Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

martes, 23 de abril de 2024

ESPLENDOR EN LA MARQUESINA

 

Ocurrió un sábado de este mes de abril. Tras pasear por el parque del Retiro con mi perra, transitando espacios saturados de turistas y deportistas de fin de semana, me invadió un sentimiento de rebeldía ante la modernización turistificada y sus espectros personales que interferían mi pausado tránsito, y decidí dar un paseo a la deriva por algún lugar que me hiciera evocar a la antigua ciudad que viví en mi adolescencia. Tras dejar a la perra en casa me dispuse a coger la línea de autobús 2, una de las que más frecuento, en tanto que me lleva a Cibeles, la Gran Vía y Plaza de España. En esta ocasión iba en sentido contrario, a Manuel Becerra.

La plaza de Manuel Becerra es uno de los raros espacios que conserva alguna de las propiedades de la vida anterior a la modernización en la versión consumista-mediática.  A pesar de que las aceras y los edificios han sido rehabilitados al estilo de los urbanistas que preparan los escenarios para la maximización económica de sus usos posteriores, conserva su condición de lugar, es decir, que es reinventado y consagrado por un nutrido contingente de gentes que se apodera de él para recrear su cotidianeidad. Las terrazas de las cafeterías se encuentran llenas de una multitud que se congrega para magnificar el desayuno y la merienda. No son viajeros, sino gentes arraigadas en los alrededores.

La merienda es una comida prohibida por los rigores racionalizadores de los nutricionistas del complejo médico-industrial. Las gentes que se asientan en las mesas desafían las conminaciones acerca de los límites de las calorías, así como el cerco establecido contra lo dulce, convirtiendo la merienda en un acto social supremo. Todas las mesas están llenas de un público bullicioso que mantiene una sinfonía de conversaciones carentes de finalidad. Unos a otros se cuentan sus cosas cotidianas en un medio en el que predominan las risas y un bullicio entrañable. Contemplar desde afuera este espectáculo es fantástico. Entre los que practican la merienda social se encuentran muchos de los desahuciados por la sociedad modernizada, mayores principalmente, que viven sus últimos años antes de su encierro forzoso y mujeres que no han tenido la oportunidad de desarrollar una carrera laboral.

En la plaza quedan dos grandes quioscos, además de otro entrando por la calle de Alcalá.  Me gusta curiosear los periódicos y revistas, además de comprar los residuos sólidos de la época fenecida del imperio de la letra escrita, como son El Viejo Topo, Le Monde Diplomatique y alguno que encuentro de ocasión. En la zona en que vivo, la de Ibiza, solo queda un quiosco vivo.  Estos, junto a las terrazas, confieren a la plaza una naturaleza distinta a las zonas ya gentrificadas que diseñan para sus negocios el complejo de los grandes propietarios del suelo.

En particular, uno de los barrios que más frecuenté y del que conservo recuerdos entrañables, como es el de Chamberí, ahora se encuentra rehabilitado para su nueva misión de asentar actividades económicas selectivas de alto valor añadido, así como residencia de gentes con cuantiosos recursos monetarios. La rehabilitación ha dejado Chamberí como un museo. Lo peor es que han desaparecido completamente los viejos bares freiduría, y también las gentes que los frecuentaban y sus usos cotidianos. De ahí mi propensión a desplazarme a los escasos lugares que preservan algo del esplendor convivencial cotidiano de antaño, como Manuel Becerra.

Pues bien, ese sábado, tras el paseo de rigor por El Retiro, llegado a la marquesina del 2, ocurrió un pequeño acontecimiento inesperado esplendoroso. Resulta que los sábados, como consecuencia de la programación mercantilizada de la Empresa Municipal de Transportes, disminuye drásticamente la frecuencia, demorándose los autobuses mucho tiempo. Encontrándome en la marquesina, apareció un paisano que me preguntó si sabía cuándo había pasado el último. Entonces se entabló una conversación muy viva y llena de cordialidad entre nosotros. Él venía de pasear por El Retiro y fue inevitable la aparición de una nostalgia compartida por el pasado del parque, utilizado por los residentes propios. En breves minutos nos contamos nuestra procedencia, algo de nuestras vidas y de nuestras sensaciones en tan luminosa mañana primaveral.

