lunes, 25 de noviembre de 2013
LAS SOLEDADES DE ANTONIA. UN DRAMA EN DOS ACTOS. 2
ACTO SEGUNDO. EN LA ESPAÑA POSTFRANQUISTA.
En 1977 Antonia tiene 52 años. Su vida se encuentra absorbida por su trabajo y el cuidado de su familia, formada principalmente por sus nietos. Desde los altavoces y las pantallas que la rodean se celebra el cambio político y se construye una narrativa triunfal. Las imágenes y sonidos que las articulan suenan en su exterior, como inevitable ruido de fondo, pero su vida, sigue siendo sustancialmente la misma.
La sociedad que la ha condenado sigue ahí presente. Las instituciones permanecen incólumes. La iglesia, las organizaciones estatales que la definen según su “estado civil”, su familia, hermanos, cuñados y allegados continúan guardando las distancias, y, en cada encuentro, el “pecado original” se encuentra presente, reeditándose mediante los silencios densos. También los vecinos y las compañeras de trabajo, ante los que se mantiene su secreto en el exterior de las conversaciones intrascendentes de la cotidianeidad.
Ella misma ha interiorizado su culpa, careciendo de cualquier resentimiento hacia la sociedad y las instituciones que la han violentado y han protegido a su agresor. Ella proyecta la responsabilidad en el padre fugitivo, pero no lo exterioriza hasta que, años después, se manifiesta la violencia de género, que aparece en el mundo difuso de las pantallas, pero que es el único que vive como espectadora. La comparecencia de las imágenes de las víctimas, expertos y autoridades, que repudian a los maltratadores. Entonces ella hace una asociación con su caso y se explaya narrando las vicisitudes de su drama a los más allegados.
En los años siguientes termina de pagar su casa, se jubila, pasando a percibir una pensión. Sus nietos terminan sus estudios, se emplean, se emancipan y le convierten en bisabuela. Su hija se encuentra ausente de su existencia. Así se produce un vaciamiento de su vida. Esta se ha llenado con el trabajo y las obligaciones familiares. Ahora se queda sola, con mucho tiempo disponible. De este modo se configura su versión dura del “nicho vacío”. Las ausencias se hacen patentes, pero sus posibilidades de cambiar de vida son escasas. Carece de amistades, todas sus relaciones han estado minimizadas por sus limitaciones. Carece de fuerzas y energía para seguir y salir al espacio público para vivir. Su hogar va a ser el refugio desde donde tenga lugar su declive físico.
Los primeros signos de enfermedades comparecen de forma súbita. La artrosis es la primera. Después aparecen otras acompañantes que la convierten en una consumidora compulsiva de fármacos. Sus capacidades físicas van menguando progresivamente. Pero, lo peor de su creciente mala salud son los dolores, que le van a acompañar hasta formar parte de su cotidianeidad. Los problemas de salud van añadiéndose, ratificando el concepto de sinergia. Los dolores permanentes en las piernas, que van reduciendo su movilidad; los problemas respiratorios, con sus toses y crisis intermitentes; el aparato digestivo, tan dañado por su mala alimentación y por su medicación tan agresiva; su mala circulación, que se refuerza por su inmovilidad. Pero lo peor son los dolores de cabeza, así como los derivados del deterioro de su dentadura. Además, los problemas cotidianos a los que no son receptivos los médicos, como la excesiva sudoración en los tórridos veranos y otros similares.
La convergencia entre estos problemas va deteriorando su vida. Pero lo peor para ella es el distanciamiento de sus nietos. Estos dedican su vida a trabajar intensamente para cumplir el imperativo de la carrera profesional; también para responder a las obligaciones del consumo inmaterial, en particular, los viajes y las vacaciones. Así se consuma un distanciamiento afectivo con consecuencias fatales para la abuela. Para ella se debilita la única relación a la que puede asirse. Se desvanece el único afecto que ha experimentado.
El abismo entre los dos mundos conforma el distanciamiento. Los nietos son recursos humanos en crecimiento sin fin; seres móviles que transitan por el espacio; consumidores sofisticados que muestran su sabiduría en la cadena interminables de las compras; miembros activos de la sociedad digital, siempre en la última versión; buscadores de relaciones, emociones, experiencias nuevas; sometidos a tiempos rápidos y a un estado de movilización vital permanente.
La abuela, anclada en el pasado, inmóvil, ajena al mundo digital, retrasada en sus consumos y tradicional en sus compras, con una vida que ha minimizado sus experiencias personales, sin amistades de interés que trasciendan lo cotidiano y con una penosa vida afectiva y sexual, se encuentra inevitablemente menospreciada por los seres criados en las modernizaciones. La relación se encuentra regida por la obligación, reducida a mínimos, y por un intercambio afectivo decreciente. Durante muchos años, las visitas para estar con los biznietos se reducen a las fiestas de navidades, cumpleaños, tradiciones familiares y llegada de vacaciones. En los primeros años concurrían en alguna jornada familiar de playa que concluye cuando progresa su envejecimiento.
Se encuentra rodeada de seres que viven según otro mundo social regido por otra temporalidad. Todos los actos de los vástagos son rápidos y dirigidos a un objetivo. Así, las visitas, tan poco frecuentes de sus biznietos, transcurren demasiado rápidas a sus ojos. Entre visita y visita se siente sola en la fortaleza doméstica, en donde experimenta su declive. Cada vez le cuesta más trabajo salir a las compras y los médicos. En esas ocasiones aprovecha para desayunar en una churrería cercana. En sus largas horas de espera a la siguiente visita maldice a su agresor y recrea la historia mil veces en voz alta. Así expulsa sus demonios personales.
Pero para ella, el progreso triunfal que se celebra desde las pantallas y la abundancia de los consumos de sus nietos, se contrapone con la aparición de nuevos expertos que se ciernen amenazadoramente sobre su pensión. Sus experiencias con los profesionales son muy negativas. Su médico de cabecera, que nunca ha estado en su casa, le desprecia manifiestamente cuando pide explicaciones sobre sus problemas. Los incentivos por los que se rige concitan su atención en otros pacientes. Además, se encuentra fatalmente con dentistas, podólogos, nutricionistas y alguna de las versiones de la psicología. En la soledad de su hogar, en la televisión es capturada por la venta a distancia, siendo timada de una forma despiadada. La expansión de expertos depredadores de personas con facultades y relaciones minimizadas constituye el reverso de la épica modernización. Las necesidades de los ancianos son despiezadas para constituir mercados profesionales de segundo orden.
Convertida en televidente forzosa, devora las fabulaciones televisivas en sus largas horas de soledad. La multiplicación de expertos milagrosos y telepredicadores médicos termina por afectarla. Ella es adicta a las galletas y otros dulces que consume compulsivamente frente a la pantalla. Con ochenta y cuatro años fue capturada por un experto que le convenció de los peligros asociados al sobrepeso y las ventajas de una dieta. Entonces decidió dejar las galletas y las cosas que le gustan. Su frustración fue terrible, cuando meses después no adelgazaba. Le quitaron lo único que le ayudaba a tener una pequeña gratificación en su vida diaria. Terrible..
Su dependencia va incrementándose. Lo descubre cuando nadie le acompaña al dentista y a otros expertos / depredadores. En los últimos tiempos ha tenido cuatro hospitalizaciones. Cuando se encuentra ingresada se encuentra atendida por sus nietos y por el dispositivo hospitalario. Así recupera un protagonismo que le remite a su edad de oro, cuando era necesaria en el grupo familiar. Cuando le dan el alta protesta porque sabe que regresa a su estado de abandono y soledad.
Pero lo peor para Antonia es constatar que no es querida ni reconocida por los suyos. Tras la muerte de su hija le invade una sensación de culpa. Se percibe como un ser extraño, no comprendida por las personas próximas. Aspira a revertir la situación y volver a los afectos de los años de la crianza. Pero no aparecen signos que permitan anunciar esta situación, y, por el contrario, el desafecto se solidifica. Su herida sangra y su carácter se envenena. Así se produce el incremento del distanciamiento.
El estado de bienestar se hace presente en su vida mediante la ayuda a domicilio. Desde hace cinco años una mujer va por la mañana a ayudarle en las tareas domésticas. Pero la función que verdaderamente desempeña es conversar. Recibe encantada la compañía. Le cuenta una y mil veces las desventuras con sus nietos, los sufrimientos derivados de su agresor, los temores transmitidos por la tele, los asesinos de guardia, los tránsitos de los cuerpos de moda que se escenifican en los múltiples microrelatos que consume. Se siente acompañada y todas las mañanas revive con la presencia de la persona de los servicios sociales.
Hace un tiempo, cuando tenía ochenta y cinco años, ocurrió un acontecimiento que ilustra su drama. Su hermana, de edad similar, le visita un par de veces al año con su marido. Es una visita de protocolo, fría y distante. En esa visita, conversaron un par de horas sobre recuerdos del pasado. Cuando se despidieron y salían, la hermana comentó que se estaba haciendo pis. Cuando su marido le dijo que fuera al baño, le replicó diciendo “no te voy a dejar solo con esa fresca ni un minuto”. La permanencia de la condena de Antonia es de por vida. La mala saña de la sociedad que la violentó se sobrepone a todos los cambios sociales.
Antonia ha vivido dos ciclos diferentes. En ambos ha sido severamente penalizada. Después de sufrir el castigo de las instituciones de una sociedad retrasada, es penalizada por las resultantes de las modernizaciones. Su vida sacrificada, los dos ciclos de crianza de hijos y nietos, la simultaneidad de su trabajo y la conducción de su familia, son minusvalorados. Sus competencias, renovadas todos los días y mantenidas durante tantos años, son consideradas como obsoletas. Su proceso de envejecimiento es penalizado. Se le entiende como un ser retrasado, dependiente, como una carga.
Este es un drama que se produce en el subsuelo de las sociedades presentes. Sus registros no se encuentran en las narrativas elaboradas por las instituciones políticas, académicas o mediáticas. Así cristaliza un colectivo social ausente, carente de voz. Este es el comienzo de un proceso de marginación de estas personas que son expropiadas de sus aportaciones y sus capacidades. Pienso que no se puede aceptar que el presente signifique progreso ignorando a las personas afectadas por las marginaciones múltiples. Esta es una de ellas.
viernes, 22 de noviembre de 2013
LAS SOLEDADES DE ANTONIA. UN DRAMA EN DOS ACTOS
ACTO PRIMERO: EN LA ESPAÑA FRANQUISTA
Antonia es una mujer que ahora tiene ochenta y ocho años. Su vida se ha desarrollado en dos tiempos distintos: en el nacional-catolicismo franquista, hasta mediados de los años setenta, y en el la alegre democracia y sociedad de consumo de los años setenta hasta la actualidad. Cada tiempo se caracteriza por la preponderancia de unas instituciones. En ambos períodos vividos por ella, ha sido penalizada por las distintas instituciones centrales imperantes.
En los duros años cuarenta, cuando ella tenía veinte años, fue seducida por un hombre de una posición social alta y fue madre soltera. En su entorno familiar y social, tuvo que pagar un precio terrible, siendo marginada y culpabilizada. Cuando llega la democracia, acompañada de la explosión de las instituciones del mercado y de los media, se modifica la penalización de Antonia. Ahora es una persona mayor rezagada, a la que se entiende como una carga, tanto por sus propios nietos, como por los dispositivos estatales de sanidad o servicios sociales. Ha adquirido la condición de una persona no necesaria para el trabajo, la producción de servicios domésticos o los consumos materiales e inmateriales. Así se reconstituye su soledad. Este es un drama en dos partes, muy ilustrativo de la relación entre la persistencia y el cambio.
En la sociedad de la postguerra de los años cuarenta tiene lugar la juventud de Antonia, en un ambiente social donde la escasez material y la austeridad es la norma. La vida diaria transcurre en la casa familiar, desempeñando tareas domésticas. Las salidas a recados y algún paseo corto, alivian una vida en la que cada día se repite en espera del domingo, en el que la misa, a la que acude con su familia, antecede a un momento lúdico de conversaciones entre vecinos y amigos, acompañado de un sobrio aperitivo.
