La multiplicación de los panes y los peces en la España de finales de siglo XX está representada por la explosión de viviendas e infraestructuras. Tan formidable crecimiento alimenta un imaginario compartido de progreso y abundancia. Este período percibido como esplendoroso enlaza con el pasado inmediato. En el franquismo las infraestructuras representaban un elemento fundamental de las inversiones del estado y de su imaginario político. Entonces se materializaban principalmente como pantanos. El cemento constituye el elemento que representa la invarianza en la España contemporánea.
En los años de mayor esplendor de este periodo, Jesús Gil es quien mejor representa este proyecto al constituir su misma caricatura, impulsando este modelo que van a seguir los distintos partidos que gobiernan las instituciones políticas cercanas a los ciudadanos, los ayuntamientos, así como sus extensiones espectrales, las diputaciones provinciales, tan cercanas que terminan fundiéndose con el mismo suelo. De estas políticas resulta la multiplicación de las viviendas, urbanizaciones, autopistas, edificios de moda y los trenes de alta velocidad, que constituyen el centro simbólico de la época. Su ejecución impulsa un incremento del precio del suelo por donde discurren y se asientan, lo cual representa un gran progreso para muchos.
La gran expansión de la época parece que no resulta sostenible y se detiene súbitamente generando efectos negativos. En la nueva situación es preciso generar alternativas. A la espera de esa prodigiosa creación de nuevas perspectivas, el presidente Rajoy calma a la desconcertada población y emprende un conjunto de reformas para hacer sostenibles las principales estructuras estatales, que son severamente recortadas y podadas en la convicción de que así se asegura su crecimiento, siempre en el futuro por supuesto. Se conforma así una versión renovada de las viejas teorías de la purga que regenera.
El presidente Rajoy, en un vídeo de su partido para elogiar a los catalanes, pronuncia una frase que nos suministra una pista esencial sobre el proyecto que impulsa. Dice que los catalanes “hacen cosas”. En esta frase radica el núcleo del proyecto elaborado por los programadores del sistema que impulsan la gran reestructuración en curso. Hacer cosas es la piedra angular sobre la que emerge el nuevo control social para los renovados súbditos, ahora entendidos como electores esforzados e insertados en el arquetipo del yo-emprendedor.
Un amigo me comentó hace unos meses, que en su estancia en una universidad británica había comprobado que ese proyecto se encuentra más avanzado que aquí. En el campus todo está programado de modo que cada cual tiene sus tiempos cotidianos ocupados por múltiples tareas que impiden cualquier encuentro pausado. Todos se cruzan en los espacios convertidos en intersecciones entre las trayectorias individuales de los sujetos ejecutores de cosas. En el piso donde vivían varios estudiantes, estos nunca coincidían, en tanto que sus tiempos y tareas eran distintos. Todos haciendo cosas, muchas cosas y con diferentes horarios.
Hacer cosas. Muchas pequeñas obligaciones y tareas en los estudios y trabajos, a la espera para adquirir la condición de empleables. Numerosas pequeñas cosas en el consumo material e inmaterial. Hacer cosas siempre para cumplir con el mandato de las nuevas instituciones nacidas de la gran mutación de los años ochenta. La gestión fundada sobre el precepto de hacer. Las instituciones mediáticas y de consumo que impulsan lo que Baudrillard denomina “consumatividad”. Se trata de configurar un ser humano que resulte de la suma de su productividad y su consumatividad. Siempre hacer cosas sin descanso. Incluso en ese tiempo colonizado por las industrias del imaginario, que es lo que se denomina ocio: ver un partido de fútbol por televisión implica ser requerido para pasar al estado de actividad participando en un juego de apuestas que implica enviar un sms en busca de la suerte.
En los años ochenta comencé a impartir clases en una escuela de Trabajo Social en Santander. Muchos días aprovechaba la salida de las clases para dirigirme al muelle que está muy próximo. Las tardes de luces especiales, me gustan los tonos grises del Cantábrico, me sentaba en el suelo en el edificio del embarcadero para ver la bahía y la salida y llegada de las lanchas que comunican ambos lados de la bahía. Cuando me vieron por allí varios días, algunos estudiantes me preguntaron acerca de qué es lo que estaba haciendo. Cuando les respondí afirmando que no hacía nada, se sorprendieron mucho. Siempre que te encuentras con alguien te ves obligado a decir que estás haciendo algo que se define por un verbo activo. Nada, no hacía nada que se pudiera medir y contar. Hacía algo grandioso e insignificante: estar, ver, pensar, imaginar, contemplar, canturrear, reír y soñar. Nada. Al final tomé la decisión de contestar a la pregunta de qué haces diciendo “estoy haciendo pelotillas con mis mocos”, cosa que me rehabilitaba como ser activo desarrollando las competencias de mis dedos, que es como lo definiría un tecnócrata del presente.
Hacer cosas. Siempre hacer cosas. Requeridos para hacer más cosas de las que podemos hacer. Estimulados para hacer cosas. La pregunta pertinente es: ¿qué sentido tienen muchas de esas cosas? Ninguno. Las cosas son pequeñas obligaciones sin sentido que conforman un sujeto activo conducido, que carece de tiempo para pensar, contemplar o estar. La vida cotidiana se ha amueblado por una red de actividades que destruyen los espacios y tiempos vividos en común: la comida y la cena compartidas, o los tiempos muertos sin hacer nada. Recuerdo en mi infancia las tardes calurosas del verano en las que pasábamos horas con mi padre y mis hermanos en la cama, de modo que sobre unas rendijas se proyectaban las sombras de los que pasaban por la calle y hacíamos risas.
El único sentido posible de la sobrecarga del imperativo de realizar cosas son las necesidades del sistema de consumo y de las agencias múltiples que estructuran el novísimo gobierno de lo social. Hacer muchas cosas que sean inventariadas, pesadas, medidas y empaquetadas por el entramado de instituciones de inspección y supervisión de los sujetos para realizar el gobierno a distancia efectivo.
La conversión de las personas en seres circulantes sobrecargados y saturados de acciones poco útiles genera múltiples puntos de fuga. Así se puede interpretar la explosión de relaciones sin finalidad y la expansión de espacios y tiempos en los que predomina el estar juntos sin fin alguno. Estar a gustito dicen con gran sabiduría en la tierra donde vivo, resistiendo a la modernización mutiladora que nos convierte inevitablemente en seres activos sin finalidad ni fin.
Termino haciendo una sugerencia al presidente Rajoy. Le propongo que descanse y deje de hacer cosas constantemente. Porque muchas de las cosas que hace tienen consecuencias fatales para la mayoría. Si algo funciona bien, comparativamente con lo demás y con sus lados oscuros, es la sanidad pública. No haga nada ahí porque las cosas que hace son muy feas. Tómese un año sabático de inacción y contemplación. Le sugiero que vaya a cazar y pescar, y nos narre sus hazañas cinegéticas. De ese modo, además del cemento, se reforzarán otros vínculos con el pasado.
1 comentario:
Querido Juan me temo que Rajoy no te ha hecho mucho caso y ha metido mano en la Sanidad Pública con saña. Comparto contigo la afición a la contemplación ociosa a la que la jubilación es tan proclive, si se deja uno llevar por la natural tendencia y no por los dictados del mal llamado ocio activo.
Es un placer leerte.
Un abrazo desde Santander.
Antonio
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