martes, 25 de junio de 2013

LAS GRANJAS ONCOLÓGICAS

En el largo proceso de tratamiento de Carmen, tras transitar por territorios médicos múltiples, algunas veces experimentando terrores intensos, llegamos a las tierras oncológicas. Desde que fue diagnosticada de la Granulomatosis de Wegener, estuvo tratada por un médico internista de competencia acreditada. La relación entre ambos se encontraba inscrita en unas coordenadas, que ni siquiera pueden imaginar quienes están convirtiendo la asistencia médica en una industria. Fue una relación médico-enfermo que parecía salida de uno de los hermosos textos de Laín Entralgo. Una anemia persistente, terminó en una colonoscopia que dio resultado positivo. Fue intervenida quirúrgicamente. Tras la operación, el informe de Anatomía Patológica la convirtió en una paciente oncológica.

Desde que llegamos a Oncología, advertimos las diferencias. El rango de la enfermedad, con una alta posibilidad de metástasis, requirió tratamiento de quimioterapia. Pero, en una situación tan amenazadora, cada vez aparecía un médico diferente en la consulta. Nos hacíamos muchas preguntas acerca de la interacción entre el Wegener, el cáncer y la quimioterapia. Los distintos médicos que rotaban eran distantes, no respondian a las preguntas y nos transferían la información del cáncer, como si fuera un episodio aislado de su proceso general y del Wegener. Eran portavoces de la sesión clínica que había examinado el caso y tomado decisiones. Pronto aprendimos que no se podía conversar con una sesión clínica.

Por el contrario, las enfermeras de la sala de tratamiento eran cordiales, cercanas y muy profesionales. Estaban atentas a las señales de lo que se denominan efectos secundarios, que en el caso de Carmen representaban amenazas mucho mayores que los designados por ese piadoso término, secundario. La sala de tratamiento, donde se administra la quimio, era un mundo muy particular. La sobrecarga de gente y la diversidad de los enfermos, generaban situaciones que eran resueltas con una admirable profesionalidad por las enfermeras. Me gustaba observar la sala y las personas presentes.

Cuando en el segundo ciclo comenzaron los problemas para Carmen, los efectos secundarios, se acrecentó nuestro desamparo ante la asistencia médica rotatoria. En alguna ocasión, escuchamos una frase terrible para mí, que conozco el interior del sistema. Un médico nos dijo que "esta semana llevo yo a los de colon". No me gusta nada esa frase que muestra esta realidad semioculta. Los enfermos, concentrados en una grupo bajo la supervisión de un guía provisional. Lo mismo que los turistas. Pero la asistencia médica a un enfermo de cáncer es otra cosa que la gestión de un viaje.

Entonces sucedió una explosión de lo inverosímil. Nos decidimos a plantear en la siguiente consulta, que le asignasen un médico de forma permanente. Cuando entramos, estaba un médico que nos recibió de forma muy cordial, con un exceso de simpatía comercial. Le dijo "Hombre, de Santander, qué bonito, qué suerte, qué bien, pasiega". Pronto advertimos que no sabía que tenia un Wegener, luego no habia tenido tiempo de leer la historia, que compensaba llamándola "reina". Entonces le planteé imperativamente que queríamos que le asignasen un médico estable. Respondió que sí tenía un médico. Cuando le pregunté quién era, un poco nervioso, buscó entre la documentación. Entonces leyó un papel y dijo"Su médico es el doctor Juan Irigoyen Sánchez. Pero ahora no está aquí". Carmen dijo socarronamente señalándome "Sí aquí está". La explicación del entuerto es que había visto, entre los papeles de la carpeta, el papel de la sala de tratamiento que indica a quién hay que llamar en el caso de que se suscite algún problema.

Carmen se quedó literalmente muerta. Sus miedos a la enfermedad fueron complementados con su miedo a los oncólogos y a las tenebrosas consultas despersonalizadas con los portavoces de las misteriosas  sesiones clínicas. Se sentía totalmente desamparada. Es un sentimiento tan terrible, que no se lo deseo a nadie. Ella no comprendía porqué le trataban así. Nunca en su experiencia de enferma tuvo un problema de este rango, ni en el centro de salud, ni con los internistas, ni con otros especialistas, ni con los cirujanos. El terrible recuerdo de su experiencia en ADESLAS atenazaba su mente.

En mi caso, un suceso así generaba algo más que impotencia y desamparo. Había trabajado con médicos de familia sobre las agresiones a médicos. Ahora, mis dudas se suscitaban. Pero lo peor es la vivencia de una situación tan inverosímil, que es imposible que sea aceptada por un interlocutor. Tengo muchos amigos y compañeros médicos. Cuando cuento esto siento un aislamiento especial. Me recuerda al libro de Artur London de "La confesión". Un alto dirigente comunista, con una historia intachable y que ocupa puestos de dirección en el estado en Checoslovaquia, es detenido y acusado de traidor y agente enemigo. En el libro narra muy brillantemente su aislamiento que experimenta entre los suyos, así como la inevitable adquisición de la condición de sospechoso. Algo de esto he vivido con la experiencia oncológica de Carmen. Un sentimiento de vacío, por lo inverosímil de la historia. La apariencia ante los demás de sospechoso de alienación. La indefensión es una situación muy difícil, pero más lo es la soledad absoluta que se deriva de esta situación terrible. Le comentaba a Carmen irónicamente que estábamos viviendo una situación de "estalinismo blanco".