La tarde del domingo es la gran ocasión de escapar del encierro doméstico con las amigas. Las salidas diarias le transportan a un mundo visual estimulante, en el que las miradas de los distintos varones que se encuentran en su campo de visión son registradas por ella. En ese tiempo las miradas pueden ser el preludio de un intercambio de palabras, donde las sonrisas y las expresiones faciales alcanzan formas, gradientes y sentidos inusitados. En la larga espera semanal se incuban las fantasías y las ilusiones que pueden terminar en emociones en los encuentros domingueros.
En los tránsitos diarios de Antonia por su ciudad, se encuentra con un hombre mayor que ella, casado y con una respetable posición social. Es nada menos que el propietario de una farmacia. En estos tiempos, las posiciones sociales se heredan, lo que constituye una marca personal muy importante para las personas que las detentan. Ella recibe las miradas primero y los piropos después de este hombre. Tras unos meses de encuentros, en los que se siente halagada por su atención, termina aceptando una cita con él.
El primer domingo que salen juntos tiene un sentimiento contradictorio de alegría y culpa, por ser un hombre casado. El primer día termina con abrazos, besos y caricias que despiertan su cuerpo. En el segundo hacen el amor. Para ella es una experiencia contradictoria, en tanto que estima que todo va demasiado deprisa. En esa primavera tiene tres encuentros más con este hombre. En todos hacen el amor. Ella cada vez tiene mejores sensaciones corporales pero su cuerpo no llega a encenderse. El verano significa la desaparición de su amante, que se desplaza a lo que entonces, para una exigua minoría acomodada, es veranear. Se trataba de pasar los tres meses en algún pueblo.
Tras el fin del verano espera la llegada del galán, pero este no comparece. Ella le busca y consigue un encuentro en la calle para pedir explicaciones. El demora la conversación y le pide tiempo. Pero no vuelven a verse. En el frío diciembre su cuerpo le anuncia su estado de embarazo. Sola, sin poderlo comentar con su familia, ni con un médico, ni con nadie externo a su enclaustramiento doméstico, sin poder hablar con el amante que le niega la relación en su farmacia o en los lugares públicos donde es reconocido, sin acceso a él por teléfono, la situación es desesperante.
Dominada por el miedo logra un encuentro con él en una calle apartada. La frialdad y distanciamiento de los últimos meses son una premonición de la respuesta de este ante la información del embarazo. La respuesta áspera, dura y tajante: el hijo no es mío. Se acompaña de una descalificación, diciéndole que ¡a saber de quién es¡ Todo termina con amenazas con respecto a las consecuencias que puede tener la ruptura del secreto de sus devaneos primaverales. En este encuentro tiene lugar una violencia de alto voltaje. Las relaciones personales condensan la estructura social de la época, cuyas posiciones se encuentran nítidamente diferenciadas, en un sistema que penaliza acumulativamente a cada grado en la diferencia. En una sociedad así, las posiciones se sobreponen a las personas de forma tajante y brutal.
La violencia de este encuentro antecede a las violencias que la esperan. La comunicación a su familia de la situación es dramática. Pero esta es agravada porque se niega a decir quién es el padre de la criatura. Las sucesivas situaciones por las que atraviesa son durísimas. Su familia le retira el afecto y la oculta a las amistades. Así se genera una situación de enclaustramiento y coacción permanente, que se refuerza con la férrea vigilancia familiar. El resultado es su conversión en un ser asocial, culpado por su “error” y sospechoso permanente. Así comienza su condena a cadena de soledad perpetua.
La sociedad de la época, en donde las instituciones y las autoridades están concertadas con la iglesia católica, extraordinariamente dura con los pecadores que han inflingido el sexto mandamiento ocupando posiciones sociales medias o bajas. Pero, ser mujer y pecadora es el máximo grado de estigmatización en este tiempo oscuro. En los años siguientes, tiene que aprender a ocultarse, a ser insignificante, a permanecer en zonas de sombra en donde no sea visible. Cualquier salida de esta situación implica el riesgo de ser lapidada de distintas maneras, por los bienpensantes, como el padre de su hija.
Dos años después de nacer ésta, se confirma el corazón de hielo del padre. Tras buscarle y mostrarle la niña recibe una respuesta más violenta todavía. Pero Antonia consigue un trabajo humilde que le proporciona un salario modesto, que le permite sacar a su hija adelante. Entonces se encuentra con la autodenominada “revolución social” de la época. Consigue una humilde vivienda a un precio bajo que le permite salir de su domicilio familiar. Sus jornadas de trabajo agotadoras, la crianza de su hija y la autonomía de su hogar, convertido en una madriguera en la que se oculta de las miradas prejuiciosas de sus convecinos. En este tiempo sigue manteniendo el secreto y mantiene su conciencia de autoculpabilización, que la cultura de su familia y su religiosidad le impone.
En su hogar-refugio descubre los afectos de los perros y los gatos, que van poblando su casa. Después llega la televisión, en la que se muestra un mundo que la sobrepasa. Su conversión en voyeur obligatoria le alivia su soledad. Además, puede mirar la tele, pero no existe correspondencia, conformando así el único dispositivo en su vida que no le mira ni le hace preguntas. Con los vecinos y las compañeras de trabajo consigue ser respetada. Cada cierto tiempo tiene que comparecer a alguna oficina en la que se desvele su “estado civil” ante un funcionario intruso. Ella ignora que algunos años después, van a aparecer nuevas instituciones, saberes y expertos que la van a etiquetar como ”familia monoparental”.
En los años siguientes su hija crece, va pagando la casa, la televisión va multiplicando sus canales y mundos, el comercio va desarrollándose a su alrededor, sus vecinos van adquiriendo automóviles, los sábados y domingos se hace el vacío a su alrededor y, cada mes, se le presenta el dilema de elegir entre la visita al Corte Inglés o a Galerías Preciados. Tres o cuatro veces al año comparte las celebraciones familiares donde parece que se ha aliviado su condena, pero alguna situación redescubre la intemporalidad de su falta y su penitencia. Ha sido y es una madre soltera. Este es un pecado equivalente al original. No hay horizonte de extinción.
Cuando su hija llega a la adolescencia se desencadena una situación de malestar y conflicto permanente. Los déficits de su soledad le pasan factura. Así, su hija reproduce fatalmente su situación y viene con un hijo. En este caso se casa, pero se separa en unos meses. En los años siguientes vienen dos nietos más, de distintos padres, al tiempo que crece el conflicto entre ambas. Ella asume la crianza de los nietos sin contrapartida alguna.
La ruptura con su hija termina por consumarse y ella se queda a cargo de sus nietos. Se repite así un ciclo temporal de sacrificios en los que la vida diaria se consume en las tareas de doble cabeza de familia. Los hombres se encuentran ausentes en su mundo cotidiano. Son unos misteriosos extraños por los que siente atracción y miedo. Sólo comparecen en la pantalla de la televisión, mostrando un mundo que se puede mirar, pero al que no se puede acceder. Las pequeñas maravillas de la vida, las noches de amor especiales, las celebraciones entre las parejas con los regalos, los momentos de risas y complicidades, los desayunos en la cama en días de descanso o las efusivas conciliaciones después de un conflicto. Estas cosas están ausentes en su vida.
Las instituciones que la han castigado tan severamente empiezan a debilitarse en los años setenta, en las que aparecen otras. Sus nietos, buenos estudiantes, llegan a la universidad, donde viven con un mundo al que ella no accedió ni puede comprender. Llegando a los sesenta años, su vida sigue estando drásticamente limitada y se empieza a configurar como una rezagada.
El conflicto permanente con su hija se cronifica, pero en este sistema familiar deteriorado, es inevitable que aparezcan conflictos con los nietos. El balance entre sus aportaciones y sus beneficios, en términos de relaciones familiares es muy negativo. Esto es común a las gentes de su generación. Además, existe una proyección de responsabilidad hacia ella, en tanto que se le considera responsable de la familia incompleta, aunque no se manifieste de una forma explícita.
En 1977 llega la democracia. El régimen oscurantista que la ha penalizado parece desaparecer, dando lugar a otro definido por la libertad. Pero, para Antonia, las viejas instituciones no desaparecen, sino que se reconfiguran. Siguen viviendo en las gentes que la rodean. Junto a ellas aparecen otras que no llega a comprender. Así comienza su carrera hacia la adquisición del estatuto de “extraña”. En su drama personal concluye la primera parte. Queda la segunda parte que narra su relación con las instituciones emergentes, misteriosas para ella.
Antonia es una mujer que ahora tiene ochenta y ocho años. Su vida se ha desarrollado en dos tiempos distintos: en el nacional-catolicismo franquista, hasta mediados de los años setenta, y en el la alegre democracia y sociedad de consumo de los años setenta hasta la actualidad. Cada tiempo se caracteriza por la preponderancia de unas instituciones. En ambos períodos vividos por ella, ha sido penalizada por las distintas instituciones centrales imperantes.
En los duros años cuarenta, cuando ella tenía veinte años, fue seducida por un hombre de una posición social alta y fue madre soltera. En su entorno familiar y social, tuvo que pagar un precio terrible, siendo marginada y culpabilizada. Cuando llega la democracia, acompañada de la explosión de las instituciones del mercado y de los media, se modifica la penalización de Antonia. Ahora es una persona mayor rezagada, a la que se entiende como una carga, tanto por sus propios nietos, como por los dispositivos estatales de sanidad o servicios sociales. Ha adquirido la condición de una persona no necesaria para el trabajo, la producción de servicios domésticos o los consumos materiales e inmateriales. Así se reconstituye su soledad. Este es un drama en dos partes, muy ilustrativo de la relación entre la persistencia y el cambio.
En la sociedad de la postguerra de los años cuarenta tiene lugar la juventud de Antonia, en un ambiente social donde la escasez material y la austeridad es la norma. La vida diaria transcurre en la casa familiar, desempeñando tareas domésticas. Las salidas a recados y algún paseo corto, alivian una vida en la que cada día se repite en espera del domingo, en el que la misa, a la que acude con su familia, antecede a un momento lúdico de conversaciones entre vecinos y amigos, acompañado de un sobrio aperitivo.
La tarde del domingo es la gran ocasión de escapar del encierro doméstico con las amigas. Las salidas diarias le transportan a un mundo visual estimulante, en el que las miradas de los distintos varones que se encuentran en su campo de visión son registradas por ella. En ese tiempo las miradas pueden ser el preludio de un intercambio de palabras, donde las sonrisas y las expresiones faciales alcanzan formas, gradientes y sentidos inusitados. En la larga espera semanal se incuban las fantasías y las ilusiones que pueden terminar en emociones en los encuentros domingueros.
En los tránsitos diarios de Antonia por su ciudad, se encuentra con un hombre mayor que ella, casado y con una respetable posición social. Es nada menos que el propietario de una farmacia. En estos tiempos, las posiciones sociales se heredan, lo que constituye una marca personal muy importante para las personas que las detentan. Ella recibe las miradas primero y los piropos después de este hombre. Tras unos meses de encuentros, en los que se siente halagada por su atención, termina aceptando una cita con él.
El primer domingo que salen juntos tiene un sentimiento contradictorio de alegría y culpa, por ser un hombre casado. El primer día termina con abrazos, besos y caricias que despiertan su cuerpo. En el segundo hacen el amor. Para ella es una experiencia contradictoria, en tanto que estima que todo va demasiado deprisa. En esa primavera tiene tres encuentros más con este hombre. En todos hacen el amor. Ella cada vez tiene mejores sensaciones corporales pero su cuerpo no llega a encenderse. El verano significa la desaparición de su amante, que se desplaza a lo que entonces, para una exigua minoría acomodada, es veranear. Se trataba de pasar los tres meses en algún pueblo.
Tras el fin del verano espera la llegada del galán, pero este no comparece. Ella le busca y consigue un encuentro en la calle para pedir explicaciones. El demora la conversación y le pide tiempo. Pero no vuelven a verse. En el frío diciembre su cuerpo le anuncia su estado de embarazo. Sola, sin poderlo comentar con su familia, ni con un médico, ni con nadie externo a su enclaustramiento doméstico, sin poder hablar con el amante que le niega la relación en su farmacia o en los lugares públicos donde es reconocido, sin acceso a él por teléfono, la situación es desesperante.
