La caja del hiper representa un momento de la vida social en donde se desvanece lo colectivo y cada persona se manifiesta como un ser rigurosamente individual segregado de sus grupos de pertenencia. En este instante, lo social se configura como un espacio en el que coexisten múltiples personas, próximas en la distancia pero totalmente desconectadas. Este acontecimiento colectivo cotidiano ilustra la conceptualización que realizó el sociólogo norteamericano David Riesman, al que denominó como la “muchedumbre solitaria”. En las cajas de los hipermercados se produce el grado cero de lo común, el espacio en el que la socialidad se reduce drásticamente y se conforma un nuevo sujeto.
El acto de la compra ha ido adquiriendo una centralidad incuestionable en la vida social, incrementando su relevancia, según se van sucediendo las distintas sociedades de consumo de masas. Los pequeños comercios especializados, próximos a las viviendas, han sido reemplazados por los hipermercados. El guión de esta emergente institución se extiende a todos los confines de lo social, incluso a territorios organizacionales muy diferentes.
El hipermercado forma parte de una trama de instituciones que reconfiguran las nuevas sociedades postfordistas desde los años ochenta. El hogar autosuficiente, el automóvil, los media múltiples y el teléfono móvil son algo más que objetos de consumo. Representan verdaderas instituciones que reconfiguran la sociedad, produciendo una nueva individuación, un modo de hacerse persona en una situación social diferente. Me gusta llamar a este conjunto de instituciones como el “complejo del one to one”. De su acción concertada resulta un nuevo arquetipo individual, congruente con el contexto en el que se integra y con la gubernamentalidad preponderante en la época. Así, estos dispositivos institucionales moldean las subjetividades. La clientelización generalizada se extiende a todos los contextos organizacionales, reconfigurando las sociabilidades convencionales.
En el hipermercado se articulan todos los elementos de la época, los precios bajos; la explosión de low cost; las rebajas, las ofertas y las oportunidades; la diversificación y multiplicación de los productos; la renovación permanente de los mismos; la explosión de la moda; la democratización del deseo y la segmentación de los clientes. Así se abre paso a una institución esencial en el complejo one to one: el crédito, que hace todo posible comprimiendo los tiempos y diluyendo la frontera existente entre la fantasía y la realidad.
Esta institución naciente, en la que un sujeto transita por un espacio de abundancia de estímulos y productos, así como sus variaciones en los precios, inventa el self service, que se extiende por todo el tejido social. El éxtasis de la elección representa el momento más emotivo de la azarosa vida de los súbditos de las sociedades de consumo de masas. Pero el aspecto más importante es la desaparición del vendedor. Nadie vende cara a cara. Es el consumidor quien acude al espectacularizado punto de venta, en tanto que este se ha hecho presente en su mundo mediante el marketing y la publicidad, que invaden la vida cotidiana del sujeto, tanto en el hogar como en la televisión y las redes sociales, el automóvil y las imágenes ubicuas en los trayectos cotidianos por las pasarelas. De este conglomerado nace el turboconsumo o el consumo 24x24 horas, una nueva fase de la sociedad de consumo y de la individuación.
El cumplido consumidor acude al híper por su propia decisión. Aparca su automóvil, coge un carrito y entra en un espacio de productos múltiples, que están configurados por una de las instituciones importantes del complejo one to one, la investigación sobre el consumidor. Así, el espacio es un verdadero y sofisticado sistema semiológico, cuya finalidad principal es estimular a cada uno a explorar y recorrer trayectos entre los productos. En esta fase, el tránsito de cada uno es individual, apenas existe conversación ni interacción, cada cual está en un estado de concentración, de espera de sorpresas y de movilización interna para practicar la elección, principio soberano que regula esta institución. Tan sólo puede producirse una pausa por el encuentro casual con personas próximas.
Cuando ha concluido la deriva por los circuitos de los productos llega el momento de la verdad, que es la salida. Los consumidores se agrupan frente a las cajas múltiples formando hileras. Este es el tiempo en el que la individualidad hostil a lo social brilla en todo su esplendor. Cada cual aguarda en la cola, concentrados en los contenidos de su carro, todavía pensando en los dilemas de sus elecciones. Es sorprendente constatar que no existe conversación alguna entre los inmediatos en la cola, pero tampoco se mira a otras personas. Es el momento más individual, de la relación entre cada cual, su compra y el empleado de la caja.
Cuando el comprador llega a la caja se hace patente el problema de las fronteras. Tiene que colocar sus productos en la cinta. En este momento se manifiesta la diferenciación con los inmediatos en la cadena. Cada cual se concentra en asegurar que la frontera sea efectiva. Las frágiles barreras entre compras separadas por un plástico y con la cinta en movimiento, acrecientan la vigilancia de los vecinos, ahora convertidos en posibles intrusos. La protección de sus límites se lleva a cabo mediante un sorprendente repertorio de tácticas. Muchas personas bloquean con su cuerpo el acceso del siguiente y protegen con sus brazos los límites de lo suyo.
Cuando llega el turno de pagar cada cual organiza sus productos en bolsas. En este momento el conflicto con los que vienen detrás es por el tiempo. Las dudas que conducen a volver a modificar los paquetes; la receptividad con las ofertas y juegos que programa la institución para capturar a los más débiles, mediante ofertas, concursos, tarjetas, sorteos, vales para otras compras y otras formas sorprendentes. También el pago con tarjetas de crédito. Todas ellas requieren tiempo acumulado sobre el que los siguientes en espera hacen patente su impaciencia. La única relación social es supervisar y confirmar que está todo lo mío en los paquetes.
En el tiempo de la caja reina la individualidad. Algunas personas hacen ostentación de su compra, mostrando a los demás la potencialidad de la misma. Entre las personas más mayores, a las que esta institución les ha sobrevenido después de muchos años de compra en comercios convencionales, algunos conversan con la cajera sobre algún aspecto. Las miradas de los que esperan les hacen saber que su comportamiento es impertinente en este medio regulado por la elección y la ejecución, en donde la conversación o manifestación de sentimientos es extraña.
Este es uno de los momentos de la vida social en los que resplandece lo mío y se desvanece la posibilidad de lo nuestro. Me fascina constatar cómo muchas personas, una vez han pagado, obstruyen el espacio del siguiente guardando parsimoniosamente las tarjetas, y protegiendo su cartera y sus cosas. Es su tiempo, el de la colisión inevitable entre lo mío y lo tuyo. El otro es una abstracción para el ser autárquico comprador en la caja.
Al terminar en el puesto de pago, cada cual se dirige al aparcamiento, otro espacio donde no existe interacción alguna, que no sea la del conflicto, y donde los demás sólo se hacen patentes como posibles obstáculos. El otro sigue siendo ficcional, y la comunicación posible entre las personas en enclaustradas en sus cabinas automovilísticas y en estado de deslizamiento, suele adoptar la forma de confrontación. Cuando por fin se aterriza en el hogar, tras competir por el aparcamiento, los productos se organizan en los frigoríficos y otros elementos del búnker doméstico.
Esta situación contrasta con las socialidades manifestadas en los viejos mercados, que todavía resisten a su inevitable recesión. En estos la compra se rige por otros códigos. La espera se efectúa en animada conversación entre los compradores, en la que es frecuente el intercambio de recetas y de experiencias. Para un sociólogo como yo, es peligroso ser testigo o cómplice del comienzo de una conversación en la que la narración de una comida, incluyendo los comensales y sus relaciones, puede demorarse sin control alguno.
El momento de la compra también se rige por la conversación con el comerciante, en la que pueden intervenir otros compradores. En esta situación suele reinar la cordialidad, las quejas expresadas en formas suavizadas, y donde nadie es un extraño total. Es, parafraseando a Riesman “otro carácter social”, que se encuentra en recesión frente a la explosión de los hiper, que ahora se deslocalizan por todo el tejido urbano. Así, lo que era la compra pasa a ser un territorio cotidiano regido por una programación hiperindividual.
lunes, 30 de septiembre de 2013
jueves, 26 de septiembre de 2013
PRECARIZACIÓN UNIVERSIDAD
La ocultación de la realidad constituye una obra de arte en nuestro tiempo. En la Universidad española en el tiempo actual se está procediendo a una precarización intensa, que es uno de los elementos más importantes de su reconversión. En Andalucía, la mentira institucional se combina con una dosis de cinismo insólita. Cuando alguien pone de manifiesto los recortes, la respuesta se inscribe en la racionalidad neoliberal de la época, que consiste en que la significación de un evento se deriva de la comparación con las cifras inmediatamente anteriores, así como con las cifras de otras comunidades autónomas.
De esta operación resulta que hay pocos profesores más o menos, pero las cifras son mejores que en otras comunidades autónomas, en donde los ritmos de la reconversión son más acelerados, intensos y claros. La delegada de Educación de Granada afirmó que se empezaba el curso con diez o doce docentes más. Este es un ejemplo de la ingeniería de las cifras que practica el poder.
Así se pierde la perspectiva de todo el proceso, en el que la educación pública retrocede inquietantemente en su conjunto. El poder económico, político y mediático que impulsa esta transformación, mediante esta comunicación engañosa, contribuye a la desorientación de las personas y su dificultad de entender y orientarse en la realidad. Así, la comunicación que acompaña a las políticas públicas, sólo puede ser calificada como una forma de perversidad institucional, tanto en sus versiones originales, en las que destaca Madrid, Cataluña o Castilla la Mancha, como en sus versiones con máscaras progresistas, como en Andalucía.