En estas pláticas cotidianas es ineludible la aparición de la edad. Cuando le dije que estaba cerca de los 76 me confesó que tenía 82 años. Su aspecto era fantástico para esa edad. Fue inevitable la salida a flote de un orgullo compartido de haber vivido al margen de las tablas de méritos que rigen las vidas de los súbditos de las generaciones siguientes, rigurosamente subjetivados (que no educados) por las instituciones del mercado, que les conminan a vivir para producir méritos en varios órdenes para constituir su identidad y ser clasificados en escalas de valor. Mostramos nuestro orgullo en haber vivido muchos momentos espléndidos, pero que no se inscribían en el orden del cálculo programado que impera en las instituciones del mercado.

Tras unos minutos de tan cordial conversación arribó a la marquesina otro hombre mayor, también procedente del obligado paseo primaveral matinal por El Retiro. Mi interlocutor y él se conocían. Afirmó orgullosamente que tenía 92 años. Este sí los representaba, aunque su vitalidad era manifiesta. Enseguida mostró su escepticismo acerca del futuro. Los dos ironizaron cuando les dije que había sido docente, mostrando una sutil revancha contra esa profesión prevalente en las sociedades anteriores a la imposición del mercado. En el espacio de pocos minutos reímos un par de veces y salieron a flote algunas frustraciones asociadas a nuestra condición de mayores o viejos. Es inevitable que aflore una tenue decepción de Europa, en tanto que nuestras biografías han sido interferidas por el mito europeo. Estaba presente nuestra percepción de detentar la condición de sujetos devaluados, denostados, sujetos a varias marginaciones, así como rigurosamente dirigidos y guiados por los médicos, cuyos dictámenes nos estigmatizan y preparan para nuestra expulsión gradual de la vida, terminando en una reclusión fatal, carente de cualquier sentido que no sea la de la conservación de nuestros cuerpos según el modo de las conservas de pescados.

En eso llegó el 2. Continuamos la conversación y cada cual se bajó en su parada respectiva, retornando a los espacios domésticos de los que estamos en vísperas de ser expulsados por tan modernizados ciudadanos y sus constelaciones de profesionales. Fue una conversación fantástica, en la que estaban presentes muchas cosas subyacentes, asociadas a nuestra condición de sujetos en víspera de expulsión a la siniestra reserva de la vida de las instituciones totales de las residencias-asilos. Pero fue grandiosa la vitalidad que presidió esta conversación, en la que nos liberamos momentáneamente de las tutelas, confirmándonos como sujetos vivos dotados de la capacidad de hablar, contar, ironizar, reír y gozar de pequeños acontecimientos cotidianos esplendorosos. Lástima que este acto vital que nos rehabilitó mutuamente durante unos gozosos minutos no se encuentre reconocido en ninguno de los registros de las instancias de control de la población mayor y preparación para la expulsión definitiva.

La marquesina fue un espacio en el que concurrió inesperadamente esta situación de encuentro espontáneo, rompiendo su maldición de albergue de esa situación social tan representativa de las sociedades de mercado total como es la de cola del autobús, en la que la contigüidad espacial no conlleva interacción alguna y el anonimato adquiere un perfil prodigioso. En los últimos años he descubierto laboriosamente una red de lugares que cobijan a las víctimas de la gran racionalización y modernización de la vida, que ahora adquiere la forma de desierto poblado por una nube de automatizados concentrados en sus pequeñas pantallas. Lugares en los que es posible la materialización de conversaciones cara a cara sin finalidad alguna y entre desconocidos. Apoteosis de lo que antaño se llamaba cotidianeidad, ahora destituida por las industrias culturales que gobiernan las vidas y exigen la atención total a sus comunicaciones y guiones.

 

jueves, 18 de abril de 2024

LA NUEVA IZQUIERDA Y EL NEOLIBERALISMO AGAZAPADO

 

La transición política en España, resuelta con la instauración de una Constitución e instituciones democráticas, coincide fatalmente con la crisis de los años setenta en Europa, que cancela los llamados treinta gloriosos, período de crecimiento de las economías keynesianas, los estados del bienestar y las sociedades de las clases medias. Los discursos políticos de los nuevos partidos apelan a la imagen de este tiempo de capitalismo amable del bienestar que constituye el horizonte de los proyectos de reconstitución del nuevo régimen. Esta imagen de la Europa keynesiana preside los imaginarios políticos desde la fundación del régimen del 78 hasta el presente.

