Vivo en Granada desde septiembre de 1988, cuando me incorporé a la Escuela Andaluza de Salud Pública. Desde que aterricé por estas tierras, y hasta hoy, he experimentado una extraña y misteriosa relación con la ciudad. Por un lado, muchas de las informaciones que he recibido sobre sus distintas facetas, carecen de veracidad, mientras que, por el contrario, he descubierto en mis vagabundeos cotidianos algunas pequeñas maravillas que permanecen en estado invisible a los ojos de muchos pobladores. He confirmado en muchas ocasiones, que la imagen de Granada se encuentra manifiestamente disociada de la ciudad vivida.
En los primeros años de mi estancia granadina, tienen lugar en España las incipientes reformas neoliberales, asociadas al nuevo capitalismo global emergente, que se van acumulando hasta dar lugar al diluvio del presente. La reconversión industrial constituye su primera señal y emblema más elocuente. El vaciado de empleo industrial se intensifica en el curso de los años siguientes, pero la reafirmación en favor del sacrosanto principio del crecimiento, determina la movilización de todos los segmentos de la nueva economía para producir nuevos consumos de masa. Este es el origen del nuevo turismo industrializado, que se intensifica en el presente y constituye el fundamento de la norma de consumo postfordista, el low cost.
El industrialismo cede el paso a la explotación de los intangibles fomentando la nueva producción ingrávida. Junto con el capitalismo industrial, emerge un nuevo capitalismo cultural que explota las significaciones compartidas y las experiencias vividas. Estas generan un nuevo paradigma económico que Rifkin ha designado como la “era del acceso”. La experiencia compartida en comunidades de sentido, deviene en una mercancía. El turismo, ese gran invento, desde la perspectiva de una persona de mi generación, es reestructurado e impulsado como sector productivo industrial, que contribuye crecientemente al conjunto.
Un libro publicado en 1999 por el futurista danés Rolf Jensen, sintetiza el giro del proyecto económico hacia la producción inmaterial, así como el papel asignado a la reconvertida industria turística. En este texto se articula un discurso coherente con el conjunto del sistema económico tardoindustrial o postindustrial. La nueva sociedad de consumo resultante da la bienvenida a las emociones. Lo que aporta este novísimo y singular mercado, es que el producto no es derivado de una decisión racional, sino que su esencia radica en la narrativa que lo define, cuyo núcleo duro es la emoción, que compartida con otros consumidores conforma comunidades que devienen en segmentos de consumo. Este es el fundamento de lo que Jensen designa como The Dream Society, la sociedad del ensueño, en la que los reinventados consumidores buscan experiencias que satisfagan su sistema emocional. Así, las experiencias, las vivencias y las sensaciones experimentadas por los renovados turistas, conforman un mercado que contribuye al crecimiento global de la economía, en tanto que los consumidores de emociones destinan una buena parte de sus ingresos a estos tránsitos que sustentan la nueva fábrica de sensaciones.
He sido testigo privilegiado, a lo largo de estos años, de este proceso de transformación. La ciudad se ha reconfigurado para acoger a los productores de emociones; las autoridades han asumido con convicción su papel con respecto a la nueva fábrica de sensaciones; se han realizado acciones populares masivas para inscribir a la Alhambra en un ranking de maravillas del mundo, cumpliendo con el imperativo de la racionalidad de gobierno neoliberal en la que el valor siempre resulta de la competición con otros; se han construido hoteles múltiples; la población ha sido informada en los nuevos términos de estancias, pernoctaciones y jergas gerenciales equivalentes; han aparecido los autobuses de dos pisos en los que los esforzados productores de emociones recorren la ciudad, en ocasiones con unas temperaturas amenazadoras para las excelsas sensaciones experimentadas, pero, sobre todo, los grupos de turistas han poblado los trayectos cotidianos, apoderándose de la ciudad histórica.
Pero este proceso, sustentador de la penúltima modernización, me ha suscitado más de una duda que trataré en este blog. Se trata de la progresiva sustitución de los grupos de viajeros, muy frecuentes en los años ochenta, que se desplazaban con los mapas en las manos, recorriendo la ciudad expresando su curiosidad, por la explosión de los grupos guiados. Estos son grupos congregados en torno a un guía, un animador turístico, que ejecutan el viaje según un estricto programa que encadena secuencialmente los objetivos y los tiempos asignados a cada uno. Esta es una mutación de gran alcance, en tanto que transforma los contenidos, los sentidos y las prácticas del viaje.
Los grupos guiados realizan viajes tan estrictamente definidos, que cabe cuestionar que se correspondan con la esencia de un viaje verdadero. La nueva fábrica de sensaciones empaqueta a los turistas en grupos organizados en programas que agotan los tiempos posibles. El viaje excluye cualquier acontecimiento inesperado, descubrimiento, sorpresa o contingencia. El turista es insertado en un rígido grupo, y en un orden cotidiano que excluye cualquier contacto con aquellos definidos por la antropología convencional como los nativos. Este orden es una actividad severamente guiada. El guía y el guión pactado del viaje, se sobrepone e impera sobre los viajeros, que, en las pausas y los escasos descansos entre objetivos programados, establecen relaciones de amistades o enemistades con otros miembros del grupo, que terminan cristalizando en dinámicas grupales inéditas, que pueden llegar a ser insólitas.
