Una generación política tiene su origen en un acontecimiento social de gran magnitud, que implica una ruptura con el pasado. Este evento inicial, le confiere la energía y la capacidad de alumbrar una nueva situación, en la que la redefinición de la realidad y el renovado esquema cognitivo del colectivo generacional emergente, desempeña un papel relevante en el proceso social. En España, la generación de la transición se incuba en los movimientos sociales de los últimos años del franquismo, así como en los dispositivos más evolucionados del régimen declinante. Esta generación ha gobernado en todas las instituciones en los últimos treinta y cinco años.
El presente se encuentra definido por una crisis multidimensional, que trasciende lo económico y se instala en todas las esferas sociales e institucionales. Una de los factores de dicha crisis es el agotamiento de la generación de la transición y su gradual reemplazo por dirigentes más jóvenes, que no resultan de ningún acontecimiento de ruptura, sino por el contrario, del relevo inevitable en las maquinarias partidarias y de otras instituciones centrales, donde esperan su turno compartiendo los discursos y las lógicas de la acción.
Este relevo generacional se produce en un ambiente de declive del sistema económico, del sistema político y del conjunto de organizaciones que lo acompañan. En este sentido se puede afirmar que aquellos que reemplazan a la generación de la transición, son tan sólo sus herederos, en tanto que no aportan nada nuevo, reproduciendo los discursos y los modos de gobierno de sus antecesores, afirmando así la continuidad. Se trata de una generación que vive un tiempo agotado, del que no puede esperarse más que la irrupción de algún acontecimiento que conlleve su conclusión, condición necesaria para reiniciar en otra dirección. Así se explica el grado cero del carisma de los herederos. Sus poderes radican en el peso muerto que le confieren las maquinarias partidarias, las instituciones de gobierno y los medios de comunicación que las sustentan.
El presente es una encrucijada de tiempos. La coexistencia del tiempo estancado del ciclo del postfranquismo, con el específico de la crisis general, cuyo desenlace es incierto, así como la temporalidad intrusiva de la reestructuración neoliberal y global, imprimen a la época una complejidad y una opacidad incuestionable. En un contexto determinado por estas temporalidades múltiples, los herederos ocupan las posiciones de dirección en todos los niveles.
Los partidos políticos y la clase dirigente se inscriben en la lógica de la continuidad y de la inercia, detentando un discurso que se puede definir como congelado, procedente de los primeros años del postfranquismo. Este es resultante de la gran autopoiesis sucedida en los últimos veinticinco años. Los cambios sociales son selectivamente incorporados al discurso y reinterpretados según las referencias del principio del ciclo. Así, tanto los acontecimientos excluidos, como las distorsiones en las interpretaciones, se acumulan y van incrementando la distancia creciente entre la realidad vivida y los discursos prevalentes.
El discurso oficial está compuesto por un conjunto de tópicos, de conceptos desgastados, de representaciones devaluadas, de ficciones, de tautologías, de fabulaciones y de medias mentiras que se han hecho realidad. Se trata de un discurso redundante, con un área ciega de gran magnitud, sin un sustento empírico frente a muchos de los eventos sociales críticos. Se encuentra cada vez más alejado de la realidad vivida, constituyendo así el sustento principal de una creciente crisis de legitimación. La narrativa eufórica de la modernización española se contrapone con el declive de la economía productiva, la crisis múltiple y la descomposición del tejido social.
El discurso oficial resulta de selecciones arbitrarias, de exclusiones de gran envergadura y de la reconversión de la estructura de los elementos de que lo configuran. Así se produce una gran distorsión, pero, sobre todo, en un momento de conmoción y crisis múltiple, su orientación se ubica en el pasado. Para los que hemos vivido el final del franquismo, existen analogías inquietantes. La clase dirigente se remite a las epopeyas sucedidas en el origen y el curso del postfranquismo, en detrimento del presente.
