MIRADAS INCISIVAS
Uno de los acontecimientos que mejor ilustra el tránsito a la sociedad neoliberal avanzada, es la guerra de la limpieza. Esta es el resultado de la reconversión de las empresas municipales de limpieza. Los conflictos que suscita son muy opacos, en tanto que expresan algunos de los elementos de esta transición muda, en tanto que el discurso con el que se presenta oculta sus objetivos verdaderos. Se trata de un ejemplo de regresión social, tan característico del tiempo presente.
En los años transcurridos desde la transición concurren dos milagros económicos que generan sinergias prodigiosas entre los mismos. Se trata del milagro del incremento exponencial del precio del suelo y del advenimiento de los fondos europeos que provienen de los cielos de más allá de los Pirineos. Los ayuntamientos de todos los colores, se afanan en multiplicar los panes y los peces, ahora entendidos como infraestructuras. En este nuevo contexto, los novísimos ricos expanden intensamente las empresas y los servicios municipales. En esta situación, crecen en progresión geométrica las austeras, hasta entonces, empresas municipales de limpieza.
En esta devenida situación de la explosión del cemento y los edificios múltiples, se produce el crecimiento de las plantillas y los salarios de dichas empresas. Este es un fenómeno que presenta una marcada desincronización con la reconversión industrial postfordista de la industria, impulsada desde la primera generación de gestores, conservadores y progresistas, que perciben su misión de racionalización y bienestar generalizado, en términos de epopeya modernizadora. Los políticos, devenidos en gestores, imaginan el advenimiento inmediato de lo que denominan la sociedad de la información, que se entiende como progreso lineal, desde el que es necesario eliminar los vestigios del pasado. Desde este imaginario se procede a asaltar las empresas fondistas sobrevivientes a la transición política.
Mientras que, como efecto del copioso maná procedente del suelo y del cielo de los misteriosos nortes, se expanden las empresas municipales de limpieza, para acompañar a las circunvalaciones, estaciones, aeropuertos y edificios, que suelen tener la denominación de palacios de, el conjunto del sector industrial intensifica su reconversión, que se desarrolla en una dirección contraria a tan portentosa modernización. Pero los modernos gestores municipales contribuyen a la configuración de grandes plantillas, con una relevante presencia de los sindicatos y de una negociación colectiva que mejora los salarios y las condiciones de trabajo, en un proceso asimétrico al experimentado por los trabajadores expulsados de las grandes industrias por las reconversiones, que se acomodan en la norma del nuevo empleo postfordista de salarios, condiciones de trabajo y procedimientos de acceso muy duros.
El final de la era de los milagros españoles, produce un contexto de amenaza explícita para los intereses de estos trabajadores municipales sobrevivientes del fordismo tardío. Las empresas de limpieza municipal han ido incorporando los últimos diez años, bajo el paraguas de la expansión, distintos elementos de la empresa postfordista, como tecnologías, máquinas, planes estratégicos, marketing, elementos simbólicos e ingenierías de negociación y gestión de recursos humanos, así como los imaginarios de la calidad y excelencia. Al amparo de esta reconversión postfordista, aterriza una nueva clase de gerentes y directivos forjados en los saberes y los métodos propios de la world business class, y portadores de las nuevas ideologías gerencialistas. Además, pagados con respecto a ese rango y a su misión providencial, que se expresa en el lema “sostenible”. Se trata de la élite predestinada que impulsa los cambios necesarios para hacer “sostenibles” estas empresas.
En los últimos años, los convenios colectivos han registrado las tensiones del crecimiento de este antagonismo en esas empresas. Pero es la crisis actual, la oportunidad para el asalto a estos bastiones fondistas tardíos. El elemento central de todas las economías postfordistas y de todos los capitalismos del siglo XXI son los salarios bajos. Esta es la gran verdad semioculta de la época. La estrategia seguida desde el comienzo de la transición política, cuyo emblema en España fue el conflicto de Sagunto a comienzos de los años ochenta, es que una vez conseguida la implantación de bajos salarios y duras condiciones de trabajo en un sector, se requiere a los demás a homologarse a los mismos esgrimiendo el principio de igualdad.
Los trabajadores de las empresas de limpieza municipal mantienen la negociación colectiva, unos salarios y unas condiciones de trabajo relativamente aceptables en términos de los requerimientos de sus puestos de trabajo, así como días libres, bajas laborales y otros elementos propios del fordismo. Son los que limpian el suelo sobre el que se ha fundado el prodigio español, los testigos nocturnos del esplendor de la sociedad de consumo a la española, mediante tan singular producción de basura. Su situación relativamente privilegiada con respecto a grandes sectores de mano de obra reconvertida o de ingreso reciente en el mercado de trabajo, es utilizado para marcarlos y conformarlos como un blanco mediático y laboral que es preciso reconvertir a los parámetros imperantes en la masa laboral postfordista, disciplinada mediante los contratos líquidos, con la consiguiente precariedad, y la evaluación permanente de sus competencias.