La precarización del trabajo cognitivo y, en particular, de la docencia y la investigación, es inquietante. Varias generaciones de docentes, investigadores y profesionales están siendo bloqueadas y derivadas a lo que la ínclita señora Báñez denomina "movilidad exterior". Hago estas afirmaciones desde la perspectiva de una persona que puede asumir las restricciones presupuestarias, pero nunca el engaño institucional. En una situación de emergencia sólo es aceptable plantear claramente la situación y abrir una comunicación pública que haga transparentes las decisiones, en tanto que su ejecución perjudica a colectivos específicos. En este caso a los docentes, investigadores y profesionales que los gabinetes de comunicación de los gobiernos denominan como "la generación más preparada de la historia".
En una situación dramática, de limitaciones de los recursos, nos tratan como a los clientes del Corte Inglés, o los de Tiendas Aurgi, o los del Banco Popular o Ikea. No. Esto no es tolerable. Sabemos que no vamos a crecer como la cuenta de Banco que anuncia Gasol o los productos que aconseja Nadal. Por favor...
Un grupo de profesores de mi universidad han firmado una carta abierta que plantea muy bien estas cuestiones de la precarización salvaje y la transubstanciación mística de la realidad universitaria. Éste es el texto que comparto.
CARTA ABIERTA
A LA COMUNIDAD UNIVERSITARIA EN CUATRO ACTOS
El próximo 27
de Septiembre de 2013 se procederá al acto de inauguración del curso académico
de la Universidad de Granada. Una de las partes fundamentales de dicho acto será
la investidura de nuevos doctores y doctoras. Sobre este particular, debemos
comenzar lamentando que sólo un ínfimo porcentaje de esas personas tendrán la
oportunidad de continuar su carrera investigadora y docente en ésta o en
cualquiera de nuestras universidades. El año pasado se convocaron unas pocas
plazas nuevas con el modelo de profesorado sustituto interino -que constituye
uno de los contratos más precarios que se conocen-, incluyendo en sus términos
dos palabras que significan lo mismo (un pleonasmo), a saber: CONTRATO TEMPORAL
y, por lo tanto, sujeto a las necesidades y/o deseos de quienes gestionen y
apliquen las políticas académicas de recortes en cada momento. Este año aún no
sabemos si se van a convocar esas plazas, ni cuántas. Por esta razón, en lugar
de plantearnos un acto de inauguración del curso, bien podríamos entenderlo como un ACTO DE DESPEDIDA de
quienes han hecho el doctorado en la Universidad de Granada, que a partir de
ahora deberán salir de aquí con muy pocas, si no ninguna, esperanza de volver,
como así está ocurriendo.
Curiosamente,
al solemne acto de apertura del curso 2013-14
también se convoca al alumnado, aunque evidentemente entendemos que de
manera simbólica. Sabemos que en las grandes decisiones no se contará ni con su
voz ni con su voto, pese a ser mayoría entre el conjunto de la comunidad
académica y uno de los elementos fundamentales de esta institución educativa.
Por nuestra reciente experiencia contrastada en estos solemnes actos,
necesitamos advertir: ¡Ay de estas personas si tratan de acceder ni siquiera al
recinto donde se realiza el acto!, pues
se encontrarán con el cuerpo nacional de policía, primero y, después, con las
puertas de acceso a este espacio “de todo el colectivo universitario” cerradas a
cal y canto. En este caso, y vivido lo vivido, bien podríamos llamar a este
solemne acto de inauguración del curso (supuestamente destinado también al
estudiantado), ACTO DE CIERRE, ya que se deja de lado a uno de los sectores que
más están sufriendo las crisis y el desmantelamiento de las universidades
públicas por la pérdida de becas, la subida de tasas, la masificación en las
aulas y, desde luego, por la precariedad laboral a la que se enfrentan. No es
poco lo que tienen encima.
Y, ¡cómo no!,
también se convoca al personal de administración y servicios, aunque, al igual
que el alumnado, tampoco tienen apenas capacidad de decisión. El año pasado
acudieron al acto “en demasía” y también le tuvieron que cerrar las puertas a
este grupo. De nuevo, vemos que el acto de inauguración sería algo más parecido
a un “ACTO DE ESTE AÑO ARRÉGLATELAS COMO PUEDAS CON TUS CONDICIONES LABORALES (Y
PERSONALES)”.
Estamos, por
tanto, ante lo que nos parece más una obra de teatro en la que quienes gestionan
y toman decisiones políticas intentarán que todo parezca normal (fijémonos en el
transcurso de nuestras primeras semanas de “normalidad” académica), aunque lo
que está pasando con nuestra universidad de “normal” tiene muy poco. Incluso nos
parece teatro la tibieza en las pocas críticas que se hacen a la destrucción
paulatina, pero constante, de la Universidad Pública, junto con la aparente
inacción del equipo rectoral más allá de un par de medidas paliativas cuyo
resultado desconocemos -porque no nos rinden cuentas de esto-, o del gesto de
algunas personas de la comunidad académica de organizar el inicio del curso
académico de manera solidaria. ¿Una reunión de rectores para pedir más plazas
cuando la masificación y la sobrecarga son ya insoportables en algunas
facultades? ¿un crédito para aplazar el pago 8 meses cuando ya sabemos de muchos
casos en los que el abandono de los estudios tiene un origen netamente
económico? En este caso, tememos que con un nuevo y normalizado acto de
inauguración estemos planteando un acto de “ESTE CURSO SEGUIMOS CON LOS
RECORTES”.
Son razones
que nos llevan a declarar que este año no vamos a participar en el solemne acto
de apertura; este año no queremos volver a pasar la vergüenza de que nos pidan
la documentación a la entrada de nuestra universidad pública, enfrentados a la
“normal” protección de nuestros agentes antidisturbios. Este año queremos que se
acabe con la apariencia de normalidad y se tomen las medidas necesarias para
terminar con el estado de excepción en el que vivimos. Ahí nos encontraremos
como comunidad académica.
Pedimos con
esta carta abrir los debates prometidos, incluso en acuerdos del propio
claustro, y llevar a cabo las acciones necesarias para terminar con ese mirar
para otro lado que caracteriza a quienes desde sus pedestales parecen no darse
cuenta de cómo está sufriendo la gente a su lado.
Los abajo
firmantes, las abajo firmantes.
Alejandra Acosta Villamil
Juan Antonio Aguilera Mochón
Ana Ballester Casado
María J. Cáceres Granados
Julias Carabaza
Margarita Carretero González
Jorge Casillas
Valentina Genta
Bárbara Grabher
Tony Harris
Yolanda Jiménez Olivencia
Antonio Laserna Gaitán
José Manuel Jiménez López
Jesús De Manuel Jerez
Celia Martínez Hidalgo
Miguel Martínez Rodríguez
Virtudes Martínez Vázquez
Alfonso Masó Guerri
Juan Mata Anaya
Alberto Matarán Ruiz
Rosa Medina Doménech
David Pelta
Pandelis Perakakis
Loles del Pino
Ángeles Quero Gervilla
Victoria Robles Sanjuan
Gerardo Rodríguez Salas
Adelina Sánchez Espinosa
Alicia Sánchez Adam
Concepción Sánchez Adam
Jesús Andrés Sánchez Cazorla
César Augusto Solano Galvis
Aly Tawfik
sábado, 21 de septiembre de 2013
CONVERSANDO CON EL "AMANTE IMAGINARIO"
En el mes de agosto llegó un comentario crítico al blog. Como me encontraba transitando por el Cantábrico aplacé la respuesta. En esta entrada me propongo recuperar la conversación acerca de la cuestión que suscita, pues entiendo que se trata de una controversia muy representativa del presente. Reproduzco el comentario
"Gracias Juan y otrxs.
La gamificación, mercantilización, miserabilización, espectacularización, maximización, cuantificación, evaluación, balización, frialdad, obsolescencia, tecnologización, alienación, abotargamiento, matriz individual y tantos otros adjetivos horribles para con la vida presente. Pero tanto pensamiento pesado del lado crítico, tanta intranquilidad y desconsuelo, tanta pesadumbreapocalíptica no cambia nada y deja poco espacio a la imaginación (sociológica) y a la utopía.
Juan y colegas, es importante conocer, profundizar, pero no será hora de empezar a crear o es que esta comiendo el terreno la teoría del fin de las utopías. Será cierto que el capitalismo (como dice Zicek)no permite alternativa otra ¿Por qué no cambiar el pensar-sentir y el hacer? Menos Orwell y más pesamiento y praxis utópica.
El amante imaginario"
La orientación de este blog es crítica con respecto al presente. La hipótesis central es que las sociedades se encuentran en un proceso de transformación en la dirección de un modelo neoliberal avanzado. Este se entiende como un orden social nuevo, en el que no sólo el mercado se configura como la estructura central, reestructurando todas las instituciones en esta dirección, sino que emerge una nueva gubernamentalidad, que opera mediante un conjunto de instituciones nuevas, como la gestión-evaluación, la mercadotecnia, el marketing, la publicidad, los media y los distintos dispositivos de expertos que colonizan el espacio privado de las personas. Todo este complejo de poder se funda en una premisa, que es la intensificación de una nueva individuación, muy radical, que debilita los vínculos entre las personas y los grupos naturales.