La gran autopoiesis de los partidos y las élites españolas resulta de la desaparición del pensamiento crítico, tan débil en todos los tiempos en España, y la emergencia de los nuevos expertos y medios que se nutren de los saberes emanados de las corporaciones globales y las instituciones del gobierno-mundo. La reconversión de la “inteligencia”, es un factor primordial de la crisis de las élites y la disminución de sus recursos cognitivos. La “inteligencia” de la izquierda en los años sesenta se difumina, y muchos de sus ilustres miembros se reposicionan en favor de los saberes importados por el conglomerado constituido por la tecnología, las empresas y los media.
En tanto que cambia la sociedad, se produce un discurso inverso, que hace invisibles muchos procesos sociales esenciales. Así se genera una gran distorsión en el conocimiento. El tiempo de declive, en la que los herederos, relevan a la agotada generación de la transición, contrasta con el discurso triunfalista y celebrativo. Así se crea una sensación de vacío y desconfianza casi patológica, que amenaza el imaginario colectivo.
El conocimiento producido, que cristaliza en los discursos oficiales, resulta de la actividad reflexiva de los partidos, que en las coordenadas del nuevo capitalismo global, se definen como marcas que compiten en un mercado electoral. Toda la inteligencia se agota en la importación de los saberes y los métodos procedentes de la nueva empresa. La marca, la segmentación del mercado electoral, los programas, los intercambios, los afectos, las conexiones y el gobierno sobre el patrón gerencial. La emergencia de nuevos expertos demoscópicos, analistas de mercados y en comunicación, configuran una actividad que reduce el espesor de los antaño proyectos, que se definían en un contexto histórico.
En la gran autopoiesis de la clase dirigente española, los procesos de construcción de los discursos, tienen lugar, principalmente, en las sedes de los partidos, en los actos electorales, en los espacios mediáticos y en las instituciones representativas. El discurso oficial se formatea y reproduce en estos medios, que con sus lenguajes y formas de interacción, establecen sus significaciones, los límites y las reglas de inclusión y exclusión.
Por eso el título de este texto: El espíritu de las sedes. Estas constituyen un espacio cerrado al exterior, donde se eliminan los aspectos “negativos” y se articula una ideología capaz de resistir cualquier evento crítico. Es en ellas en donde se desarrolla una comunidad autorreferencial, capaz de afrontar los avatares de la lucha binaria de nosotros contra vosotros, en un medio como el magma. En la sede se excluye cualquier deliberación o problematización ¿cómo es posible que no surjan críticas en el eterno retorno de la Gurtel, constituida ya como un encadenamiento de epílogos sucesivos sin aparente final? ¿cómo es posible que no se generen tensiones internas con un escándalo, como el de los ERE en Andalucía, que es el penúltimo eslabón de una larga cadena de corrupciones y silencios?
Se trata de la sede, ese espacio que se transforma en la cadena de frío de la reflexión, donde se incuba un nosotros que conduce a comportamientos que no pueden ser definidos de otro modo que de fanatismo. En las sedes tienen lugar las relaciones cara a cara que conforman el cierre partidario al exterior, el debilitamiento de cualquier canal de comunicación con el entorno, la defensa de lo común compartido, resultante de la puja por la apropiación de espacios en las instituciones de gobierno.
Los media terminan por cerrar la autopoiesis. El sistema inicial de medios de comunicación del comienzo del postfranquismo, que los más mayores podemos recordar con cierta nostalgia, ha devenido en la multiplicación de tertulianos legionarios y mercenarios capaces de negar la realidad realizando una metamorfosis terrible. La lógica binaria, tan mutiladora de la inteligencia, impera en estos espacios que configuran audiencias segmentadas, encuadradas en las distintas sedes.
Por eso, la puesta en escena celebrativa de la toma de posesión de Susana Díaz en Andalucía resulta demoledoramente elocuente. En tanto la reestructuración neoliberal, ejecutada desde las instituciones europeas con la colaboración de sus ilustres colegas, investidos de técnicos del gobierno-mundo, descompone sus bases sociales tradicionales y las penaliza severamente, el placer proporcionado por el acceso al gobierno, manifestado en las risas, los rituales optimistas, los gestos, las puestas en escena de la era del marketing, no predicen nada bueno. El desencuentro entre los gobernantes y gobernados es patente.
