Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

jueves, 30 de mayo de 2013

EL MILAGRO DE LOS VERGELES

Esta es una historia que ocurre en Los Vergeles, un barrio de Granada. Se trata de un ser humano extraordinario, cuyo comportamiento está dotado de dimensiones no encuadrables en los esquemas prevalentes de la época del crecimiento sin fin. Trabaja en una cafetería muy concurrida, donde se hace cargo de la elaboración del pan de los desayunos, que aquí se denominan "las medias". Ejerce su tarea con meticulosidad, a pesar de la acumulación de clientes, pero lo hace siempre cantando. Mientras administra el tratamiento de los distintos panes y grasas, no deja de canturrear. Así se conforma como una realidad insólita, en tanto que la ciencia, el management y todas las empresas de domesticación comercial se han detenido frente a él. Es un ser inexpugnable para las fuerzas que moldean las vidas de los esforzados detentadores de carreras profesionales y trayectorias de estilos de vida mutantes en búsqueda de lo excelente. Por eso, allí, detrás de la barra, frente a nosotros, su canturreo constituye un desafío a las vidas programadas por las instituciones del crecimiento y un símbolo de la buena existencia.

La cafetería donde desempeña su trabajo se encuentra enclavada en el barrio de los Vergeles. Esta es una zona en la que los sucesivos procesos de modernización coexisten con grupos de pobladores que despliegan prácticas sociales que conservan rasgos significativos del pasado.Grupos de personas mayores están en la calle sin intención de hacer ninguna cosa funcional, sólo el placer de estar, mirar y disfrutar del devenir de lo que se mueve a su alrededor. Se mira, se habla y se rie, de un modo que, sólo puede ser posible en el caso de una persona que haya protegido su vida cotidiana de las problematizaciones inducidas por los distintos grupos de expertos, que la han colonizado en el curso de las sucesivas modernizaciones. Así, los contingentes de gentes de edades avanzadas, pueblan las terrazas, las calles, las pescaderías, las carnicerías y las fruterías de un modo insólito. La compra es vivida como un acto social de temporalidad lenta. Se habla, se cuentan las recetas de cocina, las contingencias de sus familiares y conocidos, y se manifiesta una cordialidad inimaginable en los sujetos más modernizados que pueblan los supermercados, en donde los individualizados buscadores de tesoros gastronómicos, apenas hablan entre sí.

La mañana es el tiempo esplendoroso en los Vergeles. Después de la noche, en la que se han reparado las fuerzas después de la ración prolongada de televisión, los cuerpos piden salir a realizar las obligaciones cotidianas y los requerimientos de la socialidad. El encierro doméstico en el hogar-fortaleza se atenúa y se instaura un tiempo social. Las calles se pueblan de transeuntes procedentes de los contingentes sociales liberados de las temporalidades escolares y laborales, inevitablemente modernizadas. Así es como, después de las nueve y hasta casi las doce, un contingente de jubilados, amas de casa, esforzados y esperanzados difusores de su curriculum vitae, así como otras especies entrañables, pueblan las calles con pequeñas trayectorias entre las tiendas, llegando incluso a traspasar la frontera de los extraños a su mundo,  que se han hecho presentes, tan bien representados por "el mercadona". En este tiempo y en este espacio reinan las cafeterías y los bares con sus terrazas donde resplandecen las personas inscritas en las distintas categorías, unificadas por un nivel de empleabilidad manifiestamente mejorable.

La cafetería en la que el cantor despliega su enorme humanidad, tiene una estética pavorosa, propia de la primera modernización, que en Graná tuvo lugar en los años setenta. Es un local muy amplio, con una larga barra y muchas mesas. En el exterior se despliega una terraza con una docena de mesas. Cuando pasan las nueve de la mañana, y las poblaciones activas y escolarizadas ya se han desplazado a sus destinos, comparecen sucesivamente un gran número de personas que ocupan todos los lugares del local, para ejecutar un acto trascendente: su desayuno. Este es social, lento y convivencial. Las gentes hablan, se saludan, se desplazan para hablar a otras mesas,pero lo que abunda es  un componente de cordialidad y sentido del humor insólito, totalmente asimétrico del que existe en la cola de un hipermercado, donde cada uno se encuentra inserto entre dos extraños y potenciales enemigos.

Los clientes son de lo más variopinto. Dominan los mayores, jubilados y amas de casa principalmente, pero también están presentes varones expulsados del mercado de trabajo antes de la jubilación. Junto a ellos, grupos de mujeres más jóvenes, que se congregan para compartir un rato de conversación, para diseminarse después en múltiples obligaciones sociales para su generación, así como actividades semiproductivas informalizadas, no visibles para las estadísticas oficiales. Apenas se hacen presentes personas identificadas como empleadas. Las estéticas son muy diferenciadas, aunque predominan las austeras de los hombres mayores, que remiten a su origen rural. En  las de las mujeres mayores, se manifiestan algunos elementos importados del presente, que invitan a imaginar las bellezas de su pasado, reconvertidas hoy en otros encantos a pesar de la ausencia de la industria del cuerpo. En el caso de las mujeres jóvenes informalizadas, se muestran esplendorosas, con sus atuendos y complementos acordes a los imperativos del presente.

Los camareros se mueven muy deprisa. Me recuerda a las cafeterías de Madrid, en contraste con la lentitud y parsimonia granaína. Se hace manifiesta una cultura de servicio muy auténtica, alejada de los patrones de las escuelas de hostelería, coherente con el entorno en el que se encuentra. Hay que atender a grupos en los que cada persona pide una bebida, tipo de pan y grasa diferente. Cafés sólos, cortados, largos, cortos; tés verdes, rojos y especiales; así como una variedad de manzanillas y otras bebidas que tienen su origen en plantas que recuerdan el pasado rural de los clientes. Además, panes blancos, integrales, molletes y otros. Todos acompañados por aceites, mantequilla, tomate y otros. Algunos piden el catalán, en el que se hace presente el triplete tomate, aceite y jamón. Es preciso manejar una cartera de servicios amplia, sin la posibilidad de determinar las prestaciones básicas.

La concentración de clientes determina el movimiento rápidos de los camareros. La división de trabajo y las comunicaciones constituyen el entorno en el que aparece, en el centro de la barra, la figura portentosa del cantor. Se ocupa de preparar las tostadas. Recibe los encargos apresurados de sus compañeros , que se acumulan en determinados momentos, intensificándose los requerimientos e intensificándose los ritmos. Pero, la respuesta del cantor es inconmensurable. Maneja los distintos panes en una tostadora de tres pisos, junto a una plancha y un jamón colgado. Su trabajo requiere concentración y respuestas veloces y precisas. Se le comunican continuamente distintas combinaciones de tostadas, que saca en su punto exacto. Se gira con frecuencia para ver a los clientes, de los que conoce sus preferencias. A veces, si están en la barra, los sirve el mismo. Con su vozarrón dice "joven, lo suyo". Es increíble su precisión, eficacia y coordinación con los camareros. Pero lo principal es cómo resuelve los tiempos. Todo eso lo hace con una sencillez y una cordialidad asombrosa. Porque no deja de canturrear.

Su cuerpo es imponente. Es una persona entrada en kilos, con una obesidad distinguida. Tiene una enorme y bella cabeza. Su peinado es muy cuidado, con unas patillas sofisticadas que exigen un mantenimiento renovado. Su estómago y tripa es imponente. Pero, a pesar de su elevado indice de masa corporal, su cuerpo es proporcionado. Mi padre distinguía entre gordos fuertes y gordos fofos. Este es de los fuertes. Es ágil, se mueve con rapidez. Además es musculado y proporcionado. Pero lo principal es que el conjunto de su obesidad denota cierta elegancia. Siempre he pensado eso de algunos de mis héroes caracterizados por el sobrepeso. Uno de ellos es Orson Wells, un obeso superelegante. Llevar bien los excesos es muy importante en la vida. En el caso del exceso de kilos, es casi un arte menor.

