En el tiempo presente el crecimiento del producto interior bruto, que constituye un indicador del incremento de la producción de bienes y servicios, adquiere una centralidad absoluta. Las instituciones económicas y políticas, así como los medios de comunicación, entienden la situación de las sociedades nacionales, en relación dependiente de esta magnitud. La nueva economía, polarizada en torno al crecimiento del PIB, remodela todas las esferas sociales, que con anterioridad estaban dotadas de autonomía, tales como la educación o la producción de servicios sanitarios, entre otras. Estas esferas se reformulan e integran en la lógica del crecimiento. Su valor ahora resulta de su aportación a la economía global definida en los sacros términos de crecimiento.
De esta focalización por el crecimiento de la economía resulta una cosmovisión determinada, que al subordinar otros hechos y procesos sociales al crecimiento económico, construye áreas de invisibilidad de gran envergadura. En las sociedades actuales coexisten varios procesos de estructuración de signo contrario, de lo que resulta un alto grado de complejidad y desintegración. Al concentrar la mirada en la producción de bienes y servicios, en exclusiva, se construye una cosmovisión descentrada, cuya consecuencia más importante es la disminución de la capacidad cognitiva de las élites políticas y económicas, así como de sus terminales mediáticas.
La cosmovisión descentrada implica una gran distorsión en la construcción de la realidad, resultando ininteligibles numerosos fenómenos sociales, sobre los que la sombra del crecimiento del PIB hace difícilmente visibles. Una conceptualización relacionada con la cosmovisión descentrada puede ser la de la “crisis de la inteligencia” formulada por Crozier. De este modo se hace inteligible el creciente desencuentro entre la racionalidad de las élites del crecimiento del PIB y las racionalidades preponderantes en diversos sectores sociales, perplejos por la lógica incomprensible que subyace en muchas decisiones de gobierno en todos los niveles.
La cosmovisión descentrada termina constituyendo una ideología, entendida en el sentido convencional, la ideología del crecimiento, que comporta una mirada mutilada sobre la realidad social. En el exterior de su núcleo duro, se ubican no pocos procesos y acontecimientos que se producen con cierta autonomía de los procesos que configuran el PIB. Esta ideología, sobre sus áreas ciegas crecientes, constituye las bases de un nuevo autoritarismo, desde el que cada vez más sectores sociales adoptan comportamientos ininteligibles, siendo condenados al estatuto de irracionalidad. Asimismo, genera un extraño sentido común ajeno a la vida.
De la cosmovisión descentrada de las élites, y de la cultura que genera, resulta un extrañamiento creciente con respecto a las sociedades. Su elemento principal es un distanciamiento cognitivo y afectivo que se manifiesta en términos de malestares y conflictos latentes. Desde esta distancia creciente, los problemas sociales se entienden más desde la perspectiva del sistema penal. La explosión de la ideología del crecimiento del PIB implica el incremento de las áreas convertidas en conflicto, que derivan hacia procesos de penalización progresiva. Las élites políticas, económicas y mediáticas abren el camino de los jueces-estrella y comisarios de policía providenciales. Aquí se expresan nítidamente las carencias cognitivas y afectivas de las autoridades protagonistas de la transición hacia el neoliberalismo avanzado.
En este texto voy a plantear una aplicación de los efectos del descentramiento. Se trata del manido problema del alargamiento de la juventud, sobre el que se han producido varias versiones y hasta alguna controversia. Pero este asunto se entiende como un mero problema sectorial, y por consiguiente, no incorporado al núcleo de la agenda pública ni al imaginario oficial. Sin embargo, se trata de un hecho social vinculado con las estructuras sistémicas. Los factores que generan este problema resultan de la concurrencia de la emergencia de un nuevo sistema productivo fundado en un sistema tecnológico en acelerado desarrollo, con la globalización, entendida como la creación de un nuevo espacio-mundo para la producción y el consumo. El resultado de esta concurrencia es la disminución, en los países centrales del sistema-mundo, de mano de obra necesaria para la producción, en términos cuantitativos.
La sobreabundancia de mano de obra en relación a las necesidades productivas se ha acumulado en los últimos treinta años, en los que se ha expulsado del mercado del trabajo a grandes contingentes de trabajadores industriales, que no han sido compensados con la expansión de nuevos trabajadores cognitivos y de servicios. Los mercados de trabajo nacionales, en términos de contabilidad de entradas y salidas, son o tienden a ser deficitarios. En los años dorados del excedente económico se ha podido paliar este problema financiando actividades relativamente superfluas para sectores jóvenes que el mercado no podía absorber inmediatamente, tales como proliferación de becas, prácticas con distintos grados de simulación, tipos de contratos específicos y otros. Pero la verdad es que cada vez se retrasa más la entrada al mercado de trabajo.
El resultado de estos procesos es que en una sociedad que se designa a sí misma como sociedad de progreso, un niño es ingresado en la educación preescolar a los tres o cuatro años, continuando escolarizado en los terceros, o, tal y como van las cosas, en los siempre penúltimos tramos de la educación, cuando se encuentra cercano a los treinta años. Esto quiere decir que está escolarizado alrededor de veinticinco años de su vida. Sí, veinticinco años, veinticinco ¿se puede considerar normal o natural?