Dominada por el miedo logra un encuentro con él en una calle apartada. La frialdad y distanciamiento de los últimos meses son una premonición de la respuesta de este ante la información del embarazo. La respuesta áspera, dura y tajante: el hijo no es mío. Se acompaña de una descalificación, diciéndole que ¡a saber de quién es¡ Todo termina con amenazas con respecto a las consecuencias que puede tener la ruptura del secreto de sus devaneos primaverales. En este encuentro tiene lugar una violencia de alto voltaje. Las relaciones personales condensan la estructura social de la época, cuyas posiciones se encuentran nítidamente diferenciadas, en un sistema que penaliza acumulativamente a cada grado en la diferencia. En una sociedad así, las posiciones se sobreponen a las personas de forma tajante y brutal.
La violencia de este encuentro antecede a las violencias que la esperan. La comunicación a su familia de la situación es dramática. Pero esta es agravada porque se niega a decir quién es el padre de la criatura. Las sucesivas situaciones por las que atraviesa son durísimas. Su familia le retira el afecto y la oculta a las amistades. Así se genera una situación de enclaustramiento y coacción permanente, que se refuerza con la férrea vigilancia familiar. El resultado es su conversión en un ser asocial, culpado por su “error” y sospechoso permanente. Así comienza su condena a cadena de soledad perpetua.
La sociedad de la época, en donde las instituciones y las autoridades están concertadas con la iglesia católica, extraordinariamente dura con los pecadores que han inflingido el sexto mandamiento ocupando posiciones sociales medias o bajas. Pero, ser mujer y pecadora es el máximo grado de estigmatización en este tiempo oscuro. En los años siguientes, tiene que aprender a ocultarse, a ser insignificante, a permanecer en zonas de sombra en donde no sea visible. Cualquier salida de esta situación implica el riesgo de ser lapidada de distintas maneras, por los bienpensantes, como el padre de su hija.
Dos años después de nacer ésta, se confirma el corazón de hielo del padre. Tras buscarle y mostrarle la niña recibe una respuesta más violenta todavía. Pero Antonia consigue un trabajo humilde que le proporciona un salario modesto, que le permite sacar a su hija adelante. Entonces se encuentra con la autodenominada “revolución social” de la época. Consigue una humilde vivienda a un precio bajo que le permite salir de su domicilio familiar. Sus jornadas de trabajo agotadoras, la crianza de su hija y la autonomía de su hogar, convertido en una madriguera en la que se oculta de las miradas prejuiciosas de sus convecinos. En este tiempo sigue manteniendo el secreto y mantiene su conciencia de autoculpabilización, que la cultura de su familia y su religiosidad le impone.
En su hogar-refugio descubre los afectos de los perros y los gatos, que van poblando su casa. Después llega la televisión, en la que se muestra un mundo que la sobrepasa. Su conversión en voyeur obligatoria le alivia su soledad. Además, puede mirar la tele, pero no existe correspondencia, conformando así el único dispositivo en su vida que no le mira ni le hace preguntas. Con los vecinos y las compañeras de trabajo consigue ser respetada. Cada cierto tiempo tiene que comparecer a alguna oficina en la que se desvele su “estado civil” ante un funcionario intruso. Ella ignora que algunos años después, van a aparecer nuevas instituciones, saberes y expertos que la van a etiquetar como ”familia monoparental”.
En los años siguientes su hija crece, va pagando la casa, la televisión va multiplicando sus canales y mundos, el comercio va desarrollándose a su alrededor, sus vecinos van adquiriendo automóviles, los sábados y domingos se hace el vacío a su alrededor y, cada mes, se le presenta el dilema de elegir entre la visita al Corte Inglés o a Galerías Preciados. Tres o cuatro veces al año comparte las celebraciones familiares donde parece que se ha aliviado su condena, pero alguna situación redescubre la intemporalidad de su falta y su penitencia. Ha sido y es una madre soltera. Este es un pecado equivalente al original. No hay horizonte de extinción.
Cuando su hija llega a la adolescencia se desencadena una situación de malestar y conflicto permanente. Los déficits de su soledad le pasan factura. Así, su hija reproduce fatalmente su situación y viene con un hijo. En este caso se casa, pero se separa en unos meses. En los años siguientes vienen dos nietos más, de distintos padres, al tiempo que crece el conflicto entre ambas. Ella asume la crianza de los nietos sin contrapartida alguna.
La ruptura con su hija termina por consumarse y ella se queda a cargo de sus nietos. Se repite así un ciclo temporal de sacrificios en los que la vida diaria se consume en las tareas de doble cabeza de familia. Los hombres se encuentran ausentes en su mundo cotidiano. Son unos misteriosos extraños por los que siente atracción y miedo. Sólo comparecen en la pantalla de la televisión, mostrando un mundo que se puede mirar, pero al que no se puede acceder. Las pequeñas maravillas de la vida, las noches de amor especiales, las celebraciones entre las parejas con los regalos, los momentos de risas y complicidades, los desayunos en la cama en días de descanso o las efusivas conciliaciones después de un conflicto. Estas cosas están ausentes en su vida.
Las instituciones que la han castigado tan severamente empiezan a debilitarse en los años setenta, en las que aparecen otras. Sus nietos, buenos estudiantes, llegan a la universidad, donde viven con un mundo al que ella no accedió ni puede comprender. Llegando a los sesenta años, su vida sigue estando drásticamente limitada y se empieza a configurar como una rezagada.
El conflicto permanente con su hija se cronifica, pero en este sistema familiar deteriorado, es inevitable que aparezcan conflictos con los nietos. El balance entre sus aportaciones y sus beneficios, en términos de relaciones familiares es muy negativo. Esto es común a las gentes de su generación. Además, existe una proyección de responsabilidad hacia ella, en tanto que se le considera responsable de la familia incompleta, aunque no se manifieste de una forma explícita.
En 1977 llega la democracia. El régimen oscurantista que la ha penalizado parece desaparecer, dando lugar a otro definido por la libertad. Pero, para Antonia, las viejas instituciones no desaparecen, sino que se reconfiguran. Siguen viviendo en las gentes que la rodean. Junto a ellas aparecen otras que no llega a comprender. Así comienza su carrera hacia la adquisición del estatuto de “extraña”. En su drama personal concluye la primera parte. Queda la segunda parte que narra su relación con las instituciones emergentes, misteriosas para ella.
domingo, 17 de noviembre de 2013
JUAN GÉRVAS: UN PRECURSOR DEL FUTURO EN LA MEDICINA
Conocí a Juan Gérvas cuando hacía mi tesis doctoral sobre la crisis del sistema sanitario en España. Explorando la bibliografía acerca de la reforma de la atención primaria, me encontré con una uniformidad aplastante en los discursos. La mayoría de los textos aceptaban la reforma en su totalidad y sin matización ni problematización alguna. En esta situación, el azar hizo que me encontrase con un texto suyo, que exponía una posición diferente, distinguiendo entre distintos aspectos de la reforma y proponiendo alternativas originales.
En el final de los años noventa coincidimos en un congreso de médicos de familia de Cataluña en Andorra. Tuve la oportunidad de saludarle personalmente y de contemplarle en acción. Recuerdo que participaba en una mesa en la que se producía un aparente consenso. Su intervención rompió la uniformidad e introdujo la posibilidad de contrastar entre varias visiones, de pensar en términos de un problema, de intercambiar y discutir. Hace unos años me invitó a los seminarios de atención primaria. Mi impresión sobre el seminario fue magnífica. La metodología y la diversidad de profesionales que participaban lo hacían muy vivo, plural y productivo.
Imparto una asignatura en la licenciatura de sociología de la universidad de Granada, sociología de la salud. En este cuatrimestre se cursa la última edición, pues esta se extingue con la licenciatura. Pero, el campo de la salud y de la asistencia sanitaria se encuentra en mejor situación que en el comienzo de la misma, hace diez años. La razón principal es que, frente a los discursos hegemónicos que acompañan a la reestructuración de los sistemas sanitarios, aparecen nuevas definiciones y nuevas voces heterodoxas que están constituyendo una “inteligencia” médica diferente, que suscita esperanzas en mi persona.
Una de las voces precursoras de estas corrientes es la de Juan Gérvas. Por eso le he invitado a impartir una clase en una sesión de la asignatura. Ha aceptado y lo recibiremos el martes 19, a las seis de la tarde, en el aula magna de la facultad, en un acto abierto, a la que asistirán estudiantes, profesores, profesionales y personas interesadas. Entre ellos, algunos de los médicos renovadores que conforman esa nueva “inteligencia”, que aporta otra visión de la realidad sanitaria y propone otras líneas sugerentes. La sesión pretende ser un acto cargado de futuro, por eso he invitado a un profesional creativo, innovador y con una capacidad incuestionable de definir de un modo diferente a las agencias que impulsan la reestructuración sanitaria
El campo de la salud y de la asistencia sanitaria se encuentra en un proceso de transformación acelerada por efecto de la convergencia entre el cambio tecnológico intensivo, la irrupción de nuevos proyectos y actores, así como la modificación de los entornos sociales. Una de las dimensiones principales es la resignificación del concepto y del valor salud. La era industrial, que terminó constituyendo sólidos programas de bienestar, en la que la salud era un bien de producción y la asistencia sanitaria un factor productivo esencial, toca a su fin. En los últimos años se abre un tiempo diferente, en el que la salud se entiende como un bien de consumo, que tiene la capacidad de generar un mercado con un techo siempre creciente. El valor económico que genera es formidable. Este es el fundamento de la reestructuración de todos los dispositivos asistenciales, procedentes de la anterior situación. Desde las coordenadas de la nueva economía se entiende la asistencia sanitaria por el valor que aporta a la producción y el consumo.
La medicina es reconstituida al servicio de tan poderoso y dinámico sector, modificando los supuestos y los sentidos que han caracterizado a la profesión en tiempos anteriores. Las industrias biosanitarias, junto a la emergente institución de la gestión, impulsan la transformación radical de los sistemas sanitarios. La hegemonía incuestionable de su conocimiento, procedente de los saberes de la nueva empresa y de las ciencias de la comunicación, se impone en todo el campo de salud. El proyecto de la reestructuración sanitaria tiene como finalidad la reprofesionalización de los médicos y las enfermeras, para adecuarse a los nuevos sentidos consumeristas emergentes.
La nueva sociedad emergente, refuerza las barreras existentes entre los sectores sociales resultantes de la descomposición industrial, así como la fuerza de trabajo empleada en las nuevas actividades, que se homologa por la precarización severa, y los sectores acomodados de clases medias sofisticadas en sus consumos y sus usos de la atención sanitaria. Las reformas sanitarias actuales tienden a incrementar la dualización social y las desigualdades sociales y en salud, instaurando un orden asistencial que significa inequívocamente una regresión.
Desde el interior de la profesión médica han surgido otras voces que cuestionan los enfoques derivados de la reestructuración y recuperan dimensiones profesionales que se contraponen a los sentidos consumeristas de la reprofesionalización. Más allá de la defensa del sector público frente a su privatización, se configura una corriente crítica que cuestiona los supuestos últimos y los preceptos que conforman las propuestas procedentes del complejo industrial que impulsa los cambios. En el interior de la profesión se configura una controversia entre distintas corrientes, que se pone de manifiesto en las publicaciones médicas. Este es el contexto en el que se tiene que entender la obra y la aportación de Juan Gérvas.
La cuestión fundamental de la aportación de Gérvas, es el posicionamiento crítico frente a la explosión de la intervención médica, que se expansiona mediante la prevención, generando una intensificación de una renovada medicalización. El título de su reciente libro con Mercedes Pérez Fernández, “Sano y salvo. Y libre de intervenciones médicas innecesarias” sintetiza su crítica a tal expansión. En este sentido se puede establecer una analogía con la idea de decrecimiento, que por encima de la obra de Latouche y otros autores, constituye un elemento subyacente y transversal en el tiempo presente. La aceptación creciente de que el sistema productivo y las estructuras que lo acompañan, producen un exceso que tiene consecuencias negativas, es manifiesta. La asistencia sanitaria se encuentra desbocada. Las propuestas que se producen en torno al concepto de prevención cuaternaria se inscriben en la estela de las dudas sobre el crecimiento.