Pero lo más importante es su forma de estar. Un tipo en medio del torbellino de tostadas, meticuloso con su trabajo, que distingue a cada cliente, que resuelve sabiamente las inevitables desavenencias con sus compañeros. Sólo voy una vez por semana y me reconoce. Sabe exactamente cómo es mi media. Alguna vez me la sirve él mismo. Sin cruzar palabra es sabedor de mi agradecimiento porque no sólo está en su punto exacto, sino que está atento a cualquier señal. Un tipo que canta denota su estado de ánimo privilegiado. Recuerdo a muchas amas de casa, pintores de brocha gorda, obreros de la construcción, conductores y otros privilegiados cantores de mi infancia. Desde hace muchos años vivo en organizaciones profesionales gobernadas por la calidad y la evaluación. En ellas no he visto cantar a nadie e intuyo que nadie está en situación de cantar. Cantar es un estado personal fantástico. Me atrevo a preguntar a los lectores si cantais en el cuarto de baño por las mañanas durante el inevitable encuentro con el espejo.

El cantor de los Vergeles es factible en tanto que su mente se encuentra liberada de las lógicas de las instituciones del crecimiento. No hay misterio alguno en su vida ni en su trabajo. Se siente bien realizando todos los días ese servicio a la gente que visita la cafetería y que volverá mañana a reproducir ese momento plácido del desayuno convivencial. Su trabajo es recompensado por el retorno y por la emisión de señales amistosas, expresadas con simpatía y autenticidad. Este es el sentido. Aquí no hay encadenamiento de retos. Sólo nos sentimos bien en ese momento del día. Este fantástico acontecimiento se produce en el margen de la producción industrial de los servicios, que es incompatible con este proceder, y que modifica los sentidos del milagro de los Vergeles, que resulta de la fusión convivencial entre la cafetería y sus públicos. Todo es transparente, cotidiano y sencillo. Es un territorio donde se privilegia el sentimiento.

Cuando salgo regreso al mundo racionalizado y dominado por el cálculo empresarial, en donde soy un cliente fabricado, siendo observado, investigado e interpretado para exprimir y maximizar mis aportaciones a los consumos, percibo las grandes diferencias. La comunicación es fingida. Por eso me acuerdo de mi experiencia de los desayunos desmodernizados de los Vergeles, amenizados por el canto del prodigioso hombre de las tostadas tan cordiales. Esta es una experiencia que me hace imaginar qué puede ser el decrecimiento. Como mínimo la cordialidad, el intercambio amistoso múltiple, la risa y el canto. Seguimos.

sábado, 25 de mayo de 2013

BLACK MIRROR: 15 MILLONES DE MÉRITOS


Hace dos años quedé fascinado por la serie de televisión norteamericana The Wire. Vi uno detrás de otro los capítulos de todas las temporadas, con una compulsión y adicción acumulativa. Me produjo tal impacto que me hizo sentir muy pequeña a la sociología frente a la mirada y el texto tan poderoso de David Simon. Allí se ensamblaban el actor y el sistema, lo micro y lo macro, la política y las organizaciones, la persistencia y el cambio, el poder y el saber, la vida y la subjetividad. Las desventuras de los detectives McNulty y Freamon, buscadores de la eficacia policial,  que se desvanece en la frontera con el campo del poder, que representa en toda la serie el teniente Daniels. Mi posición personal sostenida, que entiende  que en los hechos sociales siempre existen factores específicos, de modo que es necesario tener precaución en el manejo de las categorías generales, fue arrasada por las semejanzas tan inquietantes entre Baltimore y las ciudades españolas en las que había vivido. Todas las densidades posibles se hacían presentes en The Wire.

Hace dos semanas, en una clase en la facultad, un grupo de estudiantes presentó una serie de televisión británica, Black Mirror. Me ha producido un impacto semejante a The Wire. En esta serie, se propone una visión del futuro inmediato, configurado por los impactos en la vida de las nuevas tecnologías. En la clase vimos el capítulo 2 del primer año de emisión "15 million merits". En los comentarios posteriores, algunos estudiantes plantearon la idea de que no se trataba tan sólo de una visión de futuro, sino que ya estaban presentes algunos de los elementos de la narración. En este grupo habíamos tratado recientemente la emergencia de la sociedad mediática y su tránsito a la sociedad postmediática, mediante la multiplicación y personalización de las pantallas. Sobre estas clases se proyecta la lúcida y singular visión de Guy Debord y sus conceptualizaciones acerca de la sociedad del espectáculo.

Este capítulo no es el mejor de la serie, pero lo voy a comentar por ser el primero que he visto y por sus vínculos con la entrada reciente de "la nueva matriz individual". Voy a dar mi versión libre desde mi esquema referencial y mi subjetividad. La cuestión fundamental es responder a la pregunta suscitada en la clase ¿existen en el presente indicios de la realidad presentada en este capítulo de Black Mirror? Al final paso un video sobre la misma. Todos los capítulos podéis encontrarlos en internet. Lo recomiendo vivamente.

La primera cuestión que se suscita es el sentido de las vidas en tan avanzada sociedad. Lo fundamental es comprender que el imperativo central es hacer méritos que se cuenten y se acumulen. Estos son la forma de acceder a posiciones de privilegio, que es lo que proporciona un horizonte a la existencia, movilizando las energías individuales. Pedalear sin descanso para alcanzar el umbral que haga posible el salto. La analogía con la carrera profesional del presente es obvia. De lo contrario, el riesgo de descenso a la limpieza que es ejecutada por los gordos, que representan la categoría inferior, equivalente al conglomerado precarizado definido en este blog. No detenerse nunca, sumar siempre , este es el código de los esforzados súbditos de tan evolucionada sociedad.

Si la vida es acumular méritos, eso se hace en solitario. La individualización es rigurosa y estricta. Cada uno a lo suyo. Se duerme, se come, se pedalea, se goza, se mira y se elige en solitario. El sujeto que resulta de este progresado sistema tiene una socialidad limitada. No está inserto en ningún colectivo natural. Él mismo elige como espectador en el menú que se le ofrece en las pantallas sucesivas que pueblan sus tránsitos diarios. La única sociabilidad posible es fundirse en las intensidades emocionales catódicas que los programadores ponen a su disposición. Las imágenes de los súbditos que han acumulado los méritos para presentarse a las pruebas de promoción, en la que cada uno ensaya su presentación, son memorables. Todos son enemigos de todos. Se asemejan a algunos de los departamentos universitarios u organizaciones profesionales en la actual infancia de la era de la evaluación. Se han disipado los grupos naturales sin los que es imposible entender a las personas en las sociedades del pasado. Ahora es un solitario sin familia, sin arraigo local, sin una clase social o referencia colectiva. Sólo elige en un menú interminable que lo distingue de los demás.

La vida diaria de los súbditos tiene lugar en espacios y contextos configurados por los programadores. Se cumple el precepto enunciado por Foucault, acerca de la naturaleza del poder, que transpasa los umbrales de lo estatal para inscribirse todos los espacios públicos y privados. El sujeto transita desde una celda-dormitorio individual al lugar donde pedalea sobre su bici, y es estimulado por su pantalla individual, terminando donde come en solitario. Todos los tránsitos tienen lugar en pasillos, ascensores, pasarelas donde no es posible la relación. Se resalta la importancia de la arquitectura. El presente evidencia el inicio de esta mutación. Los centros educativos, los edificios públicos y privados múltiples, en los que la red de pasillos son el contenedor de los flujos y las trayectorias de los súbditos, movilizados por la producción de sus méritos. Sólo es posible encontrarse. Se descarta estar. Los espacios son así vaciados. Las oficinas transparentes, los encuentros en los ascensores, las redacciones de las teles como fondo de los presentadores, los espacios en las facultades universitarias, donde se instalan microondas para que un estudiante solitario caliente su comida, para consumirla sólo en espera de su siguiente práctica programada, cuyo horario es diferente del de sus antaño compañeros, ahora miembros en una lista común, que se disipa y se rehace en cada materia y en cada cuatrimestre. La vieja plaza queda relegada al pasado para las sociedades de esforzados súbditos, cuya competencia esencial es la gestión de su propio tiempo.