En todas las sociedades antecedentes ha existido algún tipo de conciencia crítica generada por un pensamiento ilustrado, que ha tenido cierta autonomía de los poderes sociales. En el presente, este pensamiento se ha difuminado y ha sido reemplazado por dos instituciones centrales, que definen las realidades: la academia y los media. En ambos casos, la congruencia entre estas y los poderes que pilotan el tránsito hacia la sociedad neoliberal avanzada, es absoluta. Podemos afirmar que la obra de arte total de esta época es la sofisticación de los métodos de “ocultar mostrando”, que realizan sincronizadamente ambas instituciones.
En este escenario, la mayor parte de las personas que me rodean tienen una visión convencional de la época actual, que se entiende desde los parámetros imperantes en la sociedad anterior ya fenecida, y que los neutraliza como potenciales actores. Piensan que los problemas se solucionan con otras políticas económicas y otros gobiernos que nos conduzcan, también, al crecimiento económico, que implica el mantenimiento de ese matrimonio entre el consumo y el empleo. Remover al malvado Rajoy es condición suficiente para regresar al beatífico pasado de los años anteriores a “la crisis”. Las próximas elecciones son la palanca para conseguir los gobiernos progresistas necesarios para regresar a la era del bien.
Pertenezco a una generación, la de la transición, que ha construido una sociedad en la que no me siento bien. Sus logros son la expansión del bienestar material entendida en términos de consumo, que ampara una economía que ha podido financiar unos servicios sociales universales. Mi posición con respecto a los años felices de esa sociedad es crítica en muchos aspectos fundamentales. En particular, disiento del devenir del sistema educativo, antes de la crisis, en el que me encuentro encuadrado
Estos son los factores que determinan que mi orientación sea crítica, y que considere que mi visión puede aportar. El problema es que en este estadio tan avanzado hacia el neoliberalismo, la crítica está mal vista. En tu comentario, rechazas algunos de los análisis calificándolos como “adjetivos horribles”. Pero, detrás de los adjetivos se encuentran las realidades o los niveles de realidad construidos por la atención de observadores ¿debemos ignorarlas o relegarlas?
En tu crítica hay dos cuestiones distintas. En primer lugar, cuando aludes al poco espacio para la imaginación, a la necesidad de crear, de cambiar el pensar-sentir y el hacer, o propones más pensamiento y praxis utópica, creo entender el fondo de tu argumento. En los últimos años se están produciendo acontecimientos minúsculos, pero consistentes, en esta dirección. Una nueva generación que experimenta y construye espacios nuevos está naciendo. En este blog lo enuncié en la entrada “las tierras de nadie”. En la literatura social, aparece una corriente crítica respecto al problema del tiempo y la recuperación del presente, que ya deja sus huellas en las movilizaciones y conflictos de la última generación, como el 15 M.
Reconozco esta línea, la valoro y por aquí pasarán algunos de sus portavoces. Pero tengo que afirmar que crear, experimentar, hacer y las demás propuestas, sólo se pueden realizar desde los márgenes o exterior del sistema, en nuevas formas sociales. Por el contrario, las instituciones del sistema, se encuentran cada vez más cerradas al cambio. Mi ubicación personal es la universidad o el sistema sanitario, donde ya se manifiestan los primeros resultados de la acción de los mecanismos puestos en marcha por las reformas neoliberales. La destrucción del tejido organizacional colectivo, la hipercompetencia individual y la configuración de una nueva subjetividad domesticada, constituyen un medio en el que es tácticamente imposible crear, experimentar, e, incluso, estar bien.
No me queda otra opción, desde mi posición, que ser testigo y contar mi perspectiva. Así, experimento la naturaleza totalitaria de estas instituciones, en tanto que, cualquier cuestionamiento, queda convertido en una disidencia con respecto a la totalidad del sistema. Además, ejerzo la crítica de una situación apocalíptica, como la del presente. La verdad es que me siento motivado y por eso he puesto en marcha el blog. Supongo que tú, amigo amante imaginario, te encontrarás en los márgenes, lo que permite tu inserción en las tierras de nadie para vivir una experiencia positiva y creativa. Tú eres un hijo de Hakim Bey y yo de Fredric Jameson, esta es nuestra diferencia esencial. Pero no puedo dejar de comentar que si la crítica radical no cambia nada, está por ver si se puede cambiar desde las fértiles tierras de nadie. Sobre esta cuestión tengo dudas, aunque apoyo estas posiciones.
La segunda cuestión es delicada. Aunque he reconocido que tu posición es la que he comentado hasta aquí, que voy a etiquetar para algunos de los lectores alejados de estas tierras de creación, con el lema de “podemos vivir sin capitalismo”, me preocupa la contaminación de tu escritura por el pensamiento positivo, al que considero el más perverso elemento de la propuesta neoliberal. Porque, los adjetivos que utilizas de “tanta intranquilidad y desconsuelo” se refieren a niveles de realidad que no he inventado ¿a ti no te causa intranquilidad o desconsuelo la cronificación de problemas sociales en la escala mundo, o la deriva del poder político, o la explosión de las desigualdades y la corrupción?
El pensamiento positivo, una dominante cultural expansiva en este tiempo, es una forma de negación de la realidad, de instauración de un sentido común que deriva en un sometimiento voluntario sin antecedentes. Constituye una ideología del capitalismo neoliberal que individualiza severamente la responsabilidad del destino, aboliendo las determinaciones sociales. Implica una reducción del pensamiento, la estimulación al esfuerzo individual y la autovigilancia de los pensamientos, para ser un censor efectivo de sí mismo.
Los preceptos “la realidad es el espejo de tus pensamientos”, “el día es lo que tú decides” o “la crisis es una oportunidad”, me parecen muy elocuentes de los contenidos de esta ideología de última generación, que coloniza las mentes de los sectores sociales subalternos. La paradoja es que contribuye a la multiplicación de los malestares, en tanto hace responsables de los fracasos a las personas.
Como es obvio, no sigo el imperativo moral de sonreír permanentemente. Algunos alumnos, con los que tengo buena relación, me dicen que mi posición crítica genera rechazo. Estoy convencido de que sin crítica el futuro es…
Lo dicho. Tanto monta y monta tanto. El pensamiento crítico es más necesario que nunca. Crear nuevos proyectos y formas sociales parece imprescindible. Desde mi mundo vivido en las instituciones vigentes puedo contribuir desde la crítica.
Seguimos.
"Gracias Juan y otrxs.
La gamificación, mercantilización, miserabilización, espectacularización, maximización, cuantificación, evaluación, balización, frialdad, obsolescencia, tecnologización, alienación, abotargamiento, matriz individual y tantos otros adjetivos horribles para con la vida presente. Pero tanto pensamiento pesado del lado crítico, tanta intranquilidad y desconsuelo, tanta pesadumbreapocalíptica no cambia nada y deja poco espacio a la imaginación (sociológica) y a la utopía.
Juan y colegas, es importante conocer, profundizar, pero no será hora de empezar a crear o es que esta comiendo el terreno la teoría del fin de las utopías. Será cierto que el capitalismo (como dice Zicek)no permite alternativa otra ¿Por qué no cambiar el pensar-sentir y el hacer? Menos Orwell y más pesamiento y praxis utópica.
El amante imaginario"
La orientación de este blog es crítica con respecto al presente. La hipótesis central es que las sociedades se encuentran en un proceso de transformación en la dirección de un modelo neoliberal avanzado. Este se entiende como un orden social nuevo, en el que no sólo el mercado se configura como la estructura central, reestructurando todas las instituciones en esta dirección, sino que emerge una nueva gubernamentalidad, que opera mediante un conjunto de instituciones nuevas, como la gestión-evaluación, la mercadotecnia, el marketing, la publicidad, los media y los distintos dispositivos de expertos que colonizan el espacio privado de las personas. Todo este complejo de poder se funda en una premisa, que es la intensificación de una nueva individuación, muy radical, que debilita los vínculos entre las personas y los grupos naturales.
En todas las sociedades antecedentes ha existido algún tipo de conciencia crítica generada por un pensamiento ilustrado, que ha tenido cierta autonomía de los poderes sociales. En el presente, este pensamiento se ha difuminado y ha sido reemplazado por dos instituciones centrales, que definen las realidades: la academia y los media. En ambos casos, la congruencia entre estas y los poderes que pilotan el tránsito hacia la sociedad neoliberal avanzada, es absoluta. Podemos afirmar que la obra de arte total de esta época es la sofisticación de los métodos de “ocultar mostrando”, que realizan sincronizadamente ambas instituciones.
En este escenario, la mayor parte de las personas que me rodean tienen una visión convencional de la época actual, que se entiende desde los parámetros imperantes en la sociedad anterior ya fenecida, y que los neutraliza como potenciales actores. Piensan que los problemas se solucionan con otras políticas económicas y otros gobiernos que nos conduzcan, también, al crecimiento económico, que implica el mantenimiento de ese matrimonio entre el consumo y el empleo. Remover al malvado Rajoy es condición suficiente para regresar al beatífico pasado de los años anteriores a “la crisis”. Las próximas elecciones son la palanca para conseguir los gobiernos progresistas necesarios para regresar a la era del bien.
Pertenezco a una generación, la de la transición, que ha construido una sociedad en la que no me siento bien. Sus logros son la expansión del bienestar material entendida en términos de consumo, que ampara una economía que ha podido financiar unos servicios sociales universales. Mi posición con respecto a los años felices de esa sociedad es crítica en muchos aspectos fundamentales. En particular, disiento del devenir del sistema educativo, antes de la crisis, en el que me encuentro encuadrado
Estos son los factores que determinan que mi orientación sea crítica, y que considere que mi visión puede aportar. El problema es que en este estadio tan avanzado hacia el neoliberalismo, la crítica está mal vista. En tu comentario, rechazas algunos de los análisis calificándolos como “adjetivos horribles”. Pero, detrás de los adjetivos se encuentran las realidades o los niveles de realidad construidos por la atención de observadores ¿debemos ignorarlas o relegarlas?
