sábado, 29 de diciembre de 2012

DEL CERO AL UNO

En 1982 voté lo que se denominó “el cambio”, que se fundaba en el eslogan de que España funcione, pero que lo que realmente expresaba era la esperanza de dejar atrás un pasado autoritario y deprimente. Lo hice junto a más de diez millones de personas que sustentaron la primera mayoría absoluta en la nueva democracia española. En los años siguientes se produjeron algunos acontecimientos que cuestionaron los contenidos anunciados por el ambiguo cambio. Algunas actuaciones del gobierno se aproximaban más a la continuidad histórica que al cambio, tanto en la prevalencia de los grandes intereses sociales bien representados en el pasado como en el modo de ejercer el poder, característico del franquismo y de sus distintos antecedentes históricos.

Cuando aparecieron diferencias sustantivas entre el sentido del voto emitido y el resultado en la acción de gobierno, se puso de manifiesto la finitud de mi condición personal. Al emitir alguna señal débil de disconformidad se confirmó la idea de que mi aportación, consistente en casi una diezmillonésima parte del poder constituido en el nombre del cambio, había devenido en cero. El poder erigido sobre más de diez millones de partículas se había emancipado de las mismas. Así me encontré con la disipación fáctica de las magnitudes infinitesimales que había aportado, siendo desposeído  de cualquier valor efectivo.

Pero ésta fue sólo una forma más de sobrevenir a mi vida la relación entre los poderes y los números. En los años siguientes aparecieron distintas formas de relación que me minimizaban severamente, convirtiéndome en un numerador. Descubrí que en diversas esferas, como las del consumo y los media, sólo era un numerador que tenía sentido en relación con el denominador formado por los componentes del estrato al que supuestamente pertenecía. De nuevo uno partido por muchos. En el mejor de los casos, llegar a ser una milésima, representaría un éxito notable. Se sobreentendía que mi persona era una realidad determinada por un grupo de variables que configuraban mi comportamiento. La emergencia de instituciones tan poderosas como el marketing y la publicidad, determinaban mi valor por la tiranía de los denominadores, resultando siempre mucho menos que uno.

La explosión de las ciencias demoscópicas me brindó la posibilidad de ser una unidad muestral, máxima forma de participación en un conjunto que destruye el valor de las moléculas sobre las que se ha constituido. Se trata de la emergencia de la opinión pública, una forma de difuminación personal, en la que los seleccionados en la muestra hablan en tu nombre sin haber hablado contigo. Confieso que nunca llegué a ser unidad muestral lo que me suscitó dudas con respecto a los procedimientos de elección de las muestras, investidos por los expertos demoscópicos aspirantes a predecir el futuro. Pero me irritaba pensar que los que hablaban en mi nombre lo hacían porque compartíamos varias variables que nos definían. Eso representa una forma de  ser menor que cero, en tanto que mi persona es reducida a un grupo de variables, siendo vaciada de sus dimensiones esenciales, confiriéndole así una naturaleza espectral.

Con el cambio de siglo se configuró una nueva forma de gobierno que determina el valor de las personas por la medición de una serie de magnitudes que son comparadas con las demás. Se trata de la emergencia de nuevas instituciones que sustentan la nueva forma de gobierno de lo social: la gestión y la evaluación. En este caso, las comparaciones son sucesivas y sólo es válida la última. Los resultados son siempre provisionales y el valor es relativo, en espera de la siguiente evaluación que se añada a la serie. Ahora el valor radica en alcanzar los promedios, y si es posible destacar frente a los otros en el eterno retorno de los episodios evaluativos que definen las trayectorias de los evaluados.

En todos los casos soy convertido por una variedad de dispositivos de gobierno en un valor infinitesimal siempre muy inferior a uno. La época actual es la del predominio de los poderes con base numérica que construyen a las personas entre el cero y las milésimas o millonésimas, o espectros de variables en la demoscopia. Sobre esta insignificancia de cada uno se construye el gobierno de todos. Una vez miniaturizadas, las personas son desposeídas de valor por un ser superior que se yergue sobre una nube de partículas que se disipan y quedan convertidas en material desechable.

Me parecen inaceptables todas las formas de miniaturización que expropian a cada persona de su valor uno. Es intolerable que la circulación por lo social concluya en un amontonarse en algún lugar similar a una radiografía, en el exterior del cuerpo real. El sentido de dicha circulación es ser un sumando sólido que se licua para evaporarse definitivamente. Este proceso de desvalorización termina confiriendo a cada partícula el estatuto semántico de ciudadano o cliente, conformando así una suplantación de la realidad por el espectro de la radiografía.

El tiempo actual es un tiempo nuevo y abierto, que requiere de la movilización de la inteligencia. Es necesario multiplicar los recursos cognoscitivos para enfrentar los problemas nuevos y para crear. Esto sólo es posible en contextos que sean regidos mediante el hiperintercambio y las interacciones múltiples en todos los niveles. La tecnología necesaria para lograrlo ya existe. El obstáculo son las viejas instituciones y formas de gobierno que bloquean la interacción. Se constituye así una nueva versión de la sociedad bloqueada que definió Crozier en 1970. La espesa trama de poderes económicos, políticos, mediáticos, científicos, profesionales y culturales se conforman como un obstáculo para la movilización de la inteligencia colectiva y el desarrollo de las potencialidades intelectivas y emocionales de las personas.

Por estas razones propongo que cada uno se reivindique como un valor en ningún caso inferior a uno, que puede incrementarse si se encuentra inserto en un contexto abierto que estimule la creación y la interacción. El problema del presente radica en determinar el modo de invertir la situación actual, neutralizando a las instituciones y formas de gobierno reductoras y minimizadoras de las personas.

En diversas ocasiones he escuchado la frase-sentencia: “pero, ¿quién te has creído que eres? Tú no eres nadie”. Tengo muy clara la respuesta: Soy uno. Nada más que uno, pero nada menos que uno. Además, uno que puede crecer si se encuentra en un buen ambiente y se combina con otros. Es rotundamente falso que sea nadie. Pero el fondo de la cuestión estriba en determinar si soy necesario. Quizás, para algunas estructuras, muchas personas no sean estrictamente necesarias. En este caso el problema radica en esas estructuras, pero no en las personas miniaturizadas por las mismas. Si esto fuera cierto, el fondo de lo que suscita este texto sería coherente, inteligible, y también inquietante.