El entorno físico es  totalmente artificial. La naturaleza es reemplazada por un medio que resulta de su simulación. El despertador es un gallo que comparece en la celda-dormitario como una simulación del campo. Los espacios son creados por los programadores mediante la sustitución de lo natural por lo virtual. Parece inevitable retrotaernos al presente, en el que las instituciones creadas en la mitad del siglo anterior, los grandes almacenes y los centros comerciales, han evolucionado conquistando la hegemonía en los modelos de los nuevos edificios.  Todos los demás los imitan. Como decía el sociólogo Jesús Ibáñez, en el Corte Inglés nunca se pone el sol. La luz es siempre la misma, así como la temperatura. Se trata de un espacio segregado de la realidad circundante.  En los centros comerciales y grandes almacenes, climatizados y con una luz constante, reina la primavera eterna.

Pero el elemento articulador del mundo presentado en este capítulo es el de la promulgación de un espectáculo total. Las pantallas son omnipresentes y las personas son polarizadas por ellas convirtiéndose en espectadores. El espectáculo suplanta a la vida y reconstituye un sujeto formateado por esa relación. El poder emite contenidos multimedia y el súbdito elige. La sanción consiste en menguar la elección y obligar a visualizar contenidos. La socialidad consiste en inscribirse en una audiencia construida mediante la concurrencia de electores individuales. El viejo pueblo deviene en audiencia. Ni siquiera quiero comentar el presente en relación a la sociedad del espectáculo total.

Pero no puedo evitar entrelazar algunas de las cuestiones que he suscitado. Los guiones de programas como Gran Hermano y otros del estilo, sintetizan los códigos de estas sociedades. Se trata de juegos donde se tiene que competir y eliminar a los iguales, sin cuestionar las reglas ni las autoridades. Todo el juego se desarrolla ante la mirada de la audiencia, en nombre de la cual se ejecuta a los nominados y expulsados. Como en el ámbito laboral y en las comunidades artificiales que comparten estilos de vida. La audiencia, una esfera configurada por sondeos que termina siendo interpelada como si de una realidad se tratase. El texto que inaugura este blog, "del cero al uno", suscita esta inquietante cuestión. La masa mediática aparece ya como muñecos que ejecutan el principio esencial sobre el que se asienta esta realidad naciente: Un fuerte aplauso. Me impresiona mucho el papel de los públicos congregados como fondo en las actividades televisivas del presente. Aplauden sucesivamente intervenciones de signo contrario ¡que nadie se alarme¡ ya sé que la decisión la toma un programador que decide cuándo aplaudir y les obliga a hacerlo, mediante una señal imperativa, semejante a la que ejecutan los directores de los grupos parlamentarios para comunicar el voto a los señores representantes.


¡qué miedo me da todo esto¡ ¿podemos detener este proceso que se ha iniciado? ¿cómo podemos hacerlo?
Termino recalcando que lo más similar entre esta profecía y el presente es el comportamiento en los ascensores. Todos los días subo en uno en mi facultad. Nadie se saluda ni se devuelve el saludo. El otro no existe. Porque no forma parte del mundo que cada cual lleva en su pantalla mientras transita por las pasarelas. Somos extraños unos de otros en los espacios públicos tradicionales ¡qué miedo¡



Espero vuestros comentarios

lunes, 20 de mayo de 2013

LOS DESAPARECIDOS

                                         MIRADAS INCISIVAS

Los desaparecidos son los crecientes contingentes de personas que son desplazadas a los márgenes, o al exterior del mercado de trabajo regulado, en el curso de la reestructuración neoliberal. Su exclusión del trabajo inicia una cadena de marginalizaciones, que se extienden progresivamente a la totalidad de sus vidas. La centralidad del trabajo implica que quien carezca del mismo, es estigmatizado y desplazado. Este colectivo es definido como un problema, configurando una imagen negativa en los medios de comunicación. Estar desempleado o en una situación de riesgo de estarlo, implica la desaparición progresiva de la vida social. Este colectivo, va siendo desplazado del espacio mediático, político y, por último de las políticas públicas. La respuesta de la mayoría de las personas en esta situación es replegarse a su espacio más privado. En este sentido, conforman un inquietante fenómeno de desaparición colectiva, de renuncia gradual a hacerse presente en el espacio público.

Los desaparecidos no son sólo los integrantes del desempleo registrado por las agencias estatales, sino, además, aquellos numerosos trabajadores informales de la economía sumergida, de las múltiples actividades invisibles a los ojos de las estadísticas del estado emprendedor, y , también, los segmentos hiperprecarizados, con trayectorias laborales discontinuas. La concurrencia de estos segmentos de la fuerza laboral, conforma un conglomerado heterogéneo precarizado y vulnerabilizado, en el que coexisten distintas combinaciones de factores de fragilidad. Su existencia produce un efecto disciplinador para la totalidad de la fuerza de trabajo. Así, desempeña un importante papel en la economía postfordista global. Este conglomerado precarizado constituye una pieza esencial, oculta del proyecto neoliberal. En el final de la senda se encuentra este numeroso contingente, que asegura la disciplina laboral drástica y los bajos salarios, condiciones necesarias para la recuperación del crecimiento económico, entendido como una relación entre magnitudes, una de las cuales es los beneficios. Es pertinente interrogarse acerca de qué clase de democracia política es posible con la relegación radical de este importante sector social.

En España, los desaparecidos proceden del desplome de la economía industrial, que gradualmente va disminuyendo sus actividades, generando ex-obreros y ex-empleados que se van acumulando por efecto de la reestructuración de la economía global, que mediante la deslocalización, transfiere actividades a espacios-mundo donde los costes salariales se minimizan. La expansión en los años noventa de la construcción y las infraestructuras, compensa en términos de empleo la sangría industrial. El estallido de la burbuja inmobiliaria hace concurrir ambos segmentos, disparando la magnitud del desempleo.

El desplome de la industria, junto con el de lo que ha sido denominado como "el ladrillo", genera un efecto dominó sobre múltiples segmentos de la economía. Disminuyen los negocios de ocasión nacidos al amparo de la expansión. Asimismo, los servicios y otros sectores productivos. El retroceso termina afectando al empleo estatal, incrementado constantemente desde los años nochenta. Los proyectos múltiples de actividades nacidas al amparo del excedente económico, los dispositivos de los servicios de salud, los docentes de todos los niveles del sistema educativo, los profesionales de los servicios sociales, los investigadores, los profesionales de la comunicación y la cultura. Asimismo, muchas de las mujeres incorporadas al mercado de trabajo en situación frágil, como los jóvenes, que son retenidos en los contenedores de los terceros ciclos del sistema educativo. El sumatorio de todos estos segmentos conforma el conglomerado precarizado que sustenta la desaparición gradual de esta población crecientemente sumergida.