El nuevo proceso que se inaugura en el sistema-mundo desde los años ochenta se encuentra presidido por un signo muy diferente. Se funda en un modelo neoliberal que impulsa una sociedad que se puede sintetizar en el concepto de dualización, es decir, reducción de la movilidad social y establecimiento de barreras sólidas entre bloques de clases sociales. El proyecto neoliberal se hace presente modificando sustantivamente el tejido productivo y las empresas, las instituciones y la cultura. El efecto perverso español radica en que, de modo progresivo, se realizan las políticas determinadas por las instituciones globales según el molde neoliberal, pero se mantienen los discursos keynesianos. El resultado es una suerte de esquizofrenia institucional y cultural que hace de la paradoja un arte mayor. Según van pasando los años, estas políticas neoliberales referenciadas en el capitalismo global, tienen efectos demoledores en la estratificación social, modificando las clases sociales de un modo sustantivo.

La izquierda mediática y política es la principal víctima de esta distorsión cronificada, de modo que una medida política, como la de las ayudas establecidas por el gobierno progresista de coalición, que son presentadas con la pomposa denominación de “escudo social”, pero que en realidad se trata de una versión post de las políticas para pobres, que no tienen efectos en la estructura social. Así se confirma el contraste entre las retóricas XXL y las parcas realidades, tan característica de la izquierda extraviada del siglo XXI. Desde esta perspectiva se pueden comprender las desafecciones municipales y autonómicas de sus electorados, así como la dinámica del gobierno más progresista de la historia. En tanto que sus bases político-sociales son penalizadas con saña por las reformas neoliberales, ellos se han especializado en generar distintas excepciones y ficciones. Porque, ¿cómo se puede explicar la derrota del ayuntamiento de Carmena en Madrid o de las huestes del PSOE en Andalucía o Extremadura?

Esta colosal distorsión político-cultural tiene como consecuencia la ausencia de realismo y la constitución de un verdadero depósito de conocimiento en el que se acumula lo no dicho, o lo que no se puede decir ni hablar. Esta espiral del silencio dificulta la comprensión de la realidad y privilegia una infantilización del relato político. Ahora se trata de resistir a una ola que propicia la instalación en las instituciones, nada menos que el mismísimo fascismo. Este relato simple se constituye en el eje argumental de la izquierda, cristalizando en un tóxico clima que obstaculiza a la inteligencia. El resultado es un ambiente irrespirable, además de la consolidación de una auténtica corte, en tanto que la titularidad del gobierno se encuentra en los misteriosos progresistas. En estas condiciones, una vez abolida la reflexión, siendo imposible pensar y decir acerca de los porqués la izquierda ha sido desalojada en Andalucía y en casi todas las partes, la izquierda deviene en una institución semejante a las vetustas órdenes religiosas o militares.

Los digitales de izquierdas o las televisiones progresistas aprenden a construir un denominador común discursivo, que no explica numerosos acontecimientos, pero que es capaz de convocar a todos y forjar una unidad enigmática. En el margen de estas narrativas, nadie puede sobrevivir. Así, cuando el gobierno proclama que ha superado la precariedad laboral o que se encuentra en la víspera de resolver la penosa situación de los inquilinos, nadie se atreve a replicar, en tanto que puede ser calificado como colaborador complaciente de la bestia maligna que ya habita los ayuntamientos o los parlamentos: el fascismo retornado tras vivir unas décadas en los oscuros sótanos de tan progresada sociedad democrática.

Esta ideología oficial, que se asienta tan concertadamente en los digitales o televisiones, adquiere la naturaleza de una nueva orden modelada según el molde de los templarios u otros semejantes, cuya razón de ser es la existencia de un enemigo macroscópico y apocalíptico. De este modo, se hace posible ocultar dimensiones esenciales de la realidad, tal y como es la de la vocación imperecedera del gobierno progresista en mantener y reforzar las políticas armamentísticas. Cuando los ministros de Podemos son desalojados de tan ínclito gobierno, Montero y Belarra nos recuerdan esas inversiones y decisiones, rompiendo un silencio denso, forjado en los años de gestión progresista. Hoy mismo he visto unas declaraciones de la ministra de Sanidad, Mónica García, una de las superdotadas en el arte dialéctico de ocultar, en las que califica de normal el incremento de los gastos militares, tal y como exigen nuestros aliados.

