MIRADAS INCISIVAS
Los desaparecidos son los crecientes contingentes de personas que son desplazadas a los márgenes, o al exterior del mercado de trabajo regulado, en el curso de la reestructuración neoliberal. Su exclusión del trabajo inicia una cadena de marginalizaciones, que se extienden progresivamente a la totalidad de sus vidas. La centralidad del trabajo implica que quien carezca del mismo, es estigmatizado y desplazado. Este colectivo es definido como un problema, configurando una imagen negativa en los medios de comunicación. Estar desempleado o en una situación de riesgo de estarlo, implica la desaparición progresiva de la vida social. Este colectivo, va siendo desplazado del espacio mediático, político y, por último de las políticas públicas. La respuesta de la mayoría de las personas en esta situación es replegarse a su espacio más privado. En este sentido, conforman un inquietante fenómeno de desaparición colectiva, de renuncia gradual a hacerse presente en el espacio público.
Los desaparecidos no son sólo los integrantes del desempleo registrado por las agencias estatales, sino, además, aquellos numerosos trabajadores informales de la economía sumergida, de las múltiples actividades invisibles a los ojos de las estadísticas del estado emprendedor, y , también, los segmentos hiperprecarizados, con trayectorias laborales discontinuas. La concurrencia de estos segmentos de la fuerza laboral, conforma un conglomerado heterogéneo precarizado y vulnerabilizado, en el que coexisten distintas combinaciones de factores de fragilidad. Su existencia produce un efecto disciplinador para la totalidad de la fuerza de trabajo. Así, desempeña un importante papel en la economía postfordista global. Este conglomerado precarizado constituye una pieza esencial, oculta del proyecto neoliberal. En el final de la senda se encuentra este numeroso contingente, que asegura la disciplina laboral drástica y los bajos salarios, condiciones necesarias para la recuperación del crecimiento económico, entendido como una relación entre magnitudes, una de las cuales es los beneficios. Es pertinente interrogarse acerca de qué clase de democracia política es posible con la relegación radical de este importante sector social.
En España, los desaparecidos proceden del desplome de la economía industrial, que gradualmente va disminuyendo sus actividades, generando ex-obreros y ex-empleados que se van acumulando por efecto de la reestructuración de la economía global, que mediante la deslocalización, transfiere actividades a espacios-mundo donde los costes salariales se minimizan. La expansión en los años noventa de la construcción y las infraestructuras, compensa en términos de empleo la sangría industrial. El estallido de la burbuja inmobiliaria hace concurrir ambos segmentos, disparando la magnitud del desempleo.
El desplome de la industria, junto con el de lo que ha sido denominado como "el ladrillo", genera un efecto dominó sobre múltiples segmentos de la economía. Disminuyen los negocios de ocasión nacidos al amparo de la expansión. Asimismo, los servicios y otros sectores productivos. El retroceso termina afectando al empleo estatal, incrementado constantemente desde los años nochenta. Los proyectos múltiples de actividades nacidas al amparo del excedente económico, los dispositivos de los servicios de salud, los docentes de todos los niveles del sistema educativo, los profesionales de los servicios sociales, los investigadores, los profesionales de la comunicación y la cultura. Asimismo, muchas de las mujeres incorporadas al mercado de trabajo en situación frágil, como los jóvenes, que son retenidos en los contenedores de los terceros ciclos del sistema educativo. El sumatorio de todos estos segmentos conforma el conglomerado precarizado que sustenta la desaparición gradual de esta población crecientemente sumergida.
Los distintos componentes del conglomerado precarizado, nucleado en torno a los desempleados, son víctimas de la escasa capacidad emprendedora de las élites económicas. La fragilidad del proyecto nacido en la transición española, junto a la dirección cuasicatastrófica de la economía, la política y la sociedad, protagonizada por la clase dirigente postfranquista, ha propiciado una situación trágica para los sectores sociales más débiles. Sin embargo, las narrativas imperantes sobre esta etapa, eximen de cualquier responsabilidad a las élites y a los beneficiarios de las sucesivas expansiones anteriores a la crisis. Esta se entiende como un accidente externo, ajeno a las actuaciones de las élites financieras, empresariales, políticas y culturales. En este contexto las víctimas de la reestructuración, el conglomerado precarizado, son marcadas, señaladas y culpabilizadas en el vacío de responsabilidades de las instituciones.
Así es como los desaparecidos son denegados en su especificidad. No se distingue entre los exobreros industriales de edades avanzadas, los procedentes de la construcción, las mujeres expulsadas de los sectores de escasa productividad, los jóvenes supuestamente sobrecualificados, los profesionales interinos resultantes del apogeo del estado, así como de otras procedencias. Todos son amasados en la categoría "parados". Se hace énfasis en que su "inserción" depende de su formación. Su situación es presentada en términos de una partida de gasto público. Esta población es tratada como la de un campo de concentración, en el que lo importante es que sea vigilada y ordenada en una cola de espera. Las agencias que inspeccionan sus competencias cumplen el papel de los antiguos vigilantes uniformados.
La voz de estos colectivos, es suplantada en el sistema mediático, político y sindical, en donde son entendidos como un problema, cuya significación se encuentra por encima de los intereses de ellos mismos. Así se produce el espectáculo mediático y político de los "debates" en los media, donde se muestran las miserias cognitivas de la clase dirigente, la ausencia de responsabilidad en grado supremo, así como la utilización de este problema como un arma a utilizar contra el enemigo político. La trivialidad en la definición de las situaciones, en los contenidos de las comunicaciones, junto a la desaparición fáctica de los afectados, convertidos en un espectro, son los indicadores de la marginalidad de este grupo en el sistema político. De este modo, el conglomerado precarizado y vulnerabilizado es víctima de la incapacidad de las élites de generar actividades sostenibles, así como de un conjunto de instituciones que agotan sus energías en los procesos de distribución del poder político. Las élites españolas postfranquistas no se muestran capaces de transpasar el dintel de la adquisición y conservación de las cuotas de poder electoral. Nada más.