Pero en los textos de Gérvas aparecen propuestas que se encaminan a la constitución de otra clínica, que recupere el espesor de lo relacional y la presencia del enfermo. En este contexto, se revela la importancia de la medicina general y de la atención primaria. Treinta años después de la reforma de la misma, después del impulso originario, esta se ha hiperreglamentado y mecanizado, disminuyendo la reflexividad y la crítica, que representan la única posibilidad de renovación y adecuación a su dinámico entorno. Las aportaciones de Gérvas significan la generación de una tensión creativa y una problematización imprescindible en este contexto de congelación reflexiva.
Los autores renovadores aludidos con anterioridad, constituyen un conjunto de personas heterogéneas, que mediante sus investigaciones, indagaciones, publicaciones y comunicaciones, producen una reflexividad alternativa a la que procede del complejo del poder. Su capacidad de problematización y enunciación es sugerente y prometedora. Asimismo representan el vínculo con la “inteligencia” médica global, que se hace presente en un conjunto de publicaciones relevantes. Me gusta definirlos como los actores que pueden contribuir a un renacimiento que sitúe la asistencia médica a la altura de los dilemas del mundo que vivimos. En este sentido, los entiendo como algo similar a los enciclopedistas, cuya obra germina en el futuro. En el peor de los casos, significan una resistencia viva e imprescindible frente a la maquinaria del poder industrial.
Pero, más allá de la significación de la obra de Gérvas, su influencia se deriva de su forma de estar en el mundo. Su independencia radical le permite romper la ley de hierro de los poderes de nuestro tiempo, que es la obligación de decir. En sus textos e intervenciones no aparecen los preceptos y enunciados obligatorios, impuestos por el complejo de poder vigente. Su independencia se afirma definiendo las situaciones con originalidad. Su inconformismo sostenido, como el de algunos científicos relevantes, le estimula a desarrollar su inteligencia. Esta es la forma de hacerlo frente al bloqueo resultante de la obligación de decir, que en esta época es repetir.
Por eso, invitar a Juan Gérvas a una facultad de sociología, significa abrir una ventana al futuro. Decía Albert Camus que la verdadera generosidad, en relación al futuro, consiste en dárselo todo al presente”. Porque hay varios futuros posibles es necesario pensar, enunciar, proponer y hacer para acercarnos al mejor posible. Este es inseparable del de la humanidad relegada por la gran reestructuración de los sistemas sanitarios. La medicina del presente tiene que ser apta para todos los públicos.
Este es el sentido del acto del martes 18. Expresar nuestro reconocimiento a Juan Gérvas, a su compañera Mercedes Pérez Fernández, investigadora, autora y coautora de múltiples textos con Juan, así como a los profesionales renovadores que están instaurando un nuevo orden del decir en el sistema sanitario. Bienvenida esa reflexividad, en su ausencia, ningún futuro aceptable es posible.
En el final de los años noventa coincidimos en un congreso de médicos de familia de Cataluña en Andorra. Tuve la oportunidad de saludarle personalmente y de contemplarle en acción. Recuerdo que participaba en una mesa en la que se producía un aparente consenso. Su intervención rompió la uniformidad e introdujo la posibilidad de contrastar entre varias visiones, de pensar en términos de un problema, de intercambiar y discutir. Hace unos años me invitó a los seminarios de atención primaria. Mi impresión sobre el seminario fue magnífica. La metodología y la diversidad de profesionales que participaban lo hacían muy vivo, plural y productivo.
Imparto una asignatura en la licenciatura de sociología de la universidad de Granada, sociología de la salud. En este cuatrimestre se cursa la última edición, pues esta se extingue con la licenciatura. Pero, el campo de la salud y de la asistencia sanitaria se encuentra en mejor situación que en el comienzo de la misma, hace diez años. La razón principal es que, frente a los discursos hegemónicos que acompañan a la reestructuración de los sistemas sanitarios, aparecen nuevas definiciones y nuevas voces heterodoxas que están constituyendo una “inteligencia” médica diferente, que suscita esperanzas en mi persona.
Una de las voces precursoras de estas corrientes es la de Juan Gérvas. Por eso le he invitado a impartir una clase en una sesión de la asignatura. Ha aceptado y lo recibiremos el martes 19, a las seis de la tarde, en el aula magna de la facultad, en un acto abierto, a la que asistirán estudiantes, profesores, profesionales y personas interesadas. Entre ellos, algunos de los médicos renovadores que conforman esa nueva “inteligencia”, que aporta otra visión de la realidad sanitaria y propone otras líneas sugerentes. La sesión pretende ser un acto cargado de futuro, por eso he invitado a un profesional creativo, innovador y con una capacidad incuestionable de definir de un modo diferente a las agencias que impulsan la reestructuración sanitaria
El campo de la salud y de la asistencia sanitaria se encuentra en un proceso de transformación acelerada por efecto de la convergencia entre el cambio tecnológico intensivo, la irrupción de nuevos proyectos y actores, así como la modificación de los entornos sociales. Una de las dimensiones principales es la resignificación del concepto y del valor salud. La era industrial, que terminó constituyendo sólidos programas de bienestar, en la que la salud era un bien de producción y la asistencia sanitaria un factor productivo esencial, toca a su fin. En los últimos años se abre un tiempo diferente, en el que la salud se entiende como un bien de consumo, que tiene la capacidad de generar un mercado con un techo siempre creciente. El valor económico que genera es formidable. Este es el fundamento de la reestructuración de todos los dispositivos asistenciales, procedentes de la anterior situación. Desde las coordenadas de la nueva economía se entiende la asistencia sanitaria por el valor que aporta a la producción y el consumo.
La medicina es reconstituida al servicio de tan poderoso y dinámico sector, modificando los supuestos y los sentidos que han caracterizado a la profesión en tiempos anteriores. Las industrias biosanitarias, junto a la emergente institución de la gestión, impulsan la transformación radical de los sistemas sanitarios. La hegemonía incuestionable de su conocimiento, procedente de los saberes de la nueva empresa y de las ciencias de la comunicación, se impone en todo el campo de salud. El proyecto de la reestructuración sanitaria tiene como finalidad la reprofesionalización de los médicos y las enfermeras, para adecuarse a los nuevos sentidos consumeristas emergentes.
La nueva sociedad emergente, refuerza las barreras existentes entre los sectores sociales resultantes de la descomposición industrial, así como la fuerza de trabajo empleada en las nuevas actividades, que se homologa por la precarización severa, y los sectores acomodados de clases medias sofisticadas en sus consumos y sus usos de la atención sanitaria. Las reformas sanitarias actuales tienden a incrementar la dualización social y las desigualdades sociales y en salud, instaurando un orden asistencial que significa inequívocamente una regresión.
Desde el interior de la profesión médica han surgido otras voces que cuestionan los enfoques derivados de la reestructuración y recuperan dimensiones profesionales que se contraponen a los sentidos consumeristas de la reprofesionalización. Más allá de la defensa del sector público frente a su privatización, se configura una corriente crítica que cuestiona los supuestos últimos y los preceptos que conforman las propuestas procedentes del complejo industrial que impulsa los cambios. En el interior de la profesión se configura una controversia entre distintas corrientes, que se pone de manifiesto en las publicaciones médicas. Este es el contexto en el que se tiene que entender la obra y la aportación de Juan Gérvas.
La cuestión fundamental de la aportación de Gérvas, es el posicionamiento crítico frente a la explosión de la intervención médica, que se expansiona mediante la prevención, generando una intensificación de una renovada medicalización. El título de su reciente libro con Mercedes Pérez Fernández, “Sano y salvo. Y libre de intervenciones médicas innecesarias” sintetiza su crítica a tal expansión. En este sentido se puede establecer una analogía con la idea de decrecimiento, que por encima de la obra de Latouche y otros autores, constituye un elemento subyacente y transversal en el tiempo presente. La aceptación creciente de que el sistema productivo y las estructuras que lo acompañan, producen un exceso que tiene consecuencias negativas, es manifiesta. La asistencia sanitaria se encuentra desbocada. Las propuestas que se producen en torno al concepto de prevención cuaternaria se inscriben en la estela de las dudas sobre el crecimiento.
Pero en los textos de Gérvas aparecen propuestas que se encaminan a la constitución de otra clínica, que recupere el espesor de lo relacional y la presencia del enfermo. En este contexto, se revela la importancia de la medicina general y de la atención primaria. Treinta años después de la reforma de la misma, después del impulso originario, esta se ha hiperreglamentado y mecanizado, disminuyendo la reflexividad y la crítica, que representan la única posibilidad de renovación y adecuación a su dinámico entorno. Las aportaciones de Gérvas significan la generación de una tensión creativa y una problematización imprescindible en este contexto de congelación reflexiva.
Los autores renovadores aludidos con anterioridad, constituyen un conjunto de personas heterogéneas, que mediante sus investigaciones, indagaciones, publicaciones y comunicaciones, producen una reflexividad alternativa a la que procede del complejo del poder. Su capacidad de problematización y enunciación es sugerente y prometedora. Asimismo representan el vínculo con la “inteligencia” médica global, que se hace presente en un conjunto de publicaciones relevantes. Me gusta definirlos como los actores que pueden contribuir a un renacimiento que sitúe la asistencia médica a la altura de los dilemas del mundo que vivimos. En este sentido, los entiendo como algo similar a los enciclopedistas, cuya obra germina en el futuro. En el peor de los casos, significan una resistencia viva e imprescindible frente a la maquinaria del poder industrial.
Pero, más allá de la significación de la obra de Gérvas, su influencia se deriva de su forma de estar en el mundo. Su independencia radical le permite romper la ley de hierro de los poderes de nuestro tiempo, que es la obligación de decir. En sus textos e intervenciones no aparecen los preceptos y enunciados obligatorios, impuestos por el complejo de poder vigente. Su independencia se afirma definiendo las situaciones con originalidad. Su inconformismo sostenido, como el de algunos científicos relevantes, le estimula a desarrollar su inteligencia. Esta es la forma de hacerlo frente al bloqueo resultante de la obligación de decir, que en esta época es repetir.
Por eso, invitar a Juan Gérvas a una facultad de sociología, significa abrir una ventana al futuro. Decía Albert Camus que la verdadera generosidad, en relación al futuro, consiste en dárselo todo al presente”. Porque hay varios futuros posibles es necesario pensar, enunciar, proponer y hacer para acercarnos al mejor posible. Este es inseparable del de la humanidad relegada por la gran reestructuración de los sistemas sanitarios. La medicina del presente tiene que ser apta para todos los públicos.
Este es el sentido del acto del martes 18. Expresar nuestro reconocimiento a Juan Gérvas, a su compañera Mercedes Pérez Fernández, investigadora, autora y coautora de múltiples textos con Juan, así como a los profesionales renovadores que están instaurando un nuevo orden del decir en el sistema sanitario. Bienvenida esa reflexividad, en su ausencia, ningún futuro aceptable es posible.
martes, 12 de noviembre de 2013
PSOE ¡QUÉ NOCHE LA DE AQUEL DÍA!
El título de la maravillosa película de Richard Lester con los Beatles ilustra el acontecimiento de este fin de semana, en el que el PSOE comparece ante las pantallas múltiples, tantos años después de su estreno como partido de gobierno en 1982, en el que su abrazo con el estado y el mercado ha terminado erosionando la relación con su electorado tradicional, socavando las bases de poder que lo sustentan.
Después del fatigoso y racionalizado día llega la noche. En esta imperan las fantasías, las metamorfosis múltiples, los juegos de máscaras, la explosión de los sentidos y las euforias ambientales. La representación mediática de la noche de los socialistas obvia la cuestión esencial, que se disipa entre los torrentes de signos, imágenes y puestas en escena de la fiesta partidaria: no se espera en el horizonte, el divorcio entre el vetusto partido y el complejo de poder económico y mediático de la época, encarnado en las instituciones regionales europeas del sistema-mundo y los renovados poderes que emergen principalmente del suelo nacional y autonómico.
El 15 de junio de 1977 se celebraron las primeras elecciones generales después del franquismo. En este tiempo yo era un militante del partido comunista con mucha responsabilidad. En la noche del 16, me encontré en la Plaza Porticada de Santander con un conocido abogado, amigo de Carmen desde la infancia. Era un hombre cordial, muy rico de familia y muy conservador. Hasta entonces, cuando nos encontrábamos por la calle, saludaba a Carmen besándole la mano. Su posición económica, tan solvente, contrastaba con su menguada vida profesional y las dificultades para sostener su despacho.