Después, Carmen consiguió que le asignaran una oncóloga con la que tuvo buena relación, aunque ella ya tenía mucho miedo, que es un sentimiento muy destructivo. Un mes después tuvo una intoxicación que obligó a suspender el tratamiento. Una decisión tomada en una, misteriosa para nosotros, sesión clínica. El verano, el último de Carmen, fue fantástico para ella. Sin tratamiento, en su tierra, con los suyos queridos, sin misteriosas sesiones clínicas que se sobreponen a tu vida.

En el otoño, en el primer TAC apareció una metástasis en el hígado. De nuevo fue a quirófano tras el circuito de pruebas y consultas. Después de la operación, se encontraba bien, muy contenta con la relación con el cirujano y el anestesista. Yo me encontraba mal. Estaba persuadido de su inminente fin, distanciado del ambiente de médicos y amigos empapados de las necias psicologías positivas. Dos meses después, se produjo la concurrencia de dos sucesos fatales. La oncóloga que la trataba, estaba embarazada, y cogió una baja que iba a durar varios meses. Esto significó un golpe muy duro para Carmen. De nuevo quedaba frente a los portavoces rotatorios de las sesiones clínicas. El segundo, fue que en el primer TAC, dos meses después de la operación, aparecia otra metástasis en el hígado. El cirujano decia que era operable. De nuevo vuelta al quirófano. Previamente, un PET para confirmar. La situación clínica tan negativa se contraponía con el retorno a nuestra cotidianeidad de toda la tribu de los positivos.

Ahora vuelvo a lo inverosímil. La primera consulta para ver los resultados del PET. Una oncóloga muy joven nos recibe. No había leido el resultado del PET. Entonces, distante, al estilo de los portavoces de las sesiones clínicas, lee los resultados en la pantalla, y, sin contener sus emociones , dice "tienes varias metástasis en el hígado, en ganglios linfáticos y una osea en el muslo". Carmen estaba en una situación tal que no procesó la información. Le preguntaba si eran operables todas las metástasis. La oncóloga le dijo que estaba descartado, que sólo quedaba el tratamiento (la quimio). Entonces le dijo un sentido "lo siento".

He vivido muchas situaciones de adversidad en mi vida, pero ninguna tan fuerte como esta. En la situación dramática descrita, cuando nos da cita para las pruebas que inician la nueva quimio, Carmen le pregunta en tono de súplica ¿estarás tú en la consulta? La oncóloga le dice que no, que no sabe quién estará. Carmen le insiste y le dice que quiere que esté ella. La respuesta es un cambio de tono, intensificando la dureza. Le dice que tiene muchas cosas que hacer. Ser espectador de las súplicas de una mujer tan débil y moribunda frente a una oncóloga carente de cualquier debilidad frente a los pacientes, que sitúa su vida profesional por encima de cualquier cuestión, que carece de cualquier sentimiento, en coherencia con los parámetros por los que va a ser evaluada, es una de las peores experiencias a las que he tenido que enfrentarme. Carmen no era una inversión rentable para la oncóloga. Así lo diría un programador o gerente de los que escriben los guines profesionales.

Carmen no se enteró muy bien de su situación. En los dias siguientes conseguí que la viese el jefe de servicio. Estaba tan débil mentalmente, que aceptó la quimio contra mi opinión. Desde que empezó el tratamiento hasta su muerte, transcurrieron cuatro semanas.

Esta es una experiencia de lo que me gusta llamar las granjas oncológicas. Un sistema en el que, como en las granjas, los científicos deciden las dosis individualizadas de alimento de cada interno. La relación de cada uno con los técnicos tiene como finalidad obtener información para la toma de decisiones con criterios científicos. En este sentido es despojado de su condición de ser humano, siendo convertido en un sistema de órganos y funciones sobre el que es posible intervenir. Un lugar donde es posible encontrar un gesto de compasión u otro sentimiento humano positivo en quien te administra la dosis. Una pregunta subyace en esta historia. Se trata de discernir si un enfermo oncológico debe tener asignado un médico, de modo que se pueda establecer una relación asistencial continua e integrada.

