Presentación
PRESENTACIÓN Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
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Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog. |
lunes, 30 de septiembre de 2013
LA CAJA DEL HÍPER: LA MAGNIFICENCIA DEL ONE TO ONE
El acto de la compra ha ido adquiriendo una centralidad incuestionable en la vida social, incrementando su relevancia, según se van sucediendo las distintas sociedades de consumo de masas. Los pequeños comercios especializados, próximos a las viviendas, han sido reemplazados por los hipermercados. El guión de esta emergente institución se extiende a todos los confines de lo social, incluso a territorios organizacionales muy diferentes.
El hipermercado forma parte de una trama de instituciones que reconfiguran las nuevas sociedades postfordistas desde los años ochenta. El hogar autosuficiente, el automóvil, los media múltiples y el teléfono móvil son algo más que objetos de consumo. Representan verdaderas instituciones que reconfiguran la sociedad, produciendo una nueva individuación, un modo de hacerse persona en una situación social diferente. Me gusta llamar a este conjunto de instituciones como el “complejo del one to one”. De su acción concertada resulta un nuevo arquetipo individual, congruente con el contexto en el que se integra y con la gubernamentalidad preponderante en la época. Así, estos dispositivos institucionales moldean las subjetividades. La clientelización generalizada se extiende a todos los contextos organizacionales, reconfigurando las sociabilidades convencionales.
En el hipermercado se articulan todos los elementos de la época, los precios bajos; la explosión de low cost; las rebajas, las ofertas y las oportunidades; la diversificación y multiplicación de los productos; la renovación permanente de los mismos; la explosión de la moda; la democratización del deseo y la segmentación de los clientes. Así se abre paso a una institución esencial en el complejo one to one: el crédito, que hace todo posible comprimiendo los tiempos y diluyendo la frontera existente entre la fantasía y la realidad.
Esta institución naciente, en la que un sujeto transita por un espacio de abundancia de estímulos y productos, así como sus variaciones en los precios, inventa el self service, que se extiende por todo el tejido social. El éxtasis de la elección representa el momento más emotivo de la azarosa vida de los súbditos de las sociedades de consumo de masas. Pero el aspecto más importante es la desaparición del vendedor. Nadie vende cara a cara. Es el consumidor quien acude al espectacularizado punto de venta, en tanto que este se ha hecho presente en su mundo mediante el marketing y la publicidad, que invaden la vida cotidiana del sujeto, tanto en el hogar como en la televisión y las redes sociales, el automóvil y las imágenes ubicuas en los trayectos cotidianos por las pasarelas. De este conglomerado nace el turboconsumo o el consumo 24x24 horas, una nueva fase de la sociedad de consumo y de la individuación.
El cumplido consumidor acude al híper por su propia decisión. Aparca su automóvil, coge un carrito y entra en un espacio de productos múltiples, que están configurados por una de las instituciones importantes del complejo one to one, la investigación sobre el consumidor. Así, el espacio es un verdadero y sofisticado sistema semiológico, cuya finalidad principal es estimular a cada uno a explorar y recorrer trayectos entre los productos. En esta fase, el tránsito de cada uno es individual, apenas existe conversación ni interacción, cada cual está en un estado de concentración, de espera de sorpresas y de movilización interna para practicar la elección, principio soberano que regula esta institución. Tan sólo puede producirse una pausa por el encuentro casual con personas próximas.
Cuando ha concluido la deriva por los circuitos de los productos llega el momento de la verdad, que es la salida. Los consumidores se agrupan frente a las cajas múltiples formando hileras. Este es el tiempo en el que la individualidad hostil a lo social brilla en todo su esplendor. Cada cual aguarda en la cola, concentrados en los contenidos de su carro, todavía pensando en los dilemas de sus elecciones. Es sorprendente constatar que no existe conversación alguna entre los inmediatos en la cola, pero tampoco se mira a otras personas. Es el momento más individual, de la relación entre cada cual, su compra y el empleado de la caja.
Cuando el comprador llega a la caja se hace patente el problema de las fronteras. Tiene que colocar sus productos en la cinta. En este momento se manifiesta la diferenciación con los inmediatos en la cadena. Cada cual se concentra en asegurar que la frontera sea efectiva. Las frágiles barreras entre compras separadas por un plástico y con la cinta en movimiento, acrecientan la vigilancia de los vecinos, ahora convertidos en posibles intrusos. La protección de sus límites se lleva a cabo mediante un sorprendente repertorio de tácticas. Muchas personas bloquean con su cuerpo el acceso del siguiente y protegen con sus brazos los límites de lo suyo.
