MIRADAS INCISIVAS
Uno de los elementos más característicos de la situación actual radica en que el proceso de transformación hacia una sociedad neoliberal avanzada continúa su camino, alcanzando secuencialmente sus objetivos mediante la acción de la ingeniería jurídica e institucional, movilizada desde el gobierno y las instituciones europeas, en tanto que las resistencias se debilitan, después de su esplendor en la pasada primavera. Salvo algunas excepciones, como el movimiento stop desahucios o la marea blanca en Madrid, las plataformas sectoriales tienden al estancamiento y las movilizaciones, al carecer de un horizonte de convergencia, decrecen en sus intensidades.
En este contexto de dispersión de las resistencias, las movilizaciones, rigurosamente atomizadas, generan una desesperanza manifiesta. Sin posibilidades de conservar las posiciones y derechos adquiridos, frenando la marea decisoria neoliberal, son contaminadas por los sentimientos negativos asociados a malestares que se acumulan sin una salida política o un objetivo proactivo. La izquierda convencional política y sindical, mantiene la esperanza de que estos malestares se reciclen finalmente en una cosecha de votos, que en la próxima contienda electoral, invierta la situación parlamentaria.
Entre tanto, el complejo de poder que decide y ejecuta las reformas, constituido por los expertos nacidos al amparo de la nueva gubernamentalidad, los políticos, las élites empresariales y financieras, sus escoltas mediáticos y académicos, así como la leal oposición política y sindical, presentan una narrativa acerca de la situación que se articula en el concepto crisis, que se entiende como un accidente externo, que se produce en el exterior de la sociedad, y, por consiguiente, no tiene vínculos con los proyectos, las instituciones y las decisiones desarrolladas en los años felices de la bonanza económica y la integración en Europa.
Se supone que tan fatal accidente exterior, la crisis, tiene un comienzo y un inevitable final. De este modo se propone que la paciencia es la virtud principal para aguardar ese desenlace. Mientras tanto, la cuestión principal es encontrar la senda que conduce a la salida, que es definida en términos de retorno al crecimiento de la economía, condición necesaria para volver a crear empleo. Una situación de esta naturaleza exige otorgar la confianza a las autoridades, para que encuentren la senda que conduce al pueblo esforzado hacia el final de la misma, recuperando la añorada abundancia económica.
La metáfora de la senda es una idea débil y simple, que constituye un indicador elocuente de la crisis de conocimiento, que se conforma como una gran implosión. Esta encubre y oculta la naturaleza del verdadero proyecto que intensifica y acumula las reformas en la dirección de una sociedad mercadocéntrica y global, muy diferente de la sociedad anterior a la crisis. De esta implosión resulta la generalización de los temores colectivos, los malestares y la desintegración social por ausencia de liderazgo. Los beneficiarios netos de la etapa de crecimiento, devienen en el presente en élites opacas que proponen una metáfora disciplinadora fundada en la fe. Es preciso creer con convicción que la sumisión de hoy reportará beneficios para todos en el futuro, que se atisba en el final de la senda. Durante su búsqueda y el penoso tránsito necesario por la misma, hemos de tener fe y esperanza en que todo terminará bien. De este modo las adversidades son más llevaderas.
La propuesta de la senda, derivada de un diagnóstico que blinda a las élites españolas de cualquier autocrítica, tiene consecuencias demoledoras en las instituciones políticas. En ausencia de ideas y definiciones densas y sólidas, se produce un espectáculo sórdido, en el que los partidos juegan al “y tú más”, atribuyendo la responsabilidad a los otros. La implosión se instala en las instituciones, favoreciendo el proceso de reformas, que laminan con un ritmo muy intenso el denominado estado de bienestar, así como la movilización de la maquinaria policial y la ingeniería judicial para frenar las movilizaciones.
Pero el aspecto más insólito de la implosión general radica en el espectáculo puesto en escena en los medios de comunicación. Se trata de mediatizar el malestar y la desolación social mediante su conversión en ficción mediática. Los expulsados del mercado de trabajo, las víctimas de la sagrada institución del crédito, los perdedores de la reestructuración laboral mediante la disminución de sus salarios y condiciones de trabajo, los pensionistas, jubilados y receptores de ayudas menguantes y las generaciones colocadas en el umbral de espera a la inserción laboral, se constituyen en una materia acerca de la cual un conjunto de expertos y tertulianos deliberan, interpretan y pontifican.
La ausencia de un panorama global, la ocultación del proyecto que impulsa las demoliciones sucesivas y la multiplicación de los miedos, son los factores que determinan la conversión de la crisis o reestructuración en espectáculo mediático de sábado-noche para masivas audiencias perplejas, atemorizadas y necesitadas de consuelo. El guión mediático se cimenta en la idea de que alguna instancia maligna interfiere a unas estructuras incuestionables. De esta idea resulta un proceso de infantilización sin precedentes. Los sucesivos presidentes son convertidos en chivos expiatorios de los males de los ciudadanos investidos de bondad. En esta definición de la situación, la solución es sencilla, basta esperar la llegada de un presidente bueno que rectifique los errores de los malvados.
