Desde hace cinco años una mujer va por la mañana a ayudarle en las tareas domésticas. Pero la función que verdaderamente desempeña es conversar. Recibe encantada la compañía. Le cuenta una y mil veces las desventuras con sus nietos, los sufrimientos derivados de su agresor, los temores transmitidos por la tele, los asesinos de guardia, los tránsitos de los cuerpos de moda que se escenifican en los múltiples microrelatos que consume. Se siente acompañada y todas las mañanas revive con la presencia de la persona de los servicios sociales.
Hace un tiempo, cuando tenía ochenta y cinco años, ocurrió un acontecimiento que ilustra su drama. Su hermana, de edad similar, le visita un par de veces al año con su marido. Es una visita de protocolo, fría y distante. En esa visita, conversaron un par de horas sobre recuerdos del pasado. Cuando se despidieron y salían, la hermana comentó que se estaba haciendo pis. Cuando su marido le dijo que fuera al baño, le replicó diciendo “no te voy a dejar solo con esa fresca ni un minuto”. La permanencia de la condena de Antonia es de por vida. La mala saña de la sociedad que la violentó se sobrepone a todos los cambios sociales.
Antonia ha vivido dos ciclos diferentes. En ambos ha sido severamente penalizada. Después de sufrir el castigo de las instituciones de una sociedad retrasada, es penalizada por las resultantes de las modernizaciones. Su vida sacrificada, los dos ciclos de crianza de hijos y nietos, la simultaneidad de su trabajo y la conducción de su familia, son minusvalorados. Sus competencias, renovadas todos los días y mantenidas durante tantos años, son consideradas como obsoletas. Su proceso de envejecimiento es penalizado. Se le entiende como un ser retrasado, dependiente, como una carga.
Este es un drama que se produce en el subsuelo de las sociedades presentes. Sus registros no se encuentran en las narrativas elaboradas por las instituciones políticas, académicas o mediáticas. Así cristaliza un colectivo social ausente, carente de voz. Este es el comienzo de un proceso de marginación de estas personas que son expropiadas de sus aportaciones y sus capacidades. Pienso que no se puede aceptar que el presente signifique progreso ignorando a las personas afectadas por las marginaciones múltiples. Esta es una de ellas.
Hola Juan, me alegra leer acerca de este tema, ya que me inquieta mucho la falta de posibilidades de actuación que tienen las personas de estas edades. Pero me gustaría preguntarte, ¿No crees que parte de la responsabilidad de este aislamiento corresponde a ellas mismas? Quiero decir, hasta qué punto el sistema las aisla y hasta qué punto sus autoestimas las llevan a rechazar cualquier proceso de reciclaje o actualización cotidiana. Tengo el caso de mi abuelita muy a la mano y me gustaría conocer tu opinión. Un saludo
ResponderEliminarHola Jonay ¡celebro verte por estas páginas¡
ResponderEliminarEl caso de Antonia, no es general. El fondo es una crítica al nacional-catolicismo del franquismo y a la sociedad que lo reemplazó. Por cuatro polvos lleva sesenta y seis años de condena.
Dicho esto, respondiendo a la pregunta que suscitas, pienso que el cambio social no tiene el mismo impacto en toda la población. Los jóvenes se encuentran en el espacio donde se producen los cambios y los mayores siguen viuviendo el mundo suyo, que se hace obsoleto a los que vienen detrás. Así se produce un gran distanciamiento generacional que dificulta las relaciones. Se puede afirmar que en las sociedades del presente se viven varios mundos diferentes.
Me parece que pedir que se adapten al mundo que nace a sus espaldas es demasiado. La solución al problema estriba en inventar nuevas formas convivenciales que permitan a los mayores vivir en un medio adecuado para ellos.
Así podrian defenderse de los políticos, los expertos y los mercados que los instrumentalizan y los convierten en una masa fácilmente manipulable para los poderes.
Un saludo
Estoy totalmente de acuerdo, pero le animo a echar una ojeada a este enlace, donde un médico diagnosticista de esos que todo lo medicalizan, trata el asunto con bastante poca humanidad. Viniendo a cuento de la charla del otro día acerca de la medicina sin límites.