Los trabajadores de estas empresas municipales son sometidos a la descalificación pública, no sólo en tanto que detentan unas condiciones de trabajo más aceptables, sino por algunos rasgos inherentes a su misma función. El capitalismo postfordista utiliza un mecanismo de domesticación consistente en la definición permanente de las competencias y la inevitable evaluación que la acompaña. La multiplicación de pruebas y controles, que sirve al desarrollo de una carrera laboral definida en torno al éxito y su revalidación permanente, tiene una pretensión de subjetivación, que termina constituyendo unas subjetividades disciplinadas. Estos trabajadores municipales son difícilmente encuadrables en estos esquemas.
Pero, otro elemento subyacente en la descalificación pública de los trabajadores de la limpieza, es que su trabajo individualizado y realizado en la calle, siempre conserva un margen de invisibilidad por parte de la dirección. No son homologables a la cadena del taylorismo ni a los despiadados talleres de la economía informal postfordistas, en donde se trabaja en una sala con un ritmo intenso, normas estrictas y bajo vigilancia visual. Este factor suscita sentimientos de rechazo y revancha, siendo señalados como privilegiados en relación con numerosos contingentes de trabajadores precarizados.
La percepción de sus condiciones laborales favorables, en relación con sus competencias, se refuerza por un precepto fundamental de la narrativa neoliberal. Esta supone que cada persona alcanza una posición social según sus capacidades y esfuerzo. De este modo procede a abolir los condicionamientos sociales y condena simbólicamente a quienes no han alcanzado un nivel laboral considerable. Estos trabajadores son responsabilizados por su baja cualificación y porque sus condiciones laborales exceden a su situación. Este fantasma ideológico se encuentra latente en la mesa de negociación, en las autoridades laborales y en los flujos mediáticos que se ocupan de estos conflictos laborales.
En la ciudad que habito, los trabajadores de la empresa municipal de limpieza, en los años de la transición política y la transición postfordista y neoliberal, han sido el componente principal de las economías familiares, prósperas en relación a su pasado. Estas economías familiares mixtas, se complementan con otros ingresos procedentes de sectores de servicios o de la economía informal. En este tiempo, han comprado su vivienda o se la han construido; han transitado los fines de semana por los pasillos de los supermercados, repletos de productos asombrosos; han formado parte de la gran motorización que les ha conferido el pasaporte para presentarse en sus pueblos de origen con un estatus de honorabilidad; han descubierto las vacaciones y transitado a la playa en los calurosos meses de verano.
Al mismo tiempo, han compartido las horas de tiempo libre en las barbacoas con sus familiares y amigos, celebrando su incorporación a la sociedad de la abundancia. Han sido protagonistas y testigos de hospitalizaciones e intervenciones quirúrgicas a ellos mismos o sus mayores y se han forjado como usuarios en los centros de salud, donde se han sentido consumidores. También sus hijos han estudiado y no pocos han alimentado su sueño de que estos fueran más allá que ellos mismos, como ha sucedido con respecto a sus padres. Son personas que han experimentado estos años como un tiempo de progreso y de cierta igualación social, superando el oscuro pasado de la inmovilidad social del franquismo.
Estos trabajadores son víctimas del imaginario del progreso, tanto de la alegre transición política como de la opaca transición laboral y social. Las políticas de austeridad suponen la construcción de la amenaza latente que genera miedo. Sus economías familiares mixtas han perdido componentes de entradas, en tanto que los procedentes de la economía informal se han minimizado, y también las salidas han crecido, en tanto que algunos gastos en medicinas y otros sectores se han incrementado. Pero lo peor es el miedo al preguntarse porqué el tiempo vivido de mejora social y personal durante tantos años, que ha alimentado el optimismo en el futuro, es relevado por las amenazas del desempleo, la precariedad y los salarios bajos. Además comparece el espectro de la culpabilización emitido desde las instancias rectoras de la gran reconversión neoliberal.
La estrategia seguida en estos conflictos es la expresión de un tipo convencional de violencia simbólica muy considerable. De ahí que su producto sea la creación de miedo e inseguridad. Por eso los ingresos de los directivos exceden los cien mil euros al año. Pero este trabajo de penalizar a trabajadores y producir y gestionar el miedo, además de ejecutar un guión de conflicto cuya esencia es romper la homogeneidad derivada de los contratos fijos, mediante la introducción de varias categorías de trabajadores precarios, es considerablemente menos digno que el de los trabajadores que limpian y retiran la basura producida por los vecinos. La guerra de limpieza es la producción de una clase de basura gerencial, consistente en penalizar a los trabajadores ejecutando una regresión social, cuyo sentido es ejemplarizar a los demás. Eso sí que huele mal.
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