En los últimos años había modificado su posición política y había tomado una actitud crítica frente al tardofranquismo. El año anterior a dichas elecciones, se había inscrito en el partido de Joaquín Ruiz-Giménez, Izquierda Democrática, en el que había concurrido a las elecciones como cabeza de lista por Santander. Siempre he respetado mucho a las personas que inician una disidencia desde las posiciones de poder. Es el caso de Ruiz-Giménez. Lo más respetable de la transición española son los disidentes del franquismo y aquellos que verdaderamente se opusieron a este, pagando con costes personales muy importantes.
En nuestro encuentro comentamos los resultados de las elecciones. Me dijo un significativo “nos han dado por el centro”. Después me preguntó por lo que iba a hacer. El afirmó que en los días siguientes se tenía que decidir. Meses después consumó su decisión. Abandonó el partido de don Joaquín, a sus ojos un romántico perdedor, e ingresó con todos los honores en el PSOE donde fue senador y desempeñó altas responsabilidades en las instituciones judiciales.
Dos años después, nos encontramos en una noche veraniega en Santander. Ya no besaba la mano de Carmen, sino sus mejillas, constituyendo una muestra del cambio que se había operado en la España postfranquista. Los besos de saludo ascendían de las manos a las mejillas, dejando intactas algunas cuestiones esenciales, tales como los usos del poder, la dirección de las instituciones y la estructura social, entre otras cosas.
En la conversación que sostuvimos, quiso ayudarme, pues, desde su perspectiva, no había sido capaz de tomar la decisión adecuada a mis intereses personales. Me dijo que fuera pragmático y positivo, que rompiera con rigideces inútiles. Esto significaba alistarme en el aluvión de personas de la época que habían corrido en ayuda de los vencedores de las elecciones. Cuando le expliqué cordialmente que no renunciaba a nada de mi pasado, se entabló una conversación con un fondo tenso.
En el intercambio de argumentos me dijo “no hay nada que hacer contigo, pareces Pablo Iglesias, el abuelo”. Después afirmó que este no había abandonado el corsé de lo que entendía por rigidez. Esta inflexibilidad, la entendía como el desarrollo de una carrera política temporal en la que la persona rígida no mejora su posición económica y social. Esto es común a todos los dirigentes políticos e intelectuales de la segunda república, los cuales mantuvieron sus posiciones sociales iniciales. Su abrazo con el estado de la época, fue diferente del abrazo al estado de los congregados este fin de semana, representando la imaginaria recuperación electoral.
Esta anécdota sintetiza muy bien los años transcurridos entre 1982 y el presente. En ese tiempo de responsabilidad de gobierno, se ha configurado un colectivo de personas que desempeñan cargos de responsabilidad en el estado, y, el inseparable en este tiempo, mercado. Este es el núcleo duro del partido, que ha modificado al alza, en el curso de sus efervescentes derivas vitales, su posición económica y social personal. Ahora, los viajeros ascendentes, se encuentran más cercanos a los poderes económicos y financieros que en el comienzo del ciclo.
Un factor clave radica en identificar las actividades que realizan los miembros del partido que han desempeñado responsabilidades en el gobierno o estado los últimos años, una vez que han abandonado los puestos de responsabilidad estatal. Invito a los lectores a que lo hagan. La casi totalidad de los mismos, trabajan para corporaciones empresariales globales como ejecutivos o asesores, o para organismos estatales de gran relevancia. Son muy pocos los que se dedican a la producción de conocimiento o la inserción en ong u otras organizaciones que actúan sobre problemas sociales. También es infrecuente el regreso a las actividades profesionales anteriores. Parafraseando a ellos mismos, lo que les gusta es la gestión, en la versión castiza de los años felices de abundancia.
Así, Felipe González al servicio del poder financiero global; Joaquín Almunia, ejecutivo de choque de las instituciones europeas para imponer políticas de drásticos recortes; Narcis Serra, devenido en un banquero depredador y generador de catástrofes y víctimas múltiples; José Bono, hombre de la alta sociedad dedicado a los negocios convencionales de la clase dirigente española; Pepe Blanco, protagonista de una prodigiosa carrera residencial ascendente. ¿Elena Salgado, Pedro Solbes, Javier Solana? Todos ellos se han sido beneficiarios de su paso por las responsabilidades estatales. Pero sus destinos sociales los sitúan en la cima de la estructura social, la cual no se encuentra afectada por la crisis, sino todo lo contrario. Así también, los dirigentes de los feudos autonómicos y los locales, que conforman una pirámide de beneficiarios del tiempo del postfranquismo..
Un ejemplo paradigmático es el de Javier Rojo, que en los años setenta trabajaba como obrero manual de la Fournier en Vitoria y hoy ostenta una posición próspera, en la estela de la poderosa Caja Laboral, habiendo consumado el acceso a la élite económica local. La generación de la transición ha protagonizado un ascenso social vertiginoso, conformando una nueva élite en la sociedad española. En coherencia con las nuevas posiciones adquiridas, es lógico que se encuentren distanciados de lo que denominan como “ciudadanos y ciudadanas de a pie”.
Pero, en tanto que desde la transición al presente, los socialistas devienen en una nueva élite económica, sus bases tradicionales, los trabajadores industriales principalmente, experimentan un movimiento de signo contrario. La descomposición productiva genera una sociedad en declive, definida por sus carencias y sus temores. El nuevo tejido social resulta de la concurrencia de las sociedades derivadas del hundimiento industrial o las reestructuraciones múltiples, con la impetuosa emergencia de la precarización, divisa de las nuevas actividades económicas. De este modo, las lealtades electorales experimentan una erosión de gran alcance.
Pero en los años felices del crecimiento, de la multiplicación de los edificios y las infraestructuras y de la llegada del dinero europeo, que conformó la “edad de oro” del partido socialista, este no tuvo la capacidad de elaborar un proyecto de transformación de las organizaciones o de la vida ciudadana. Su oferta se agotó en el alegre bienestar resultante del incremento generalizado de los consumos públicos y privados. Esta es el alma del socialismo de este período histórico. Bienestar material, sólo bienestar y nada más que bienestar material. El alejamiento de las clases medias y de sectores dinámicos de la sociedad española es patente desde mediados de los años ochenta. Cuando desaparece el bienestar, su hueco es rellenado por sentimientos de revancha, en tanto que no queda nada. Ya no hay nada que repartir.
Los años de bienestar y de metamorfosis social de sus élites, vacían su capacidad de generar un proyecto. El débil pensamiento que los acompaña en su ascenso al poder se disipa en los primeros años. El grupo dirigente, desde el pensamiento cero, deviene en receptor pasivo de la “inteligencia” del capitalismo global. Los saberes de la gestión y del neoliberalismo ocupan el lugar de la antigua ideología. Solo quedan los gestos, la exposición de los cuellos en ausencia de las corbatas, la ropa informal y las liturgias de la era industrial, exhibidas en las ocasiones solemnes. En el proceso de extinción del pensamiento, desempeña un papel fundamental el contingente de aluvión de candidatos a puestos estatales, como el que nutrió el partido en los años de éxitos electorales.
Desde la perspectiva del ascenso social del contingente partidario, alejados de la realidad vivida por sus antaño votantes, sin inteligencia colectiva capaz de de elaborar un proyecto a las condiciones actuales y en una situación de escasez que limita el reparto de bienes públicos, el futuro del partido es amenazador. Su principal activo son los efectos psicológicos generados por esa original y tóxica mezcla entre el nuevo poder global con las élites del capitalismo atrasado español, que representa el PP.
Por eso la noche de la fiesta, la rememoración del pasado, la imaginación de que una nueva edad de oro está por advenir, la explosión de la ficción compartida. Pero, una vez que amanece y las cámaras se retiran, vuelve penosamente la realidad diurna. Cabe preguntarse si un colectivo de personas enriquecido, envejecido y fatigado, puede generar un proyecto adecuado a las condiciones vigentes y la energía para hacerlo avanzar.
En la fantasía de la noche de la fiesta, la imagen del secretario de organización Oscar López, hablando a los jóvenes con el estilo mediático estándar, con la aceptación celebrativa de estos, remite a la imagen de Felipe González en los años ochenta, hablando a otros jóvenes, también celebrativos y positivos. Mientras tanto, se tomaban las primeras medidas que abren el camino a la gran precarización que se intensifica en el presente. Mal síntoma.
Lo dicho ¡qué noche la de aquel día!
Después del fatigoso y racionalizado día llega la noche. En esta imperan las fantasías, las metamorfosis múltiples, los juegos de máscaras, la explosión de los sentidos y las euforias ambientales. La representación mediática de la noche de los socialistas obvia la cuestión esencial, que se disipa entre los torrentes de signos, imágenes y puestas en escena de la fiesta partidaria: no se espera en el horizonte, el divorcio entre el vetusto partido y el complejo de poder económico y mediático de la época, encarnado en las instituciones regionales europeas del sistema-mundo y los renovados poderes que emergen principalmente del suelo nacional y autonómico.
El 15 de junio de 1977 se celebraron las primeras elecciones generales después del franquismo. En este tiempo yo era un militante del partido comunista con mucha responsabilidad. En la noche del 16, me encontré en la Plaza Porticada de Santander con un conocido abogado, amigo de Carmen desde la infancia. Era un hombre cordial, muy rico de familia y muy conservador. Hasta entonces, cuando nos encontrábamos por la calle, saludaba a Carmen besándole la mano. Su posición económica, tan solvente, contrastaba con su menguada vida profesional y las dificultades para sostener su despacho.
En los últimos años había modificado su posición política y había tomado una actitud crítica frente al tardofranquismo. El año anterior a dichas elecciones, se había inscrito en el partido de Joaquín Ruiz-Giménez, Izquierda Democrática, en el que había concurrido a las elecciones como cabeza de lista por Santander. Siempre he respetado mucho a las personas que inician una disidencia desde las posiciones de poder. Es el caso de Ruiz-Giménez. Lo más respetable de la transición española son los disidentes del franquismo y aquellos que verdaderamente se opusieron a este, pagando con costes personales muy importantes.
En nuestro encuentro comentamos los resultados de las elecciones. Me dijo un significativo “nos han dado por el centro”. Después me preguntó por lo que iba a hacer. El afirmó que en los días siguientes se tenía que decidir. Meses después consumó su decisión. Abandonó el partido de don Joaquín, a sus ojos un romántico perdedor, e ingresó con todos los honores en el PSOE donde fue senador y desempeñó altas responsabilidades en las instituciones judiciales.
Dos años después, nos encontramos en una noche veraniega en Santander. Ya no besaba la mano de Carmen, sino sus mejillas, constituyendo una muestra del cambio que se había operado en la España postfranquista. Los besos de saludo ascendían de las manos a las mejillas, dejando intactas algunas cuestiones esenciales, tales como los usos del poder, la dirección de las instituciones y la estructura social, entre otras cosas.
En la conversación que sostuvimos, quiso ayudarme, pues, desde su perspectiva, no había sido capaz de tomar la decisión adecuada a mis intereses personales. Me dijo que fuera pragmático y positivo, que rompiera con rigideces inútiles. Esto significaba alistarme en el aluvión de personas de la época que habían corrido en ayuda de los vencedores de las elecciones. Cuando le expliqué cordialmente que no renunciaba a nada de mi pasado, se entabló una conversación con un fondo tenso.
En el intercambio de argumentos me dijo “no hay nada que hacer contigo, pareces Pablo Iglesias, el abuelo”. Después afirmó que este no había abandonado el corsé de lo que entendía por rigidez. Esta inflexibilidad, la entendía como el desarrollo de una carrera política temporal en la que la persona rígida no mejora su posición económica y social. Esto es común a todos los dirigentes políticos e intelectuales de la segunda república, los cuales mantuvieron sus posiciones sociales iniciales. Su abrazo con el estado de la época, fue diferente del abrazo al estado de los congregados este fin de semana, representando la imaginaria recuperación electoral.
Esta anécdota sintetiza muy bien los años transcurridos entre 1982 y el presente. En ese tiempo de responsabilidad de gobierno, se ha configurado un colectivo de personas que desempeñan cargos de responsabilidad en el estado, y, el inseparable en este tiempo, mercado. Este es el núcleo duro del partido, que ha modificado al alza, en el curso de sus efervescentes derivas vitales, su posición económica y social personal. Ahora, los viajeros ascendentes, se encuentran más cercanos a los poderes económicos y financieros que en el comienzo del ciclo.