Los distintos componentes del conglomerado precarizado, nucleado en torno a los desempleados, son víctimas de la escasa capacidad emprendedora de las élites económicas. La fragilidad del proyecto nacido en la transición española, junto a la dirección cuasicatastrófica de la economía, la política y la sociedad, protagonizada por la clase dirigente postfranquista, ha propiciado una situación trágica para los sectores sociales más débiles. Sin embargo, las narrativas imperantes sobre esta etapa, eximen de cualquier responsabilidad a las élites y a los beneficiarios de las sucesivas expansiones anteriores a la crisis. Esta se entiende como un accidente externo, ajeno a las actuaciones de las élites financieras, empresariales, políticas y culturales. En este contexto las víctimas de la reestructuración, el conglomerado precarizado, son marcadas, señaladas y culpabilizadas en el vacío de responsabilidades de las instituciones.

Así es como los desaparecidos son denegados en su especificidad. No se distingue entre los exobreros industriales de edades avanzadas, los procedentes de la construcción, las mujeres expulsadas de los sectores de escasa productividad, los jóvenes supuestamente sobrecualificados, los profesionales interinos resultantes del apogeo del estado, así como de otras procedencias. Todos son amasados en la categoría "parados". Se hace énfasis en que su "inserción" depende de su formación. Su situación es presentada en términos de una partida de gasto público. Esta población es tratada como la de un campo de concentración, en el que lo importante es que sea vigilada y ordenada en una cola de espera. Las agencias que inspeccionan sus competencias cumplen el papel de los antiguos vigilantes uniformados.

La voz de estos colectivos, es suplantada en el sistema mediático, político y sindical, en donde son entendidos como un problema, cuya significación se encuentra por encima de los intereses de ellos mismos. Así se produce el espectáculo mediático y político de los "debates" en los media, donde se muestran las miserias cognitivas de la clase dirigente, la ausencia de responsabilidad en grado supremo, así como la utilización de este problema como un arma a utilizar contra el enemigo político. La trivialidad en la definición de las situaciones, en los contenidos de las comunicaciones, junto a la desaparición  fáctica de los afectados, convertidos en un espectro, son los indicadores de la marginalidad de este grupo en el sistema político. De este modo, el conglomerado precarizado y vulnerabilizado es víctima de la incapacidad de las élites de generar actividades sostenibles, así como de un conjunto de instituciones que agotan sus energías en los procesos de distribución del poder político. Las élites españolas postfranquistas no se muestran capaces de transpasar el dintel de la adquisición y conservación de las cuotas de poder electoral. Nada más.

Pero el problema principal del conglomerado precarizado y vulnerable es que, la nueva racionalidad del poder neoliberal, se funda en el principio de la abolición de las condiciones sociales. Se supone que cada individuo alcanza la posición que detenta, en función de sus capacidades, manifestadas en la competencia con los demás. De este modo, se estima que las personas desempleadas o hiperprecarizadas son los menos competentes en la trepa laboral general. Así son implícitamente condenados a la condición de perceptor de subsidios, y obligados a demostrar sus esfuerzos por adquirir las competencias requeridas para insertarse en el mercado de trabajo.

Esta descalificación de los sectores sociales perdedores de la reestructuración, inicia una cadena de coherencias inquietante. Si se entiende que cada desempleado se encuentra en tal situación, por un déficit de competencia profesional, se construye una descalificación que se proyecta a las políticas públicas. Así se reestructura la educación, la sanidad y los servicios sociales mediante un proceso de desuniversalización, que abre el camino a la creación de mercados severamente estratificados. De este modo, el conglomerado precarizado es desplazado a una invisible pero férrea frontera social.

La respuesta de las personas relegadas o expulsadas del mercado de trabajo es el abandono progresivo del espacio público. Se genera un sentimiento de impotencia, que abre paso a una interiorización de la culpa, terminando en la adopción de la verguenza en distintos grados. Así, estos colectivos desaparecen de la vida pública. No están en la calle, en los espacios públicos o en los parques. Se encierran en el enclaustramiento doméstico, frente a las pantallas múltiples, donde son tratados como una masa que se define por una cifra que es preciso reducir, y cuyo valor resulta de la comparación con la medición anterior. Así son humillados cuando un descenso del número total, es interpretado en términos triunfalistas. La vida diaria de los desaparecidos tiene momentos sociales, cuando van a las oficinas de cualquier agencia, a algún lugar para buscar trabajo, o a recoger a los niños del colegio. Pero la mayor parte del tiempo su condición es rigurosamente individual, como miembros de una audiencia, conformada sobre un espectáculo articulado sobre los dos polos del miedo y la esperanza.

Pero estos colectivos. tienen un conjunto de capacidades y potencialidades que pueden ser convertidas en aportaciones a la sociedad. El problema es que la estructura central, el raquítico mercado de trabajo configurado por las deficitarias élites, no los necesita. El problema son las estructuras y las instituciones presentes, que producen deshechos sociales que cuestionan una sociedad libre e igualitaria. Pienso en la gente que puede producir servicios personales, en la potencialidad creadora de los jóvenes o de los profesionales desplazados por la reestructuración del estado. ¿cómo pueden ser constituidos por residuos sólidos? La pregunta fundamental es si este problema tiene una solución. Pero quizás la solución sea cambiar alguna de las estructuras esenciales. Pero esto es difícil introducirlo en el espectáculo político y mediático.

miércoles, 15 de mayo de 2013

SARA: UNA HISTORIA HOSPITALARIA


El encuentro con Sara ocurrió en una habitación del hospital Virgen de las Nieves de Granada. Llegamos una noche del tres de enero, hace ya catorce años. Dejábamos atrás la tortura de transitar por los circuitos asistenciales de una eficiente compañia, ADESLAS, que se ofrece a los funcionarios como proveedora de los servicios sanitarios. Era nuestro primer año en la misma, cuando se desencadenó la enfermedad devastadora de Carmen. Durante meses se agravó su situación, en tanto que circulábamos por múltiples especialistas, materializando nuestro sagrado derecho a elegir. Pero  el diagnóstico del mal que le aquejaba, ni llegaba, ni se le esperaba, porque este sistema médico-comercial desintegrado, no está preparado para abordar un caso clínico complejo, que implica concurrencia de médicos y tecnología, siendo así su precio económico alto. Sin embargo, en ausencia de diagnóstico, era tratada con medicamentos variados, liderados por los corticoides. En el mes de agosto, la cartera de servicios de la compañía experimentó una disipación total y mágica. Para prevenirlo, fue tratada con una sobredosis de corticoides, que tuvo consecuencias fatales en su estado de salud. Tras varios meses interminables, logramos llegar a enero, fecha en que se podía cambiar al sistema público. El mismo dia del cambio fue ingresada.

En la habitación del hospital nos encontramos con Sara. Era una chica joven, de unos veinte años. Tenía síndrome de Down y, además,  una enfermedad del mismo rango que la de Carmen. Se encontraba en muy mal estado físico, después de una tarde de vómitos y dolores en Urgencias, pero se sentía optimista y esperanzada, pues sabía que iba a ser tratada por médicos profesionales, en un dispositivo organizativo integrado que dispone de la tecnología necesaria. Sara nos recibió con cordialidad y timidez. Pero la primera impresión, que después se confirmó, es que nos encontrábamos ante un ser humano formidable, que estaba apoyada por una familia sólida. Así se inició una relación fantástica entre estas dos grandes mujeres enfermas, Sara y Carmen.