Ahora avivo el recuerdo de los años en que trabajé en el sistema sanitario. En tanto que se llevaba a cabo una reforma salubrista para incrementar la eficacia del sistema, simultáneamente, llegaba otra reforma impetuosa de signo contrario, propiciada abiertamente por las autoridades. Hice mi tesis doctoral sobre las dos reformas. En esos años era profesor del máster de salud pública y gestión de la Escuela Andaluza de Salud Pública, y desde esa posición podía percibir la intensidad de la reforma neoliberal, que en ese tiempo solo podía replicarse desde el rótulo de reforma gerencialista. Todas las piezas de la propuesta neoliberal se presentaban como soluciones tecnocráticas ocultando su genealogía.

En el contexto cultural español nadie sabía cuáles eran los verdaderos padres de los saberes y métodos que se presentaban. La inteligencia emocional y gestión de emociones, ya representaba entonces la eficacia probada en la tarea de reducir la cohesión de los colectivos profesionales debilitando sus vínculos laterales, siendo ensayada con éxito en el gulag empresarial avanzado. Aquí se presentaba como una propuesta inocente y progresista. Bastaba mostrar cualquier idea o método como nuevo para ser aceptado con toda la ingenuidad integral. La ausencia completa de conversación y la neutralización de la información ha facilitado la reconversión del sistema sanitario público a los moldes neoliberales.

La cristalización de esa esquizofrenia político-cultural convierte el sistema de ideas de la izquierda en un lastre para comprender las realidades sociales. El peligro de convertirse en un sistema cerrado autorreferencial se cierne sobre ella. En esta extraña anomia cognitiva no es posible clasificar a distintos actores políticos o mediáticos que se encuentran frenéticamente enfrentados. Así, la única explicación en este contexto mudo en el que impera lo no dicho de estas diferencias es la posición de cada cual. Los ubicados en la Sexta, como Maestre, junto a los privilegiados ministros de Sumar, rivalizan con los emigrados de Podemos y los expulsados malditos como Toledo y otros. Estas desafecciones tienen lugar en defensa de la posición de cada cual. Se evidencia que el conocimiento siempre justifica a posteriori una acción que se encuentra completamente disociada de cualquier proyecto político. A este paso, teniendo como referencia la vieja kremlinología, es necesario constituir un sistema de significación para clarificar las posiciones y el movimiento de las izquierdas. Y también hacerlo en un tiempo preciso, en tanto que los posicionamientos de algunos de sus componentes evolucionan tan rápido que se ubican en los confines de esta constelación política. Terminando esta entrada leo que Mónica García se ha pronunciado en favor de la articulación entre el sistema sanitario público y privado. Esta generación corre mucho más deprisa que la de Felipe González. Así que Marta Lois compareció en campaña electoral como parapentista.

viernes, 12 de abril de 2024

GUILLERMO RENDUELES: LA PANDEMIA COMO CATALIZADOR DE LA PSICOLOGIZACIÓN

 





Guillermo Rendueles es uno de los autores que ha ejercido una influencia muy importante sobre mi persona. Es un psiquiatra crítico extremadamente singular y difícilmente encuadrable en un grupo. Ha ejercido desde siempre una disidencia fecunda respecto a la psiquiatría oficial, y también con la más heterodoxa. Siempre he admirado su forma de estar en lo profesional, sus relaciones con los movimientos sociales, sus posicionamientos críticos permanentes, sus lecturas de distintos clásicos y su condición de no encuadrable en distintas modas o corrientes psiquiátricas.  Rendueles se distingue por generar sus propios conceptos, situándose en un campo que trasciende la psiquiatría misma, constituyéndose como un referente imprescindible para comprender la sociabilidad característica del neoliberalismo. Ha publicado su obra en distintos libros, entrevistas, artículos y otros textos. Fue uno de los colaboradores de la fenecida revista Archipiélago, que cobijaba a distintos autores críticos alejados de las instancias de poder de las distintas disciplinas. En sociología Fernando Álvarez Uría y Julia Varela.