El estatuto del viajero guiado es similar al de las severas instituciones de custodia, como escuelas, residencias de ancianos, hospitales y otros semejantes. Me gusta observar los días de primavera y otoño el devenir de los grupos de los reinventados turistas. Son desembarcados en un puente en el centro de Granada y comienzan sus caminatas hacia la Catedral o la Alhambra. Van marcados con las etiquetas de las empresas y el guía levanta un abanico u otro emblema visual para marcar la ruta y el ritmo. No es posible rezagarse ni distraerse un momento. Los turistas se muestran silenciosos, desinteresados y fatigados. Cuando veo grupos desfilar ante mí, sentado con mi perra en una terraza ubicada en un lugar delicioso, acariciado por el sol del sur y estimulado por la dupla granaína cerveza-tapa, me pregunto cuántos días llevarán a este ritmo. Me encantan los grupos de españoles del norte porque se pueden observar contiendas estratégicas entre matrimonios de edad avanzada, que se mantienen en el curso del viaje. Los europeos son más silenciosos y disciplinados.
Cuando veo el espectáculo de los turistas enjaulados y programados me gusta imaginar y burlarme de estas ideas de la época. Lo mejor que he visto es una rebelión de un grupo de mexicanos, que, fatigados de alcanzar los múltiples y sucesivos objetivos del viaje, se sentaron y se negaron a llegar al Generalife, objetando que ya lo conocían por los catálogos. Los argumentos del guía eran contrarestados por el grupo, que reclamaba una pausa. Esta experiencia estimula mi imaginación para innovar. Me imagino fundando una empresa de disciplinados y competentes perros pastores, que reconduzca a los rebaños a aquellos viajeros despistados, pues se producen distracciones entre los esforzados aventureros , sobre todo cuando con sus cámaras graban imágenes para compartir en sus lugares de residencia las tediosas tardes de los domingos en espera del comienzo de la semana laboral.
Pero mi imaginación vuela y me permite, a partir del episodio de los turistas rebeldes mexicanos que emulan a Zapata, soñar con una rebelión de turistas guiados, promovida por un nuevo Espartaco al que imagino procedente de Dinamarca y maestro de profesión, y que, saturado por la programación del viaje, se subleva y desplaza al guía. La incidencia en este grupo se extiende por los hoteles en la noche de descanso para reparar las energías requeridas por los sobrecargados programas. El resultado es la creación de una coordinadora de grupos representativa de asambleas de hotel, que se reúne en una taberna en la madrugada y convoca una jornada de libertad sin programación, que termina en una concentración para confraternizar con la población local, que obsequia al pueblo liberado de los turistas reinventados con sabrosas raciones de arroces, migas, carnes en salsa y dulces granaínos, acompañando a las músicas y los poetas locales. El desenlace es la acogida por una noche de los turistas en las casas de los nativos, del que resulta una pareja mixta, que es motivo de una renovada celebración conjunta.
Dejando a un lado mis ensoñaciones, una de las cuestiones que suscitan mi curiosidad es que muchos de los portadores de emociones fotografían los lugares más feos que se puedan imaginar. En particular, cuando son desembarcados de los autobuses en el puente, se fotografían compulsivamente el Río Genil, que se encuentra en un estado que suscita una polémica ciudadana permanente con contenidos de limpieza. En las noches de primavera y verano, me gusta mirarlos fotografiándose masivamente en la fuente de los Reyes Católicos. A su espalda se encuentra el monumento a la fealdad más relevante de Granada. Es el del edificio del Banco de Santander que obstruye la visión de la sierra desde la Gran Vía. Pero el predominio de los turistas guiados es compatible con la presencia de viajeros y nómadas que transitan la ciudad para su deleite, buscando más allá de los estereotipos.
El discurso de las emociones y sensaciones que fundamenta la sociedad del ensueño parece poco verosímil, en tanto que es programado y ejecutado por un aparato que evoca las grandes series de productos estandarizados industriales que definieron el fordismo. Pero la sociedad del ensueño es un molde muy aplicable a Granada, entendida en términos de sus proyectos, sus élites y sus autoridades. La ensoñación se apodera inexorablemente de toda la inteligencia directora granaína, dando lugar a un imaginario en el que predomina el desvarío o el mal de altura. Pero este es un tema para tratar otro día.
2 comentarios:
Hola Juan. Me ha gustado mucho esta entrada, que me ha llevado a pensar que el Bilbao que tú conoces también ha intentado convertirse en fábrica de sensaciones. La ciudad se ha impregnado de edificios emblemáticos con nombres de arquitectos ilustres (Gehri, Pelli, Foster, Zaha Hadid, Isozaki...), pero aún así no consigue convertirse en un ensueño suficiente para atraer las mareas de visitantes que los políticos locales pretenden. Oir repetidamete cifras de pernoctaciones, turistas, euros que se han quedado aquí (¿dónde?), etc, me parece patético, cuando siempre da la sensación de un quiero y no puedo.
Gracias por tus reflexiones.
Hola Pedro
El caso de Bilbao es distinto que el de Granada, en tanto que los edificios atractores de turistas se recombinan con una transformación productiva, y ambas cosas cristalizan en un proyecto.
Pero es cierto que este proyecto tiene sus lados oscuros. No quiero ser pesimista pero en Bilbao os encontrais en la primera fase, en la que los visitantes tienen motivaciones culturales. Pero el éxito de esta fase termina con grupos marcados y etiquetados al estilo de los que pueblan la ciudad que habito.
Comparto tu disgusto por los sermones informativos insoportables.
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