El taylorismo es un sistema de organización del trabajo industrial que impera en la primera mitad del siglo XX. Se trata de un paradigma técnico y organizativo y, también, del primer management “científico”. Pero, sobre todo, significa un orden organizativo que determina un orden mental. La descomposición de los procesos productivos en tareas y la configuración del dominio absoluto de la dirección, que ejerce el control de todas las actividades, implica un gran disciplinamiento de los trabajadores. Estos son expropiados de los sentidos de sus trabajos, instituyendo así una ruptura con respecto a sus antecesores, los trabajadores de los oficios industriales, cuyo desempeño conlleva un alto componente artesanal. La cadena de montaje es la primera fábrica de sujetos y subjetividades, que son facturados por la misma.
Este sistema es inseparable del contexto histórico en el que se produce, estando caracterizado por unas condiciones tecnológicas, económicas, sociales y culturales determinadas. En los años sesenta del siglo XX, estas condiciones se modifican drásticamente, configurándose otra realidad en la que el taylorismo no encaja. Así comienza su crisis y su declive. El cambio tecnológico y productivo propicia la emergencia de la producción inmaterial, la expansión del trabajo cognitivo y la remodelación de las organizaciones productivas, incluyendo las direcciones. El trabajo cognitivo requiere de otro tipo de exigencias. La emergencia del paradigma de la innovación ilustra la naturaleza de las mismas y se configura como un símbolo del nuevo sistema productivo.
En tanto que el taylorismo acentúa su declive, siendo desplazado a las periferias de los sistemas productivos, en los sistemas educativos del presente tienen lugar procesos de reconfiguración que recuperan algunos rasgos del mismo. El saber es desmenuzado en múltiples paquetes autónomos que conforman el trabajo de los estudiantes, que se define por una fragmentación radical. Además, la educación se entiende como un producto industrial. De este modo se pueden medir sus atributos y resultados. Así se reinventa la taylorización, transformando las titulaciones en cadenas de montaje de múltiples operaciones parciales, que se encadenan entre sí. Los antiguos ingenieros que diseñaban los procesos productivos, son ahora reemplazados por un conjunto emergente de tecnoburocracias y expertos psicopedagógicos que conforman los procesos educativos y sus resultados, favoreciendo la preponderancia de los gerentes en detrimento de los profesores.
Estos cambios se combinan con la explosión de las disciplinas tradicionales, que adquieren ahora la denominación de “áreas de conocimiento”, que se hacen presentes en los planes de estudio, expansionando sus posiciones y litigando por sus fronteras. La acumulación de la oferta por la expansión de las disciplinas, se resuelve mediante la organización del territorio académico como un mercado, diseñado desde los saberes de las instituciones comerciales del presente. El estudiante se convierte en un cliente elector, que en una oferta sobreabundante, puede configurarse una trayectoria académica individual, mediante la selección de las asignaturas / productos que le oferta el mercado de las disciplinas, de los centros, de las titulaciones y de los itinerarios. Cada estudiante queda convertido en un libre elector de los contenidos de su formación académica.
Pero, bajo esta apariencia de mercado, se suscita una cuestión esencial. El estudiante tiene necesariamente que ser comprador de muchas asignaturas / producto para cumplir con la totalidad de créditos exigidos. De modo que en un curso académico tiene que simultanear muchas asignaturas. Así se produce una dispersión de gran magnitud en sus tiempos y trabajos. Su trabajo final se caracteriza por la realización de múltiples tareas repetitivas y con escasa exigencia, que no se acumulan cognitivamente, sino justamente lo contrario. El trabajo total resulta de la suma de los pequeños trabajos requeridos por las distintas asignaturas / producto, que ocupa todo su tiempo, pero que instaura un espacio de redundancia y repetición. Así queda convertido en un receptor de pequeñas obligaciones que le conducen a un estado de saturación permanente. En este sentido su situación puede suscitar analogías con la cadena de montaje.
