La tía Brigi es uno de los personajes fundamentales de mi infancia y adolescencia, cuyo recuerdo evoca mis mejores pasados. Ella constituye una frontera en mi biografía, representando los años que vivimos en Bilbao hasta la muerte de mi padre. Después regresamos a Madrid, donde siempre extrañé el cariño y la grandeza cotidiana insignificante de algunas personas de esos años, pero de la tía Brigi en particular. Ella representa una de las virtudes erosionadas por el crecimiento económico del capitalismo desde los años sesenta, que es la bondad.
Mi abuelo tenía un negocio de gabarras en los años treinta en Bilbao, lo que le proporcionaba una buena posición social. Mi familia, en aquellos años mitificaba el apellido Irigoyen, en tanto que representaba algo ilustre en el Bilbao de esa época. Siempre que he pasado situaciones de miserias múltiples en la vida, he sonreído cuando me decía a mí mismo “pero a pesar de todo, soy un Irigoyen”. Mi abuelo tuvo diecinueve hijos, de ellos sólo dos varones, entre ellos mi padre, que tuvo que asumir en solitario la reproducción de la dinastía, pues mi tío Antonio murió sin descendencia en la guerra civil. Alguna vez he pensado en mi abuela, a la que no conocí. Una vida en la que se puede vislumbrar un exceso de esfuerzo productivo patente, así como una desconsideración por parte de mi abuelo.
La tía Brigi era una mujer de su época. Fue criada en la casa familiar en el horizonte de un matrimonio. Ni estudió ni trabajó, y su vida tuvo lugar dentro de las rígidas fronteras del clan familiar. Le fue vetado el espacio público y la autonomía personal. Sus salidas a la calle y al mundo externo siempre se produjeron con las escoltas del grupo familiar, vigilantes en espera de que se presentase un novio a la vista, que sólo podía proceder de las relaciones de los parientes. Las amistades no eran individuales, sino colectivas del clan. Su juventud tuvo lugar en los años de la República, la guerra civil y la postguerra. El conflicto reforzó su enclaustramiento doméstico. Vivió con sus numerosas hermanas en la casa familiar. Su dependencia fue absoluta, inimaginable desde las coordenadas del presente. La tía Brigi no tuvo una existencia individual, sino que vivió disuelta y fundida en el grupo familiar.
Al final de los años cincuenta, convertida en una soltera estándar de la época, su hermana Rosario murió de un cáncer de mama. Dejaba a su marido y a cinco hijos varones jóvenes. El marido era un industrial típico de los años de la posguerra. Un hombre poco formado, rudo y dedicado por entero a su fábrica, una industria de cemento radicada en Sestao. Su vida consistía en ir a la fábrica a las siete de la mañana, donde pasaba el día. Tenía un chófer, Fano, un personaje peculiar, que le llevaba y traía en el automóvil. Era un hombre de ese tiempo incapaz de cocinar, cuidar su cuerpo, su ropa y su casa, así como afrontar el cuidado de los cinco chicos. Esa casa de hombres no podía existir sin una mujer que se hiciera cargo del puesto de mando del grupo doméstico.
La tía Brigi, en la situación de emergencia familiar, fue conminada por el clan para casarse con mi tío y hacerse cargo de la casa. Era evidente que no existía relación amorosa ni afectiva alguna entre mi tío y ella. Me parece una historia terrible. La tía Brigi se casó sin amor renunciando a lo mejor de la vida para una mujer de ese tiempo. El noviazgo, los encuentros con el novio, los primeros besos furtivos, las ilusiones compartidas con sus hermanas y amigas, la ceremonia de la boda, la noche de bodas, el viaje de novios, los primeros tiempos de efervescencias amorosas, así como los partos y los intensos amores maternales con los hijos, sobre todo en los primeros años. En una vida en esa situación esto representa lo que proporciona sentido a la vida y prepara para resistir la rutinización inevitable de la relación conyugal. Todo esto siguió siendo un misterio y un sueño inalcanzable para la tía Brigi. Fue incorporada para hacerse cargo del cuidado y la gestión doméstica de todo el grupo de varones, en ausencia de un tiempo amoroso anterior.