En tu crítica hay dos cuestiones distintas. En primer lugar, cuando aludes al poco espacio para la imaginación, a la necesidad de crear, de cambiar el pensar-sentir y el hacer, o propones más pensamiento y praxis utópica, creo entender el fondo de tu argumento. En los últimos años se están produciendo acontecimientos minúsculos, pero consistentes, en esta dirección. Una nueva generación que experimenta y construye espacios nuevos está naciendo. En este blog lo enuncié en la entrada “las tierras de nadie”. En la literatura social, aparece una corriente crítica respecto al problema del tiempo y la recuperación del presente, que ya deja sus huellas en las movilizaciones y conflictos de la última generación, como el 15 M.
Reconozco esta línea, la valoro y por aquí pasarán algunos de sus portavoces. Pero tengo que afirmar que crear, experimentar, hacer y las demás propuestas, sólo se pueden realizar desde los márgenes o exterior del sistema, en nuevas formas sociales. Por el contrario, las instituciones del sistema, se encuentran cada vez más cerradas al cambio. Mi ubicación personal es la universidad o el sistema sanitario, donde ya se manifiestan los primeros resultados de la acción de los mecanismos puestos en marcha por las reformas neoliberales. La destrucción del tejido organizacional colectivo, la hipercompetencia individual y la configuración de una nueva subjetividad domesticada, constituyen un medio en el que es tácticamente imposible crear, experimentar, e, incluso, estar bien.
No me queda otra opción, desde mi posición, que ser testigo y contar mi perspectiva. Así, experimento la naturaleza totalitaria de estas instituciones, en tanto que, cualquier cuestionamiento, queda convertido en una disidencia con respecto a la totalidad del sistema. Además, ejerzo la crítica de una situación apocalíptica, como la del presente. La verdad es que me siento motivado y por eso he puesto en marcha el blog. Supongo que tú, amigo amante imaginario, te encontrarás en los márgenes, lo que permite tu inserción en las tierras de nadie para vivir una experiencia positiva y creativa. Tú eres un hijo de Hakim Bey y yo de Fredric Jameson, esta es nuestra diferencia esencial. Pero no puedo dejar de comentar que si la crítica radical no cambia nada, está por ver si se puede cambiar desde las fértiles tierras de nadie. Sobre esta cuestión tengo dudas, aunque apoyo estas posiciones.
La segunda cuestión es delicada. Aunque he reconocido que tu posición es la que he comentado hasta aquí, que voy a etiquetar para algunos de los lectores alejados de estas tierras de creación, con el lema de “podemos vivir sin capitalismo”, me preocupa la contaminación de tu escritura por el pensamiento positivo, al que considero el más perverso elemento de la propuesta neoliberal. Porque, los adjetivos que utilizas de “tanta intranquilidad y desconsuelo” se refieren a niveles de realidad que no he inventado ¿a ti no te causa intranquilidad o desconsuelo la cronificación de problemas sociales en la escala mundo, o la deriva del poder político, o la explosión de las desigualdades y la corrupción?
El pensamiento positivo, una dominante cultural expansiva en este tiempo, es una forma de negación de la realidad, de instauración de un sentido común que deriva en un sometimiento voluntario sin antecedentes. Constituye una ideología del capitalismo neoliberal que individualiza severamente la responsabilidad del destino, aboliendo las determinaciones sociales. Implica una reducción del pensamiento, la estimulación al esfuerzo individual y la autovigilancia de los pensamientos, para ser un censor efectivo de sí mismo.
Los preceptos “la realidad es el espejo de tus pensamientos”, “el día es lo que tú decides” o “la crisis es una oportunidad”, me parecen muy elocuentes de los contenidos de esta ideología de última generación, que coloniza las mentes de los sectores sociales subalternos. La paradoja es que contribuye a la multiplicación de los malestares, en tanto hace responsables de los fracasos a las personas.
Como es obvio, no sigo el imperativo moral de sonreír permanentemente. Algunos alumnos, con los que tengo buena relación, me dicen que mi posición crítica genera rechazo. Estoy convencido de que sin crítica el futuro es…
Lo dicho. Tanto monta y monta tanto. El pensamiento crítico es más necesario que nunca. Crear nuevos proyectos y formas sociales parece imprescindible. Desde mi mundo vivido en las instituciones vigentes puedo contribuir desde la crítica.
Seguimos.
martes, 17 de septiembre de 2013
CÁNDIDA
Esta es una historia de mi infancia que guardo en la memoria y que causó un impacto muy importante en la configuración de mi persona, así como en mi posicionamiento en el mundo. Escribir esta entrada aviva mis emociones, suscitando mis dudas acerca del destino futuro de muchas de las personas que mejoraron su vida en los años de expansión del bienestar material. Se trata de una terrible historia de desigualdad social que ilustra lo que fueron los orígenes del presente.
Mi familia tenía una posición muy acomodada en el Madrid de finales de los años cincuenta. Vivíamos en el barrio de Salamanca, en la calle Maldonado, en un gran piso de más de doscientos veinte metros cuadrados. La casa disponía una zona para las empleadas domésticas, que entonces eran internas. Un pequeño dormitorio y un minúsculo aseo, constituían su espacio segregado del resto de la casa. Muchas casas disponían de escaleras y ascensores de servicio, a los que se llamaban “montacargas”, ilustrando así el precepto de que las palabras nunca son inocentes.
Las empleadas domésticas o sirvientas, estaban disponibles durante todo el día para las tareas que se les encomendasen. No era concebible el concepto de horarios o jornada laboral. Siempre tenían que estar prestas a cualquier requerimiento. Comían solas en la cocina. En las noches de tertulia familiar, pues todavía no había llegado la televisión, eran llamadas por una campanilla o un timbre, para requerir cualquier servicio. La segregación espacial se acompañaba del uso de uniforme. He conocido distintas clases de los mismos. En muchas casas tenían un uniforme de faena diaria, diferente de uno negro con cofia, más de etiqueta, para servir la mesa si había invitados.
El trabajo doméstico incluía, en algunas ocasiones, las salidas a recados, en las que las domésticas aliviaban su encierro, siendo piropeadas y cortejadas por múltiples atormentados varones que poblaban las calles, los portales, los ascensores y los comercios, también antes de la llegada de los super e hipermercados. La soledad y el aislamiento de las sirvientas, estimulaba una actividad que se asemeja a la caza, cuando salían de los confines del espacio donde se encontraban enclaustradas.
Las salidas de las empleadas domésticas tenían lugar las tardes de los jueves y domingos. En la sociedad de la época, anterior a la motorización masiva, se configuraba un espacio urbano por donde transitaban en estos tiempos, que concluían rigurosamente a las diez. En los cines de sesión continua, los parques, las salas de baile, vespertinas entonces, y algunas calles especiales, circulaban las empleadas domésticas, casi siempre solas. Su vida en semicautividad las aislaba a unas de otras, y en unas condiciones así, sólo un matrimonio podía liberarlas de su condición. En las tardes de los jueves y los domingos de estos años se tejen muchas historias y no pocos dramas.
Recuerdo una tarde de invierno muy fría, en la que llegaba de su pueblo una nueva sirvienta. Se llamaba Cándida. Era muy joven y nunca había salido de su pueblo. Le recibió mi madre, que habló con ella, instruyéndole acerca de la vida en la casa y de sus obligaciones. Mi madre era una mujer con una mentalidad aristocrática y una ideología muy clasista, como corresponde a una persona de su condición en esa época. Pero era una persona bondadosa, tenía buenos sentimientos y era muy considerada, suavizando el ejercicio de la autoridad doméstica.
Nunca olvidaré su comparecencia en la sala de estar, donde nos encontrábamos todos los miembros de la familia. Cándida estaba aterrorizada, no nos miraba, no podía ocultar su sentimiento terrible de inferioridad y de temor. Esa misma mañana había amanecido, antes de partir a Madrid, con sus padres y hermanos, de un pueblo de alguna provincia de lo que entonces se denominaba, Castilla la Nueva. En ese mundo lleno de carencias, cerrado al exterior, pero, sobre todo inmóvil, en el que no se puede esperar que mañana ocurra algo diferente a hoy. Ni siquiera había llegado el cine o la televisión. Su único mundo conocido era su pueblo.
El viaje en el autobús a la capital de su provincia. La estación de autobuses llenas de gentes extrañas en un movimiento vertiginoso a sus ojos. La llegada a Madrid, en la que la estación muestra un mundo insólito, en el que se multiplican las diferencias, incrementando su sentimiento de extrañamiento y minimización. El atormentado tránsito hacia el barrio de Salamanca, guiada por un papel con la dirección, representando el guión de los catetos rurales de mundos tan segregados como el suyo. La llegada a una casa de ensueño, poblada por seres extraños a los que debe llamar señoritos. Yo era el señorito Juan. Demasiado impacto para una, no sé si decir niña o adolescente, pues ninguna de las dos designa su situación de vulnerabilidad extrema.
Ese día, Cándida atravesó varios mundos y experimentó una situación de desigualdad inimaginable para una persona que habite el presente. Desde su pueblo y su casa, en la que comparte las carencias con los suyos y vive su mundo cerrado de brutalidad, en el que la amenaza siempre se encuentra presente, hasta el mundo de los señores, en el que es ubicada súbitamente, donde debe obedecer y acostumbrarse a vivir en la soledad de su dormitorio, donde sólo puede aspirar a que el amanecer se demore.