Los hospitales son organizaciones complejas. En su espacio se producen sistemas de relaciones sociales diferenciados y que, no siempre, son complementarios. El sistema de atención médica, reformulado en los últimos tiempos por las instituciones centrales, la gestión y la tecnocracia, que imprimen un carácter técnico a la asistencia médica, que se entiende desde las coordenadas de la producción industrial. Este se hace manifiesto en las visitas de los médicos, las pruebas y los tratamientos, ejecutados en las habitaciones por las enfermeras. Otras instituciones centrales de la época, el marketing y la publicidad, se hacen presentes mediante la producción de una extraña "sonrisa institucional", que en un mundo tan especial es paradójica. Todavía se pueden encontrar médicos y enfermeras que tienen comportamientos profesionales convencionales, fundados en sentidos distintos de los de los del sistema de consumo imperante que los han absorbido. Pero, junto a los sistemas profesionales, se configura un sistema social de apoyo a los enfermos y de ayuda mutua entre los familiares, que carece de equivalencias en la sociedad actual. Sólo en las plazas del 15 M he visto actos de cooperación y ayuda mutua comparables a los que se producen entre los moradores de esta población , que constituye  el poblado de los enfermos hospìtalizados.

Carmen ingresaba por primera vez en este hospital, pero hasta su muerte  fue internada en muchos episodios consecutivos. En todas las ocasiones, las familias de los otros enfermos que compartían la habitación, nos han ayudado, percibiendo nuestra escasa "densidad familiar". He llegado a tener problemas de conciencia, porque siempre las mujeres que cuidaban a los otros enfermos se hacían cargo del cuidado de Carmen y me otorgaban un estatuto privilegiado. En no pocas ocasiones me llevaban comida que rechazaba con un sentimiento de verguenza. La solidaridad del clan familiar frente a la enfermedad se extendía a los compañeros del infortunado viaje. La familia de Sara fue la primera en la carrera cíclica de Carmen como paciente.

La conexión entre ambas fue mágica. Las dos, tan necesitadas de afecto en su situación, intercambiaron sentimientos y emociones intensas. Sara se volcó con Carmen, con un afecto tan transparente, sincero, torrencial e ingenuo, que parecía que nos encontrábamos ante una ficción. Tenía una capacidad increible de expresar un catálogo variado de sentimientos. No albergaba ni un ápice de un sentimiento negativo en su interior. Su vida se había desarrollado superprotegida por su familia. Tenía varios hermanos y todos se relevaban en su cuidado. En todos los casos se podía advertir un afecto contenido y sobrio ante los ojos extraños de los otros enfermos, pero muy auténtico. Consumían sus turnos con paciencia, ejecutando las pequeñas acciones de ayuda con un sello especial. Jamás vimos un comentario o gesto de queja ante la merma en las obligaciones de su vida exterior. Pero nos obsequiaban todos los dias con múltiples detalles maravillosos con su hermana.


Desde el primer momento se hicieron cargo de Carmen. La ayudaban a ir al baño, a su aseo, a cambiarla de posición, a aliviar los dolores en sus piernas, a estar siempre dispuestos y atentos a cualquier contingencia que pudiera surgir. En la habitación se había configurado una relación entrañable entre las dos mujeres, que se hacía extensible a todos los presentes. Un par de dias después llegó otra enferma de características distintas.

Sara y Carmen conversaban y reian. Se contaban sus ficciones, sus males, sus esperanzas y sus sueños. Se aliviaban intercambiando sus penas. Así se construyó una verdadera relación basada en un catálogo de sentimientos que rara vez se manifiestan juntos. Aprovechaban los tiempos en los que podían hablar solas en voz baja. Sara era tan tierna, transparente y bondadosa que hacía reir frecuentemente a Carmen. Sus ojos vivos y tímidos, sus tonos de voz, sus mimos múltiples, su cordialidad y su alegria por saberse querida por todos los pobladores de la habitación. El sistema profesional había quedado relegado por la calidad de las relaciones emocionales de las enfermas y sus acompañantes. En pocos días su relación había adquirido una solidez inimaginable en una sociedad presidida por las instituciones de pesar, medir y comparar todo, para clasificar a las personas en gradientes siempre provisionales, en espera de un nuevo episodio de competición.

Cuando habían pasado cinco o seis días, sucedió un evento fantástico. Sara trabajaba en un centro de empleo para personas con síndrome de Down. Ella era muy guapa y con un encanto especial. Allí había conocido a un chico que la cortejaba. El era bastante más mayor y a la familia no le hacía mucha gracia. El caso es que la llamó a su móvil y le pidió ir a visitarla. Sara le dijo que sí y concertaron una cita. Lo que presenciamos en la habitación fue maravilloso. Sara estaba muy excitada y le preguntaba a Carmen detalles acerca de cómo debía comportarse. Fueron dos dias y noches de mucha ilusión. Carmen me comentó que le despertaba de madrugada para preguntarle cosas respecto a cómo ponerse guapa para recibirle o sobre el posible regalo con el que el pretendiente iba a comparecer. Las pruebas y las visitas médicas fueron desplazadas por este delicioso acontecimiento amoroso.

El dia esperado llegó. Lo mejor fueron las emociones de los preliminares, en los que se imagina el encuentro. En mis primeros amores platónicos infantiles, el contacto visual se producía e intensificaba antes de cualquier contacto auditivo. Spilberg ha moldeado nuestro imaginario con sus "encuentros en la tercera fase". Esta fase era el encuentro cara a cara, cuando el tacto se transformaba en posibilidad y entraba gradualmente en acción. Pero, lo más sugestivo es la actividad imaginaria que se produce. Así fue. El pretendiente compareció en la habitación. Se encontraba abrumado por la presencia de varias personas y se quedó inmóvil a tres pasos de ella, manteniendo una conversación en la que cada frase se separa de la siguiente por una pausa larga. Sara estaba muy contenta con el regalo. No recuerdo lo que era, pero el zagal no estuvo muy atinado. Fueron treinta minutos fantásticos, en los que habia mucha química por encima de las palabras. Carmen hizo muy bien el papel de enlace, estimulando al mozo en los vacios y  ayudándolo en el cambio de temas de conversación. Los timidos besos de saludo y despedida fueron fantásticos, en tanto que evocadores. Quedaron en verse a la salida del hospital. El le anunció que le llamaría al móvil.

Después de la despedida se creó un vacio, tan frecuente en esos amores, en los que las fantasias desbordan la realidad y generan un sentimiento de autoreproche por haberse comportado inadecuadamente, por debajo de lo imaginado. Cuando quedaron solas, de nuevo Carmen le ayudó al retorno. La emoción se concentró en las esperas de cada llamada telefónica del galán. Cada conversación constituyó un acontecimiento para Sara. Esta es una historia llena de sentido, que se produce en un hospital. En la vida de Sara comparecieron juntos la tragedia del enfermedad y la activación de sus sentimientos amorosos.

Sara fue dada de alta dias después. Su cama fue ocupada por otra enferma, con su numerosa familia a su alrededor. Carmen fue diagnosticada a los diecisiete dias de su ingreso. Fue dada de alta para comenzar el duro tratamiento de su enfermedad. Siempre nos acordamos de la dulce, tierna y singular Sara. Cuando lo hacíamos sonreiamos pensando en su ingenuidad, generosidad y grandeza. Siempre reconocimos que la vida nos había regalado la experiencia de conocerla y disfrutarla. Años después nos enteramos de su muerte. Carmen lloró desconsoladamente. Aunque no la volvimos a tratar, el afecto se mantuvo vivo siempre. Esta es una hermosa historia hospitalaria, de una intersección entre personas de la humanidad doliente, en los caminos que conforman sus vidas limitadas por la enfermedad.