Pero el problema principal del conglomerado precarizado y vulnerable es que, la nueva racionalidad del poder neoliberal, se funda en el principio de la abolición de las condiciones sociales. Se supone que cada individuo alcanza la posición que detenta, en función de sus capacidades, manifestadas en la competencia con los demás. De este modo, se estima que las personas desempleadas o hiperprecarizadas son los menos competentes en la trepa laboral general. Así son implícitamente condenados a la condición de perceptor de subsidios, y obligados a demostrar sus esfuerzos por adquirir las competencias requeridas para insertarse en el mercado de trabajo.
Esta descalificación de los sectores sociales perdedores de la reestructuración, inicia una cadena de coherencias inquietante. Si se entiende que cada desempleado se encuentra en tal situación, por un déficit de competencia profesional, se construye una descalificación que se proyecta a las políticas públicas. Así se reestructura la educación, la sanidad y los servicios sociales mediante un proceso de desuniversalización, que abre el camino a la creación de mercados severamente estratificados. De este modo, el conglomerado precarizado es desplazado a una invisible pero férrea frontera social.
La respuesta de las personas relegadas o expulsadas del mercado de trabajo es el abandono progresivo del espacio público. Se genera un sentimiento de impotencia, que abre paso a una interiorización de la culpa, terminando en la adopción de la verguenza en distintos grados. Así, estos colectivos desaparecen de la vida pública. No están en la calle, en los espacios públicos o en los parques. Se encierran en el enclaustramiento doméstico, frente a las pantallas múltiples, donde son tratados como una masa que se define por una cifra que es preciso reducir, y cuyo valor resulta de la comparación con la medición anterior. Así son humillados cuando un descenso del número total, es interpretado en términos triunfalistas. La vida diaria de los desaparecidos tiene momentos sociales, cuando van a las oficinas de cualquier agencia, a algún lugar para buscar trabajo, o a recoger a los niños del colegio. Pero la mayor parte del tiempo su condición es rigurosamente individual, como miembros de una audiencia, conformada sobre un espectáculo articulado sobre los dos polos del miedo y la esperanza.
Pero estos colectivos. tienen un conjunto de capacidades y potencialidades que pueden ser convertidas en aportaciones a la sociedad. El problema es que la estructura central, el raquítico mercado de trabajo configurado por las deficitarias élites, no los necesita. El problema son las estructuras y las instituciones presentes, que producen deshechos sociales que cuestionan una sociedad libre e igualitaria. Pienso en la gente que puede producir servicios personales, en la potencialidad creadora de los jóvenes o de los profesionales desplazados por la reestructuración del estado. ¿cómo pueden ser constituidos por residuos sólidos? La pregunta fundamental es si este problema tiene una solución. Pero quizás la solución sea cambiar alguna de las estructuras esenciales. Pero esto es difícil introducirlo en el espectáculo político y mediático.
Muy interesante y subversivo como siempre Juan. Tus lineas me plantean polos en los que pensar. Por ejemplo qué tipo de subjetividad proyectan los discursos de la época, quizá una sociedad voyeur relegada a un segundo plano de realidad en el espacio privado. Lo interesante es pensar cómo esas conductas disciplinadas pueden sublimarse...
ResponderEliminarUn abrazo!!
Carlos
ResponderEliminarLo característico de la época es el vaciamiento del espacio público. Este es desplazado detrás de las pantallas. Comparto entonces la denominación voyeur. Lo social se ubica en el mundo vivido, que es donde se establecen relaciones sociales. Este mundo es una sucesión de pasarelas por donde se circula cuando se sale del hogar, sede de las pantallas múltiples. Así la presencia corporal en las instituciones es evanescente.
En el caso de los desempleados y precarizados severos se intensifica esta situación. Mñas hogar y más sumergida la trama de pasarelas por donde circula
Un abrazo
Hoy escuchaba "Despierta", de Ismael Serrano. Y entre sus versos, me ha venido a la mente esta entrada.
ResponderEliminar"Sin querer, llegará abril pero oscuro y sin claveles
y tú mirarás los días como quien mira la nieve
caer sobre la ciudad, alunada y siempre hambrienta
y la crisis va llenando de dormidos las cunetas.
Y tú hibernando, ausente, exhausto y sin latido,
vencido por el miedo y la luz de los mercados,
cansado ya, quizá de estar perdido. Perdido."
"Que el destino no lo parió la miseria en la que duermes."
Y, por asociación, también me ha venido la letra de "Podría ser", del mismo autor.
"Contando monedas para comprar cigarros
regreso a mi casa sumando derrotas.
Vuelvo sin excusas, sin paz ni trabajo
y a nuestro futuro le arrancan las horas.
Y en casa me espera
mi razón de vida,
el calor de hogar.
Llevo la vergüenza,
las manos vacías,
la precariedad."
Saludos...
Muchas gracias por tu aportación Silvia. Los poetas son más elocuentes que los sociólogos.
ResponderEliminarLeyendo tu entrada y pensando en esta noticia http://ccaa.elpais.com/ccaa/2013/05/21/madrid/1369121432_408688.html
ResponderEliminar...
Jesús