La segunda dimensión de la escolarización expansiva radica en la siguiente cuestión. Una sociedad de tan alta productividad y que no necesita inmediatamente el trabajo productivo de los jóvenes sobreescolarizados, se encuentra en condiciones de ofrecer una educación multidimensional. Los primeros intérpretes de la informatización de las sociedades lo sugerían así. Un autor como Yoneji Masuda, afirma el precepto de que la informática nos libera de muchas tareas, por consiguiente, de su desarrollo resultará una sociedad de “florecimiento cognoscitivo individual”, muy rica y densa en la creación literaria y artística.
En veinticinco años de escolarización un ingenuo podría pensar que el resultado sería un sujeto denso, que junto a su formación profesional conocería varios idiomas y culturas, tendría una formación musical mediante el dominio de algún instrumento, formaría parte de grupos de teatro o poesía, o sería un artista creativo en la pintura o escultura, o un creador de imágenes en la fotografía, vídeo o cine, participaría en tareas sociales de solidaridad y desarrollaría las capacidades de su cuerpo. Un sujeto multidimensional creativo que vive en una densa trama de grupos autónomos que impulsan proyectos de actividades creativas. En ese mundo, las instituciones especializadas en formación ocupacional serían sólo una parte de las actividades de los sujetos en formación y no tendrían paredes ni muros, ni los alumnos serían sentados en filas.
No. No es esto. Se trata de veinticinco años dedicados en exclusiva a la formación ocupacional con alguna excepción. Veinticinco años brutos transitando por un circuito formado por ciclos, etapas, pruebas e instituciones, destinados a conformar un sujeto ensamblado en el sistema productivo del crecimiento del PIB. La novedad más inquietante es que, después de los veinticinco años, la inserción en el mercado de trabajo se efectúa en peores condiciones. Palabrotas terribles como minijobs, precariedad, contrato de inserción y otras designan que la integración de las personas, ya treintañeras, se efectúa también por etapas y con temporalidades acumuladas a los veinticinco años básicos.
Para supervisar este proceso emergen distintas tecnocracias escrutadoras de las competencias adquiridas en los largos años de tránsitos, en este caso, casi siempre insulsos. La sombra de la evaluación permanente, de la selección en cada etapa de los que seguirán una u otra trayectoria en el camino hacia los mercados de trabajo, ya jerarquizados. En esos tránsitos insulsos se conforman distintos misterios como son, entre otros, que los profesores convencionales son desplazados en la evaluación por las tecnocracias de las agencias, o que, en el final del viaje, para la mayoría, la temporalidad biológica comienza a declinar antes del comienzo de la temporalidad laboral. Demasiadas incongruencias.
Desde la racionalidad imperante del crecimiento del PIB, el problema sería transformado a sus premisas básicas. Las distintas versiones de esta ideología, que pueden ser representadas por personas que desempeñan funciones de gobierno en altos niveles del estado-mundo, tales como Luis de Guindos o Joaquín Almunia, por poner un ejemplo, propondrían soluciones en términos de equiparar una décima del PIB con una cifra de empleo. Luego la solución sería crecer décimas de PIB, siempre crecer.
El argumento que he seguido en este texto es distinto. En síntesis, he afirmado que existen incongruencias entre varias estructuras sistémicas esenciales, de cuya incompatibilidad resulta un proceso cuyo resultado es la marginación de un alto contingente de personas. Esto es lo que he querido decir: marginación, un proceso complejo de marginación, que no es percibido desde el entramado de una mente articulada en torno al crecimiento del PIB. Mañana colgaré en el blog la segunda parte, que explora esas marginaciones y los comportamientos de los marginados, siempre congruentes con sus condiciones de existencia, pero incongruentes con las prescripciones emanadas desde las instituciones del crecimiento.
Luis y Joaquín: entiendo que, seguramente, en el caso de vuestros hijos, disponéis de recursos suficientes para salvar ese dilema de los veinticinco años insulsos y reconvertirlos en el inicio de una verdadera carrera profesional presidida por el éxito. Pero para la mayoría de las personas me temo que no es posible. He dicho.
Hoy por hoy, como licenciado en sociología y con un máster en metodologias me encuentro con un total escalonamiento en el acceso al mercado de trabajo. Las empresas que ofertan contratos en prácticas exigen poder firmar un convenio con tú universidad. Te exigen ser estudiante de grado o de máster. Para ser técnico junior exigen dos años de experiencia y para ser técnico senior cinco años de experiencia. Un ejemplo, la multinacional ipsos ha aplicado un ere para despedir a profesionales mayores de 35 años. Gracias a fundaciones como la de la UCM que actúa como una empresa de trabajo temporal, la mano de obra cualificada cada día es más barata. Y para alcanzar los dos años de experiencia ya existen empresas que te permiten trabajar sin cobrar. Gracias a sus putas gracias, comenzaron mis desgracias (la polla records).
ResponderEliminarGracias Lirón. Me encanta tu definición de "escalonamiento" en el acceso al mercado labora, hasta ahora, lo había pensado en términos de varias etapas, pero nunca hacia arriba.
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