Ahora viene el acontecimiento imborrable en mi memoria. Cuando Cándida es presentada en la sala a la hora de la cena, ya uniformada, viviendo la situación límite de distancia social y cultural. Como a esa hora iban a apagar la calefacción, mi madre le dice “Cándida, póngase una rebeca porque dentro de un rato hará frío”. Ella, con una vocecita apagada y mirando hacia el suelo, como corresponde a esta situación de inferioridad responde “Señora, no tengo”. Mi madre le pregunta si tiene algo de abrigo, ella lo niega con la cabeza.
Esta es la situación más dura en la que comparece un ser humano completamente desvalido. Carece de dinero, de la mínima ropa, de cualquier apoyo afectivo, del mínimo cultural para poder defenderse. Está sin los suyos en un mundo incomprensible. Se trata de una situación terrible de desigualdad, en la que se representa una sociedad atrasada, con un sistema de clases sociales feudal. Por si algún sociólogo se asoma por estas páginas, defino esta situación como hábitus cero, más allá del hábitus o donde no cabe ni siquiera la palabra asimetría. La sociedad total se hace presente tan contundentemente, mostrando su naturaleza de desigualdad, de modo que disuelve a las personas presentes.
Mi madre le proporcionó una rebeca. Cuando ella estaba ya en la cocina, comentó escuetamente la pobreza de esos pueblos. También dijo que parecía una buena chica. Supongo que se refería a su disposición física, su mirada y los movimientos de su cuerpo, que mostraban una subordinación insólita desde las coordenadas de hoy, que tan bien narradas aparecen en la novela de Delibes o la película de Camus “Los santos inocentes”. Recuerdo que a algunas empleadas domésticas de mi infancia les reprochaban que “contestasen” a cualquier cuestión. Por contestar se entendía cualquier frase o gesto que se encontrase más allá del “sí señora”, no existía espacio para diferenciar entre réplica, sugerencia u otro concepto similar. Se trata de la negación de la conversación. Las “contestonas” eran rechazadas, reafirmando el modelo de sumisión absoluta.
En los meses siguientes Cándida se adaptó a su nueva situación. Se ganó nuestro afecto de niños y la consideración de mi madre. También ejecutó inexorablemente el guión del Tío Tom, en la versión franquista de la época. Las tardes de los jueves y los domingos, transitaba por el mundo exterior en busca de su única salida: el advenimiento de su príncipe azul, que la liberase de su encierro y de los demonios de su pueblo de origen, donde no podía regresar. El color de su príncipe imaginado se debía referir al de su mono de trabajo. El atuendo de sus salidas era severamente vigilado, teniendo que ajustarse a un imperativo estético alejado del definido por tan pacato ambiente como el de “una fresca”, otro estigma de las domésticas de esos años.
Recuerdo que tuvimos una relación infantil especial. En ausencia de mis padres, jugábamos a pelearnos para probar nuestras fuerzas, terminando el ganador inmovilizando al vencido. Fue la primera vez que descubrí el misterio de un cuerpo de mujer mediante mis sensaciones corporales en los ardorosos combates librados en un pequeño cuarto donde se planchaba. También el reproche de mi madre que, intuyendo la situación, me repetía continuamente la frase “juegos de manos, juegos de villanos”, con énfasis cada vez más intensos.
Algunas de las sirvientas que pasaron por mi casa terminaron embarazas, recuerdo alguna en particular. Eran culpabilizadas, reprobadas y apartadas. Esta es una condición terrible en un mundo tan miserable como aquél. En los años siguientes, las empleadas domésticas quedaron en el margen de los derechos conquistados por los trabajadores industriales. La emergencia del feminismo que conceptualiza el trabajo doméstico, contribuyó a una moderada mejora de sus condiciones, pero sobre todo a su inserción en la conciencia colectiva. Ahora devienen en modelo para el trabajo reconstituido después de la fábrica.
Cándida representa una imagen imborrable para mí, influyente en mi deriva de militante comunista en los años de mi juventud. Muchos años después, la busco en los rostros de las personas que trabajan en el sector informal en el metro o en los hipermercados, también en las terribles imágenes de las personas desahuciadas o las víctimas de la violencia de género. Cuando voy a DIA u otros establecimientos similares, tengo la sensación de volver a reencontrarme con ella.
En el presente, las Cándidas son muchachas latinoamericanas o de otros lugares alejados del sistema-mundo, que acompañan por las calles a algunos ancianos, parte de los cuales eran en los años cincuenta de un nivel social similar al de Cándida. Cuando las veo no puedo evitar recordar la noche de la rebeca, tratando de imaginar su primer día en una casa extraña. Termino preguntándome por su futuro y sobre las ambivalencias del concepto de progreso. Porque si es incuestionable que las Cándidas del presente tienen mejores condiciones de vida, ahora tienen el riesgo de ser etiquetadas como portadoras del “síndrome de Ulises”, por las psicologías de última generación, confirmando que cada época tiene sus males singulares.
Mi familia tenía una posición muy acomodada en el Madrid de finales de los años cincuenta. Vivíamos en el barrio de Salamanca, en la calle Maldonado, en un gran piso de más de doscientos veinte metros cuadrados. La casa disponía una zona para las empleadas domésticas, que entonces eran internas. Un pequeño dormitorio y un minúsculo aseo, constituían su espacio segregado del resto de la casa. Muchas casas disponían de escaleras y ascensores de servicio, a los que se llamaban “montacargas”, ilustrando así el precepto de que las palabras nunca son inocentes.
Las empleadas domésticas o sirvientas, estaban disponibles durante todo el día para las tareas que se les encomendasen. No era concebible el concepto de horarios o jornada laboral. Siempre tenían que estar prestas a cualquier requerimiento. Comían solas en la cocina. En las noches de tertulia familiar, pues todavía no había llegado la televisión, eran llamadas por una campanilla o un timbre, para requerir cualquier servicio. La segregación espacial se acompañaba del uso de uniforme. He conocido distintas clases de los mismos. En muchas casas tenían un uniforme de faena diaria, diferente de uno negro con cofia, más de etiqueta, para servir la mesa si había invitados.
El trabajo doméstico incluía, en algunas ocasiones, las salidas a recados, en las que las domésticas aliviaban su encierro, siendo piropeadas y cortejadas por múltiples atormentados varones que poblaban las calles, los portales, los ascensores y los comercios, también antes de la llegada de los super e hipermercados. La soledad y el aislamiento de las sirvientas, estimulaba una actividad que se asemeja a la caza, cuando salían de los confines del espacio donde se encontraban enclaustradas.
Las salidas de las empleadas domésticas tenían lugar las tardes de los jueves y domingos. En la sociedad de la época, anterior a la motorización masiva, se configuraba un espacio urbano por donde transitaban en estos tiempos, que concluían rigurosamente a las diez. En los cines de sesión continua, los parques, las salas de baile, vespertinas entonces, y algunas calles especiales, circulaban las empleadas domésticas, casi siempre solas. Su vida en semicautividad las aislaba a unas de otras, y en unas condiciones así, sólo un matrimonio podía liberarlas de su condición. En las tardes de los jueves y los domingos de estos años se tejen muchas historias y no pocos dramas.
Recuerdo una tarde de invierno muy fría, en la que llegaba de su pueblo una nueva sirvienta. Se llamaba Cándida. Era muy joven y nunca había salido de su pueblo. Le recibió mi madre, que habló con ella, instruyéndole acerca de la vida en la casa y de sus obligaciones. Mi madre era una mujer con una mentalidad aristocrática y una ideología muy clasista, como corresponde a una persona de su condición en esa época. Pero era una persona bondadosa, tenía buenos sentimientos y era muy considerada, suavizando el ejercicio de la autoridad doméstica.
Nunca olvidaré su comparecencia en la sala de estar, donde nos encontrábamos todos los miembros de la familia. Cándida estaba aterrorizada, no nos miraba, no podía ocultar su sentimiento terrible de inferioridad y de temor. Esa misma mañana había amanecido, antes de partir a Madrid, con sus padres y hermanos, de un pueblo de alguna provincia de lo que entonces se denominaba, Castilla la Nueva. En ese mundo lleno de carencias, cerrado al exterior, pero, sobre todo inmóvil, en el que no se puede esperar que mañana ocurra algo diferente a hoy. Ni siquiera había llegado el cine o la televisión. Su único mundo conocido era su pueblo.
El viaje en el autobús a la capital de su provincia. La estación de autobuses llenas de gentes extrañas en un movimiento vertiginoso a sus ojos. La llegada a Madrid, en la que la estación muestra un mundo insólito, en el que se multiplican las diferencias, incrementando su sentimiento de extrañamiento y minimización. El atormentado tránsito hacia el barrio de Salamanca, guiada por un papel con la dirección, representando el guión de los catetos rurales de mundos tan segregados como el suyo. La llegada a una casa de ensueño, poblada por seres extraños a los que debe llamar señoritos. Yo era el señorito Juan. Demasiado impacto para una, no sé si decir niña o adolescente, pues ninguna de las dos designa su situación de vulnerabilidad extrema.