Una de las cuestiones principales que las disciplinas proyectan sobre los estudiantes radica en las prácticas. Las disciplinas científicas, conformadas en la era cartesiana-newtoniana, hacen una distinción esencial entre la teoría y las aplicaciones o la práctica. Al repartir la carga de trabajo de los estudiantes en asignaturas / producto, cada una de estas asume sus propias prácticas. En mi facultad, las asignaturas de teoría, tienen sus propias prácticas, que se materializan en hacer resúmenes sobre textos. Así se sobrecarga a los estudiantes con un conjunto de tareas con escasa exigencia y valor, que multiplican la redundancia. Si tuviera que elaborar una imagen acerca de la universidad taylorista presente, seleccionaría una que mostrase el tedio de la realización de una práctica, que ha devenido en un mecanismo de control escolar presencial.
No obstante, la cuestión fundamental resulta de la descomposición del trabajo en fragmentos, dificultando que los estudiantes se reapropien de lo que aprenden. Esto sólo es posible mediante la realización de la propia síntesis que puede hacer cada estudiante, seleccionando contenidos, estableciendo priorizaciones, construyendo relaciones y determinando un núcleo duro, el suyo, que le puede permitir absorber sus lecturas, programar sus indagaciones y construir sus problematizaciones. Para eso no hay asignatura, ni tiempo, ni espacio, ni energía, una vez se ha saturado al estudiante con múltiples trabajos desintegrados. Así, como los obreros en la cadena de montaje, los sentidos de las tareas que realizan les son expropiados. En no pocas ocasiones he conversado con algunos alumnos en mi tutoría, que han reaccionado críticamente cuando les he planteado las dos preguntas esenciales ¿trabajas mejor con el paso de los cursos? ¿has construído un esquema personal desde el que puedes optimizar tu aprendizaje?
Por el contrario, la vida académica es el flujo incesante de múltiples tareas y actividades carentes de valor, las clases desmotivadas, las actividades de aula de baja definición, la trivialización de los comentarios, la ritualización de las interacciones, las prácticas simuladas, las lecturas restringidas a los esquemas ppt y las reseñas y resúmenes de los libros. La aparente contraposición entre el dominio cerrado de las disciplinas y la clientelización, que supuestamente permite elegir contenidos, termina reforzando el patriotismo disciplinar, en tanto que cada alumno es un verdadero prisionero del área de conocimiento en la que se encuentra inscrito.
En estas condiciones, la vida académica se automatiza y se vacía de contenido. Privados de un tiempo y espacio en el que puedan hacer su propia síntesis, reapropiándose así de lo que han aprendido, los estudiantes / clientes transitan en el mundo cansino de sus múltiples pequeñas obligaciones y rutinas, de cuya suma no resulta ningún valor cognitivo acumulado. El tedio de los trabajos que sólo pueden pesarse en gramos, el espíritu de la no innovación, la ausencia de pluralismo y de controversias, la instauración de la obviedad y la repetición y el abismo que separa la vida académica de la profesional. Los autómatas programados regidos por la rutina sólo pueden esperar compensaciones en sus otras vidas. Las pantallas los esperan para compensar los tedios.
El resultado de este cuadro remite a interrogarse sobre el sujeto que resulta de este espacio académico fantasmático. Es un sujeto de responsabilidad limitada, que puede elegir en un mundo hiperreglamentado, pero al que se le niega lo esencial. Es imposible en las condiciones en que se encuentra que sea un autor. Así, la larga y dilatada etapa de estudios está dirigida a integrarse en una cola que es gestionada con los criterios establecidos en un campo de concentración. La obediencia es la virtud más considerada y premiada. Esa situación produce una infantilización del colectivo de estudiantes, y, por consiguiente, instaura una regresión que es perceptible desde el exterior, así como desde las tinieblas del espacio interior.
Entre los huecos de este extraño taylorismo académico, que inaugura un nuevo autoritarismo de rostro amable, se producen pequeñas resistencias de estudiantes que no quieren ser devorados por esta máquina de sinsentido, y pretenden conservar su estatuto de aprendices, que es lo que este sistema neotaylorista programado les impide ser. En otras entradas contaré los avatares de algunos de esos héroes.