En 2022 apareció un libro que integra distintos escritos suyos. El título es “Psicologización, pobreza mental y desorden neoliberal”, publicado en Irrecuperables. En su Prólogo hace historia del devenir de la sociedad y de la psiquiatría. A pesar de que el foco de interés del libro es más general, se refiere específicamente a la pandemia, definiéndola como antesala de la psicologización desbocada. A pesar de que, a mi juicio, es la parte más controvertida del Prólogo, en tanto que acepta la respuesta de las autoridades como “razonable”, me he decidido a publicarlo aquí, debido principalmente a la singularidad de su mirada y animado por la recomendación de la editorial de difundir los textos. Estos siempre aportan una rica perspectiva intelectual, además de asentada en el suelo social, en tanto que profesional que habitó tantos años una consulta.

No puedo olvidar el impacto que ejerció en mi persona el primer texto que leí de Rendueles “Los gerentes de lo íntimo”, un artículo de la revista Ábaco. Después varios textos más, para terminar en su libro “Egolatría”. La obra de este autor colisiona con el conocimiento blando y fofo que ha imperado en distintas disciplinas tras la transición. En su Prólogo, representado en la realidad que sucedió a la neutralización de las propuestas críticas de los años setenta.Recomiendo vivamente su lectura.

Este es el texto, que se corresponde con las páginas 17 a 20.

 

 

 

 

Durante cuarenta años, esta contrarrevolución psiquiátrica ha sido una pieza crucial en la construcción de la hegemonía neoliberal. Es posible que hoy empiece a mostrar sus costuras, a medida que el neoliberalismo acelera su propia descomposición orgánica. Aunque también es perfectamente posible que no sea ninguna buena noticia y lo que venga después resulte aún peor. Algo de eso, talvez, hemos podido observar durante la pandemia. Escribo estas líneas justo cuando parece que empezamos a salir de dos largos años de confinamientos, distancias sociales y medidas de contención sanitaria. Creo que un buen principio para empezar a elaborar lo que nos ha ocurrido es asumir lo imprevisible que fue y evitar falacias retrospectivas con las que intentamos adaptarnos a la adversidad. La verdad es que si un mes antes de marzo de 2020 alguien me hubiese dicho que en un parque a las afueras de Gijón se iba a convertir en un hospital de campaña vigilado por el ejército donde morirían por un virus medio centenar de personas, le hubiese descalificado como paranoide.

La epidemia nos enfrentó a la distopía del cálculo egoísta intimista. En el primer invierno de la pandemia soñamos que cuando llegase el verano todo sería maravilloso. Con el sol los niños volverían a la calle y llenarían de risas y juegos los parques, nos reuniríamos en plazas, bares y campos de fútbol. Por el contrario, la evolución de la pandemia exigió un sensato higienismo de distancia, soledad y semiencierros para que cada uno cuidara de sí y no dañara a los demás. La sospecha de contagio marcó nuestras relaciones y el estigma de las personas de riesgo se desarrolló bajo la vieja forma de <<no en mi patio de atrás>>: los sanitarios son gente a la que aplaudir….. a no ser que vivan en mi edificio. El tipo de relaciones sociales y formas de vida hacia las que el mercado nos ha empujado durante cuarenta años se instauraron por decreto de un día para otro. Todo aquello a lo que nos habíamos ido acostumbrando hasta el punto que se había vuelto invisible se volvió evidente en toda su monstruosidad. Eso no significas que haya motivos para el optimismo.

Las epidemias no tienen, por supuesto, nada de nuevo. Diversas pestes decidieron guerras, impulsaron el comercio de esclavos hacia América -extrañas teorías sobre inmunidad de africanos y asiáticos a las plagas del nuevo mundo que exterminaban a los indígenas- o condicionaron el diseño de las ciudades tal y como las conocemos.  Pero rara vez, en el pasado las pandemias han producido cambios solidarios o emancipadores. Al contrario, han sido una fuente de pánico e imaginarios milenaristas. No parece que hoy las cosas hayan cambiado tanto. Es fácil imaginar que el capitalismo del desastre no tardará en adaptarse a esta sociedad de puercoespines para convertir el miedo y la muerte en beneficio, amplificando una espiral que nos conduce hacia la catástrofe medioambiental, la degradación de las democracias y el ascenso de movimientos autoritarios y xenófobos.