Un factor clave radica en identificar las actividades que realizan los miembros del partido que han desempeñado responsabilidades en el gobierno o estado los últimos años, una vez que han abandonado los puestos de responsabilidad estatal. Invito a los lectores a que lo hagan. La casi totalidad de los mismos, trabajan para corporaciones empresariales globales como ejecutivos o asesores, o para organismos estatales de gran relevancia. Son muy pocos los que se dedican a la producción de conocimiento o la inserción en ong u otras organizaciones que actúan sobre problemas sociales. También es infrecuente el regreso a las actividades profesionales anteriores. Parafraseando a ellos mismos, lo que les gusta es la gestión, en la versión castiza de los años felices de abundancia.
Así, Felipe González al servicio del poder financiero global; Joaquín Almunia, ejecutivo de choque de las instituciones europeas para imponer políticas de drásticos recortes; Narcis Serra, devenido en un banquero depredador y generador de catástrofes y víctimas múltiples; José Bono, hombre de la alta sociedad dedicado a los negocios convencionales de la clase dirigente española; Pepe Blanco, protagonista de una prodigiosa carrera residencial ascendente. ¿Elena Salgado, Pedro Solbes, Javier Solana? Todos ellos se han sido beneficiarios de su paso por las responsabilidades estatales. Pero sus destinos sociales los sitúan en la cima de la estructura social, la cual no se encuentra afectada por la crisis, sino todo lo contrario. Así también, los dirigentes de los feudos autonómicos y los locales, que conforman una pirámide de beneficiarios del tiempo del postfranquismo..
Un ejemplo paradigmático es el de Javier Rojo, que en los años setenta trabajaba como obrero manual de la Fournier en Vitoria y hoy ostenta una posición próspera, en la estela de la poderosa Caja Laboral, habiendo consumado el acceso a la élite económica local. La generación de la transición ha protagonizado un ascenso social vertiginoso, conformando una nueva élite en la sociedad española. En coherencia con las nuevas posiciones adquiridas, es lógico que se encuentren distanciados de lo que denominan como “ciudadanos y ciudadanas de a pie”.
Pero, en tanto que desde la transición al presente, los socialistas devienen en una nueva élite económica, sus bases tradicionales, los trabajadores industriales principalmente, experimentan un movimiento de signo contrario. La descomposición productiva genera una sociedad en declive, definida por sus carencias y sus temores. El nuevo tejido social resulta de la concurrencia de las sociedades derivadas del hundimiento industrial o las reestructuraciones múltiples, con la impetuosa emergencia de la precarización, divisa de las nuevas actividades económicas. De este modo, las lealtades electorales experimentan una erosión de gran alcance.
Pero en los años felices del crecimiento, de la multiplicación de los edificios y las infraestructuras y de la llegada del dinero europeo, que conformó la “edad de oro” del partido socialista, este no tuvo la capacidad de elaborar un proyecto de transformación de las organizaciones o de la vida ciudadana. Su oferta se agotó en el alegre bienestar resultante del incremento generalizado de los consumos públicos y privados. Esta es el alma del socialismo de este período histórico. Bienestar material, sólo bienestar y nada más que bienestar material. El alejamiento de las clases medias y de sectores dinámicos de la sociedad española es patente desde mediados de los años ochenta. Cuando desaparece el bienestar, su hueco es rellenado por sentimientos de revancha, en tanto que no queda nada. Ya no hay nada que repartir.
Los años de bienestar y de metamorfosis social de sus élites, vacían su capacidad de generar un proyecto. El débil pensamiento que los acompaña en su ascenso al poder se disipa en los primeros años. El grupo dirigente, desde el pensamiento cero, deviene en receptor pasivo de la “inteligencia” del capitalismo global. Los saberes de la gestión y del neoliberalismo ocupan el lugar de la antigua ideología. Solo quedan los gestos, la exposición de los cuellos en ausencia de las corbatas, la ropa informal y las liturgias de la era industrial, exhibidas en las ocasiones solemnes. En el proceso de extinción del pensamiento, desempeña un papel fundamental el contingente de aluvión de candidatos a puestos estatales, como el que nutrió el partido en los años de éxitos electorales.
Desde la perspectiva del ascenso social del contingente partidario, alejados de la realidad vivida por sus antaño votantes, sin inteligencia colectiva capaz de de elaborar un proyecto a las condiciones actuales y en una situación de escasez que limita el reparto de bienes públicos, el futuro del partido es amenazador. Su principal activo son los efectos psicológicos generados por esa original y tóxica mezcla entre el nuevo poder global con las élites del capitalismo atrasado español, que representa el PP.
Por eso la noche de la fiesta, la rememoración del pasado, la imaginación de que una nueva edad de oro está por advenir, la explosión de la ficción compartida. Pero, una vez que amanece y las cámaras se retiran, vuelve penosamente la realidad diurna. Cabe preguntarse si un colectivo de personas enriquecido, envejecido y fatigado, puede generar un proyecto adecuado a las condiciones vigentes y la energía para hacerlo avanzar.
En la fantasía de la noche de la fiesta, la imagen del secretario de organización Oscar López, hablando a los jóvenes con el estilo mediático estándar, con la aceptación celebrativa de estos, remite a la imagen de Felipe González en los años ochenta, hablando a otros jóvenes, también celebrativos y positivos. Mientras tanto, se tomaban las primeras medidas que abren el camino a la gran precarización que se intensifica en el presente. Mal síntoma.
Lo dicho ¡qué noche la de aquel día!
viernes, 8 de noviembre de 2013
JESÚS IBÁÑEZ: LA INTELIGENCIA A CONTRACORRIENTE
Jesús Ibáñez es uno de los sociólogos españoles más originales y fecundos. Sus aportaciones a la sociología son reconocidas desde todas las perspectivas. Pero no se trata de un académico convencional, sino que, por el contrario, su docencia e investigación se produjo articulada con su presencia en la sociedad de su tiempo. Se trata de un científico social comprometido e involucrado en la oposición al franquismo, la transición y los extraños años ochenta, en los que la democracia naciente se insertó en un carril inesperado.
Desde la perspectiva actual, el valor de sus aportaciones es creciente. Sus posiciones escritas en distintos medios de comunicación y compiladas en un libro “A contracorriente”, publicado por Fundamentos en 1997, se revalorizan desde la perspectiva presente, en donde comparecen muchos de los elementos estructurales clave, inmunes al cambio, que en los años de la transición se encontraban ocultos a los discursos en boga, pero que no pasaban inadvertidos a su poderosa mirada.
Jesús Ibáñez ejerció una gran influencia sobre una generación de sociólogos, que han continuado desarrollando la sociología crítica en España, que integra distintos autores, contenidos y perspectivas. Nunca olvidaré su presencia imponente en la facultad, su modo de estar en la vida, sus coherencias personales entre sus militancias y sus actividades docentes e investigadoras. Su obra y su figura es una referencia viva para las ciencias sociales.
Su vida se puede sintetizar en saber estar en una situación adversa, siempre a contracorriente. La dimensión más importante del poder contemporáneo es la producción de una definición de las situaciones, mediante la cual se asignan los significados. El poder del presente ha acentuado esta dimensión, generando un conjunto de poderosos dispositivos de producción del conocimiento, tales como las ciencias del mercado y las disciplinas comunicativas que le acompañan. Desde esta matriz, se multiplican los expertos que van reduciendo la autonomía de las personas mediante la ocupación de sus espacios. Además, se ha minimizado o neutralizado a las voces críticas, utilizando nuevos mecanismos de censura. Ahora esta opera, no tanto como prohibición, sino mediante la superabundancia de signos y comunicaciones, que satura a las personas, dificultando el poder de seleccionar y priorizar.
Reproduzco una frase de culto de Jesús Ibáñez que expresa muy bien los sentidos de su obra y que constituye un emblema de su herencia compartida por muchas personas, entre las que me ubico.
"El pensamiento es tarea de vagos y maleantes. Hay que saber perderse para trazar un mapa: vagar por los márgenes y por el desierto, fuera de las fortalezas en las que están encerrados la verdad, el bien y la belleza. Sólo los nómadas descubren otros mundos. Hay que saber pervertir la ley (jugar con ella) y a veces subvertirla (ponerla en cuestión) para cambiar y/o quitar la ley: provocar malos pensamientos en los bien-pensantes, asediar las sedes de la verdad, el bien y la belleza. Sólo los malditos mejoran este mundo".
Saber perderse para trazar un mapa. Estar perdido es la condición imprescindible para crear un estado interno de indagación que permita salir mediante la creación del mapa de cada cual. En alguna ocasión me ha comentado un exalumno, que en su mapa cognitivo personal había algún mojón mío. Esto es lo más gratificante que puede escuchar un docente. Lo más frecuente en el tiempo actual es que las personas, carentes de un mapa personal o cartas de navegación solventes, sean conducidas mediante la adhesión acrítica a las definiciones de los poderes.
Vagar por los márgenes y el desierto en la búsqueda de salidas. Porque desde las fortalezas institucionales vigentes es casi imposible cuestionar, deliberar, pensar y aportar. Estas son maquinarias de uniformización de las personas, imponiendo unos límites muy precisos al desarrollo de su inteligencia. Porque el campo de lo pensable se encuentra reducido a la reproducción de los sistemas operantes, en tanto que los contenidos son determinados por las mismas. Las organizaciones del presente son sistemas mecanizados que tienen aversión a la duda, a la crítica, a la deliberación, a la exploración. Las preguntas son penalizadas en un sistema en el que las respuestas están establecidas y cerradas. La unanimidad es asfixiante.
Por esta razón, sólo los nómadas descubren otros mundos, más allá del agobiante pensamiento único, que limita la capacidad de pensar de las personas. Sólo los que exploran, los que cruzan las fronteras de lo que parece lo único posible, los que atravesando los límites establecidos, pueden comparar y contrastar con lo existente, los que pueden pensar e imaginar desde la independencia. Sólo esos pueden innovar, pueden aportar, pueden problematizar, pueden crear. La reducción de las dependencias, resulta un factor fundamental.
Provocar malos pensamientos en los bienpensantes. Cuestionar los preceptos y los comportamientos mecanizados y automatizados de los uniformados, homologados y conducidos por las maquinarias institucionales. Saber estar presentes con dignidad, aceptando la condición de minoría. No renunciar a comunicar, influir, desvelar lo oculto, explicitar las diferencias y descubrir los problemas, establecer analogías o enunciar nuevas ideas y propuestas.
Porque sólo los malditos cambian este mundo. Los heterodoxos, los creadores, los innovadores, los que pueden aportar, porque han liberado su inteligencia. La mayoría automatizada, conducida mediante el gobierno a distancia, obediente al chip instalado en sus mentes, carece de capacidad de crear ni de cambiar. Sólo puede cumplir eficazmente el imperativo de adaptarse, constituyendo la masa indiferenciada que precisan las empresas de domesticación operativas en el presente.
Liberar la inteligencia es una cuestión imprescindible en una sociedad tan nueva, dinámica, opaca, compleja y llena de dilemas. Porque la movilización de la inteligencia es la única salida posible. Para ello cada uno es imprescindible y necesario. Una persona que ha construido su mapa cognitivo individual se encuentra en condiciones de aportar a los demás. La interacción abierta entre las inteligencias puede multiplicar los resultados y reducir el papel negativo de las castas institucionales de la era de las instituciones programadas y del consumo desbocado.
Esta es la condición para constituir una inteligencia colectiva que trascienda las viejas instituciones del presente desbloqueándolas. La tecnología que permite el hiperintercambio transversal y el fluir de la inteligencia ya existe. Por esta razón la cooperación es la forma que hace posible el desanudamiento de las dependencias y el desarrollo de la inteligencia. La expansión de formas sociales definidas por la cooperación es el factor más esperanzador del presente frente a la hipercompetividad mórbida establecida por las instituciones de la gestión y la evaluación, cuyo sentido es sólo jerarquizar, seleccionar y castigar. Sólo en un medio de cooperación puede prosperar la inteligencia.