 Mañana hace un año de la muerte de Carmen. Me he tomado este tiempo para tener una distancia. En los próximos dias publicaré en este blog algunos fragmentos de correos electrónicos mios, dirigidos a personas amigas, en los años oscuros de la enfermedad de Carmen.  Lo hago para evidenciar los sentimientos y las reflexiones de algunos usuarios de tan imponente industria del dolor. Estos no encuentran cauce en un sistema comunicativo tan eficaz en ocultar realidades tan  importantes. Lo hago en la memoria de la débil y querida Carmen de los años del cáncer.



viernes, 21 de junio de 2013

LOS PROFESORES TERTULIANOS

El antecedente más manifiesto de la emergencia de los profesores tertulianos es el de Amando de Miguel, que, desde mediados de los ochenta, mostraba su asombrosa ubicuidad en tertulias múltiples, en distintos medios y franjas horarias. Llegaba a cerrar a las doce de la noche en una cadena de radio, para abrir a las ocho de la mañana con otro periodista-conductor en la misma. En los años siguientes comparecieron en las ondas y pantallas, distintos profesores que se prodigaban como "comentaristas "de guardia". En el presente destaca un profesor de Economía, Carmona, que se multiplica como tertuliano en distintas televisiones y programas que llegan al mismo fin de semana. En los años ochenta,  "la fiebre del sábado noche" aludía a la música tecno y la discoteca. En el presente se produce como espectacularización de los malestares y los miedos, que encarnan distintos tertulianos-gladiadores, que muestran su agresividad ante las camaras, para audiencias atemorizadas.

La reconversión de los profesores en tertulianos significa la manifestación de dos procesos que convergen en los últimos años. Se trata de la intensificación del tránsito hacia una sociedad postmediática, en la que se conforma un ecosistema comunicativo de gran magnitud y densidad, sustentado por crecientes emisores, canales, audiencias y procesos de interacción entre los mismos. En contraposición, los sistemas educativos son reestructurados mediante su industrialización forzosa, siendo convertidos en fábricas de competencias profesionales, en las que los saberes son fragmentados y empaquetados para ser servidos a los estudiantes-clientes, para alimentar sus largos itinerarios requeridos para obtener las credenciales previas a la adquisición de la condición de "empleables", que no se corresponde con la de empleados. Estos procesos implican el dominio del campo educativo por varias clases de tecnócratas y nuevas burocracias, que desplazan a los profesores. En este nuevo contexto sucede la decadencia trágica de la docencia.

Estos procesos de cambio social, determinan la emergencia de la tertulia y el declive de la clase. La tertulia requiere principalmente ritmo, frases cortas con impacto, réplicas a la altura de la escenificación de las posiciones, adecuación a la audiencia mediante la teatralización de las emociones, el manejo de los tonos, los énfasis y las ocurrencias. La tertulia es el género antecesor de las redes sociales e implica una socialidad intensa y veloz. La relación existente entre los cincuenta y nueve segundos y los menguados caracteres de un tuit, es significativa. Los profesores importados a ese medio son requeridos como expertos, pero apremiados para explicar en pocas frases las cuestiones sólidas por las que han sido convocados, y que respondan, además, al ritmo del intercambio.

La clase es una creación congruente con las condiciones de una época muy anterior. Lo importante es la organización del discurso: su presentación, su desarrollo, las líneas que lo conforman, las argumentaciones que lo sustentan, las pruebas empíricas que lo respaldan, los dilemas que conllevan, las refutaciones  y las conclusiones. La clase está gobernada por  la organización de los contenidos, la definición de las líneas, la administración de las transiciones, la pertinencia de los ejemplos.Todos estos elementos requieren de un autor, que imprime a las clases su sello personal.

La clase ha muerto. Las tecnocracias que gobiernan los sistemas educativos la han convertido en un producto. Este necesariamente es estandarizado y homologado. Recuerdo a algunos ilustres profesores de mi juventud. Eran grandes artesanos, autores de una obra escrita singular, densa, pausada, dirigida a una comunidad pequeña y homogénea. La solidez de muchos de ellos refuerza su naturaleza de autor. No puedo evitar sonreir al pensar en Maravall (padre), Díaz del Corral, Laín Entralgo, Julián Marías, Julio Caro Baroja y muchos otros, trasladados al tiempo presente. La conversión de sus saberes en productos homologables en el mercado de las áreas de conocimiento, suscitaría problemas irresolubles para los tecnócratas de la tecnoestructura industrial que gobierna los sistemas educativos en el postfordismo y la postmodernidad.

La clase, convertida en un producto homologable y dirigida a un público saturado por el despiece del saber, del que resultan asignaturas múltiples que se imponen a los estudiantes-víctimas,  que ellos mismos tienen que elegir. La saturación es una consecuencia inevitable. Pero, además, la clase es escasamente compatible con las condiciones imperantes en los sistemas comunicativos externos a la misma. Un ser social que vive en un ecosistema comunicativo intenso, en el que intercambia mensajes desde su pantalla móvil continuamente, en el que accede a fragmentos audiovisuales que se renuevan vertiginosamente, vive penosamente la clase. Las respuestas desde el sistema educativo implican su reconversión en algo parecido a la tertulia. Se solicitan rondas de opiniones y se alivia la carga teórica. Así comparece una de las instituciones centrales de la época que es la animación. El profesor deviene en animador.