Hace cuatro siglos Blaise Pascal escribió un breve y luminoso texto titulado <<Sobre el buen uso de las enfermedades>>. Según Pascal, gran parte de los males humanos tienen que ver con nuestra incapacidad para disfrutar reflexionando en una habitación propia en nuestra casa. Evitamos desesperadamente la introspección buscando diversiones que nos conducen lejos de nosotros mismos y nos someten a la servidumbre del mundo. Pascal aconseja emplear la enfermedad para construir un universo propio y construir bienes comunes frente a los estilos de vida mundanos, que hoy serían los bienes suntuarios del hiperconsumo o el intimismo robotizado de las redes sociales.

Un buen uso de la pandemia podría haber sido aprovechar el espanto por las muertes en los geriátricos para impulsar un cambio radical sobre el modo en el que afrontamos el final de la vida en nuestras sociedades, del mismo modo que el escándalo en los manicomios impulsó movimientos antiautoritarios que cuestionaban la existencia misma de las instituciones totales. Nada de esto ocurrió, por supuesto. En marzo de 2020 había cerca de 15.000 internados en los geriátricos asturianos. Cuando comenzó la pandemia las administraciones de estos centros ofrecieron a sus familiares la posibilidad de desinstitucionalizarlos: apenas un par de cientos de mayores volvieron a casa.

Pero tampoco parece que, en el extremo biográfico contrario, las cosas hayan salido mucho mejor. Durante algunos años, tras la crisis de 2008, parecía que una oleada de movilización colectiva y de rebelión contra la precariedad articulaba las reivindicaciones de las generaciones que se habían socializado en la destrucción del estado del bienestar. La pandemia ha sido el colofón del cierre de ese ciclo de luchas y, en cambio, parece haber impulsado una fuerte psicologización de los malestares juveniles. En un reportaje de El País de finales de otoño de 2021 una joven resumía muy bien este cambio: <<La pandemia está empezando a dar visibilidad a los problemas de salud mental…..Ya nos afectaba antes de la pandemia, pero ahora más. Tenemos ataques de pánico, ansiedad, depresión, trastornos alimentarios, estrés. Ir al psicólogo tendría que estar subvencionado por la sanidad pública. Muchos de mis amigos van al psicólogo y los que no van es porque no se lo pueden pagar>>. La reciente película de Jonás Trueba, Quién lo impide, reitera esta psicologización del sufrimiento juvenil. <<Nos ahogamos y no se dan cuenta de que necesitamos más cultura afectiva>>.

Es completamente cierto que el precariado produce dolor de forma universal y que el suicidio es una de las principales causas de muerte entre los jóvenes. Pero, a mi juicio, las etiquetas psicologizantes o la consigna de <<todos al psicólogo>> no ayudan mucho a abordar las causas de la vida dañada de los jóvenes precarios. Términos como <<depresión>>, <<pánico>> o <<estrés>> opacan nuestra comprensión de cómo la adversidad del mundo se cuela bajo la piel. Subjetivamos el dolor a través de relatos psicologizantes precisamente porque vivimos desde el individualismo asocial. Buscar solución profesional a esos problemas en los consultorios psicológicos es como buscar las llaves perdidas bajo la farola no porque se te hayan caído allí sino porque es donde hay luz.

Construir grupos solidarios, contarse el sufrimiento real en público descubriendo sus causas políticas subyacentes, buscar cambios de las situaciones reales -vivienda, trabajo, ocio- me parece un camino mucho más prometedor que la oferta gubernamental de -incapaces de cambiar lo real- invertir millones de euros en un plan de asistencia psicológica. Ningún dispensario psicológico puede ofrecer mucho más que la adaptación al mercado -<<es lo que hay>>- y un espacio de refugio para gestionar el dolor subjetivo con aprendizajes cognitivo-conductuales que siempre tienen como premisa principal el pseudoestoicismo: <<Lo importante no es lo que te pasa sino cómo lo interiorices>>.

>>Cuídate>> se ha convertido en una de las despedidas más habituales tras la crisis y la pandemia. Creo que una de las tareas emancipadoras de nuestro tiempo es convertir esa interpelación en un plural. Cuidémonos unos a otros, incluyendo a los desechados del mercado: viejos, solitarios, pobres….. Resistamos juntos la exhortación antipascaliana a volver a gastar para salir de casa en la que nos bombardean los medios. Ese podría ser un buen uso de la crisis y la pandemia, un paso en la dirección de una sociedad de cuidados y apoyo mutuo, que abarque desde la intimidad de la familia y los círculos de amigos a las luchas colectivas contra el desastre medioambiental y hacia una vida buena alejada del consumismo.