Si Carmen estuviese aquí, me diría que fuera claro para decir que las personas enfermas y discapacitadas merecen la atención y los cuidados que necesitan, y que esta es una prioridad incuestionable en una sociedad civilizada. Porque Sara no tenía precio y estaba por encima de cualquier categorización o segmento. Como Carmen y millones de personas de la humanidad sufriente que no pueden ser reducidas a un segmento de ningún mercado.

miércoles, 8 de mayo de 2013

LA NUEVA MATRIZ INDIVIDUAL

En el tiempo presente se suceden aceleradamente un conjunto de cambios sociales de gran envergadura. Los cambios y sus efectos se entrelazan, expandiéndose por todo el espacio social. La onda del cambio, termina por reconfigurar drásticamente lo social mismo. La sociedad no es ya un sistema compuesto por el espacio privado, se encuentra determinado por la lógica de la vida cotidiana y, un espacio público derivado de la participación de la persona en sistemas sociales que han construido códigos comunicativos selectivos, tal y como Niklas Luhmann ha teorizado. El resultado de la totalidad de los procesos de cambio presentes, ha producido una fragmentación de lo social, que se descompone en varios planos coexistentes, pero difícilmente ensamblables. De esta mutación de lo social resulta un nuevo proceso de individuación, un modo específico de hacerse individuo en relación al nuevo conjunto. Este es el origen de un cambio radical del arquetipo individual, del sujeto.

La desagregación de lo social se puede sintetizar en un conjunto de mutaciones fundamentales, derivadas de la recombinación del cambio tecnológico con distintas transformaciones operadas otras esferas. El hogar, santuario de lo privado y espacio de relaciones familiares, es reconfigurado sucesivamente, tanto por las redes globales de comunicación de la sociedad mediática, presentes mediante la pantalla de la televisión familiar compartida,  como por su reciente reconversión en la sociedad postmediatica, en un sistema en el que las pantallas se diversifican y se individualizan rigurosamente. Los tabiques de los dormitorios separan una pluralidad de contenidos y comunicaciones, que proceden de la pluralidad de mundos sociales presentes, caracterizados por su divergencia. El hogar es atravesado por estas redes siendo constituido como un ente "federal" de mundos sociales, en el mejor de los casos.

El espacio público se reconfigura sustancialmente por el efecto recombinado de dos de los productos industriales que culminan el desarrollo de la industria desde la primera revolución industrial. El teléfono móvil o conjunto de pantallas que permiten la comunicaciópn instantánea con el mundo social / red social del sujeto, y el automóvil, que representa un espacio privado móvil, una cabina en donde se instaura una autonomía imaginaria, donde se suspenden las normas y coacciones sociales y donde se detenta el estatuto máximo de autonomía individual. En este sentido, ni las pantallas móviles ni el automóvil son sólo productos o bienes de consumo, sino verdaderas instituciones capaces de producir un impacto demoledor en lo social y en las subjetividades. Ellos generan una dinámica de reconstitución radical de lo social, resolviendo la tensión individuo/sociedad en favor del primero y en términos novedosos.

La recomposición drástica de lo social determina la conversión de los espacios públicos convencionales en el unas realidades conceptualizadas por el antropólogo francés Marc Augé, como "no lugares". Los espacios son vaciados y privados de su historia, de sus sentidos compartidos de sus liturgias, de su función de  encuentro y socialidad, para ser reconfigurados como lugares físicos, en los que las personas sólo se encuentran en sus trayectorias múltiples. Todos los antiguos lugares sociales, compartidos por todos, son convertidos gradualmente en no lugares. La contrapartida de la conversión de la calle en no lugar, es la iniciativa de los distintos segmentos sociales, definidos como colectivos que comparten una comunicación producida en los emisores de la nueva y vigorosa sociedad posmediática, las industrias del imaginario, que determinan la congregación y consagración de lugares como espacios de encuentro tribalizados, tales como bares, espacios comerciales y lugares de distinta naturaleza,  donde se producen agregaciones de públicos definidos por sus repertorios estéticos, sensoriales y culturales compartidos y diferenciados del conjunto. Así se constituyen múltiples barreras simbólicas que segregan el antaño espacio común.

Las grandes organizaciones e instituciones son reconfiguradas del mismo modo que el hogar. Siguen vigentes manteniendo sus códigos internos, pero son atravesadas por los nuevos flujos procedentes de los mundos sociales nacidos de la sociedad posmediática. La educación, los servicios de salud, las instituciones políticas o judiciales, los mundos de la empresa y del trabajo, todos ellos son vaciados de sentido y reducidas a lo estrictamente funcional por los mundos emergentes, que devienen en transversales de la trama institucional.  En la familia, en la educación o en automóvil, el conflicto naciente radica en el control de las pantallas y artefactos de comunicación, que interfieren el devenir programado y cíclico.

En paralelo al conjunto de las instituciones, se produce un nuevo tejido social que se entrelaza con las mismas. Este está compuesto por formas sociales y sistemas sociales sin finalidad definida, en los que no existe un consenso sustentado en formas racionales ni peremnes. Lo que convoca, en esta multiplicidad de formas sociales, es un conjunto de repertorios sensoriales, afinidades, vivencias compartidas o imaginarios, que se desplazan en el tiempo cambiando sus formas. Los mundos sociales de la sociedad posmediática y el tejido social resultante de su expansión, se fundan en nuevas representaciones, relaciones y prácticas más cercanas a la emoción y la vivencia, que a las finalidades racionales y los intereses. Las nuevas sociabilidades  incubadas en las redes sociales se fundan en fantasías, secretos y códigos casi siempre externos a la razón y la estabilidad. Las agregaciones y los consensos producidos son efímeros y se disipan y reconstruyen según patrones fundados en la lo contingente o fortuito.

De este mundo escindido, formado por distintos departamentos, regidos por sociabilidades diferentes, resulta un nuevo sujeto que se puede definir como una matriz. Es decir, por la superposición de distintos planos en los que se desenvuelve, el tránsito inevitable entre los mismos y la densificación de los intersticios producidos entre los mismos. No es un sujeto plano, integrado internamente. Por el contrario, es un sujeto que se desplaza entre las instituciones y las nuevas formas sociales, siempre conectado a sus mundos. Su vida es un viaje recurrente y cotidiano a distintas realidades sociales. De ahí que se pueda afirmar que se está configurando una nueva matriz individual, radicalmente diferente a las que le anteceden. Esta profunda mutación antropológica y de la subjetividad, implica la presencia del nuevo sujeto en mundos regidos por distintas reglas. Después de la experiencia de la cabina del automóvil, donde puede llegar a sentirse soberano; el mundo audiovisual en el que es seducido mediante la gestión de sus emociones; la intensa actividad efervercente de las redes sociales; la experiencia de autonomía en distintas actividades no programadas por instituciones, arriba inevitablemente en las instituciones convencionales, donde vive una reducción de su autonomía, que en muchos casos es ficcional. Esta es la génesis de una tensión y malestar inexpresado. Las instituciones posmediáticas nacidas del supermercado y el centro comercial, se sobreponen a la remodelada familia, educación, política y trabajo, que tratan de reconstituirse mediante la importación de códigos institucionales de aquellas.