En los flujos mediáticos referidos al espectáculo de la crisis-reestructuración emerge el sentido común y el elogio a la persona común. Los ciudadanos normales son emulados por distintos pillos y traficantes de elogios e insultos, en detrimento de un pequeño número de malvados, a los que se atribuye el protagonismo de la corrupción y que comparecen como causantes de las desgracias. El guión es un cuento infantil destinado a públicos con carencias cognitivas severas. La solución es esperar la llegada de un providencial salvador que libere a las personas normales de los males originados por los líderes malvados, que siempre se corresponden con los del otro partido.
En tanto que el partido de gobierno aprieta el acelerador ocultando y maquillando su proyecto, el PSOE se manifiesta como una realidad espectral, propia de un grupo que ha sido desalojado de las instituciones del estado y vaga penosamente por una situación que les es extraña. Su propuesta es una versión “social” del proyecto neoliberal, que le distancia de sus bases tradicionales. En ausencia de un programa y de la energía necesaria para producirlo, su discurso se agota en la repetición de tópicos procedentes del pasado capitalismo del bienestar, pero que en el presente adquieren una condición fantasmática e irreal. Toda su actividad se reduce a esperar que los recortes y los malestares derivados de los mismos les reporten réditos electorales.
En ausencia de un programa, su liderazgo social se desploma y las protestas se rompen en mil pedazos. Pero su contribución a una salida a la reestructuración neoliberal se agota en las liturgias del espectáculo mediático y parlamentario. No existe una alternativa a la metáfora de la senda. Al igual que los post-socialdemócratas, Izquierda Unida, beneficiaria en votos de la desconexión entre el PSOE y los penalizados por los recortes, apenas aporta ideas. La izquierda política y sindical se encuentra en un estado de hibernación intelectual y su programa consiste en la defensa del orden social del capitalismo del bienestar, ya caducado. No propone nada alternativo al capitalismo global. Su tragedia estriba en que la vuelta atrás ya no es posible, porque el nuevo capitalismo global es portador de un código genético nuevo e inquietante. En el final de la senda, los empleos resultantes del crecimiento de la economía, son sustancialmente diferentes de los de la era industrial. Imagino a una disciplinada población en espera de su turno para rotar por los puestos de trabajo, convirtiendo la precariedad en el centro de la nueva sociedad neoliberal avanzada.
Lo que no acabo de comprender de todo este "proyecto" es la cuestión de la expulsión del mercado laboral de tantísimas personas y de la precariedad en aquel que la ostenta, ya que desde el consumo los individuos sin poder adquisitivo no pueden consumir. Entiendo que el proyecto y la realización de la escasez de trabajo te obliga a ejercer empleos precarios, pero son trabajos para sobrevivir que no te permiten pariticipar (o quizá muy minimamente) en los bienes superfluos del consumo. Siendo una paradoja en esta sociedad que pivota entorno al consumo, ya que por un lado te exige y te inyecta constantemente la idea de consumir pero que por el otro lado, no te da los efectivos para ello.
ResponderEliminarAdemás(quizá sea un pensamiento que peca de inocente), pero aún sigo sin comprender ¿qué sentido tiene tal sociedad del malestar? ¿Acaso no se dan cuenta que si el barco se hunde nos hundimos todos?
El proyecto que guía las transformaciones hacia una sociedad neoliberal se funda en la premisa de que la desuniversalización de los servicios públicos de educación, salud y otros, incrementará los consumos en estos sectores. Del mismo modo, se presende aumentar la productividad y los beneficios mediante la precarización. En términos de esa sociedad neoliberal, que funciona en Estados Unidos y otros países las medidas son coherentes.
ResponderEliminarLo que supongo que no comprendes son los costes de este cambio, que son los que vivimos ahora en España y más moderadamente en Europa, que requieren la desestabilización del mercado del trabajo y de las instituciones del antaño estado del bienestar.
La hipótesis de los reformadores es que los sufrimientos sociales de los perdedores se desvanecerán cuando funcione la economía y las nuevas instituciones de la sociedad neoliberal dual. La ministra Báñez lo expresa con mucha precisión.
El consumo es un imaginario que se impone al conjunto social, que no se encuentra determinado totalmente por la renta. Lo más duro de este proyecto es que los perdedores de esta reestructuración seguirán consumiendo al por menor, pero les serán vetados los consumos públicos que hasta ahora estaban relativamente garantizados, como los sanitarios.