Jesús Ibáñez es una referencia de una obra tan fértil y original, que abre múltiples líneas posibles de indagación y no cierra ninguna. Sus textos sólo son posibles desde la independencia con respecto a la trama de poderes que asoma en su tiempo, por debajo de la aparente democratización del estado. Sólo un independiente puede abrir un camino. Se trata de un antecedente que pone de manifiesto la inquietante diferencia entre una sociedad que produce bienes y servicios sofisticados, basándose en tecnologías expansivas, pero donde la inteligencia aplicada a la sociedad y a la vida se encuentra muy rezagada. A veces no puedo dejar de añorar los tiempos de CEISA, antes de la institucionalización de la sociología en España, así como imaginarla en el presente.
Esta noche he pensado en los pinchos que se han colocado en las vallas de Melilla para dañar a los africanos que pretenden llegar hasta aquí. Me pregunto por esta crueldad, esta ausencia de inteligencia y esta insensibilidad imperante en esta tierra, que ellos perciben como tierra prometida. Hay que liberar la inteligencia sin demora.
Desde la perspectiva actual, el valor de sus aportaciones es creciente. Sus posiciones escritas en distintos medios de comunicación y compiladas en un libro “A contracorriente”, publicado por Fundamentos en 1997, se revalorizan desde la perspectiva presente, en donde comparecen muchos de los elementos estructurales clave, inmunes al cambio, que en los años de la transición se encontraban ocultos a los discursos en boga, pero que no pasaban inadvertidos a su poderosa mirada.
Jesús Ibáñez ejerció una gran influencia sobre una generación de sociólogos, que han continuado desarrollando la sociología crítica en España, que integra distintos autores, contenidos y perspectivas. Nunca olvidaré su presencia imponente en la facultad, su modo de estar en la vida, sus coherencias personales entre sus militancias y sus actividades docentes e investigadoras. Su obra y su figura es una referencia viva para las ciencias sociales.
Su vida se puede sintetizar en saber estar en una situación adversa, siempre a contracorriente. La dimensión más importante del poder contemporáneo es la producción de una definición de las situaciones, mediante la cual se asignan los significados. El poder del presente ha acentuado esta dimensión, generando un conjunto de poderosos dispositivos de producción del conocimiento, tales como las ciencias del mercado y las disciplinas comunicativas que le acompañan. Desde esta matriz, se multiplican los expertos que van reduciendo la autonomía de las personas mediante la ocupación de sus espacios. Además, se ha minimizado o neutralizado a las voces críticas, utilizando nuevos mecanismos de censura. Ahora esta opera, no tanto como prohibición, sino mediante la superabundancia de signos y comunicaciones, que satura a las personas, dificultando el poder de seleccionar y priorizar.
Reproduzco una frase de culto de Jesús Ibáñez que expresa muy bien los sentidos de su obra y que constituye un emblema de su herencia compartida por muchas personas, entre las que me ubico.
"El pensamiento es tarea de vagos y maleantes. Hay que saber perderse para trazar un mapa: vagar por los márgenes y por el desierto, fuera de las fortalezas en las que están encerrados la verdad, el bien y la belleza. Sólo los nómadas descubren otros mundos. Hay que saber pervertir la ley (jugar con ella) y a veces subvertirla (ponerla en cuestión) para cambiar y/o quitar la ley: provocar malos pensamientos en los bien-pensantes, asediar las sedes de la verdad, el bien y la belleza. Sólo los malditos mejoran este mundo".
Saber perderse para trazar un mapa. Estar perdido es la condición imprescindible para crear un estado interno de indagación que permita salir mediante la creación del mapa de cada cual. En alguna ocasión me ha comentado un exalumno, que en su mapa cognitivo personal había algún mojón mío. Esto es lo más gratificante que puede escuchar un docente. Lo más frecuente en el tiempo actual es que las personas, carentes de un mapa personal o cartas de navegación solventes, sean conducidas mediante la adhesión acrítica a las definiciones de los poderes.
Vagar por los márgenes y el desierto en la búsqueda de salidas. Porque desde las fortalezas institucionales vigentes es casi imposible cuestionar, deliberar, pensar y aportar. Estas son maquinarias de uniformización de las personas, imponiendo unos límites muy precisos al desarrollo de su inteligencia. Porque el campo de lo pensable se encuentra reducido a la reproducción de los sistemas operantes, en tanto que los contenidos son determinados por las mismas. Las organizaciones del presente son sistemas mecanizados que tienen aversión a la duda, a la crítica, a la deliberación, a la exploración. Las preguntas son penalizadas en un sistema en el que las respuestas están establecidas y cerradas. La unanimidad es asfixiante.
Por esta razón, sólo los nómadas descubren otros mundos, más allá del agobiante pensamiento único, que limita la capacidad de pensar de las personas. Sólo los que exploran, los que cruzan las fronteras de lo que parece lo único posible, los que atravesando los límites establecidos, pueden comparar y contrastar con lo existente, los que pueden pensar e imaginar desde la independencia. Sólo esos pueden innovar, pueden aportar, pueden problematizar, pueden crear. La reducción de las dependencias, resulta un factor fundamental.
Provocar malos pensamientos en los bienpensantes. Cuestionar los preceptos y los comportamientos mecanizados y automatizados de los uniformados, homologados y conducidos por las maquinarias institucionales. Saber estar presentes con dignidad, aceptando la condición de minoría. No renunciar a comunicar, influir, desvelar lo oculto, explicitar las diferencias y descubrir los problemas, establecer analogías o enunciar nuevas ideas y propuestas.
Porque sólo los malditos cambian este mundo. Los heterodoxos, los creadores, los innovadores, los que pueden aportar, porque han liberado su inteligencia. La mayoría automatizada, conducida mediante el gobierno a distancia, obediente al chip instalado en sus mentes, carece de capacidad de crear ni de cambiar. Sólo puede cumplir eficazmente el imperativo de adaptarse, constituyendo la masa indiferenciada que precisan las empresas de domesticación operativas en el presente.
Liberar la inteligencia es una cuestión imprescindible en una sociedad tan nueva, dinámica, opaca, compleja y llena de dilemas. Porque la movilización de la inteligencia es la única salida posible. Para ello cada uno es imprescindible y necesario. Una persona que ha construido su mapa cognitivo individual se encuentra en condiciones de aportar a los demás. La interacción abierta entre las inteligencias puede multiplicar los resultados y reducir el papel negativo de las castas institucionales de la era de las instituciones programadas y del consumo desbocado.
Esta es la condición para constituir una inteligencia colectiva que trascienda las viejas instituciones del presente desbloqueándolas. La tecnología que permite el hiperintercambio transversal y el fluir de la inteligencia ya existe. Por esta razón la cooperación es la forma que hace posible el desanudamiento de las dependencias y el desarrollo de la inteligencia. La expansión de formas sociales definidas por la cooperación es el factor más esperanzador del presente frente a la hipercompetividad mórbida establecida por las instituciones de la gestión y la evaluación, cuyo sentido es sólo jerarquizar, seleccionar y castigar. Sólo en un medio de cooperación puede prosperar la inteligencia.
Jesús Ibáñez es una referencia de una obra tan fértil y original, que abre múltiples líneas posibles de indagación y no cierra ninguna. Sus textos sólo son posibles desde la independencia con respecto a la trama de poderes que asoma en su tiempo, por debajo de la aparente democratización del estado. Sólo un independiente puede abrir un camino. Se trata de un antecedente que pone de manifiesto la inquietante diferencia entre una sociedad que produce bienes y servicios sofisticados, basándose en tecnologías expansivas, pero donde la inteligencia aplicada a la sociedad y a la vida se encuentra muy rezagada. A veces no puedo dejar de añorar los tiempos de CEISA, antes de la institucionalización de la sociología en España, así como imaginarla en el presente.
Esta noche he pensado en los pinchos que se han colocado en las vallas de Melilla para dañar a los africanos que pretenden llegar hasta aquí. Me pregunto por esta crueldad, esta ausencia de inteligencia y esta insensibilidad imperante en esta tierra, que ellos perciben como tierra prometida. Hay que liberar la inteligencia sin demora.
domingo, 3 de noviembre de 2013
LA GRAN ROTACIÓN Y LA FALACIA DE LA "COGNITIVE LOAD"
La rotación es la palabra clave que descifra el aspecto más relevante del proyecto neoliberal global. Se trata de constituir un núcleo de empleos estables imprescindibles en la industria y los servicios, para instaurar una precarización generalizada del resto del empleo, de la que resulte una masa laboral que rote por los puestos de trabajo disponibles. Las personas que rotan, desarrollan sus vidas laborales alternando tiempos de trabajo y tiempos en la cola del desempleo, donde deben aceptar que tienen que adquirir competencias suficientes para vencer a sus iguales en la eterna competición por un puesto de trabajo temporal.
La masa laboral expulsada de la construcción, de la agricultura y la pesca, de la industria y de los servicios, así como del sector público, conforma una población homologada por su aspiración a un puesto de trabajo. Es la población predestinada a rotar por el mercado de trabajo. Así se configuran destinos sociales de segundo nivel en la sociedad global emergente. La rotación deviene en una marca para las personas destinadas al tránsito sin final por el mercado de trabajo.
El proyecto de rotación se encuentra muy avanzado y no se oculta. En los discursos de las autoridades regionales del sistema-mundo, en sus homólogos estatales y autonómicos, en los empresarios, en las escuelas de gestión, en los expertos económicos y en los medios de comunicación. El factor clave en los análisis realizados es el número total de puestos de trabajo. Estos se han emancipado de sus atributos, siendo, en rigor, puestos de trabajo brutos, nunca mejor dicho.
De este modo, los aspirantes a los puestos de trabajo brutos, procedentes de los contingentes de los desempleados, de los precarios severos, de los que se encuentran almacenados en el sistema educativo en espera, de los que han desempeñado su vida laboral en la economía sumergida, así como de inmigrantes atrapados en distintas trayectorias, conforman la población definida por el destino social común de rotar por el mercado laboral. El ciclo de tiempo compartido entre trabajo bruto y desempleo, puede alterarse mediante tiempos de incorporación al ejército de reserva global, que los expertos denominan “movilidad exterior”, o alguna experiencia de desaparición de las estadísticas, es decir, en una experiencia de trabajo “negro”.
La conformación de esa población rotante como destino social de segundo nivel, implica la materialización de un disciplinamiento social de gran envergadura. Las vidas de las personas marcadas se concentra en las colas de espera, en las que es preciso destacar sobre los demás ante las instituciones que inspeccionan y gestionan la cola, escrutando minuciosamente a cada uno de sus miembros. En estas condiciones, el miedo y la autocensura constituyen las bases del gobierno de lo social. Los derechos o la misma democracia parecen imposibles en este contexto. La amenaza de una regresión con respecto a la era industrial es patente.
En coherencia con este mercado laboral dual que constituye una masa laboral rotante, en el que una parte de la misma es prescindible para el funcionamiento del sistema, las políticas sociales se reformulan sobre este supuesto. La asistencia sanitaria y la educación, antaño universales, los servicios sociales compensatorios de situaciones de desventajas sociales múltiples, así como las pensiones, son reestructuradas para ser adaptadas a la lógica del sistema global. Ahora impera la desuniversalización. Para los rotantes y los destinos sociales de segundo orden, se construyen dispositivos específicos con arreglo a su rango.
Este es el factor oculto que proporciona sentido a las reformas que se han iniciado en los últimos años. Estas no son inteligibles en el escenario comunicativo actual, generando la irritación de sus desconcertados destinatarios. Estos ignoran que han perdido la condición de obreros necesarios para la producción industrial o los servicios, así como para los dispositivos estatales de la era del fordismo y del estado del bienestar. Ahora son un conjunto de moléculas concentradas en el fluido de la cola de la eterna rotación. Han perdido la condición de ser estrictamente necesarios para un nuevo sistema que no necesita de toda esta la población.
Este proceso no es bien percibido, a pesar de la manifestación inequívoca de sus principales elementos en las comunicaciones públicas. Los sistemas de percepción y valoración de los denominados ciudadanos, así como de las instituciones en proceso de transformación, tanto políticas, mediáticas o de producción del conocimiento, que se encuentran deslocalizadas, lo dificultan. Así, algunas dimensiones de la gran transformación son identificadas, pero aisladas entre sí, y carentes de anclaje en un sistema cognitivo integrado que les haga inteligibles. De ahí los malestares difusos derivados de la incapacidad de racionalizar acontecimientos que parecen inverosímiles.