Vivo todos los días en una universidad atravesada por los flujos de comunicación fundados en los mundos derivados de las redes sociales. Un ejemplo elocuente de lo que he tratado de contar es el siguiente. Algunas mañanas, cuando salgo de mi despacho y voy para la clase, tengo que bajar por unas escaleras que han sido descubiertas y consagradas por algunos estudiantes erasmus como espacio para la comunicación con sus mundos personales. En alguna ocasión, el espacio está bloqueado por la concurrencia de varias personas que cierran el paso. No existe relación entre ellas, pues están conectadas con sus afines lejanos en el espacio por un nuevo canal síncrono posmediático, como es Skype. Tengo que recurrir a un canal síncrono tradicional para pedir paso. Se encuentran tan concentrados, que a veces, me obligan a movilizar un canal síncrono no verbal tradicional, como es el tacto, ante la ausencia de respuesta a mi voz. Hace unos días comentaba con alumnas europeas que llevan desde octubre en Granada, si conocían la romería del Rocío. Me dijeron que no sabían que era eso. La conversación confirmó que se encontraban en un mundo social constituido sobre el suelo de Granada, pero categóricamente segmentado de la misma. Mundos sociales múltiples con espesas fronteras y un nuevo sujeto navegante entre los mismos. El trasiego por el espacio social en la nueva torre de babel.


domingo, 5 de mayo de 2013

DERIVAS DIABÉTICAS. LA REAPROPIACIÓN DE NUESTRAS VIDAS

Un amigo diabético me acaba de interpelar alarmado. Me dice que alguien puede hacer una lectura de mis derivas diabéticas en términos de que mi propuesta es que los profesionales nos enseñen a vivir en las consultas. Mi mensaje es justamente el contrario. Se puede sintetizar así: el núcleo de la vida de un diabético es su cotidianeidad, ese es el espacio donde aparece la enfermedad, en el que es inevitable negociar con ella. La consulta de revisión es un acontecimiento cíclico en la larga carrera de la enfermedad. La inversión de esta situación constituye un episodio de medicalización desmedida. La propuesta de las derivas diabéticas es que tenemos que reapropiarnos de nuestras vidas. Los profesionales son sólo consultores nuestros en el proceso de nuestras vidas y adquieren relevancia en las crisis agudas que se puedan desencadenar. En la sociedad actual la diabetes se ha convertido en un expansivo campo comercial y profesional. Los enfermos corremos el peligro de convertirnos en materia prima a tratar por los dispositivos emergentes.

Lo que quiero decir es que se produce un conflicto sordo entre la visión médica dominante, que entiende el control de la diabetes en términos colectivos y de buenos resultados en el tratamiento, y la de los enfermos, que aspiramos a construir una relación entre los resultados y el precio en términos de unidades de vida gratificante. Formulado el problema así mi propuesta se plantea en términos de desmedicalización, pues el saber requerido para nosotros es conducir nuestra vida alcanzando los  mejores resultados en términos de una vida activa, solidaria y creativa. Si no lo hacemos así, somos encerrados en una reserva, a semejanza de los indios, como un segmento de población definido sólo por sus carencias y por la potencialidad de los mercados constituidos para tratarnos.

No puedes delegar tu vida en un profesional. El riesgo de mi propuesta es que si se define la cuestión diabética en términos de competencia para gobernar tu vida, podemos constituirnos como un segmento sustancioso para otros mercados profesionales. La expansiva psicología y la pedagogía, que se encuentra a la espera de su oportunidad, son los candidatos más firmes. No. La desmedicalización de los diabéticos, que no es prescindir de los médicos, sino reapropiarnos del control de nuestras vidas, poniéndolos así en su sitio, forma parte de un proceso más general de desprofesionalización. 

En la conversación con mi amigo ha salido un tema que todavía no he suscitado. Le he calmado al respecto. Voy a ritmo lento y esto aparecerá en el futuro. Se trata de la condición de enfermo diabético en una sociedad nueva, en la que el poder se funda en una racionalidad de competividad extrema. Los enfermos diabéticos se encuentran en desventaja para realizar las carreras profesionales requeridas en competición permanente con sus semejantes. Tengo miedo pues vislumbro que a John lo pueden despedir. Además, ser enfermo crónico en las sociedades posmodernas es duro, en tanto que se ha debilitado drásticamente la convivencialidad y todas las sociabilidades emergentes se articulan en torno a un nuevo modelo de yo orientado a su satisfacción y a su interior. Lo trataré aquí.

Con el fragor de la diabetes ha quedado desplazada una cuestión que ha suscitado Silvia, una socióloga que ha realizado varios comentarios en este blog. Remite un texto de Mabel Murin, una psicoanalista argentina, sobre los malestares de las mujeres y las barreras existentes en las consultas para ser entendidos y respondidos. Su comentario está en "Lo innegociable". Las consultas son un espacio donde se producen muchos acontecimientos imperceptibles por los agentes interactuantes. Además, están presentes en forma de espíritus todas las grandes fuerzas de la época. Mi capacidad de respuesta es lenta en relación a las cuestiones que se suscitan. Responderé con mi ritmo.

sábado, 4 de mayo de 2013

DERIVAS DIABÉTICAS. VÍCTOR MONTORI EN LA TANGENTE DE LAS VIDAS DE LOS ENFERMOS.

La medicina mínimamente impertinente que propone Víctor Montori, significa una transformación de gran alcance en las visiones imperantes en la medicina, en lo que se refiere al tratamiento de los enfermos diabéticos. El control de la enfermedad, que se entiende que se encuentra objetivado enlos niveles de la glucosilada y la ausencia de incidencias derivadas del curso de la enfermedad, agota los contenidos de las consultas de revisión. Este es el trabajo específico  del médico, quedando la vida en el margen de las mismas, siendo aludida sólo en el caso de que los resultados se encuentren por debajo de las estimaciones profesionales. Pero, incluso cuando la vida es interpelada, es reducida a un sumatorio de funciones y de normas rígidas e inmutables, que revelan la lejanía de la mirada médica. En este contexto, cuando los resultados son deficientes, se transfiere la responsabilidad al paciente, en tanto que se supone que no cumple las normas. En esta relación terapeútica, el paciente detenta el estatuto de sospechoso. En este sentido he establecido la analogía con el confesionario.

La propuesta de Montori significa un giro en cuanto la conceptualización de la enfermedad, así como de la misma naturaleza del paciente. Los indicadores patológicos son complementados con dimensiones tales como la "carga para el paciente y capacidad del mismo". Asimismo, el paciente comparece como un ser individual dotado de espesor humano. No es sólo un "portador" de la enfermedad, sino que se presenta como un ser dotado de "valores, preferencias y capacidades", encontrándose en un contexto social dotado de varias dimensiones. Su respuesta al tratamiento y al curso de la enfermedad, se encuentra en relación con estas dimensiones. El redescubrimiento del paciente como ser humano dotado de atributos individuales y sociales, significa un salto en el conocimiento médico. Puede así contribuir a hacer más visibles a los enfermos crónicos, puesto que hasta ahora, sus comportamientos se encontraban en el reino de las tinieblas, siendo así inevitablemente etiquetados con el estigma de irracionales.

Esta propuesta ayuda a establecer una conexión entre la enfermedad y sus indicadores patológicos, con la vida del paciente, y, por consiguiente, a replantear el contenido de los encuentros en las consultas de revisión. Los conceptos de carga y capacidad, abren un campo de indagación inexistente hasta hoy, debido a la lógica derivada del paradigma biomédico. En el caso de que se produzcan malos resultados, desde esta perspectiva, es posible explorar aspectos de la situación y la vida del paciente que hasta ahora se encontraban clausurados. Esta perspectiva abre un campo inédito que puede posibilitar la mejora de la asistencia. La gestión de la enfermedad amplia considerablemente sus contenidos.

La medicina mínimamente impertinente se puede representar como un salto conceptual que llega a conectar con la vida de los pacientes. Se puede utilizar el concepto geométrico de tangente para ilustrar su situación. Conecta con la vida del paciente, mediante la utilización de varios conceptos no biologicistas y vinculados a la vida. Pero sigue definiendo la enfermedad desde la perspectiva biomédica, asignando una centralidad casi absoluta a la relación asistencial. La definición de la enfermedad en términos de riesgos; la preponderancia de lo farmacológico sobre lo comportamental; la relevancia concedida a la condición de paciente informado (con información profesional); la importancia atribuida a las decisiones compartidas en la consulta, así como las ambigüedades en la enunciación de algunos conceptos como preferencias, condiciones de la vida del paciente, roles  o, incluso, las mismas desigualdades.