Cuando llega el turno de pagar cada cual organiza sus productos en bolsas. En este momento el conflicto con los que vienen detrás es por el tiempo. Las dudas que conducen a volver a modificar los paquetes; la receptividad con las ofertas y juegos que programa la institución para capturar a los más débiles, mediante ofertas, concursos, tarjetas, sorteos, vales para otras compras y otras formas sorprendentes. También el pago con tarjetas de crédito. Todas ellas requieren tiempo acumulado sobre el que los siguientes en espera hacen patente su impaciencia. La única relación social es supervisar y confirmar que está todo lo mío en los paquetes.
En el tiempo de la caja reina la individualidad. Algunas personas hacen ostentación de su compra, mostrando a los demás la potencialidad de la misma. Entre las personas más mayores, a las que esta institución les ha sobrevenido después de muchos años de compra en comercios convencionales, algunos conversan con la cajera sobre algún aspecto. Las miradas de los que esperan les hacen saber que su comportamiento es impertinente en este medio regulado por la elección y la ejecución, en donde la conversación o manifestación de sentimientos es extraña.
Este es uno de los momentos de la vida social en los que resplandece lo mío y se desvanece la posibilidad de lo nuestro. Me fascina constatar cómo muchas personas, una vez han pagado, obstruyen el espacio del siguiente guardando parsimoniosamente las tarjetas, y protegiendo su cartera y sus cosas. Es su tiempo, el de la colisión inevitable entre lo mío y lo tuyo. El otro es una abstracción para el ser autárquico comprador en la caja.
Al terminar en el puesto de pago, cada cual se dirige al aparcamiento, otro espacio donde no existe interacción alguna, que no sea la del conflicto, y donde los demás sólo se hacen patentes como posibles obstáculos. El otro sigue siendo ficcional, y la comunicación posible entre las personas en enclaustradas en sus cabinas automovilísticas y en estado de deslizamiento, suele adoptar la forma de confrontación. Cuando por fin se aterriza en el hogar, tras competir por el aparcamiento, los productos se organizan en los frigoríficos y otros elementos del búnker doméstico.
Esta situación contrasta con las socialidades manifestadas en los viejos mercados, que todavía resisten a su inevitable recesión. En estos la compra se rige por otros códigos. La espera se efectúa en animada conversación entre los compradores, en la que es frecuente el intercambio de recetas y de experiencias. Para un sociólogo como yo, es peligroso ser testigo o cómplice del comienzo de una conversación en la que la narración de una comida, incluyendo los comensales y sus relaciones, puede demorarse sin control alguno.
El momento de la compra también se rige por la conversación con el comerciante, en la que pueden intervenir otros compradores. En esta situación suele reinar la cordialidad, las quejas expresadas en formas suavizadas, y donde nadie es un extraño total. Es, parafraseando a Riesman “otro carácter social”, que se encuentra en recesión frente a la explosión de los hiper, que ahora se deslocalizan por todo el tejido urbano. Así, lo que era la compra pasa a ser un territorio cotidiano regido por una programación hiperindividual.
jueves, 26 de septiembre de 2013
PRECARIZACIÓN UNIVERSIDAD
Alejandra Acosta Villamil
Juan Antonio Aguilera Mochón
Ana Ballester Casado
María J. Cáceres Granados
Julias Carabaza
Margarita Carretero González
Jorge Casillas
Valentina Genta
Bárbara Grabher
Tony Harris
Yolanda Jiménez Olivencia
Antonio Laserna Gaitán
José Manuel Jiménez López
Jesús De Manuel Jerez
Celia Martínez Hidalgo
Miguel Martínez Rodríguez
Virtudes Martínez Vázquez
Alfonso Masó Guerri
Juan Mata Anaya
Alberto Matarán Ruiz
Rosa Medina Doménech
David Pelta
Pandelis Perakakis
Loles del Pino
Ángeles Quero Gervilla
Victoria Robles Sanjuan
Gerardo Rodríguez Salas
Adelina Sánchez Espinosa
Alicia Sánchez Adam
Concepción Sánchez Adam
Jesús Andrés Sánchez Cazorla
César Augusto Solano Galvis
Aly Tawfik
sábado, 21 de septiembre de 2013
CONVERSANDO CON EL "AMANTE IMAGINARIO"
"Gracias Juan y otrxs.