El cuadro resultante de esta transición es de alta complejidad. Los poderes que impulsan el cambio actúan firmemente, mediante una estrategia de escalonamiento secuencial. La oposición institucional clama contra algunos de los elementos más manifiestos de la reconversión hacia la sociedad de la rotación, reclamando el retorno a la situación anterior. Mientras tanto, sus ilustres colegas inscritos en las instituciones regionales europeas del sistema-mundo, así como los expresidentes y altos cargos de los gobiernos anteriores, actúan en favor del poder global sin máscara alguna. En el caso del PSOE la situación alcanza niveles de comicidad, salvo en el caso de los afectados por la gran rotación, para los que representa una tragedia.
Alcanzar la meta de la sociedad de la rotación, implica dotarla de la legitimidad necesaria. Para ello los poderes que la impulsan necesitan conquistar la opinión pública haciendo aceptar sus definiciones. En el estadio actual, se hace patente la gran descalificación de los profesores para constituir la educación dual; del mismo modo se descalifica a los médicos y enfermeras para facilitar el tránsito a una sanidad privatizada; los funcionarios también comparten el mismo destino, en tanto que son un obstáculo para el nuevo estado relacional ligero.
La población de los condenados a la rotación, que tiene que aceptar la ley de hierro del nuevo sistema “mejor es un puesto de trabajo eventual que el paro”, es también severamente descalificada por los nuevos poderes. Es imprescindible erosionar el imaginario universal, que todavía subsiste de los tiempos de la industria, la expansión del consumo y el estado de bienestar. En las comunicaciones públicas, las declaraciones de autoridades, expertos y comunicadores, que conforman el dispositivo que empuja a favor de la gran rotación, los contenidos son cada vez más explícitos.
En favor de la construcción de la gran descalificación de los que rotan y van a rotar, se explota el yacimiento de las neuropsicologías. Es preciso constituir un retrato-robot de los destinos sociales de segundo orden, que atribuya la responsabilidad individual de su situación a las mismas víctimas. En estas coordenadas se inscribe la construcción de un discurso que distingue entre los racionales comportamientos de los que ocupan posiciones de privilegio y los deficientes comportamientos de los vulnerables, ahora rotantes. Estas diferencias se asientan sobre la tan objetiva diferenciación de sus mismos cerebros.
El concepto principal es que la pobreza o la precariedad determinan un volumen considerable de carga cognitiva, “cognitive load”. Esta se deriva del estrés, la interiorización de la situación de incertidumbre y de la ausencia de objetivos que conlleva una situación que no puedes controlar. Los comportamientos asociados a la alta carga cognitiva pueden ser poco racionales, tener componentes de autodestrucción, impetuosos y carentes de disciplina.
Se afirma que la carga cognitiva influye sobre la corteza prefrontal del cerebro en el que se realizan las funciones ejecutivas, tales como la regulación emocional, la toma de decisiones o la planificación a largo plazo. De este modo, se construye una descalificación sobre las conductas de los que van a rotar. El argumento de que su situación se encuentra determinada por su déficit de competencias individuales, es reforzado mediante la carga cognitiva, a la que se atribuye una base biológica. Así se completa el ciclo de la individualización del destino social y la abolición de las condiciones sociales.
La red de poderes, dispositivos expertos y comunicadores que los apoyan, construye un argumento en apoyo al proceso de construcción de la población que rota, legitimando su discriminación. Ahora se puede entender a este mundo de personas rotantes, cuyas menguadas competencias laborales se acompañan por la compra compulsiva, la mala gestión de sus dineros, la incapacidad de tomar decisiones y el deterioro inevitable de sus decisiones sociales.
Sobre estas falacias se está constituyendo un poder que va adquiriendo la naturaleza de un nuevo autoritarismo tecnocrático, apoyándose en las instituciones que desempeñan el papel de selección social y gestión de las colas de los condenados a rotar. Me pregunto sobre la corteza prefrontal de muchos empresarios, diputados, expertos y comunicadores. Todo esto es muy inquietante. Termino rememorando el “Digem no” de Raimon de los tiempos de mi juventud. Ahora el “hem vist la por, la fam” deben complementarse con “hem vist la rotació”. Pero permanece inalterable el “nosaltres no som dêixe món”, que expresa elocuentemente la regresión que opera en el presente.
La masa laboral expulsada de la construcción, de la agricultura y la pesca, de la industria y de los servicios, así como del sector público, conforma una población homologada por su aspiración a un puesto de trabajo. Es la población predestinada a rotar por el mercado de trabajo. Así se configuran destinos sociales de segundo nivel en la sociedad global emergente. La rotación deviene en una marca para las personas destinadas al tránsito sin final por el mercado de trabajo.
El proyecto de rotación se encuentra muy avanzado y no se oculta. En los discursos de las autoridades regionales del sistema-mundo, en sus homólogos estatales y autonómicos, en los empresarios, en las escuelas de gestión, en los expertos económicos y en los medios de comunicación. El factor clave en los análisis realizados es el número total de puestos de trabajo. Estos se han emancipado de sus atributos, siendo, en rigor, puestos de trabajo brutos, nunca mejor dicho.
De este modo, los aspirantes a los puestos de trabajo brutos, procedentes de los contingentes de los desempleados, de los precarios severos, de los que se encuentran almacenados en el sistema educativo en espera, de los que han desempeñado su vida laboral en la economía sumergida, así como de inmigrantes atrapados en distintas trayectorias, conforman la población definida por el destino social común de rotar por el mercado laboral. El ciclo de tiempo compartido entre trabajo bruto y desempleo, puede alterarse mediante tiempos de incorporación al ejército de reserva global, que los expertos denominan “movilidad exterior”, o alguna experiencia de desaparición de las estadísticas, es decir, en una experiencia de trabajo “negro”.
La conformación de esa población rotante como destino social de segundo nivel, implica la materialización de un disciplinamiento social de gran envergadura. Las vidas de las personas marcadas se concentra en las colas de espera, en las que es preciso destacar sobre los demás ante las instituciones que inspeccionan y gestionan la cola, escrutando minuciosamente a cada uno de sus miembros. En estas condiciones, el miedo y la autocensura constituyen las bases del gobierno de lo social. Los derechos o la misma democracia parecen imposibles en este contexto. La amenaza de una regresión con respecto a la era industrial es patente.
En coherencia con este mercado laboral dual que constituye una masa laboral rotante, en el que una parte de la misma es prescindible para el funcionamiento del sistema, las políticas sociales se reformulan sobre este supuesto. La asistencia sanitaria y la educación, antaño universales, los servicios sociales compensatorios de situaciones de desventajas sociales múltiples, así como las pensiones, son reestructuradas para ser adaptadas a la lógica del sistema global. Ahora impera la desuniversalización. Para los rotantes y los destinos sociales de segundo orden, se construyen dispositivos específicos con arreglo a su rango.
Este es el factor oculto que proporciona sentido a las reformas que se han iniciado en los últimos años. Estas no son inteligibles en el escenario comunicativo actual, generando la irritación de sus desconcertados destinatarios. Estos ignoran que han perdido la condición de obreros necesarios para la producción industrial o los servicios, así como para los dispositivos estatales de la era del fordismo y del estado del bienestar. Ahora son un conjunto de moléculas concentradas en el fluido de la cola de la eterna rotación. Han perdido la condición de ser estrictamente necesarios para un nuevo sistema que no necesita de toda esta la población.
Este proceso no es bien percibido, a pesar de la manifestación inequívoca de sus principales elementos en las comunicaciones públicas. Los sistemas de percepción y valoración de los denominados ciudadanos, así como de las instituciones en proceso de transformación, tanto políticas, mediáticas o de producción del conocimiento, que se encuentran deslocalizadas, lo dificultan. Así, algunas dimensiones de la gran transformación son identificadas, pero aisladas entre sí, y carentes de anclaje en un sistema cognitivo integrado que les haga inteligibles. De ahí los malestares difusos derivados de la incapacidad de racionalizar acontecimientos que parecen inverosímiles.
El cuadro resultante de esta transición es de alta complejidad. Los poderes que impulsan el cambio actúan firmemente, mediante una estrategia de escalonamiento secuencial. La oposición institucional clama contra algunos de los elementos más manifiestos de la reconversión hacia la sociedad de la rotación, reclamando el retorno a la situación anterior. Mientras tanto, sus ilustres colegas inscritos en las instituciones regionales europeas del sistema-mundo, así como los expresidentes y altos cargos de los gobiernos anteriores, actúan en favor del poder global sin máscara alguna. En el caso del PSOE la situación alcanza niveles de comicidad, salvo en el caso de los afectados por la gran rotación, para los que representa una tragedia.
Alcanzar la meta de la sociedad de la rotación, implica dotarla de la legitimidad necesaria. Para ello los poderes que la impulsan necesitan conquistar la opinión pública haciendo aceptar sus definiciones. En el estadio actual, se hace patente la gran descalificación de los profesores para constituir la educación dual; del mismo modo se descalifica a los médicos y enfermeras para facilitar el tránsito a una sanidad privatizada; los funcionarios también comparten el mismo destino, en tanto que son un obstáculo para el nuevo estado relacional ligero.
La población de los condenados a la rotación, que tiene que aceptar la ley de hierro del nuevo sistema “mejor es un puesto de trabajo eventual que el paro”, es también severamente descalificada por los nuevos poderes. Es imprescindible erosionar el imaginario universal, que todavía subsiste de los tiempos de la industria, la expansión del consumo y el estado de bienestar. En las comunicaciones públicas, las declaraciones de autoridades, expertos y comunicadores, que conforman el dispositivo que empuja a favor de la gran rotación, los contenidos son cada vez más explícitos.
En favor de la construcción de la gran descalificación de los que rotan y van a rotar, se explota el yacimiento de las neuropsicologías. Es preciso constituir un retrato-robot de los destinos sociales de segundo orden, que atribuya la responsabilidad individual de su situación a las mismas víctimas. En estas coordenadas se inscribe la construcción de un discurso que distingue entre los racionales comportamientos de los que ocupan posiciones de privilegio y los deficientes comportamientos de los vulnerables, ahora rotantes. Estas diferencias se asientan sobre la tan objetiva diferenciación de sus mismos cerebros.
El concepto principal es que la pobreza o la precariedad determinan un volumen considerable de carga cognitiva, “cognitive load”. Esta se deriva del estrés, la interiorización de la situación de incertidumbre y de la ausencia de objetivos que conlleva una situación que no puedes controlar. Los comportamientos asociados a la alta carga cognitiva pueden ser poco racionales, tener componentes de autodestrucción, impetuosos y carentes de disciplina.
Se afirma que la carga cognitiva influye sobre la corteza prefrontal del cerebro en el que se realizan las funciones ejecutivas, tales como la regulación emocional, la toma de decisiones o la planificación a largo plazo. De este modo, se construye una descalificación sobre las conductas de los que van a rotar. El argumento de que su situación se encuentra determinada por su déficit de competencias individuales, es reforzado mediante la carga cognitiva, a la que se atribuye una base biológica. Así se completa el ciclo de la individualización del destino social y la abolición de las condiciones sociales.
La red de poderes, dispositivos expertos y comunicadores que los apoyan, construye un argumento en apoyo al proceso de construcción de la población que rota, legitimando su discriminación. Ahora se puede entender a este mundo de personas rotantes, cuyas menguadas competencias laborales se acompañan por la compra compulsiva, la mala gestión de sus dineros, la incapacidad de tomar decisiones y el deterioro inevitable de sus decisiones sociales.
Sobre estas falacias se está constituyendo un poder que va adquiriendo la naturaleza de un nuevo autoritarismo tecnocrático, apoyándose en las instituciones que desempeñan el papel de selección social y gestión de las colas de los condenados a rotar. Me pregunto sobre la corteza prefrontal de muchos empresarios, diputados, expertos y comunicadores. Todo esto es muy inquietante. Termino rememorando el “Digem no” de Raimon de los tiempos de mi juventud. Ahora el “hem vist la por, la fam” deben complementarse con “hem vist la rotació”. Pero permanece inalterable el “nosaltres no som dêixe món”, que expresa elocuentemente la regresión que opera en el presente.