En las condiciones descritas, la docencia deviene en un campo productor de malestares diversificados.  Es preciso lidiar con las redes de tecnocracias que intervienen en la programación, los contenidos, los métodos y la evaluación. Además, es preciso convertirse en un buen animador, para paliar la situación de desencuentro cosmológico con los estudiantes habitantes de otros mundos, así como gobernar la satisfacción de los mismos. Todo ello conservando el principio de autoridad, fundado en las actas, que significan un componente importante en la carrera hacia la empleabilidad de los estudiantes-candidatos, carrera que es gobernada por las medidas y pesos de los méritos definidos por las tecnoestructuras exteriores.

La huida es una de las salidas posibles. Por eso los media representan una via de escape de los profesores, que en el postfordismo son ejecutares de actos docentes diseñados por las tecnocracias externas, y en la postmodernidad tienen que desempeñarse en un ámbito extraño a las lógicas que rigen la vida. Así, muchos profesores escapan hacia organizaciones de investigación, organismos de la administración, empresas u otras formas de aliviar su situación. Este es el contexto en el que se puede interpretar el desembarco de los profesores tertulianos en los media.

La degradación creciente de la docencia, imposible en una sociedad en la que coexisten varios mundos contradictorios al académico, se encuentra también determinada por la irrupción de las instituciones económicas, que importan los sentidos del mercado, vaciando las culturas docentes convencionales. Así, la misma idea del éxito profesional, se encuentra determinada por el mercado. Una carrera profesional no es ya la producción de un saber que es incubado con lentitud, que va madurando con el paso del tiempo y que finalmente es reconocido por la pequeña comunidad científica. Ahora, convertida la educación en fábrica de méritos, la unidad de producción es el gramo, el tiempo es el año y el reconocimiento viene de la cúpula de las agencias externas que gobiernan la educación en el neoliberalismo: los ministerios y conserjerías de innovación.

De este modo, en España, muchas carreras universitarias terminan prematuramente. Se entienden como una plataforma desde la que se puede acceder a la administración, a la política, a las empresas, a las tecnoestructuras globales o a los media. Así se configura un numeroso grupo que ha sido denominado como "los desertores de la tiza", que se ha diseminado por las posiciones altas de los distintos subsistemas sociales ubicados por encima de la educación. Ahora, la modernización técnica implica su conversión en "desertores del ppt". Verlos regresar a la docencia es un espectáculo, porque es vivido por el "finado" como una degradación respecto a su etapa ascendente en los prodigiosos mundos exteriores. Ahora tiene que adaptarse de nuevo a un mundo que está regido por este precepto inexpresado y secreto: el valor económico de un alumno universitario se sobrepone a todo lo demás. Esto es lo que verdaderamente importa. Por eso tiene que regresar a una realidad donde es preciso renunciar a la vieja autoridad docente y sustituirla por la gestión de clientes, que desempeñan con tanto éxito empresas como Movistar, o Vodafone, Orange, u otras, que son precisamente las que financian las tertulias mediáticas a las que escapan los profesores que tienen éxito.







sábado, 15 de junio de 2013

La transición política: una mirada desde el presente.

La transición española a la democracia es un acontecimiento que ha sido blindado a la duda, la interrogación y la deliberación. De este modo, ha sido convertido en un mito de origen, a partir del cual se construye una narrativa sobre la democracia española, que se contrapone crecientemente con las realidades vividas, así como con el proceso de deterioro de las instituciones que la conforman. La mitología de la transición oculta la descomposición política y social, que va compareciendo gradualmente, remitiendo de modo inevitable a su génesis. El tratamiento mitológico de la transición deviene en una interpretación caracterizada por sus sesgos mayúsculos, que sólo se pueden representar en formato audiovisual, con escenografías de luces y colores que encubren un discurso trivial y vacío. En los últimos años, la denominada "crisis", revela la falsedad patente de algunos supuestos de tal narrativa, así como de las instituciones nacidas de la misma y la clase dirigente resultante de este acontecimiento.

La narrativa oficial de la transición, define a la misma como un evento aislado. Se trata del fin del franquismo y el feliz advenimiento de la democracia. De ahí su naturaleza optimista. Se define mediante pares de atributos comparados entre el franquismo y la democracia, de modo que esta siempre representa una significación positiva frente a las negativas que caracterizan al mismo. Sin embargo, no se puede comprender la transición sin reinsertarla en procesos históricos más amplios. El franquismo no puede ser considerado un accidente, sino, por el contrario, encarna la continuidad y la permanencia histórica de una clase dirigente, unas instituciones, unas estructuras, una sociedad civil y una cultura. Todas ellas conforman el problema "España", que transita por distintas situaciones históricas conservando el núcleo duro de sus esencias. Es el núcleo invariante que se perpetúa sobre los cambios.