La gamificación, mercantilización, miserabilización, espectacularización, maximización, cuantificación, evaluación, balización, frialdad, obsolescencia, tecnologización, alienación, abotargamiento, matriz individual y tantos otros adjetivos horribles para con la vida presente. Pero tanto pensamiento pesado del lado crítico, tanta intranquilidad y desconsuelo, tanta pesadumbreapocalíptica no cambia nada y deja poco espacio a la imaginación (sociológica) y a la utopía.
Juan y colegas, es importante conocer, profundizar, pero no será hora de empezar a crear o es que esta comiendo el terreno la teoría del fin de las utopías. Será cierto que el capitalismo (como dice Zicek)no permite alternativa otra ¿Por qué no cambiar el pensar-sentir y el hacer? Menos Orwell y más pesamiento y praxis utópica.
El amante imaginario"
La orientación de este blog es crítica con respecto al presente. La hipótesis central es que las sociedades se encuentran en un proceso de transformación en la dirección de un modelo neoliberal avanzado. Este se entiende como un orden social nuevo, en el que no sólo el mercado se configura como la estructura central, reestructurando todas las instituciones en esta dirección, sino que emerge una nueva gubernamentalidad, que opera mediante un conjunto de instituciones nuevas, como la gestión-evaluación, la mercadotecnia, el marketing, la publicidad, los media y los distintos dispositivos de expertos que colonizan el espacio privado de las personas. Todo este complejo de poder se funda en una premisa, que es la intensificación de una nueva individuación, muy radical, que debilita los vínculos entre las personas y los grupos naturales.
En todas las sociedades antecedentes ha existido algún tipo de conciencia crítica generada por un pensamiento ilustrado, que ha tenido cierta autonomía de los poderes sociales. En el presente, este pensamiento se ha difuminado y ha sido reemplazado por dos instituciones centrales, que definen las realidades: la academia y los media. En ambos casos, la congruencia entre estas y los poderes que pilotan el tránsito hacia la sociedad neoliberal avanzada, es absoluta. Podemos afirmar que la obra de arte total de esta época es la sofisticación de los métodos de “ocultar mostrando”, que realizan sincronizadamente ambas instituciones.
En este escenario, la mayor parte de las personas que me rodean tienen una visión convencional de la época actual, que se entiende desde los parámetros imperantes en la sociedad anterior ya fenecida, y que los neutraliza como potenciales actores. Piensan que los problemas se solucionan con otras políticas económicas y otros gobiernos que nos conduzcan, también, al crecimiento económico, que implica el mantenimiento de ese matrimonio entre el consumo y el empleo. Remover al malvado Rajoy es condición suficiente para regresar al beatífico pasado de los años anteriores a “la crisis”. Las próximas elecciones son la palanca para conseguir los gobiernos progresistas necesarios para regresar a la era del bien.
Pertenezco a una generación, la de la transición, que ha construido una sociedad en la que no me siento bien. Sus logros son la expansión del bienestar material entendida en términos de consumo, que ampara una economía que ha podido financiar unos servicios sociales universales. Mi posición con respecto a los años felices de esa sociedad es crítica en muchos aspectos fundamentales. En particular, disiento del devenir del sistema educativo, antes de la crisis, en el que me encuentro encuadrado
Estos son los factores que determinan que mi orientación sea crítica, y que considere que mi visión puede aportar. El problema es que en este estadio tan avanzado hacia el neoliberalismo, la crítica está mal vista. En tu comentario, rechazas algunos de los análisis calificándolos como “adjetivos horribles”. Pero, detrás de los adjetivos se encuentran las realidades o los niveles de realidad construidos por la atención de observadores ¿debemos ignorarlas o relegarlas?
En tu crítica hay dos cuestiones distintas. En primer lugar, cuando aludes al poco espacio para la imaginación, a la necesidad de crear, de cambiar el pensar-sentir y el hacer, o propones más pensamiento y praxis utópica, creo entender el fondo de tu argumento. En los últimos años se están produciendo acontecimientos minúsculos, pero consistentes, en esta dirección. Una nueva generación que experimenta y construye espacios nuevos está naciendo. En este blog lo enuncié en la entrada “las tierras de nadie”. En la literatura social, aparece una corriente crítica respecto al problema del tiempo y la recuperación del presente, que ya deja sus huellas en las movilizaciones y conflictos de la última generación, como el 15 M.