ResponderEliminarhttp://www.psicogeriatria.net/2011/05/16/soledad-depresi%C3%B3n-y-aislamiento/
ResponderEliminarJonay, gracias por tu aportación. La verdad es que me da mucho miedo eso de la psicogeriatría. Soy un sociólogo crítico, por eso defiendo la posición de que un anciano no puede ser definido como un enfermo, sino a partir de las potencialidades que tiene.
ResponderEliminarMás bien se trata de víctimas de un sistema que define el valor en términos económicos y que privilegia la producción y el consumo en detrimento de lo convivencial. Así las familias y las residencias son las únicas estructuras convivenciales que albergan a los ancianos. Ambas muestran su deficiencia.
Creo que es posible inventar formas convivenciales nuevas en las que los ancianos puedan vivir mejor, aportando cosas.
Así se disminuiría el volumen de los psicogeriatras, que son expertos que crean un campo profesional que estigmatiza a los mayores y los hace dependientes del tratamiento.
Juan, entiendo tu proposición de inventar nuevas formas de convivencia... se me ocurre aquellos ejemplos de abueletes que se organizan con amigos o conocidos y edifican casas o pisos en una misma urbanización, con huertos, etc, para pasar su jubilación y cuidarse unos a otros; también me viene a la mente la película "¿Y si vivimos todos juntos?"... Pero pienso que hablas de un determinado colectivo de personas mayores. Porque no imagino a mis tías abuelas formando nada. Vienen de una sociedad represiva, donde el trabajo es lo que ordena y da sentido a sus vidas. Donde la penalización social no sólo la sufren ellas (si son transgresoras de las normas), sino que ellas mismas supervisan que los demás no las infrinjan. La sociedad de la vigilancia y el control social es tan poderosa en aquella época (y aun en ésta en su mentalidad) que se integra dentro de su cosmovisión.
ResponderEliminarEllo les imposibilita cualquier cambio. Aceptan su vida. Les ha tocado, piensan. No hay posibilidad de invención, Juan. Ni posibilidad de comprensión. También hablo desde mi propia experiencia.
Ellas pueden ver el cambio en los demás como aceptable, pues entienden que es parte de esta nueva época, pero ellas, que se entienden de otra época, no se permiten nada fuera de lo que entonces se aceptaba.
Cuando intentas acercarte, a través de la comprensión de su mundo, las escuchas y les das tu afecto. Entonces, intentas aconsejarles una vida más tranquila, menos sumisa y despejada del trabajo que les permita ahuyentar sus dolores... Se niegan rotundamente y rechazan por completo la actual sociedad. Es una paradoja muy grande porque se quejan constantemente de su sacrificada vida pero, sin embargo, no se ven a sí mismas viviendo una vida menos focalizada en los sacrificios, el trabajo y la austeridad.
Desde esta situación de inflexibilidad, lo único que los demás podemos darle es amor y comprensión. Hacerles saber que no están solas y que las respetamos a pesar de nuestras diferentes cosmovisiones.
Por otro lado, gracias por compartir historias invisibles como la de Antonia.
Gracias Silvia, celebro volver a leerte por aquí. Cuando hablo de inventar instituciones convivenciales para paliar las dos déficits de la familia y la comunidad local / vecindad, me refiero al futuro. Comparto contigo que los ancianos actuales aceptan su destino con un fatalismo indestructible. Una institución siempre es una creación de un pequeño número de personas que crean y experimentan. En determinadas condiciones sus innovaciones pueden extenderse.
ResponderEliminarEn este post he hecho énfasis en los mercados de expertos de segundo orden que se abaten sobre los ancianos indefensos. Pienso que ellos son el principal obstáculo para que se innove en lo convivencial. Este colectivo con alto grado de dependencia es muy jugoso para todo tipo de proyectos políticos y comerciales. Además, carece de voz para expresar sus sufrimientos que son entendidos como naturales e inevitables por sus vástagos, así como reinterpretados por los expertos que intervienen.
Quiero puntualizar que desde la perspectiva de la Andalucía rural y tu pueblo, este problema se minimiza. Es un lugar en el que existe una reserva comunitaria que ya desapareció en casi todas las ciudades y al norte de Despeñaperros.
El objetivo del post ha sido mostrar los sufrimientos mudos de esta anciana.