Escribiendo esta entrada me he acordado de los situacionistas y de Vaneigem en particular, así como, inevitablemente, de Illich. También de mi madre, que, cuando era pequeño, me regañaba llamándome “bolonio”. Nunca entendí el significado de este término. Ahora sí. Lo contaré aquí.
No puedo mas que aplaudirte por esto. Un abrazo Juan, Natalia ( ex alumna)
ResponderEliminarGracias Natalia por tu reaparición en mi mundo vivido. Hay varias alumnas Natalias en mi tiempo de docencia. Pero creo que serás la de Cádiz, tan vital, brillante y poco académica de la tercera promoción.
ResponderEliminarBienvenida, aunque el aplauso es el rasgo más detestable de la última versión de la sociedad del espectáculo.
¿No parece todo eso que describes, la reconversión de las formas de domesticación de los sujetos hacia un entorno laboral en proceso de cambio?
ResponderEliminarTodo parece escalofriante en tu desarrollo y personalmente me siento muy identificado con todas esas reflexiones cuando experimento la saturación de material superfluo que te obligan a digerir para cumplir con los requisitos de los parejos sistemas de evaluación de todas las asignaturas, independientemente de sus contenidos; además de soportar el sinsentido de las clases en esas aulas en las que los "compañeros" no nos aclaramos ante tanta contradicción instaurada en este proceso de cambio hacia el plan bolonia, en el que nos es imposible participar en las clases porque, a mi juicio, se nos obliga a decir algo, a participar en un circuito sin objetivos definidos en el momento en el que el profesor/a nos obliga a participar/opinar pero sin tener nadie claro sobre qué y de ahí a los sinsentidos experimentados en las aulas.
Y todo esto, ¿Para qué?.
Pero, tú que has experimentado sistemas educativos anteriores ¿Eran mejores? ¿había espacio para la maduración de los contenidos? ¿Habían contenidos? ¿Existían objetivos (más allá de una nota fragmentada en los sistemas de evaluación desgranados en porcentajes)?
Un saludo Juan y gracias por compartir tus reflexiones de manera abierta.
Fernando.
Gracias por tu comentario.
ResponderEliminarToda la etapa universitaria se orienta a la preparación de la vida laboral, que ahora se realiza en varias etapas. Creo que el nuevo capitalismo cognitivo lleva su programa de domesticación y las reformas universitarias apuntan en esa dirección. Ser el prólogo a la vida laboral discontinua, móvil y con una trayectoria individualizada.
Respecto a la universidad anterior, tenía algunas ventajas. La formación era muy general, pero con vínculos con el mercado de trabajo; los profes en ciencias sociales exponían en sus clases su pensamiento; la programación permitía a los alumnos disponer del tiempo para poder leer detenidamente, o hacer en movimientos sociales u otras formas de acción.
Entonces, la formación era deficiente, sólo clases y nada dialogadas, pero la posibilidad de estudiar / hacer / vivir era mucho mayor.
Ahora estás prisionero de un grupo de especialistas de disciplinas, que representan el exceso de contenidos sobre ti, pero rebajándolos mediante la instauración de la animación mediática, que tan bien defines en tu comentario.
Eso es algo más que oscurantismo. Los estudiantes son metidos en un tiesto como los bonsais. Así, es imposible leer, pensar, hacer o vivir. Este es núcleo de la domesticación
Gracias Juan, tres años después llego a tu publicación, y sigue fresca. Ya te contaré como es en el tercer mundo. Escribo desde Argentina.
ResponderEliminarMuchos elementos son similares, pero en nuestras instituciones públicas ya se ha dejado de domesticar... hemos pasado "De la Domesticación al Pastoreo" y así se llama un artículo que escribí en ese sentido.
Cordiales saludos
Raúl Guevara
Tandil, Argentina
Gracias Raúl. Mi interés por Argentina es máximo desde siempre. Me asusta contemplar las sofisticadas técnicas de pastoreo que se utilizan en el presente.
ResponderEliminarSaludos cordiales