Reconozco esta línea, la valoro y por aquí pasarán algunos de sus portavoces. Pero tengo que afirmar que crear, experimentar, hacer y las demás propuestas, sólo se pueden realizar desde los márgenes o exterior del sistema, en nuevas formas sociales. Por el contrario, las instituciones del sistema, se encuentran cada vez más cerradas al cambio. Mi ubicación personal es la universidad o el sistema sanitario, donde ya se manifiestan los primeros resultados de la acción de los mecanismos puestos en marcha por las reformas neoliberales. La destrucción del tejido organizacional colectivo, la hipercompetencia individual y la configuración de una nueva subjetividad domesticada, constituyen un medio en el que es tácticamente imposible crear, experimentar, e, incluso, estar bien.
No me queda otra opción, desde mi posición, que ser testigo y contar mi perspectiva. Así, experimento la naturaleza totalitaria de estas instituciones, en tanto que, cualquier cuestionamiento, queda convertido en una disidencia con respecto a la totalidad del sistema. Además, ejerzo la crítica de una situación apocalíptica, como la del presente. La verdad es que me siento motivado y por eso he puesto en marcha el blog. Supongo que tú, amigo amante imaginario, te encontrarás en los márgenes, lo que permite tu inserción en las tierras de nadie para vivir una experiencia positiva y creativa. Tú eres un hijo de Hakim Bey y yo de Fredric Jameson, esta es nuestra diferencia esencial. Pero no puedo dejar de comentar que si la crítica radical no cambia nada, está por ver si se puede cambiar desde las fértiles tierras de nadie. Sobre esta cuestión tengo dudas, aunque apoyo estas posiciones.
La segunda cuestión es delicada. Aunque he reconocido que tu posición es la que he comentado hasta aquí, que voy a etiquetar para algunos de los lectores alejados de estas tierras de creación, con el lema de “podemos vivir sin capitalismo”, me preocupa la contaminación de tu escritura por el pensamiento positivo, al que considero el más perverso elemento de la propuesta neoliberal. Porque, los adjetivos que utilizas de “tanta intranquilidad y desconsuelo” se refieren a niveles de realidad que no he inventado ¿a ti no te causa intranquilidad o desconsuelo la cronificación de problemas sociales en la escala mundo, o la deriva del poder político, o la explosión de las desigualdades y la corrupción?
El pensamiento positivo, una dominante cultural expansiva en este tiempo, es una forma de negación de la realidad, de instauración de un sentido común que deriva en un sometimiento voluntario sin antecedentes. Constituye una ideología del capitalismo neoliberal que individualiza severamente la responsabilidad del destino, aboliendo las determinaciones sociales. Implica una reducción del pensamiento, la estimulación al esfuerzo individual y la autovigilancia de los pensamientos, para ser un censor efectivo de sí mismo.
Los preceptos “la realidad es el espejo de tus pensamientos”, “el día es lo que tú decides” o “la crisis es una oportunidad”, me parecen muy elocuentes de los contenidos de esta ideología de última generación, que coloniza las mentes de los sectores sociales subalternos. La paradoja es que contribuye a la multiplicación de los malestares, en tanto hace responsables de los fracasos a las personas.
Como es obvio, no sigo el imperativo moral de sonreír permanentemente. Algunos alumnos, con los que tengo buena relación, me dicen que mi posición crítica genera rechazo. Estoy convencido de que sin crítica el futuro es…
Lo dicho. Tanto monta y monta tanto. El pensamiento crítico es más necesario que nunca. Crear nuevos proyectos y formas sociales parece imprescindible. Desde mi mundo vivido en las instituciones vigentes puedo contribuir desde la crítica.
Seguimos.
martes, 17 de septiembre de 2013
CÁNDIDA
Mi familia tenía una posición muy acomodada en el Madrid de finales de los años cincuenta. Vivíamos en el barrio de Salamanca, en la calle Maldonado, en un gran piso de más de doscientos veinte metros cuadrados. La casa disponía una zona para las empleadas domésticas, que entonces eran internas. Un pequeño dormitorio y un minúsculo aseo, constituían su espacio segregado del resto de la casa. Muchas casas disponían de escaleras y ascensores de servicio, a los que se llamaban “montacargas”, ilustrando así el precepto de que las palabras nunca son inocentes.