La transición se encuadra en una encrucijada de procesos históricos. Félix Ortega, uno de los  sociólogos que suscitan mi interés, apunta a un factor fundamental, como es la desincronización existente en los procesos de cambio social en España, entre lo económico, lo político y lo social . En el franquismo maduro de los años sesenta tiene lugar un crecimiento económico importante, que modifica la estructura social, produciéndose junto al bloqueo de lo político. En la transición política, cuando se desbloquea lo político, aparece con virulencia la crisis económica. Cuando se desbloquea lo político y lo económico en los años ochenta, comienza la era del bloqueo social que concluye en el presente, conformando una sociedad cada vez más dual.

La última versión de la "maldición histórica española" se puede enunciar así: Cuando adviene la democracia política, premisa necesaria para el desarrollo del estado de bienestar keynesiano y el fordismo "completo", que implica la concertación y los derechos de los trabajadores, comienza, en el sistema-mundo, el proceso de transformación global que configura un nuevo capitalismo postfordista y global. De ese modo, el gobierno socialista de Felipe González, tiene que abordar la reconversión industrial, socavando sus propias bases electorales. Este drama, se reproduce en el presente mediante una izquierda política cuyo programa se agota en la defensa de las conquistas sociales del capitalismo fordista y keynesiano, ahora amenazado por las autoridades europeas, que en el comienzo de la transición eran percibidas como elmodelo excelso.

La narrativa oficial de la transición, presenta a la oposición al franquismo en términos providenciales. Parte de la oposición, tanto el PCE como otros grupos de ideologías de izquierda, pueden ser acreedores a esta calificación por su sacrificio. Pero es preciso puntualizar, que la oposición está inevitablemente integrada en la sociedad franquista. De modo que, lo que ha sido definido como "atraso español respecto a la modernidad", es un atributo compartido por todos los componentes de tal sociedad. Este atraso se especifica en que la oposición, combativa y fusionada con los movimientos sociales de la época, se sustenta en una intelligentsia raquítica, así como en un proyecto poco específico y definido. Su orientación es más al pasado que al futuro. Así, en el momento del fin del franquismo, concurre una derecha que abandona este aceleradamente, con una izquierda, tan atrasada política y culturalmente como el sistema con el que se confrontó. El resultado es la ausencia de un proyecto fundacional. Sin esta guía, el proceso político deriva hacia  un dispositivo de ingeniería institucional, que otorga el protagonismo a dirigentes forjados en las maniobras tácticas, pero ligeros de bagaje intelectual. Este es uno de los requisitos necesarios para ser consentida y sancionada por las élites económicas, que representan la invarianza histórica en el tránsito hacia la modernidad política española.

La lógica de los acontecimientos produce el factor fundamental que va a configurar la novísima democracia: el desplome de las élites franquistas en el estado y la administración.Así, el estado se configura como un territorio múltiple en espera de los nuevos inquilinos. Los gobiernos, los parlamentos, la prodigiosa multiplicación autonómica, los municipios, las diputaciones inscritas en el orden de lo mágico,las administraciones, las empresas públicas y los servicios públicos. La demanda de cuadros políticos que desempeñen las responsabilidades públicas, desborda a la izquierda recién salida de las trincheras de la movilización, así como a sus cuantiosos y enfervorizados adheridos de última hora. De este modo, se disuelve apresuradamente la alianza entre la izquierda política y los movimientos sociales que han nutrido las protestas en el último franquismo.

La conquista del estado es el hecho más importante que configura todo el período democrático. Salvo las administraciones cuyo acceso requiere de pruebas regladas, como la educación no universitaria, la sanidad, los cuerpos tradicionales, la justicia y otras, los demás espacios estatales, se transforman en objeto de conquista, puja y litigio por parte de los partidos. Se juega una partida permanente entre los mismos para colocar a sus peones en los espacios estatales. El resultado de estos procesos es el deterioro radical de la democracia naciente. Es imposible ser independiente.  Las controversias públicas requieren el alineamiento sin fisuras en posiciones identificables. Los matices quedan suspendidos. Esta es la esencia de la democracia de los encuadrados. Los partidos cuentan con sus propios efectivos, más las personas en situación de dependencia clientelar. El clima político se envenena fatalmente.

Con el paso de los años, la izquierda genera un clima de optimismo delirante. Escenifica su júbilo por su victoria en tan portentosa y veloz transformación. Su discurso es eufórico y celebrativo. En pocos años, las biografías personales registran ascensos vertiginosos. No pocos de los militantes de la oposición al último franquismo, devienen en pocos años en directivos de empresas públicas, organismos estatales y cajas de ahorros. Es evidente que se trata de una generación de ganadores, cuyas biografías se pueden representar en grandes saltos ascendentes. Son los beneficiarios netos del milagro español.