Por el contrario, la vida de un paciente diabético no puede ser estática y regida por un orden simple y mecánico. La vida es fluir incesante; aparición frecuente de pequeños acontecimientos inesperados, que es imprescindible  afrontar; estados psicológicos variables;emergencia de posibilidades y oportunidades minúsculas; modificaciones en las relaciones sociales, crisis personales y otros eventos cotidianos. Todos estos elementos influyen en la gestión de la enfermedad. Los compromisos y las finalidades tienen que ser renovadas cada mañana.La  dinámica de la enfermedad implica responder a varias temporalidades simultáneas. El instante, el día, el mañana, la semana, el mes y el futuro.Por eso, empoderar a los enfermos no es sólo incrementar sus atribuciones en la consulta, sino ayudarles a conducir y gestionar su dificil y compleja vida, obteniendo gratificaciones que relativicen sus renuncias inevitables, y manteniendo la esperanza de suavizar los efectos de la enfermedad. Esto es lo que denomino "gramáticas de la enfermedad", que iré contando para mi caso.

Cuando Montori afirma que el paciente tiene que comprender, hacer el trabajo y evaluar, se refiere a su concepto de gestión de la enfermedad, que es muy novedoso y avanzado respecto a la institución médica, pero todavía lejano del dilema de las vidas. No se trata de que el paciente aprenda información profesional, sino de que pueda conducir y pilotar su azarosa vida, en la que debe ser capaz de obtener las gratificaciones posibles, única forma de compensar la dureza de sus renuncias. Cuando afirma que el objetivo es "vivir plenamente su rol", mi interpretación va más allá del rol, para establecerse en la totalidad de la vida. Esta no es sólo una diferencia semántica. Porque la potencialidad de la propuesta de Montori, descubriendo a los pacientes y a las desigualdades entre los mismos, se detiene al llegar a las vidas, tan complejas y opacas, pues carece de un sistema conceptual para ayudarlos en las sucesivas encrucijadas por las que tienen que transitar.

Pongo un ejemplo de las gramáticas. La semana próxima viajo a Bilbao, a un congreso de Osalde. Para mí es importante, por la relación que tengo con la organización que me invita, porque voy a concurrir con amigos a los que no veo hace años, porque ir a Bilbao me remite a mi infancia dorada y porque me siento valorado como profesional y como persona. Es muy importante para mí este viaje. Mi situación actual de salud es delicada, porque he estado alto todo el invierno debido a mi situación personal y emocional, pero desde hace un mes he conseguido estabilizarme a la baja. Pero tanto en las primaveras como en los otoños, se desencadenan hipoglucemias muy fuertes que no tienen explicación desde las coordenadas micro diarias. Me encuentro ahora estable, con niveles cotidianos de glucosa bajos y, por consiguiente, con riesgo de una hipoglucemia "estacional" fuerte.

Mi viaje es así: Salgo de Granada el mismo dia que intervengo en el congreso. A las ocho voy de casa al aeropuerto y vuelo a Madrid. Allí tengo que esperar casi un par de horas hasta que salga el vuelo a Bilbao. Este tiene su hora de salida  a las 14 h. y llego a las 15.30. Mi intervención es a las 17.30. Tengo que estar alto, con mucha energía, porque quiero aportar un par de ideas no muy convencionales en la mesa que comparto con Juan Luis Ruiz Giménez y otros colegas de distintos movimientos sociales. Desde que me pinche hasta que coma, tienen que pasar veinte minutos. Esto es una regla inviolable. Entonces, está resuelto el primer dilema. Tengo que comer en la T4. Es importante no encontrarme a nadie, que interfiera en mi pinchazo y comida. La T4 es la representación del infierno para los diabéticos. Es un lugar hiperexplorado por mí. En cualquiera de sus restaurantes y bares, cargan los platos con venenos para diabéticos. Al mismo tiempo, si deambulo por los bares y restaurantes, me encuentro con los mejores símbolos de mi imaginario: croquetas, tortilla de patatas, ensaladilla rusa y demás delicias de mi infancia. Los he probado en algunas ocasiones con resultados catastróficos.

Tengo que estar alto y elegir bien la comida y no cometer un error. He aprendido, en mi vida profesional activa de diabético, a no cometer errores importantes en los viajes. Mi decisión es "voy a aprovechar para comer una delicia prohibida, porque no puedo arriesgarme en el cálculo a la baja, y llegar exiguo al congreso. Pero, cuando la mesa del congreso concluya y nos desplacemos a tomar unos vinos, comienza mi segundo desafío de control. Los vinos y las banderillas de Bilbao ya han aparecido por estas páginas. Pero el desenlace de los vinos es una cena, En Bilbao. Para los que sigais este blog, mi tía Brigi, mi madre y otros personajes maravillosos de mi infancia, investidas como cocineras mágicas, van a poblar mi mente de asociaciones con las delicias de las barras y los menús. En Bilbao. Además, sumergido en las relaciones sociales que hacen imposible la huida. Pero después es la cena, llena de delicias, en un acto tan social, con tiempos colectivos pausados hasta el primer plato y tiempos dilatados entre platos. El problema es determinar la dosis de insulina que tiene que ser alta, con el riesgo de que aparezca una exquisita cena pero no muy cargada  de hidratos y con un tiempo largo de comienzo. En el cálculo del cuándo y cuánto he cometido errores que me han pasado facturas desmesuradas.A este proceso de ese día se le puede denominar de sobrecarga acumulada de varios acontecimientos enlazados que rompen mi estabilidad. Tendré que seguir mi línea de transgresión en alguna delicia salada compensada con renuncia absoluta en el postre. Después decidir si es posible un paseo.

El día siguiente es diferente. Paseo de alta emocionalidad por la ciudad, vinos y comida con los colegas, y por la tarde regreso en un vuelo por Barcelona. que llega a Granada a las diez y diez de la noche. El enlace en Barcelona es muy ajustado, luego no puedo pincharme y cenar allí. Si hay demora, como me ha ocurrido en ocasiones, es un poco desastroso. Tendré que pincharme en el aeropuerto de Granada y tener preparada la cena en casa.El sábado tengo que estabilizarme y compensar los efectos de la acumulación de transgresiones. Pero, lo más importante es comprender la asocialidad a la que te conduce la enfermedad. Siempre en soledad haciendo cálculos, decidiendo dónde transgredir, pensando cómo compensar los excesos, cómo gestionar las relaciones, cómo escapar... Esta es la factura que hay que pagar por ser un enfermo crónico activo. En estas páginas  contaré cosas que parecen insólitas sobre mi vida y su complejidad. Sin ánimo de hacer sangre ahora, cuando he consultado a un médico algo relacionado con esto me ha dado respuestas ásperas y desde una simplicidad que sólo se puede explicar desde la distancia sideral existente entre el sistema conceptual de la medicina y la vida.

Por último, la propuesta de Montori se realiza en una institución que se ubica en un campo de fuerzas específico. La medicina mínimamente impertinente ¿puede progresar en las actuales condiciones? Se puede constatar que su desarrollo requiere cambios en una dirección que se contrapone con otras propuestas prevalentes en este campo social. Tanto el concepto de salud, producido por las industrias del imaginario, como la asistencia médica entendida como un producto-servicio equivalente a los más avanzados del mercado, avanzan hacia otras coordenadas. Este dilema queda pendiente para otro momento.

Quiero terminar enviando un saludo respetuoso y reconocido a Víctor Montori, un beso a John, su paciente diabético y un recuerdo emocionado a uno de mis héroes diabéticos ¿recordaís a Strasera el fiscal? Pues hoy, que he hablado de la vida, os presento a un deportista de alta montaña, diabético, que en jornadas de escaladas que requieren mucho esfuerzo, prescinde de la insulina. Sería muy estimulante que contara sus cálculos del modo que he hecho con mi viaje. Diabéticos activos que exploren y fuercen los límites de las vidas. Porque a pesar de las limitaciones objetivas vivir es posible y necesario.