La vida le asignó lo peor. Ante los menores apareció como una usurpadora de su madre y tuvo que pagar un alto precio por ello, en término de sentimientos negativos hacia ella que comparecieron en momentos de conflictos familiares. Algunos indicios mostraban inequívocamente que el paso del tiempo no mejoró la relación afectiva con mi tío. Siempre fue un duro contrato limitado a su función en términos de producción de servicios domésticos. Su decisión fue un acto de abnegación y sacrificio extraordinario. Nunca emitió ninguna señal de disconformidad y aceptó su cruel destino con entereza, coraje y resignación.
Su vida consistía en gobernar la casa. No salía para nada. Recuerdo que hablaba por teléfono por las mañanas con la pescadería, la carnicería y la frutería para pedir las materias primas que trataba exquisitamente en la cocina. Entonces se comía y cenaba. La cena era completa a diferencia del tiempo actual. Era una excelente cocinera y servia una comida para diez o doce personas, pues siempre había algún invitado. Tenía una chica de servicio, pero la comida la cocinaba siempre ella misma. Disfrutaba mucho viéndonos comer con tanto gusto sus manjares. Nunca olvidaré sus pescados, en especial sus merluzas, pescadillas, congrios y bacalaos; sus salsas verdes, pilpiles y tomates múltiples; sus riñones, callos, morros y demás exquisiteces que tanto nos hacían disfrutar a todos, en vísperas de la llegada del rigorismo dietético salubrista, que acompaña la expansión de la medicina, además de la recuperación del cuerpo mediante la restricción severa de las calorías y el racionamiento de las proteínas.
Su único momento de descanso era la hora de la merienda, que compartía con dos entrañables amigas de siempre que acudían a su casa, la tía Casilda y la tía Carmen, y en la que compartían y se aliviaban por las desventuras de la vida. Después preparaba la cena para todos. En la sobremesa se producían discusiones absurdas y cómicas, en las que la tía Brigi mostraba una obstinación y terquedad monumental, sólo comparable a la de sus interlocutores. Nosotros vivíamos en el piso de enfrente y pasábamos por la noche para ver la televisión. Recuerdo discusiones encendidas e interminables acerca de temas tales como que si los vascos eran más fuertes que los andaluces, que se gestaban al ver las procesiones de la Semana Santa.
Las únicas salidas del domicilio familiar eran para ir a acontecimientos familiares, bodas, bautizos o primeras comuniones. También para en el verano ir alguna vez a Logroño, a la casa de una de sus hermanas. El viaje en el coche familiar era fantástico. El chófer Fano, se pasaba todo el viaje discutiendo con la tía Brigi sobre la ruta más adecuada. Todavía siempre que tengo un dilema recuerdo esas discusiones y me digo “o por Barázar o por Orduña”.
La tía Brigi tenía un sentido estricto de cumplimiento de sus deberes. El ethos del ama de casa de la época estaba encarnado en ella. Todos los días cumplía sus obligaciones. Ella era ajena a conceptos posteriores como la motivación, las expectativas o la satisfacción. La semana sucedía rutinaria y cíclicamente hasta el domingo, que era un buen día para todos, excepto para ella que trabajaba más, pues la comida era más sofisticada y para más invitados, y la chica de servicio salía por la tarde. Se hizo mayor sin conocer el fin de semana, los centros comerciales, las rebajas, el turismo o los conciertos. Me gusta decir que la tía Brigi, representa la vida anterior a eso que se denomina “la motivación para el logro”, que inicia el tránsito al tiempo presente en el que reina un yo radicalmente contrapuesto al imperante en ese tiempo.