El optimismo celebrativo de la izquierda estatalizada converge con un optimismo social generalizado, que resulta de la suavización de los dispositivos de control social característicos del franquismo. Decrece el espíritu autoritario de las familias y la influencia de la Iglesia, propiciando una liberalización de la vida cotidiana, así como la expansión del hedonismo y el consumo. El descubrimiento del cuerpo, la legitimación del placer y la normalización de la sexualidad es interpretado en términos de progreso, que contrasta con las limitadas y austeras vidas de los ancestros.Grandes sectores de población acceden a la motorización, a la vivienda propia, a las vacaciones, a los viajes y el consumo inmaterial. El crédito se configura como la institución central, que propicia ese proceso, contribuyendo a crear el imaginario de la sociedad de la calidad, en donde todo es posible.

Pero, en tanto que en los años alegres de crecimientos y consumos múltiples parecen sancionar el crecimiento sin fin de la economía, se está produciendo un proceso de signo contrario. Se trata de un declive industrial constante. El desarrollo de múltiples actividades económicas que agregan valor, encubre el lento e inexorable decrecimiento productivo industrial. Así se configura una descompensación entre el crecimiento económico y la menguada y menguante capacidad de la clase dirigente empresarial de generar actividades nuevas sólidas y sostenibles. Se produce un crecimiento sobre bases muy frágiles, al igual que ocurrió en los años sesenta. Así, en los años felices de la democracia se multiplican los edificios, las infraestructuras y los dispositivos materiales. Asimismo, se expanden los servicios públicos en términos cuantitativos. Pero, sobre esta expansión material, se manifiesta un déficit fundamental. La nueva democracia muestra su  incapacidad de crear organizaciones nuevas.La generación de gerentes y directivos públicos y privados, maquillada con las máscaras de la postmodernidad, reproduce las esencias autoritarias y caciquiles de la España marcada por el atraso industrial.La productividad de la nueva clase dirigente, pública y privada, es muy limitada.

Los climas optimistas, interiorizados por las generaciones beneficiarias de la expansión de los años ochenta y noventa, dificultan la identificación de los silencios e incipientes malestares de las nuevas generaciones, que se incorporan a una sociedad, donde el proceso de reconversión postfordista se encuentra en curso.  Su indicador más elocuente es el  proceso general de precarización y el bloqueo de la inserción de los jóvenes. Estos eventos generan unas tensiones que se manifiestan en términos diferentes a las movilizaciones políticas y sociales del final del franquismo. Los conflictos sociales que aparecen en el final de los años ochenta, son protagonizados por una generación radicalmente nueva, desconectada de los herederos de tan prodigiosa transición. Pero el disentimiento de los jóvenes, integrados en un orden social postfordista, se expresa de formas que trascienden lo político y lo sindical, que no son bien percibidas por la sociedad beneficiaria de la democracia, que se rige todavía por las regulaciones fordistas. La manifestación más patente de esta fractura es el distanciamiento total respecto a las instituciones, así como la  desreglamentación generalizada de los jóvenes. En el 15M comparecen en las plazas de forma abierta, mostrando sus identidades, subjetividades y las condiciones de la "otra" sociedad en la que viven.

Todos los fenómenos apuntados en este texto se entrelazan, dando lugar a una degradación patente de la vida política y cultural. El autoritarismo convencional, manifestado en el franquismo,  se reproduce sin complejos en los nuevos escenarios democráticos. La falta de sensibilidad con los intereses subalternos o minoritarios; la brutalidad en la ejecución de las decisiones; el desprecio a la oposición; el monolitismo partidario;la alineación de los encuadrados en las controversias públicas; la subordinación de los intelectuales a los poderes; la corrupción generalizada, la colonización de las organizaciones e instituciones.  En estas condiciones, es pertinente preguntarse si el presente significa en su conjunto una continuidad del franquismo, con otro ropaje jurídico, o una democracia bloqueada. La degradación de la vida política, el autoritarismo, la ausencia del pluralismo, el vacío intelectual y la crisis moral, parecen apuntar a algo más que un déficit de una joven democracia.

En los últimos años se acelera la reestructuración global postfordista en el sistema-mundo, cuyo principal objetivo es la reconversión de Europa. Los efectos de este proceso se recombinan con la descomposición del tejido productivo español, dando lugar a un cuadro propio de final de época inquietante. Las instituciones "incompletas", nacidas en la transición, focalizadas a la regulación del trabajo, así como los sistemas de servicios públicos que conforman el estado de bienestar, son arrolladas por la ingeniería institucional al servicio del proyecto neoliberal. La extraña fusión de las élites neoliberales globales, en su versión regional europea, con las de la inmanente España, y con la vieja izquierda de la transición, deslocalizada históricamente y caracterizada por un pensamienteo cero, anuncia un futuro regresivo, en el que el sistema de desigualdades sociales característico del final del franquismo, parece retornar.

