Decía San Agustín que el tiempo es una noción compleja, en tanto que estando integrada en el sentido común, de modo que las personas entienden su significado, es muy difícil de definir, explicar y verbalizar. La universidad actual es una encrucijada de temporalidades. La larga espera para el acceso al mercado laboral es descompuesta en tramos, itinerarios y trayectorias múltiples. Se constituye una temporalidad lenta para la interminable etapa de la vida dedicada a la formación para el empleo, que contrasta con las temporalidades aceleradas de otras esferas sociales vividas por los estudiantes.
Pero el verdadero problema, estriba en que, debido a la preponderancia de las instituciones del mercado, que imponen sus códigos en todas las esferas sociales, cada estudiante-cliente tiene un margen de elección de sus propias asignaturas, siendo preparado así para su integración laboral, en la que tendrá que acreditar permanentemente sus diferencias con sus antaño compañeros, así como en la vida personal, en donde su estilo de vida deberá fundarse en la búsqueda constante de la diferencia.
El resultado es que se produce una diversificación de tal magnitud que hace imposible la anterior planificación docente del curso, en la que las distintas asignaturas programaban actividades cuyos tiempos requeridos tenían cierta coordinación y proporción. Las últimas reformas han abolido el curso como unidad, en favor de una situación en la que la planificación académica se produce como una carta de restaurante, en la que los estudiantes-clientes configuran su menú personal. Así, se ignora el tiempo real disponible de los estudiantes. La programación se realiza mediante las asignaturas competitivas entre sí, adquiriendo una naturaleza atemporal, en la que la suma de los tiempos requeridos por estas desborda el tiempo real máximo de un estudiante-cliente, que en una semana no es posible ni deseable que trascienda las cuarenta horas.
La desconexión entre el tiempo real disponible y el tiempo desintegrado que resulta de la suma de los tiempos e las asignaturas múltiples, genera un problema de rendimiento de gran magnitud. El estudiante-cliente tiene que responder a un conjunto de requerimientos que sobrepasan su tiempo real. La ignorancia de esta cuestión genera un notable grado de dispersión, saturación y mecanización del trabajo. Pero, también, de implosión, simulación, irrealidad y ficción.
No se puede aceptar que la propuesta docente total exceda las cuarenta horas semanales, incluyendo todos los conceptos. Las asignaturas, que representan al entramado de disciplinas, cada vez más desagregadas y autorreferenciales, se hacen presentes mediante una oferta que exige un tiempo para la realización de sus actividades. Un estudiante puede tener seis asignaturas en un cuatrimestre. Cada una tiene programadas cuatro horas de clase a la semana. El tiempo total de las actividades de aula llega a veinticuatro horas semanales. Pero cada asignatura es diseñada según los parámetros que rigen la vida laboral en el capitalismo cognitivo, teniendo que satisfacer las necesidades de la evaluación permanente, que lleva aparejadas actividades tales como prácticas, elaboración de trabajos, participación en actividades virtuales o tutorías. En total pueden representar no menos de doce horas.
Así, un estudiante-cliente cumplidor, no dispone de tiempo real para hacer trabajos que se inscriban en una temporalidad media o larga. Los profesores, en este sistema saturado y de temporalidad ficcional, comentamos con frecuencia que los estudiantes no leen libros ni desarrollan trabajos sólidos. Ciertamente, el sistema se lo impide. No hay espacio para la reflexión ni para ninguna inversión estratégica. Clases, actividades mecanizadas de aula, trabajos sucesivos de baja definición, participación en tareas virtuales y preparación de pruebas. El trabajo fragmentado, de cumplir obligaciones a plazo inmediato, que prescinde del tiempo real disponible, supone el principio de destrucción de un sujeto en situación de aprendizaje, y su conversión en un oportunista maximizador, un sujeto ejecutor de varias tareas simultáneas, capaz de simular y cumplir los requerimientos de las pruebas, pagando el precio de su propia formación personal deficitaria.