Pero el problema radica en el discurso de la señora Díaz. En una situación de ruina económica, de dificultades generalizadas, de contracción de los servicios, de desempleo, de precarización, habla en un tono que se aproxima al de una secta evangélica redentora. El mensaje central apela a nuestra fe. Inevitablemente ha sido afectada por el espíritu de las sedes, que se ha hecho presente en el parlamento y el gobierno.
Pero la señora Díaz no hablaba en una sede, sino para un público mayor y más heterogéneo del que formo parte. Mi objeción es que carece de un proyecto adecuado a las condiciones del presente, que se encuentra en un medio institucional que obstruye la posibilidad de una apertura cognitiva y que tengo la convicción de que sus desgastados consejeros renuevan sus carencias en el vacío de proyecto. No se trata de emocionarnos, como propone la institución central marketing, sino de convencernos enunciando una línea de futuro y los inevitables dilemas asociados a la misma.
La cuestión de las generaciones es muy compleja. Recuerdo en las últimas elecciones primarias del PSOE, en las que Rubalcaba, el último representante de la generación de la transición, se enfrentaba con la necesidad de innovar y renovar, encarnando una nueva ironía de la historia. Pero, su oponente, Carmen Chacón, que representa lo que aquí he denominado “los herederos”, pronunció un discurso vacío, huérfano de contenidos, litúrgico, en tonos teatrales, compuesto por gritos de rigor esencialistas, en el que el presente se encontraba ausente. El público destinatario era un colectivo agregado procedente de las sedes. La edad no siempre se encuentra relacionada con la innovación. Aún menos en esos congeladores de la inteligencia que son las sedes y sus terminales mediáticas.
Gran hallazgo semántico la autopoiesis. Me pregunto si no estarà directamente relacionada con el tan debatido asunto de las listas cerradas y la organización de los partidos, su centralismo no democrático, degeneraciòn de las organizaciones leninistas denunciada nada menos que por Esperanza Aguirre. La ausencia de crítica interna por la decapitación de los elementos críticos, antes patrimonio de las organizaciones centralistas con objetivos revolucionarios es ahora patrimonio de todos los partidos que se garantizan así la ausencia de competencia ¿Las listas abiertas y las primarias modificarían algo el panorama o la crisis global y "el fin de la historia" producirían el mismo resultado sea cual fuere la organización partidaria?
ResponderEliminarGracias por tu comentario Antonio. La autopoiesis es un concepto muy importante para comprender las organizaciones. Designa un proceso de cierre al exterior cuando su entorno le es adverso. El conocimiento de sus miembros es resultado de un procesamiento de la información exterior.
ResponderEliminarLas listas abiertas y las primarias pueden mejorar la relación con la sociedad, pero es el sistema electoral el factor más importante. creo que Aguirre denuncia esto porque se encuentra en inferioridad y así desgasta a sus adversarios internos. En ninguno de los momentos que la lideresa fue presidenta dejó a nadie siquiera rechistar.
En mi opinión todas estas cosas son importantes, pero lo fundamental se encuentra fuera. Son el sistema mediático y las instituciones intermedias los que modelan el proceso de formación de la voluntad política. Estos están intervenidos drásticamente. Así se explica que en el presente funcione una democracia de elección, pero no de deliberación.
Esto representa el fin de la historia, el gobierno de las dorporaciones globales y los grupos mediáticos globales con elecciones en los estados en las que las campañas son ficcionales.
Amuchos estudiantes les cuento que en los últimostreinta y cinco años cuando llegan las campañas, no existe ninguna instancia en la que pueda conversar con un candidato. Ninguna. Sólo míines o actos en los que sólo puedo aplaudir o patalear. Esto es casi seguro que siga así con primarias o abiertas.