Ese día, Cándida atravesó varios mundos y experimentó una situación de desigualdad inimaginable para una persona que habite el presente. Desde su pueblo y su casa, en la que comparte las carencias con los suyos y vive su mundo cerrado de brutalidad, en el que la amenaza siempre se encuentra presente, hasta el mundo de los señores, en el que es ubicada súbitamente, donde debe obedecer y acostumbrarse a vivir en la soledad de su dormitorio, donde sólo puede aspirar a que el amanecer se demore.
Ahora viene el acontecimiento imborrable en mi memoria. Cuando Cándida es presentada en la sala a la hora de la cena, ya uniformada, viviendo la situación límite de distancia social y cultural. Como a esa hora iban a apagar la calefacción, mi madre le dice “Cándida, póngase una rebeca porque dentro de un rato hará frío”. Ella, con una vocecita apagada y mirando hacia el suelo, como corresponde a esta situación de inferioridad responde “Señora, no tengo”. Mi madre le pregunta si tiene algo de abrigo, ella lo niega con la cabeza.
Esta es la situación más dura en la que comparece un ser humano completamente desvalido. Carece de dinero, de la mínima ropa, de cualquier apoyo afectivo, del mínimo cultural para poder defenderse. Está sin los suyos en un mundo incomprensible. Se trata de una situación terrible de desigualdad, en la que se representa una sociedad atrasada, con un sistema de clases sociales feudal. Por si algún sociólogo se asoma por estas páginas, defino esta situación como hábitus cero, más allá del hábitus o donde no cabe ni siquiera la palabra asimetría. La sociedad total se hace presente tan contundentemente, mostrando su naturaleza de desigualdad, de modo que disuelve a las personas presentes.
Mi madre le proporcionó una rebeca. Cuando ella estaba ya en la cocina, comentó escuetamente la pobreza de esos pueblos. También dijo que parecía una buena chica. Supongo que se refería a su disposición física, su mirada y los movimientos de su cuerpo, que mostraban una subordinación insólita desde las coordenadas de hoy, que tan bien narradas aparecen en la novela de Delibes o la película de Camus “Los santos inocentes”. Recuerdo que a algunas empleadas domésticas de mi infancia les reprochaban que “contestasen” a cualquier cuestión. Por contestar se entendía cualquier frase o gesto que se encontrase más allá del “sí señora”, no existía espacio para diferenciar entre réplica, sugerencia u otro concepto similar. Se trata de la negación de la conversación. Las “contestonas” eran rechazadas, reafirmando el modelo de sumisión absoluta.
En los meses siguientes Cándida se adaptó a su nueva situación. Se ganó nuestro afecto de niños y la consideración de mi madre. También ejecutó inexorablemente el guión del Tío Tom, en la versión franquista de la época. Las tardes de los jueves y los domingos, transitaba por el mundo exterior en busca de su única salida: el advenimiento de su príncipe azul, que la liberase de su encierro y de los demonios de su pueblo de origen, donde no podía regresar. El color de su príncipe imaginado se debía referir al de su mono de trabajo. El atuendo de sus salidas era severamente vigilado, teniendo que ajustarse a un imperativo estético alejado del definido por tan pacato ambiente como el de “una fresca”, otro estigma de las domésticas de esos años.
Recuerdo que tuvimos una relación infantil especial. En ausencia de mis padres, jugábamos a pelearnos para probar nuestras fuerzas, terminando el ganador inmovilizando al vencido. Fue la primera vez que descubrí el misterio de un cuerpo de mujer mediante mis sensaciones corporales en los ardorosos combates librados en un pequeño cuarto donde se planchaba. También el reproche de mi madre que, intuyendo la situación, me repetía continuamente la frase “juegos de manos, juegos de villanos”, con énfasis cada vez más intensos.
Algunas de las sirvientas que pasaron por mi casa terminaron embarazas, recuerdo alguna en particular. Eran culpabilizadas, reprobadas y apartadas. Esta es una condición terrible en un mundo tan miserable como aquél. En los años siguientes, las empleadas domésticas quedaron en el margen de los derechos conquistados por los trabajadores industriales. La emergencia del feminismo que conceptualiza el trabajo doméstico, contribuyó a una moderada mejora de sus condiciones, pero sobre todo a su inserción en la conciencia colectiva. Ahora devienen en modelo para el trabajo reconstituido después de la fábrica.
Cándida representa una imagen imborrable para mí, influyente en mi deriva de militante comunista en los años de mi juventud. Muchos años después, la busco en los rostros de las personas que trabajan en el sector informal en el metro o en los hipermercados, también en las terribles imágenes de las personas desahuciadas o las víctimas de la violencia de género. Cuando voy a DIA u otros establecimientos similares, tengo la sensación de volver a reencontrarme con ella.
En el presente, las Cándidas son muchachas latinoamericanas o de otros lugares alejados del sistema-mundo, que acompañan por las calles a algunos ancianos, parte de los cuales eran en los años cincuenta de un nivel social similar al de Cándida. Cuando las veo no puedo evitar recordar la noche de la rebeca, tratando de imaginar su primer día en una casa extraña. Termino preguntándome por su futuro y sobre las ambivalencias del concepto de progreso. Porque si es incuestionable que las Cándidas del presente tienen mejores condiciones de vida, ahora tienen el riesgo de ser etiquetadas como portadoras del “síndrome de Ulises”, por las psicologías de última generación, confirmando que cada época tiene sus males singulares.
sábado, 14 de septiembre de 2013
SOLFONICA Y LA SANIDAD PÚBLICA
La Sanidad Pública es el emblema más manifiesto de los años del estado de bienestar en España. En el tránsito como acompañante de Carmen he sido testigo de su esplendor. Muchas personas de condición humilde eran tratadas con las tecnologías más avanzadas. He sido compañero de habitación en el hospital, de gentes que en sus casas tenían peores condiciones frente a los rigores climáticos, su alimentación y confort. Este dispositivo asistencial representa lo mejor del período del postfranquismo.
La sanidad pública es el espacio donde muchos estratos sociales han experimentado su condición de consumidores de servicios profesionales. En no pocos lugares, el centro de salud y la escuela son las únicas estructuras que representan la condición de ciudadanos de las poblaciones. Un médico y una enfermera accesibles, constituyen el máximo de servicios personales para muchas personas mayores. En sus biografías no existen antecedentes de esta situación. Su percepción de tiempo de progreso se funda en la seguridad que le proporciona la sanidad pública. También en los últimos años, para muchos jóvenes en espera, la ausencia de trabajo aceptable contrasta con la seguridad del acceso al sistema sanitario público, que para ellos se disipa en el horizonte.
Las reformas sanitarias neoliberales del presente reestructuran los dispositivos asistenciales, instaurando una regresión, que se sitúa en la estela de la desestabilización del trabajo y la reforma del estado de bienestar. Las poblaciones que, en los años del bienestar, fueron beneficiadas por esta expansión, son ahora víctimas en todos los órdenes, instaurándose una penalización ejemplarizante.
La marea blanca, especialmente en Madrid, es un movimiento social vivo, que está respondiendo a la privatización, despertando la simpatía y la solidaridad de muchos de nosotros. Sus movilizaciones tienen el sello del 15 M. La creatividad y la invención de un repertorio de formas de acción los han convertido en un referente para todas las protestas.
Solfonica es una agrupación musical que surgió en Sol en el 15M. Paso un video sobre la defensa de la Sanidad Pública que sustituye a mis palabras. Recomiendo que se vean algunos videos suyos en Youtube. No se puede ocultar la vitalidad, heterogeneidad y creatividad de sus músicas y puestas en escena de sus integrantes. Un beso para toda la Solfonica y para los amenazados por la reestructuración sanitaria.
lunes, 9 de septiembre de 2013
LOS ESPÍRITUS DE LA SEDE
Una generación política tiene su origen en un acontecimiento social de gran magnitud, que implica una ruptura con el pasado. Este evento inicial, le confiere la energía y la capacidad de alumbrar una nueva situación, en la que la redefinición de la realidad y el renovado esquema cognitivo del colectivo generacional emergente, desempeña un papel relevante en el proceso social. En España, la generación de la transición se incuba en los movimientos sociales de los últimos años del franquismo, así como en los dispositivos más evolucionados del régimen declinante. Esta generación ha gobernado en todas las instituciones en los últimos treinta y cinco años.
El presente se encuentra definido por una crisis multidimensional, que trasciende lo económico y se instala en todas las esferas sociales e institucionales. Una de los factores de dicha crisis es el agotamiento de la generación de la transición y su gradual reemplazo por dirigentes más jóvenes, que no resultan de ningún acontecimiento de ruptura, sino por el contrario, del relevo inevitable en las maquinarias partidarias y de otras instituciones centrales, donde esperan su turno compartiendo los discursos y las lógicas de la acción.
Este relevo generacional se produce en un ambiente de declive del sistema económico, del sistema político y del conjunto de organizaciones que lo acompañan. En este sentido se puede afirmar que aquellos que reemplazan a la generación de la transición, son tan sólo sus herederos, en tanto que no aportan nada nuevo, reproduciendo los discursos y los modos de gobierno de sus antecesores, afirmando así la continuidad. Se trata de una generación que vive un tiempo agotado, del que no puede esperarse más que la irrupción de algún acontecimiento que conlleve su conclusión, condición necesaria para reiniciar en otra dirección. Así se explica el grado cero del carisma de los herederos. Sus poderes radican en el peso muerto que le confieren las maquinarias partidarias, las instituciones de gobierno y los medios de comunicación que las sustentan.