Las empleadas domésticas o sirvientas, estaban disponibles durante todo el día para las tareas que se les encomendasen. No era concebible el concepto de horarios o jornada laboral. Siempre tenían que estar prestas a cualquier requerimiento. Comían solas en la cocina. En las noches de tertulia familiar, pues todavía no había llegado la televisión, eran llamadas por una campanilla o un timbre, para requerir cualquier servicio. La segregación espacial se acompañaba del uso de uniforme. He conocido distintas clases de los mismos. En muchas casas tenían un uniforme de faena diaria, diferente de uno negro con cofia, más de etiqueta, para servir la mesa si había invitados.
El trabajo doméstico incluía, en algunas ocasiones, las salidas a recados, en las que las domésticas aliviaban su encierro, siendo piropeadas y cortejadas por múltiples atormentados varones que poblaban las calles, los portales, los ascensores y los comercios, también antes de la llegada de los super e hipermercados. La soledad y el aislamiento de las sirvientas, estimulaba una actividad que se asemeja a la caza, cuando salían de los confines del espacio donde se encontraban enclaustradas.
Las salidas de las empleadas domésticas tenían lugar las tardes de los jueves y domingos. En la sociedad de la época, anterior a la motorización masiva, se configuraba un espacio urbano por donde transitaban en estos tiempos, que concluían rigurosamente a las diez. En los cines de sesión continua, los parques, las salas de baile, vespertinas entonces, y algunas calles especiales, circulaban las empleadas domésticas, casi siempre solas. Su vida en semicautividad las aislaba a unas de otras, y en unas condiciones así, sólo un matrimonio podía liberarlas de su condición. En las tardes de los jueves y los domingos de estos años se tejen muchas historias y no pocos dramas.
Recuerdo una tarde de invierno muy fría, en la que llegaba de su pueblo una nueva sirvienta. Se llamaba Cándida. Era muy joven y nunca había salido de su pueblo. Le recibió mi madre, que habló con ella, instruyéndole acerca de la vida en la casa y de sus obligaciones. Mi madre era una mujer con una mentalidad aristocrática y una ideología muy clasista, como corresponde a una persona de su condición en esa época. Pero era una persona bondadosa, tenía buenos sentimientos y era muy considerada, suavizando el ejercicio de la autoridad doméstica.
Nunca olvidaré su comparecencia en la sala de estar, donde nos encontrábamos todos los miembros de la familia. Cándida estaba aterrorizada, no nos miraba, no podía ocultar su sentimiento terrible de inferioridad y de temor. Esa misma mañana había amanecido, antes de partir a Madrid, con sus padres y hermanos, de un pueblo de alguna provincia de lo que entonces se denominaba, Castilla la Nueva. En ese mundo lleno de carencias, cerrado al exterior, pero, sobre todo inmóvil, en el que no se puede esperar que mañana ocurra algo diferente a hoy. Ni siquiera había llegado el cine o la televisión. Su único mundo conocido era su pueblo.
El viaje en el autobús a la capital de su provincia. La estación de autobuses llenas de gentes extrañas en un movimiento vertiginoso a sus ojos. La llegada a Madrid, en la que la estación muestra un mundo insólito, en el que se multiplican las diferencias, incrementando su sentimiento de extrañamiento y minimización. El atormentado tránsito hacia el barrio de Salamanca, guiada por un papel con la dirección, representando el guión de los catetos rurales de mundos tan segregados como el suyo. La llegada a una casa de ensueño, poblada por seres extraños a los que debe llamar señoritos. Yo era el señorito Juan. Demasiado impacto para una, no sé si decir niña o adolescente, pues ninguna de las dos designa su situación de vulnerabilidad extrema.
Ese día, Cándida atravesó varios mundos y experimentó una situación de desigualdad inimaginable para una persona que habite el presente. Desde su pueblo y su casa, en la que comparte las carencias con los suyos y vive su mundo cerrado de brutalidad, en el que la amenaza siempre se encuentra presente, hasta el mundo de los señores, en el que es ubicada súbitamente, donde debe obedecer y acostumbrarse a vivir en la soledad de su dormitorio, donde sólo puede aspirar a que el amanecer se demore.
Ahora viene el acontecimiento imborrable en mi memoria. Cuando Cándida es presentada en la sala a la hora de la cena, ya uniformada, viviendo la situación límite de distancia social y cultural. Como a esa hora iban a apagar la calefacción, mi madre le dice “Cándida, póngase una rebeca porque dentro de un rato hará frío”. Ella, con una vocecita apagada y mirando hacia el suelo, como corresponde a esta situación de inferioridad responde “Señora, no tengo”. Mi madre le pregunta si tiene algo de abrigo, ella lo niega con la cabeza.