Decía José Luis López Aranguren, uno de los filósofos influyentes en el fin del franquismo, que lo mejor de la naciente democracia era su comienzo. Anunciaba que después todo iria a peor. Cuando lo leí, al final de los años setenta, no lo comprendia. Ahora me parece un filósofo casi profético, y eso que en aquel tiempo no había visto todavía los rostros terribles de la señora Rita (Barberá) o de Pepe Blanco como fondo sobre las ruinas de la época. La ciudad de la ciencia sin científicos o el territorio vacio de actividades productivas, articulado por la alta velocidad. No quiero imaginar su pronóstico.











jueves, 6 de junio de 2013

DERIVAS DIABÉTICAS. LA INCESANTE TIRANÍA DE LOS PRÓXIMOS

En estas derivas diabéticas he planteado la contraposición entre los rigores del tratamiento y los pequeños placeres de la vida cotidiana. He denominado contabilidad de la vida a los cálculos realizados por el enfermo para administrar las transgresiones de modo que se minimicen los impactos en su estado. Así, la gestión de la enfermedad se transforma en un arte menor que exige ser creativo y aprender de la experiencia, mejorando así la vida mediante la administración de pequeñas gratificaciones. Para ello, es preciso constatar que los profesionales se encuentran lejanos a estas cuestiones, siendo menester tomar una distancia prudencial con los mismos. Se hacen presentes en las consultas de revisión, que tienen lugar en intervalos temporales muy dilatados. Entre tanto, hay que vivir el dia a día manteniendo la esperanza en los pequeños momentos gobernados por los sentidos.

Pero, el mundo social que vive el enfermo, tan bien definido por la antropología médica, comparece en todos los tiempos cotidianos, a diferencia de la interacción con los profesionales. Este sistema de relaciones, que voy a sintetizar en el término de "los próximos cotidianos", desempeña un doble papel.En los encuentros cotidianos el enfermo puede ser recriminado para que mantenga el rigor del tratamiento, y, al mismo tiempo,  ser requerido a suavizarlo mediante transgresiones inducidas por los propios próximos. Así, se le ofrece un dulce, una tapa entre horas u otra cosa, acompañada de una conminación a tomarse distancia con su disciplina diaria. El enfermo se encuentra atrapado entre estos dos poderosos y nada inocentes sistemas: el profesional, que ignora sus necesidades no expresadas, y el de su red social de próximos cotidianos, que amenazan su autonomía y control sobre el proceso de vivencia de la enfermedad y gestión de su vida.

Pero ¿quiénes son los próximos? Son aquellas personas con las que se mantienen vínculos sociales en la cotidianeidad. Me irrita el modo reduccionista con que se trata esta cuestión en el mundo profesional de la salud, tan distanciado de las ciencias sociales. No se puede definir una geometría estable  del sistema de vínculos de una persona, de modo que se pueda articular un esquema uniforme e invariable. La red personal de cada enfermo es muy diferenciada, porque, lo que verdaderamente importa, es la naturaleza de los vínculos y sus propiedades. En el conjunto de vinculaciones, se seleccionan algunas relaciones intensas en cuanto a calidad de la interacción e influencia en el comportamiento. El enfermo puede tener un vínculo intenso afectivo con un familiar o amigo, peroser irrelevante en comununicación e incidencia. La singularidad y la complejidad son propiedades esenciales de la red personal. Los próximos cotidianos son heterogéneos para cada persona.

Los próximos, representan una amenaza considerable, en tanto que incitan a realizar pequeñas transgresiones, sin tener en cuenta el primer precepto de la "contabilidad de la vida" de un enfermo. Este es la ley de la suma. Las transgresiones se suman y acumulan, así como sus efectos negativos sobre el estado general. Los próximos adquieren la forma de familiares, amigos, compañeros, vecinos, así como una variada clase de lo que me gusta llamar "socios", denominando así a las relaciones episódicas entre personas unidas por algún interés común y desprovistas de afecto. Los próximos terminan por cercenar la autonomía personal y empujan al enfermo a la desestabilización.

Rememorando a un sociólogo tan perspicaz como Simmel, con el que tengo deudas cuantiosas,es preciso recordar que la mayoría de las violencias y los riesgos en la sociedad, se producen en el espacio privado. Esta proposición se confirma de modo creciente en el presente, donde las violencias derivadas de la expansión del mercado en el nuevo orden social, se extienden en el ámbito privado. Los familiares, los amigos y los vecinos, no siempre pueden ser considerados como vínculaciones positivas. En no pocas ocasiones pueden representar justamente lo contrario. En el caso de los enfermos diabéticos, son, con cierta frecuencia, una amenaza para los mismos. De ahí el título de tiranía.

Los próximos cotidianos se hacen presentes por irrupción. Aparecen súbitamente en cualquier situación. Es imposible evitarlos. Pero, el problema que representan, estriba en que en el imaginario colectivo en el que se inscriben, no cabe el concepto de cronicidad. Se sobreentiende que un enfermo está bien si se siente bien en ese momento. De modo que un diabético que responde "sí, estoy bien" puede ser requerido a realizar una transgresión, siempre definida en términos de "un poco de"; "Come un poco de"; "Si tan poco no puede hacerte daño"; "por una vez no pasa nada"; "no seas estricto"; "no hagas caso de los médicos".