El estudiante-cliente es desposeído del tiempo necesario para la realización de tareas de recorrido medio y largo. Su trabajo es un sumatorio de tareas mecanizadas y desintegradas, que carecen de generalidad y coordinación. En esa situación el sentido se va difuminando. De este modo se genera un estado personal de inmersión cognitiva, de distanciamiento de su propia comunidad científica y profesional. La vida académica, que adquiere una forma fabril, mecanizada y pierde su sustancia. Así el tiempo académico es percibido como tedioso, en espera de ser aliviado por los mundos sociales vibrantes que aguardan entre las actividades repetitivas.
El estudiante-cliente, no tiene otra opción que ser cómplice del sistema que lo configura como una víctima. Así, deviene en un artista de la simulación, que adquiere la categoría de un arte menor. Su mundo vivido es un sumatorio de las obligaciones derivadas de las asignaturas múltiples desconexionadas entre sí. En este contexto, el estudiante tiene que compatibilizar su trabajo de operador múltiple en una cadena de montaje ficcional, en el que la coordinación tiene que ser realizada por él mismo, siendo además invisible e imperceptible para el sistema segmentado.
De este modo, cortar, pegar, reutilizar, maquillar y realizar otras operaciones sobre textos, constituyen su única oportunidad de desarrollar una inteligencia práctica requerida por el ensamblaje de las tareas. Este es el fundamento del arte de la chapuza. El sistema desintegrado, constituido por paquetes de créditos que compiten entre sí para captar estudiantes-clientes, requiere el cumplimiento de las normas, así como la transformación en un artista chapucero que resuelva los problemas de coordinación y haga posible cumplir en los tiempos reales disponibles. Esta es una forma de mutilación de la inteligencia.
Puedo poner múltiples ejemplos en mi vida como profesor. Imparto una asignatura troncal que es contigua a otra en la que se realizan pruebas (exámenes) en tiempos de aula. Los días que se realiza la prueba, no viene nadie a mi clase. Sólo me queda la opción de penalizarlos. Pero esto no conduce a nada bueno. Un catedrático vecino muchos años en el curso, imponía a los estudiantes una prueba en la que debían acreditar la lectura de un texto. Esta actividad era obligatoria y se realizaba en una tutoría programada en el mismo tiempo que mi clase. Durante años he recibido quejas de estudiantes que querían asistir a mi clase pero eran obligados a acudir a esa prueba de control en el mismo tiempo. Algún lector ingenuo puede pensar que este problema se podía negociar. Pero en la jungla académica esto no es posible. Cada profesor tiene una autonomía sideral frente a sus alumnos, entendidos como ejecutores de trabajos fragmentados.
El desorden académico es insólito. Los estudiantes-clientes, víctimas de ese orden institucional, aprenden a interiorizar que esta situación es inamovible y se sobrepone a ellos. El único camino es burlarla erigiéndose en un artista chapucero de brocha gorda. Así aprenden el mensaje principal de la institución, que es obedecer. La universidad es una máquina de obediencia renovada, donde se premia lo que el pensamiento positivo denomina como adaptación y flexibilidad. La autonomía es penalizada severamente en este orden que ha renovado sus máscaras conservando sus esencias autoritarias.
Así son preparados para su inserción gradual en el orden laboral, en el que será contratada su competencia en las nuevas tecnologías, su capacidad de conexión, la ejecución de tareas simultáneas y la subjetividad congruente con esta situación. En determinados espacios del sistema educativo, van a ser seleccionados los profesionales que se van a insertar en las actividades de creación de conocimiento y que tienen que responder a exigencias y cualificaciones avanzadas.
Este sistema educativo, en el que resplandecen nuevas burocracias, tecnocracias, redes de agencias múltiples, así como los nuevos expertos psicopedagógicos, necesarios para el gobierno de los procesos educativos articulados al orden del mercado, conlleva un estado de dispersión y saturación que cristaliza en una inmersión cognitiva preocupante. La afirmación de que la generación universitaria actual es la más preparada de la historia es una rotunda falsedad. Lo que verdaderamente representa es la generación más obediente de la historia. Pero su obediencia es sólo funcional, en tanto que se realiza mediante la fuga a otros mundos, que con frecuencia también se encuentran sustentados en la ficción.