El presente es una encrucijada de tiempos. La coexistencia del tiempo estancado del ciclo del postfranquismo, con el específico de la crisis general, cuyo desenlace es incierto, así como la temporalidad intrusiva de la reestructuración neoliberal y global, imprimen a la época una complejidad y una opacidad incuestionable. En un contexto determinado por estas temporalidades múltiples, los herederos ocupan las posiciones de dirección en todos los niveles.
Los partidos políticos y la clase dirigente se inscriben en la lógica de la continuidad y de la inercia, detentando un discurso que se puede definir como congelado, procedente de los primeros años del postfranquismo. Este es resultante de la gran autopoiesis sucedida en los últimos veinticinco años. Los cambios sociales son selectivamente incorporados al discurso y reinterpretados según las referencias del principio del ciclo. Así, tanto los acontecimientos excluidos, como las distorsiones en las interpretaciones, se acumulan y van incrementando la distancia creciente entre la realidad vivida y los discursos prevalentes.
El discurso oficial está compuesto por un conjunto de tópicos, de conceptos desgastados, de representaciones devaluadas, de ficciones, de tautologías, de fabulaciones y de medias mentiras que se han hecho realidad. Se trata de un discurso redundante, con un área ciega de gran magnitud, sin un sustento empírico frente a muchos de los eventos sociales críticos. Se encuentra cada vez más alejado de la realidad vivida, constituyendo así el sustento principal de una creciente crisis de legitimación. La narrativa eufórica de la modernización española se contrapone con el declive de la economía productiva, la crisis múltiple y la descomposición del tejido social.
El discurso oficial resulta de selecciones arbitrarias, de exclusiones de gran envergadura y de la reconversión de la estructura de los elementos de que lo configuran. Así se produce una gran distorsión, pero, sobre todo, en un momento de conmoción y crisis múltiple, su orientación se ubica en el pasado. Para los que hemos vivido el final del franquismo, existen analogías inquietantes. La clase dirigente se remite a las epopeyas sucedidas en el origen y el curso del postfranquismo, en detrimento del presente.
La gran autopoiesis de los partidos y las élites españolas resulta de la desaparición del pensamiento crítico, tan débil en todos los tiempos en España, y la emergencia de los nuevos expertos y medios que se nutren de los saberes emanados de las corporaciones globales y las instituciones del gobierno-mundo. La reconversión de la “inteligencia”, es un factor primordial de la crisis de las élites y la disminución de sus recursos cognitivos. La “inteligencia” de la izquierda en los años sesenta se difumina, y muchos de sus ilustres miembros se reposicionan en favor de los saberes importados por el conglomerado constituido por la tecnología, las empresas y los media.
En tanto que cambia la sociedad, se produce un discurso inverso, que hace invisibles muchos procesos sociales esenciales. Así se genera una gran distorsión en el conocimiento. El tiempo de declive, en la que los herederos, relevan a la agotada generación de la transición, contrasta con el discurso triunfalista y celebrativo. Así se crea una sensación de vacío y desconfianza casi patológica, que amenaza el imaginario colectivo.
El conocimiento producido, que cristaliza en los discursos oficiales, resulta de la actividad reflexiva de los partidos, que en las coordenadas del nuevo capitalismo global, se definen como marcas que compiten en un mercado electoral. Toda la inteligencia se agota en la importación de los saberes y los métodos procedentes de la nueva empresa. La marca, la segmentación del mercado electoral, los programas, los intercambios, los afectos, las conexiones y el gobierno sobre el patrón gerencial. La emergencia de nuevos expertos demoscópicos, analistas de mercados y en comunicación, configuran una actividad que reduce el espesor de los antaño proyectos, que se definían en un contexto histórico.
En la gran autopoiesis de la clase dirigente española, los procesos de construcción de los discursos, tienen lugar, principalmente, en las sedes de los partidos, en los actos electorales, en los espacios mediáticos y en las instituciones representativas. El discurso oficial se formatea y reproduce en estos medios, que con sus lenguajes y formas de interacción, establecen sus significaciones, los límites y las reglas de inclusión y exclusión.
Por eso el título de este texto: El espíritu de las sedes. Estas constituyen un espacio cerrado al exterior, donde se eliminan los aspectos “negativos” y se articula una ideología capaz de resistir cualquier evento crítico. Es en ellas en donde se desarrolla una comunidad autorreferencial, capaz de afrontar los avatares de la lucha binaria de nosotros contra vosotros, en un medio como el magma. En la sede se excluye cualquier deliberación o problematización ¿cómo es posible que no surjan críticas en el eterno retorno de la Gurtel, constituida ya como un encadenamiento de epílogos sucesivos sin aparente final? ¿cómo es posible que no se generen tensiones internas con un escándalo, como el de los ERE en Andalucía, que es el penúltimo eslabón de una larga cadena de corrupciones y silencios?
Se trata de la sede, ese espacio que se transforma en la cadena de frío de la reflexión, donde se incuba un nosotros que conduce a comportamientos que no pueden ser definidos de otro modo que de fanatismo. En las sedes tienen lugar las relaciones cara a cara que conforman el cierre partidario al exterior, el debilitamiento de cualquier canal de comunicación con el entorno, la defensa de lo común compartido, resultante de la puja por la apropiación de espacios en las instituciones de gobierno.
Los media terminan por cerrar la autopoiesis. El sistema inicial de medios de comunicación del comienzo del postfranquismo, que los más mayores podemos recordar con cierta nostalgia, ha devenido en la multiplicación de tertulianos legionarios y mercenarios capaces de negar la realidad realizando una metamorfosis terrible. La lógica binaria, tan mutiladora de la inteligencia, impera en estos espacios que configuran audiencias segmentadas, encuadradas en las distintas sedes.
Por eso, la puesta en escena celebrativa de la toma de posesión de Susana Díaz en Andalucía resulta demoledoramente elocuente. En tanto la reestructuración neoliberal, ejecutada desde las instituciones europeas con la colaboración de sus ilustres colegas, investidos de técnicos del gobierno-mundo, descompone sus bases sociales tradicionales y las penaliza severamente, el placer proporcionado por el acceso al gobierno, manifestado en las risas, los rituales optimistas, los gestos, las puestas en escena de la era del marketing, no predicen nada bueno. El desencuentro entre los gobernantes y gobernados es patente.
Pero el problema radica en el discurso de la señora Díaz. En una situación de ruina económica, de dificultades generalizadas, de contracción de los servicios, de desempleo, de precarización, habla en un tono que se aproxima al de una secta evangélica redentora. El mensaje central apela a nuestra fe. Inevitablemente ha sido afectada por el espíritu de las sedes, que se ha hecho presente en el parlamento y el gobierno.
Pero la señora Díaz no hablaba en una sede, sino para un público mayor y más heterogéneo del que formo parte. Mi objeción es que carece de un proyecto adecuado a las condiciones del presente, que se encuentra en un medio institucional que obstruye la posibilidad de una apertura cognitiva y que tengo la convicción de que sus desgastados consejeros renuevan sus carencias en el vacío de proyecto. No se trata de emocionarnos, como propone la institución central marketing, sino de convencernos enunciando una línea de futuro y los inevitables dilemas asociados a la misma.
La cuestión de las generaciones es muy compleja. Recuerdo en las últimas elecciones primarias del PSOE, en las que Rubalcaba, el último representante de la generación de la transición, se enfrentaba con la necesidad de innovar y renovar, encarnando una nueva ironía de la historia. Pero, su oponente, Carmen Chacón, que representa lo que aquí he denominado “los herederos”, pronunció un discurso vacío, huérfano de contenidos, litúrgico, en tonos teatrales, compuesto por gritos de rigor esencialistas, en el que el presente se encontraba ausente. El público destinatario era un colectivo agregado procedente de las sedes. La edad no siempre se encuentra relacionada con la innovación. Aún menos en esos congeladores de la inteligencia que son las sedes y sus terminales mediáticas.
martes, 3 de septiembre de 2013
MANUELA Y SUS CORAZONES
Esta es una historia de un infarto de miocardio de una persona que vive una realidad que no es reconocida. Las condiciones sociales en las que se desenvuelve la hacen invisible, en tanto que es muy difícil comunicar sus circunstancias. En el curso de nuestras conversaciones me he reafirmado en la importancia de un nuevo derecho, este es el derecho a ser entendido. Es preciso modificar muchos esquemas mentales para comprender la singularidad de los sectores sociales invisibles. Inevitablemente he recordado la película de “los olvidados” de Buñuel, a la que cambiaría el título por “los incomprendidos”.
Manuela nació en un pueblo en la provincia de Málaga antes de los años sesenta. Su familia forma parte de los perdedores de la guerra. Su infancia está marcada por la escasez, la memoria de la represión, la ausencia de oportunidades, el silencio forzoso, el miedo, la escasez y un acontecimiento que persiste a lo largo de su vida, su intimidación y precaución en el espacio público, puesto que muchos de los factores de su biografía no son comprensibles desde las coordenadas oficiales imperantes. Se trata de una persona no entendible, en tanto que se ve forzada a ocultar algunos elementos fundamentales que modelan su realidad y su vida.
En su adolescencia se desplaza a la ciudad algunos fines de semana para divertirse en las discotecas. Allí conoce a un hombre, con el que tiene un fulminante idilio que termina con un hijo. La relación concluye con grandes dosis de violencia, cuando se niega a reconocer al niño. El impacto del comportamiento violento del novio sobre Manuela es tremendo. Le queda una marca que se encuentra presente de modo permanente en su azarosa vida.