Conmigo y con mis hermanos tenía una relación especial, pues todas las hermanas de mi padre lo consideraban como el paradigma del éxito y la materialización del intangible Irigoyen. A mí me consideraba de forma especial. Era un afecto estable, permanente, sin altibajos ni oscilaciones, sin ninguna reserva ni condicionalidad. Ella no esperaba reciprocidad respecto a lo que daba. Nunca olvido su risa entrañable cuando nos veía disfrutar de cualquier cosa. Carecía de cualquier rencor o sentimiento negativo al carecer de expectativas y conformarse con lo que la vida le había asignado. Su única compensación eran los pequeños actos afectivos cotidianos que le regalaban los niños. Ella sabía que los besos rutinarios que yo repartía a todas mis numerosas tías, tenían un matiz especial, tanto con ella como con mi tía Tere, de la que hablaré otro día. Siempre hubo una complicidad especial entre nosotros, ambos fingíamos ante los demás nuestra predilección mutua. Era extraordinariamente generosa con todos y en todas las ocasiones.
Viviendo ya en Madrid, regresé un par de veranos a su casa. Entonces tenía una novia en San Sebastián. La tía Brigi me colmaba de cariño y dinero, para mis desplazamientos a Donosti, pero su risa entrañable era el mejor regalo. Después mi vida cambió con mi entrada en la universidad y más de una vez tuve nostalgia de su generosidad, su risa, su tono de voz y su modo delicioso de ser afectuosa mediante el ocultamiento moderado del sentimiento. Llegué a experimentar cierta sensación de orfandad respecto a la tía Brigi, sobre todo comparándola con otros familiares.
En los años siguientes de militancia y conflictos intensos en Madrid, no volví a saber de ella. Ya en los años ochenta, después de mis sucesivos terremotos biográficos, viviendo en Santander, fui a verla. Estaba en Plencia, con el mayor de los hijos de mi tío. Su estado de salud era lamentable, un ictus le había fulminado y se encontraba postrada sin movilidad. Recuerdo que me reconoció por la mañana aunque no podía hablar. Para mí es uno de los mejores recuerdos secretos de mi vida.
Ella estaba cuidada con un cariño e intensidad inimaginable desde la perspectiva de hoy. Mi primo Tomás, una persona muy influyente en mí, su mujer Ana Mari y sus hijos estaban volcados con ella. En torno a su cama se congregaba una atención que ninguna institución profesional puede ofrecer, y que se correspondía con lo que había sido la tía Brigi para todos los familiares. En los tránsitos por los hospitales en los últimos años de Carmen, he podido ver alguna situación parecida, que contaré aquí. Todo el terrible sacrificio de su vida, tan mutilada, sometida y difícil, tuvo el reverso de un final adecuado a su grandeza.
No volví a saber nada de ella pero la llevo en el corazón. La época que vivió fue muy dura. El franquismo fue un tiempo oscuro que no se puede definir sólo por lo político, en sus estructuras privadas y cotidianas se produjeron muchos dramas intensos como el de la tía Brigi y muchas mujeres abnegadas y severamente relegadas. Pero esta era vigente, que comienza con la motivación para el logro en los años sesenta, continúa con las sucesivas modernizaciones y concluye con el arquetipo yo-emprendedor en el trabajo y en el consumo, es un tiempo al que no puedo concederle sin más el estatuto de progreso. Nadie tiene ahora un final como el de la tía Brigi. Una persona tan grande en una vida tan limitada.
Querida tía Brigi, te has perdido muchas cosas buenas de la vida y que hoy podías haber disfrutado. Son tantas y tan importantes, que ni siquiera quiero contártelas, porque te haría daño. Pero en este tiempo, los dispositivos económicos, comerciales, mediáticos y psicopedagógicos dominantes producen personas muy distintas a las que puedas imaginar. Se trata de un capitalismo que pretende convertir a cada uno de nosotros en un pequeño canalla, cuyo valor resulta de la competición permanente con los demás en todos los órdenes. Por eso te recuerdo tanto y te sigo queriendo mucho.