La cronicidad no se encuentra representada en las mentes de los próximos, modeladas por la institución de la medicina, basada en terapias químicas y farmacéuticas, así como quirúrgicas, que extirpan el mal desde el exterior. Pero una regla de oro de la contabilidad de la vida de un enfermo diabético, es que, las transgresiones, tienen un precio aceptable si se realizan después de las tomas de insulina. Entre horas, los precios de cualquier transgresión se disparan exponencialmente. Es demasiado caro. Vivo en una tierra en la que el tapeo es la forma de relación social predominante. Se come y se cena mediante tapas, que son raciones pequeñas, que se consumen en intervalos de tiempo pausados. Una sesión de tapeo puede durar dos horas desde la primera tapa a la última. El precio para mí es prohibitivo. Tengo que comer después de la insulina, al menos veinte minutos después. Debo hacerlo de seguido. No puedo demorarme mucho entre platos. Mi cuerpo me ha enseñado que demorar la comida en intervalos muy espaciados, tiene efectos multiplicadores sobre las glucemias. Puedo comer lentamente, pero sin grandes pausas.

Las comidas convivenciales, los tapeos pausados y los aperitivos entre horas conforman el espacio en el que irrumpen los próximos cotidianos amenazando el control del enfermo. También las celebraciones de cualquier nivel, los días especiales, los acontecimientos colectivos celebrativos y cualquier situación ocasional en la que algún próximo cotidiano va a presionar para que el enfermo transgreda mis normas ¡un poquito¡ Pero la regla de la suma, la contabilidad de la vida, exige ser cuidadoso en las decisiones de transgresión, que deben situarse en el momento y tiempo adecuado. Las relaciones con los próximos, basadas en la lógica emocional que regula la vida cotidiana, muestran sus afectos con el enfermo de modo tiránico. Soy yo, porque te quiero, el que te demuestra el afecto mediante la proposición de la excepción. Tienes que responder que sí y estar agradecido por tal manifestación amistosa. Después, el próximo se esfuma y el enfermo debe lidiar con las consecuencias. Así, se quiebra la racionalidad de coste-beneficio del enfermo en la totalidad de su vida cotidiana. Los próximos, tiranos, porque no dialogan ni se atienen a razones. "No me harás eso a mí, que tanto me preocupo por ti", parecen decir.

Es tan denso y variado el repertorio de incitaciones que es imposible tratarlo en una entrada de estas características. Además de las comidas fuera y los tapeos y aperitivos, las comidas en casa donde los demás toman cosas prohibidas con un inevitable sentimiento de compasión; los regalos gastronómicos; las fiestas; las copas nocturnas, en las que comparece el ron y unas combinaciones de licores y azúcares que muestran el mayor grado de refinamiento de una civilización. Me detengo para evocar al mojito.Pienso que puede ser el emblema de la creatividad y la inteligencia aplicada a la vida. Después de su invención todo es inevitablemente decadencia.

En el último mes, he recibido los siguientes regalos perversos para mi enfermedad: una vecina que sabe de mi devoción por la tortilla de patatas, y que me cocina una cada cierto tiempo. Me la presenta por sorpresa en mi puerta, acompañada de una sonrisa que hace imposible cualquier diálogo. Sólo la ruptura tajante puede terminar con este ritual. Una mujer mayor, amiga de Carmen, que ha estado en Mallorca unos días y me ha traido una gran ensaimada y unas descomunales raciones de sobrasada dulce y picante. La sobrasada es un producto de un valor tan considerable, como, el de una diabetes.  Unos amigos entrañables, médicos por cierto, que me han hecho llegar un queso de Idiazábal, cuyo valor de uso (comerlo) es complementado con el valor simbólico-imaginario de retorno a los sabores de mi infancia. Ahora, en la soledad de mi casa, con el queso y la sobrasada en la nevera, pues la ensaimada la he regalado a otra persona, mi perra revolotea continuamente marcando el territorio de la nevera. Así,  todos los cálculos que conforman la contabilidad de la vida se desploman por explosión de los costes.

Pero ¿es posible decir que no? Aquí aparece el porqué del título "la tiranía". Es mucho más difícil que sortear al médico. Porque las relaciones con los próximos están regidas por el afecto y la emoción. Porque el imaginario que destierra la cronicidad propicia que se despliegue un sentimiento de compensación frente al mal que afecta al amigo o familiar. En los primeros años traté de "educarlos" por medio de la información. Pero es difícil que se entienda la diabetes. Se necesita demasiada información para los amantes tiranos. Si ahora estás bien, sí se puede. Una enfermedad que puede variar tu estado en horas o minutos es difícil de afrontar y entender. Insisto en que la gestión de la enfermedad tiene que compatibilizar el día, la semana, el mes y el más allá. En cualquier momento puede aparecer un próximo para alterar tus cálculos. La dulce tiranía de los próximos. Parece cierto que algunos cariños matan.