Esta es la situación más dura en la que comparece un ser humano completamente desvalido. Carece de dinero, de la mínima ropa, de cualquier apoyo afectivo, del mínimo cultural para poder defenderse. Está sin los suyos en un mundo incomprensible. Se trata de una situación terrible de desigualdad, en la que se representa una sociedad atrasada, con un sistema de clases sociales feudal. Por si algún sociólogo se asoma por estas páginas, defino esta situación como hábitus cero, más allá del hábitus o donde no cabe ni siquiera la palabra asimetría. La sociedad total se hace presente tan contundentemente, mostrando su naturaleza de desigualdad, de modo que disuelve a las personas presentes.
Mi madre le proporcionó una rebeca. Cuando ella estaba ya en la cocina, comentó escuetamente la pobreza de esos pueblos. También dijo que parecía una buena chica. Supongo que se refería a su disposición física, su mirada y los movimientos de su cuerpo, que mostraban una subordinación insólita desde las coordenadas de hoy, que tan bien narradas aparecen en la novela de Delibes o la película de Camus “Los santos inocentes”. Recuerdo que a algunas empleadas domésticas de mi infancia les reprochaban que “contestasen” a cualquier cuestión. Por contestar se entendía cualquier frase o gesto que se encontrase más allá del “sí señora”, no existía espacio para diferenciar entre réplica, sugerencia u otro concepto similar. Se trata de la negación de la conversación. Las “contestonas” eran rechazadas, reafirmando el modelo de sumisión absoluta.
En los meses siguientes Cándida se adaptó a su nueva situación. Se ganó nuestro afecto de niños y la consideración de mi madre. También ejecutó inexorablemente el guión del Tío Tom, en la versión franquista de la época. Las tardes de los jueves y los domingos, transitaba por el mundo exterior en busca de su única salida: el advenimiento de su príncipe azul, que la liberase de su encierro y de los demonios de su pueblo de origen, donde no podía regresar. El color de su príncipe imaginado se debía referir al de su mono de trabajo. El atuendo de sus salidas era severamente vigilado, teniendo que ajustarse a un imperativo estético alejado del definido por tan pacato ambiente como el de “una fresca”, otro estigma de las domésticas de esos años.
Recuerdo que tuvimos una relación infantil especial. En ausencia de mis padres, jugábamos a pelearnos para probar nuestras fuerzas, terminando el ganador inmovilizando al vencido. Fue la primera vez que descubrí el misterio de un cuerpo de mujer mediante mis sensaciones corporales en los ardorosos combates librados en un pequeño cuarto donde se planchaba. También el reproche de mi madre que, intuyendo la situación, me repetía continuamente la frase “juegos de manos, juegos de villanos”, con énfasis cada vez más intensos.
Algunas de las sirvientas que pasaron por mi casa terminaron embarazas, recuerdo alguna en particular. Eran culpabilizadas, reprobadas y apartadas. Esta es una condición terrible en un mundo tan miserable como aquél. En los años siguientes, las empleadas domésticas quedaron en el margen de los derechos conquistados por los trabajadores industriales. La emergencia del feminismo que conceptualiza el trabajo doméstico, contribuyó a una moderada mejora de sus condiciones, pero sobre todo a su inserción en la conciencia colectiva. Ahora devienen en modelo para el trabajo reconstituido después de la fábrica.
Cándida representa una imagen imborrable para mí, influyente en mi deriva de militante comunista en los años de mi juventud. Muchos años después, la busco en los rostros de las personas que trabajan en el sector informal en el metro o en los hipermercados, también en las terribles imágenes de las personas desahuciadas o las víctimas de la violencia de género. Cuando voy a DIA u otros establecimientos similares, tengo la sensación de volver a reencontrarme con ella.
En el presente, las Cándidas son muchachas latinoamericanas o de otros lugares alejados del sistema-mundo, que acompañan por las calles a algunos ancianos, parte de los cuales eran en los años cincuenta de un nivel social similar al de Cándida. Cuando las veo no puedo evitar recordar la noche de la rebeca, tratando de imaginar su primer día en una casa extraña. Termino preguntándome por su futuro y sobre las ambivalencias del concepto de progreso. Porque si es incuestionable que las Cándidas del presente tienen mejores condiciones de vida, ahora tienen el riesgo de ser etiquetadas como portadoras del “síndrome de Ulises”, por las psicologías de última generación, confirmando que cada época tiene sus males singulares.