Su familia le ampara en los duros años de la infancia del hijo. La única salida de Manuela es desplazarse a la ciudad donde es acogida en la casa de su hermana. Esto le permite encontrar trabajo como trabajadora doméstica por horas en algunas casas de familias acomodadas. Con el paso de los años, es apreciada por algunos de sus empleadores, trabajando casi todos los días algunas horas. Manuela nunca ha sabido lo que es un contrato, un convenio colectivo, unas vacaciones, una baja o hacer la declaración de Hacienda. Al final de cada jornada es pagada por las horas trabajadas. El precio no es negociable. Está acostumbrada a abusos, cuando es requerida para terminar tareas en tiempos más allá de lo estipulado. En este sentido, es una empleada doméstica inscrita en ese amplio sector de trabajadores en negro, que en los años del capitalismo keynesiano, no son reconocidos ni en los discursos ni en las narrativas, encontrándose en el exterior de la concertación social y la conciencia colectiva de esta época. Se trata de persones que no son visibles por el estado, sus estadísticas y sus definiciones de la realidad.
Los ingresos que obtiene, le permiten alquilar una vivienda muy modesta y sacar adelante con sacrificios a su hijo. Para ello construye una economía informal típica. A los ingresos de su trabajo como empleada doméstica añade los del PER. Se desplaza a su pueblo varias semanas para poder percibir un subsidio unos meses. En las tardes sin trabajo, cose en su casa obteniendo unos parcos ingresos adicionales. La suma de todas las percepciones, junto con la ayuda de su familia le permite la subsistencia. Toda su economía de ingresos se encuentra afectada por la temporalidad. En los veranos disminuye su trabajo en las casas pero tiene oportunidad de participar como temporera en alguna faena agrícola. Todo es provisional y frágil, y empieza cada mañana de nuevo.
Manuela ingresa en los márgenes de los consumos expansivos de la época. Descubre las posibilidades de la ropa y la peluquería, que le confieren una imagen presentable en su deambulación por los bares y discotecas en su noche libre. También mejora su casa, haciéndola más confortable frente a dos terribles enemigos de su infancia, el frío y el calor, así como la llegada de las máquinas que hacen menos pesado los trabajos domésticos. La televisión en color alivia su situación y le estimula como espectadora de las historias y las fabulaciones mediáticas que concitan su interés y la distraen después de las jornadas de trabajo y en la soledad de su casa. En los mejores años pasa un puente de agosto en un hostal en Torre del Mar, donde experimenta las míticas vacaciones en la playa.
Pero sobre su vida personal pesan dos factores determinantes muy negativos. Su hijo adolescente descubre simultáneamente los consumos explosivos, que conforman un mundo de confort que parece inmediatamente accesible y factible, al tiempo que confirma que su madre es pobre y no puede proporcionarle los bienes que pueblan su mundo visual. Así, termina por configurarse un conflicto sórdido entre ellos, que parte de ese reproche y de esa frustración. Además, la privación del amor, asociado a su déficit de adolescencia no vivida, le produce una herida que se abre cíclicamente. Los amores de ocasión que frecuenta son efímeros, con distintos hombres temerosos de cualquier compromiso, y se encuentran muy por debajo de sus expectativas. En estos años se encadenan ilusiones y decepciones amorosas.
La relación con su hijo termina en un conflicto intenso. El chico consigue algunos trabajos precarios, invirtiendo sus ingresos en consumos por encima del nivel de su madre, pero se niega a contribuir a la economía familiar. Le reprocha perennemente su condición social. Esta relación adquiere una dinámica de conflicto que concluye en malos tratos físicos. Más de una vez recibe golpes de su hijo. Ella reconoce que tiene mucho miedo. La contrapartida que alivia este drama es el apoyo generoso de sus padres y hermanos.
Con algún año más de cuarenta y en este contexto biográfico Manuela sufre un infarto de miocardio. Es ingresada en un hospital, donde después de recuperarla, primero en la UVI, y después en la planta, es devuelta a su vida exterior con un tratamiento riguroso, en el que se incluyen normas de alimentación y prescripciones de estilo de vida muy lejanos a su realidad, dictaminados por profesionales que viven una realidad completamente diferente a la suya, ignorando integralmente el mundo material y cultural de Manuela. Es invadida por un flujo de comunicación expresado en términos de calorías, proteínas, grasas, hidratos, ejercicios aeróbicos y otros conceptos que designan las condiciones de su vida después del infarto.
La asistencia que recibe en el hospital es buena en el plano técnico y atenta en el plano personal. Pero el biologicismo que define la asistencia sanitaria comparece con toda su intensidad. En el proceso de elaboración de su historia, cuando le preguntan por su trabajo ella responde que es limpiadora. Nadie indaga más. Manuela se siente cómoda así, pues teme que alguien pueda comunicar con sus empleadores. Este es un ejemplo del área oculta que comenté en la consulta de la diabetes en este blog. Pues bien, los médicos le prescriben categóricamente que no haga trabajos físicos que requieran esfuerzos. Dos de sus tres fuentes de ingresos requieren con frecuencia este tipo de tareas.
Manuela, incomprensible para los dispositivos del estado, por los media, por la gente acomodada, también se sitúa en el exterior del campo de visibilidad e inteligibilidad de los cardiólogos. Cuando le dicen que no trabaje no puede responder. Es tal el distanciamiento de los profesionales respecto a su realidad que la única respuesta es callar. El silencio voluntario es una invarianza en su vida.
Pero Manuela no sólo no tiene otra alternativa que seguir trabajando en lo único accesible y posible para ella. Pero aún más. Es fundamental ocultar su enfermedad cardiovascular en las casas donde desempeña su trabajo, pues tiene la convicción de que sus empleadores, si conocen su enfermedad, van a temer que se produzca un episodio crítico en la casa que pueda destapar la relación laboral. Lo mismo ocurre en el pueblo. El secreto que preside su vida, se acrecienta para ocultar su importante enfermedad.
Muchos sectores subalternos, tienen que mantener en secreto su situación. Su vida es un conjunto de secretos inconfesables. Así se configura una persona en tal situación de inferioridad que no puede explicarse ante los funcionarios de empleo, los de hacienda, los médicos o los trabajadores sociales. Manuela aparece con cuarenta y cinco años, habiendo desempeñado tantos trabajos, pero no puede acreditarlo y, además, se ve obligada a ocultarlo. El psicoanalista Milner, en su libro “La política de las cosas”, afirma que la evaluación erosiona el secreto de los sectores más débiles, sobre el que conservan su identidad. Me parece un argumento muy sólido.
Me paro aquí para tratar de comprender la situación de una revisión en el hospital. El área oculta es de tal magnitud que es inabordable. Por eso a las dos partes les conviene que encuentro transcurra centrado en las analíticas y la medicación. Así se reproduce la hegemonía de lo clínico. Si un accidente descubre la realidad de Manuela será objeto de una dura descalificación, formulada desde el exterior de sus condiciones y su vida.
En los años siguientes la vida de Manuela ha experimentado cambios ambivalentes. El conflicto con su hijo se ha institucionalizado, pero se ha reconducido a las trincheras minimizando los riesgos de la explosión. Su búsqueda de amores le ha reportado una relación intensa durante un año, que le suscitó muchas ilusiones. Pero un acontecimiento ha transformado su vida. Se ha decidido, mediante una ayuda familiar, a comprarse un pequeño automóvil. Su experiencia automovilística le ha regenerado. Vive su nueva condición como una liberación. Siempre ha estado sometida al control visual y las leyendas que elaboran sus vecinos o personas próximas. El coche le confiere la ilusión de recuperar la invisibilidad y la autonomía en sus derivas de fin de semana.
Su principal problema es que siente que se hace mayor, y en su cuerpo comparecen señales que la delatan. Su ambición de encontrar una pareja se encuentra más amenazada que nunca. La desaparición gradual de sus mayores la sitúa en un campo de relaciones personales muy vulnerable. Estos temores son reforzados por los efectos de la revolución conservadora en curso, que amenaza su pensión, que, paradójicamente, será no contributiva, así como su asistencia sanitaria o la ayuda si se encuentra en situación de dependencia. El ambiente de incitación a la delación por parte de las autoridades del ensañamiento, tiene impactos negativos perceptibles sobre su ambiente social y se siente amenazada.
La imagino frente a un insensible funcionario de empleo, o de hacienda, que entiende a las personas en códigos exteriores a la sociedad real en la que vive. Ella tiene necesariamente que ocultarse e incluso negarse. Tiene que mentir contra ella misma, viéndose obligada a simular lo que no es. Así le ocurrió en el pasado keynesiano, en el que sólo disfrutó de las migajas del festín de la abundancia, y se reproduce en el presente neoliberal que se configura como una regresión para su persona.
No puedo terminar esta historia sin desearle a Manuela todo lo mejor que sea posible en su vida. Tiene que cuidar el corazón de los ventrículos, las aurículas y las válvulas, pero, sobre todo, el otro corazón. Que encuentre una buena pareja y también un médico que, sobre todo, la entienda, descifrando lo que hay detrás de su historia clínica. También, que pueda vivir en un ambiente social mejor que el actual, donde pueda ser reconocida como persona.
A una persona tan grande, que vive una vida adversa, le tengo que decir alguna cosa bonita. Manuela, tú vales mucho más que muchos de nosotros, profesionales de clase media, no todos podríamos haber respondido como tú al infortunio y la adversidad. Por último, me permito decirle un piropo que esté a la altura de su gran estatura personal y del valor de su persona. Una amiga colombiana me lo enseñó. Manuela, eres una verraquita muy linda.